RELATO BRASIL

Por Luis Miguel Bello

Ya no nos quedaba nada por hacer en Buenos Aires. Después de la historia con la policía y la amigdalitis que me tuvo en tres días en cama, nos quedamos con una apatía tremenda y con ganas de irnos del país. Nos fuimos al aeropuerto, al día siguiente, pensando que iba a ser fácil tomar un avión para Caracas. De entrada, nos dijeron que tendríamos billete solo hasta Rio de Janeiro. Y nos fuimos a Río. La llegada fue espectacular. Un aeropuerto maravilloso, con muchos turistas y un clima más caluroso que Buenos Aires, alrededor de 31º. Nos dirigimos directamente a la ventanilla de Viasa, compañía de Venezuela, para hacer la nueva conexión. Al llegar allí había una cola de gente que querían igualmente volar a Caracas.

Juan, — Margarita, me parece que esta vez no vamos a poder salir para casa.

Margarita, — No seas pesimista Juan, verás que salimos sin problemas.

Al llegar nuestro turno, en la oficina del «check in» del aeropuerto se nos adelanto la azafata de turno, y nos comentó que iba a ser difícil volar a Caracas. Mucha gente y solo un vuelo semanal. Casualmente habíamos conocido en el vuelo anterior, a Ramón, que era un español, residente en Caracas. Era una persona de 45 años, que conservaba todavía el acento español y vivía con su novia, también española, desde hacía años. Trabajaba en una compañía minera en la producción de diamantes, lo cual requería que se trasladara a las minas todos los meses. El trabajo era peligroso por las condiciones de vida de los mineros.  Estaban permanentemente vigilados y vivían en unas condiciones de miseria; trabajaban muchas horas bajo un calor infernal, apenas comían, pero si bebían mucho ron, sobre todo los fines de semana. Lo bueno de Ramón es que era un hombre tranquilo, no se enfadaba con nada ni con nadie y era ideal para ese tipo de trabajo. Ganaba un buen sueldo aparte de las comisiones que se llevaba por la venta de los diamantes que él mismo llevaba a Holanda. Ramón, tuvo la suerte que le dieran plaza en el avión a Caracas aquella noche.

Para nosotros la situación se había vuelto crítica. Nuestro ánimo se había decaído. Tendríamos que estar en Río una semana a la espera de avión teniendo solo 600 $. ¿Que íbamos hacer?

El viaje se nos presentaba cada vez mas difícil. Primero con la policía en Buenos Aires, que nos había relacionado con nuestros amigos supuestamente peronistas y después, con el obispo castrense de Buenos Aires que se encargaba de localizar un diploma que no aparecía, y luego en Río, sin dinero. Había que sobreponerse y buscar una solución.

Juan, — ¿Oye Ramón podrías prestarnos dinero para llegar a Caracas?  No habíamos previsto esta situación y estamos sin blanca.

Ramón, — Sin problemas, Juan ¿cuanto necesitas?

Juan, — Yo creo que con 600 $ tendremos para la semana, ¿no crees?

Ramón, — Eso este hecho, Juan. Cuando llegues a Caracas nos llamamos y me lo devuelves. Te mandare mi dirección.

Inmediatamente recuperamos nuestro estado de ánimo. Tomamos el dinero y nos fuimos al autobús camino de la ciudad de Río después de darle las gracias y un fuerte abrazo.

Era tarde y empezaba a oscurecer. Fuimos hasta la parada final. Allí nos dieron la dirección de un hotel, sencillo. Tenían habitaciones libres. Además, el hotel era de españoles de origen gallego, con lo cual el ambiente se hizo agradable. Tomamos café, lo cual nos reconforto y nos hicieron sentir como en casa. Afortunadamente, el hotel estaba cerca de la playa de Ipanema y se notaba por el frescor que producía dicha cercanía. La habitación era pequeña pero suficiente para nosotros. No aspirábamos a más. Después de tomar un desayuno típico brasileño, al día siguiente, nos fuimos de comprar ropa. Algo que nos hiciera parecer a vulgares turistas europeos. No entendíamos mucho el portugués, aunque había gente de todos lados y se hablaban todos los idiomas. Más fácil para nosotros era el «portuñol», una mezcla entre portugués y español.

Siempre me habían atraído los viajes a la Amazonía y le plantee a Margarita la posibilidad de viajar allí, en vez de estar dando vueltas por Río durante una semana y gastando un dinero, que no teníamos.

Juan, — ¿No te apetece ir a Manaos, Margarita?, la ciudad más importante de la Amazonía. No tenemos mucho dinero, pero conozco un jesuita español, que vive allí y nos podría dar alojamiento gratuito por unos días.

Margarita, — Pues si, pudiera ser un viaje estupendo. Allí hay muchos sitios para visitar allí, ¿no?;entre otros, el Teatro Amazonas, los delfines rosados, etc.

