RECUERDOS DE UNA NIÑEZ COMPLICADA

Por Marta del Torchio

No tengo muchos recuerdos de mi infancia, o probablemente están ofuscados por la inestabilidad de mi familia. Me encantaría entonces contar dos episodios importantes, así anticiparé una idea al lector sobre el tipo de autobiografía que tienen entre sus manos.

Empezaré por lo que sé de mi nacimiento, será importante para entender un poco más y mejor mi extraña familia.

Por lo que me contaron, ella, cuando se puso de parto llamó a mi abuela, que la acompaño al hospital. Como siempre, mi padre estaba de fiesta por ahí y nadie sabía dónde encontrarlo. El parto fue muy difícil, parece que entonces yo ya tenía la cabeza dura, y tal vez sabía lo que me esperaba afuera. No quería salir por ningún motivo.

Fui un bebé complicado, no quería comer, ni estar con nadie, lloraba desesperadamente todo el tiempo. Solo estaba tranquila en los brazos de mi mamá. Por lo que supe más adelante, conocí a mi padre cuando reapareció un día después de nacer. Y por lo tanto, ahora que con este libro analizo toda mi vida, creo que eso podría ser uno de los motivos de mi relación tan difícil con él.

Otro momento que recuerdo muy bien es cuando mi madre echó de casa a mi padre. Hacía algunos meses que llegaban llamadas raras al teléfono de casa. Ella las colgaba enojada y mi abuela decía: “¡Otra vez!”. Yo era pequeña y no entendía mucho, pero tenía la edad suficiente para comprender que aquello las irritaba mucho. La frase más repetida en esos días fue: “Te avisamos y tú no nos escuchaste”. “Siempre actuabas por tu cuenta equivocándote, etcétera”. A veces se presentaban mujeres a preguntar por mi padre, entonces mi madre me mandaba con la abuela o a mi habitación. Entonces yo, escondida bajo la mesa del escritorio, escuchaba conversaciones absurdas y con tono de voz muy alto. Lo que realmente pasaba lo entendí cuando, años después, ella y mi tía me contaron todo sobre mi padre. Ese día se me quedó grabado en la mente durante muchos años. Ya hacía dos días que no veía a mi papá y mi mamá estaba muy enfadada. Las sensaciones de las que estoy hablando ahora, todavía están en mi mente, como si fuera ayer.

Hubo tres llamadas, una detrás de la otra, y mi abuela dijo: “¡Ahora ya basta! ¿Te das cuenta de una vez de lo que estás haciendo? Estas criando sola a la niña, con mi ayuda; ella casi ni le conoce”. Y después me acuerdo que mamá corrió a la habitación de matrimonio y empezó a vaciar el armario a unas maletas. Yo me asusté y, como de costumbre, me escondí bajo la mesa del escritorio. Allí podía escuchar lo que decían, aunque todavía no entendía lo qué pasaba. Solamente años después me enteré de la vida que hacía mi padre en aquellos años. Que nunca estaba presente, que prefería salir con sus amigos u otras mujeres en vez de estar con su familia en casa. Volviendo a lo que pasó ese día, escuché un ruido tremendo en la habitación de al lado, mi madre gritaba y mi abuela intentaba calmarla, yo seguía sin entenderlo. Estaba muy enojada, nunca la había visto así. Sobre todo, nunca la había visto llorar, y eso me dio mucho miedo. Unas horas después vi que bajaban las maletas al patio y me dijeron que teníamos que hablar. No recuerdo las palabras exactas, pero al final me explicaron que mi padre tenía que irse lejos durante un tiempo por trabajo y no podía quedarse con nosotras. Se lo habían comunicado de repente, por eso no me habían avisado antes, y además no se sabía cuándo volvería. Fue terrible. Yo ahora sé lo que ocurría, pero imaginaros lo que puede sentir una niña de diez años, a quien le dicen eso. Entonces empecé a llorar, y creo que no paré durante días. Más tarde vi a un hombre que arreglaba algo en la puerta del apartamento. Sólo me preguntaba por qué pasaban tantas cosas raras ese día. Años después me enteré de que este hombre cambiaba la cerradura para dejar fuera de casa a mi padre.

Unas semanas después finalmente le vi. Estaba muy contenta, me trajo regalos y dijo que me llevaba a casa de un amigo, que más tarde descubrí que era la suya, y que podíamos pasar un par de días juntos. Yo estaba encantada de oír estas palabras después de tanto tiempo. Me llevó al parque de los juegos, recuerdo fue un día espectacular, le había extrañado mucho. Al final del día fuimos al supuesto piso de su amigo, donde yo desde el principio no me sentía a gusto. Tenía un olor extraño, nada familiar, y le pedí irnos a casa con mamá, pero él me dijo que no podíamos estar con ella. Pasé dos días muy raros, no me sentía bien aunque estuviera finalmente con él.

Cuando regresamos a mi casa, se despidió diciéndome que nos veíamos dentro de algunos días. Algo no me quedaba claro y cuando estuve delante de mi madre le pregunté por qué papá no estaba con nosotras. En aquel momento se me cayó el mundo encima. Me dijo que no volvería a vivir más en nuestra casa. Que solo podría verlo cuando su trabajo se lo permitiera. Yo me enfadé muchísimo con todos. No quise hablar con nadie, el único que pudo atenuar mi rabia fue mi tío, el hombre que hizo de padre los años que siguieron y que amé con locura.

Volviendo otra vez a ese día, lo que mi madre prometió se mantuvo un año, después él desapareció por mucho tiempo. Sin dejar huellas, solamente llegaban multas desde otros países.

Ahora me pregunto cómo mi madre aguantó todos aquellos años. Pero, sobre todo, cómo aceptó su vuelta después de diez años, con una foto de otra familia que él había formado, y casi obligarme a restablecer mi relación con él, simplemente porque era mi padre. Ese es un asunto que nunca pudimos aclarar estando ella en vida, y con el que tengo que lidiar cada vez que pienso en todo esto. Quizás un día lo entenderé, o no, lo cierto es que todo ese asunto condicionó mi vida, pero de eso hablaremos más adelante.

 

Marta Del Torchio

 

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