Al día siguiente lo primero que hice fue llamar a mi amigo jesuita, Jorge. Lo localicé y le dije donde estábamos y cual era nuestro propósito. Él encantado. Nos invitó a ir a verlo. El padre Jorge era también español, y canario. Hacía años que lo conocía tanto a él como a su hermano. Lo conocí años atrás, cuando se me ocurrió la idea de irme a la Amazonía. En una visita que hizo a Canarias me entreviste con él varias veces. Era un hombre de vocación tardía. Había estudiado físicas y tenía un trabajo en un centro de investigación español. Lo había dejado todo.

El vuelo a Manaos fue muy bonito. Nos costo 120 $ por cabeza. Tuvimos ocasión de ver a Brasil forestal por el aire. Nos recibió en el aeropuerto. Comentamos muchas cosas de Canarias y de la situación de Venezuela, ya que él había estado viviendo en ese país, trabajando también con el mundo indígena

Juan, — Vamos a estar solo cuatro días si es posible y queríamos conocer todo lo que se estaba haciendo en la Amazonía referente a la infraestructura, y la situación de los indígenas.

En aquellos días se había producido un fenómeno, cada vez más frecuente, habían matado familias de indígenas, poco conocidos, de tribus escondidas, estando en sus casas, en malokas construidas sobre palafitos, muchas de ellas. Los que habían sobrevivido habían ido hasta Manaos a pedir ayuda para evitar su muerte, con lo cual se presentaba el problema de nuevo. Había que averiguar lo que había pasado. Los jesuitas, que eran los responsables del bienestar de estos se sentían parte del problema al igual que la FUNAI.

La FUNAI (Fundación Nacional del indio-Brasil). Es una organización administrativa del Estado Brasileño, capacitada para demarcar y proteger las tierras tradicionalmente habitadas y usadas por indígenas. Se encarga de evitar que los foráneos invadan territorios indígenas. La misión fundamental del FUNAI era asegurar que los derechos de los indígenas sean respetados, según lo establecido en la Constitución Brasileña y en el Estatuto indígena.

Manaos es una ciudad de Brasil cargada de historia desde el año 1832, aunque se originó en 1695. En 1889, Manaos vivió intensamente la denominada Fiebre del Caucho. Es la mayor ciudad de la región norte de Brasil con una población actual de casi dos millones de habitantes. Con una temperatura media de 26, 7º y una humedad relativa del 83.1%. Tiene una mortalidad infantil de 14,2 por mil n.v. y una tasa de alfabetización, considerable, del 97,6% de la población. La esperanza de vida era de 74,5 años. El 99,6% están conectados a la energía eléctrica, el 89.6% tiene servicio de alcantarillado y el 91,6% tiene agua potable.

Jorge, nuestro amigo jesuita, nos comento lo que estaba sucediendo. Sentía mucho no disponer de mucho tiempo para estar con nosotros. Estando en la casa llegaron miembros de la FUNAI para entrevistarse con Jorge y establecer una fecha de salida hacía la zona donde sucedió de nuevo ese asalto y asesinato de la tribu indígena. Al día siguiente, saldrían río arriba para intentar localizarlos y detenerlos.

Jorge, – Aquí Juan pueden hacer muchas cosas. Pueden ir al río y dar un paseo por allí. Verán los barcos de pesca y los comerciales que hacen las rutas y mañana, van al mercado de la ciudad, no se lo pueden perder. Yo prepararé mi equipaje para salir mañana.

Juan, – De acuerdo Jorge. Eso haremos.

Se notaba la tensión en la casa que les habían prestado los jesuitas. El lugar era acogedor, pero los indígenas estaban nerviosos e intranquilos. El traductor de la FUNAI intentaba tranquilizarlos. Eran un grupo de 12 personas, entre hombre, mujeres y niños. Estaban un poco famélicos y asustados con cara de cansancio, aunque tenían confianza en los jesuitas. El atuendo característico de estos indígenas estaba compuesto por una especie de falda felpuda que puede estar hecha bien de yanchama (fibra extraída del árbol ojé) o de aguaje (fruto muy común en la selva amazónica). Algunos de ellos se les invito a ir a la búsqueda de los malhechores al día siguiente, lo cual lo acogieron con gran beneplácito

Ya era de noche cuando regresamos a la casa después del hermoso paseo. Compramos algo de fruta en la calle, sobre todo mangas y papaya. Le llevamos a Jorge también. Nos fuimos a la cama después de darnos una ducha. El calor se notaba desde que llegamos y el caminar te hacía sudar por la gran humedad existente.

Nos levantamos temprano. Los indígenas ya estaban despiertos al igual que Jorge, que ya estaba impartiendo su misa diaria junto a otros jesuitas. Desayunamos fuerte a base zumo de naranja, café y leche, queso, mantequilla y todo tipo de pan. Aunque hicimos una mesa grande, los indígenas prefirieron comer separados con sus comidas a base de harinas (maíz), pescado, miel de abejas, yuca, plátanos.

Se estableció un comité de ayuda. Participaban, además de los afectados, los jesuitas, el FUNAI y la Guardia Nacional. Se estableció una discusión operativa entre los participantes de la expedición, para tomar una decisión sobre el que hacer. Después de varias horas se decidió ir a la búsqueda de los malhechores que cometieron aquellos asesinatos, arrestarlos y meterlos en prisión. Habría que llevar comida, casetas de campaña, armamento y diversos enseres. Dichos enseres se prepararon para una semana.

Después de la reunión le comenté a Jorge,

Juan, — Yo soy médico epidemiólogo, Jorge; quizás me necesiten para cualquier incidente u otro problema que surja, ¿quieres que vaya con ustedes?

Jorge, — Nos encantaría Juan, pero perderías el avión a Caracas y tendrías que dejar a tu mujer aquí, en la casa, etc. Teniendo en cuenta que está embarazada de tres meses, no sé si ella querría quedarse sola; tendrás que hablar con ella. Además, no se si tú estarás acostumbrado a estas escaramuzas, a veces no se duerme o no se come durante días; y, además, está el tema de los animales peligrosos como (serpientes, caimanes, etc.). ¿Lo has pensado bien, Juan?

Juan, — La verdad Jorge esta es una oportunidad en mi vida. No se si volveré de nuevo por aquí, pero lo hablare con Margarita, mi mujer, y te digo algo. Te daré una respuesta, Jorge.

Comenzaron los preparativos de la expedición. Se suponía la salida para la mañana siguiente.

Juan, — Margarita tengo que hablar contigo.

Margarita, — Si, de acuerdo, dime.

Juan, — ¿Como te encuentras? Resulta que hay una expedición a las islas del norte del Amazonas, donde viven estos indígenas, en busca de los malhechores que cometieron esta fechoría, y me he ofrecido a ir, por mi condición de médico y porque me resulta atractivo. ¿Que te parece la idea?

Margarita, — La verdad me parece una buena idea, aunque no me va a gustar quedarme sola aquí. Tengo vómitos matutinos. ¿Y que pasa con el avión de Caracas? Si buscáramos alguna solución sería magnifico.

Juan, — Hablaré con Jorge, a ver que se le ocurre. Del avión de Caracas no te preocupes, que no tenemos fecha cerrada, y el pasaje nunca lo perderíamos.

A medida que pasaba el tiempo había mas lío se formaba en el salón de los jesuitas. Me sentía incomodo tener que hablar con Jorge en aquel momento, pero no me quedaba más remedio.

Juan, — ¿Oye Jorge podría hablar contigo? Se trata de Margarita.

Jorge, — Coméntame, hablaste con Margarita?

Juan, — Si, ya he hablado con ella y está de acuerdo, aunque existe un pequeño inconveniente que quizás tu lo podrías resolver. Resulta que Margarita está embarazada de tres meses, como ya sabes, y le da miedo quedarse sola todo el tiempo. Teme que pudiera tener algún percance y no hubiera nadie que pudiera atenderla.

Jorge, — En la casa siempre hay personas que puedan atender cualquier incidente de este u otro tipo. Por este problema, no te preocupes. Ella va a estar atendida. Hablare con la indígena que se ocupa del cuidado de la casa. Lleva con nosotros mucho tiempo.

Una vez resuelto nos metimos de lleno en la preparación de la expedición. Comenzó a llegar soldados de la Guardia Nacional Brasileña con su comandante al frente. Se llamaba Fulgencio y llevaba un destacamento de diez personas. Eran personas de mucha experiencia en aquellos menesteres y en aquella zona. Otro destacamento del FUNAI, de cinco personas, entre hombres y mujeres con Jonia al frente de ellos. Jonai era un funcionario de alto rango que llevaba mucho tiempo en estas diligencias; y cuatro jesuitas con Jorge y Juan, como médico de la expedición; además, todos los indígenas que habían ido en busca de ayuda. En total, había unas cincuenta personas.

El estado de ánimo del grupo era magnifico. Se distribuyeron las diferentes funciones y quehaceres de los grupos. Hicieron falta cinco lanchas con motores fuera bordas, potentes y con suficiente fuel para tan largo viaje y con curiaras para los indígenas.

La última noche en la casa de los jesuitas fue un poco tensa con mucha incertidumbre. La aventura que iba a suceder durante varias semanas no sabíamos como iba a acabar. Apenas pude dormir pensando en todas las consecuencias que pudiera acarrear dicho viaje. Me preguntaba si estaba siendo totalmente responsable.

Al día siguiente, temprano, iniciamos la marcha. Yo iba en la lancha con Jorge, el comandante de la Guardia Nacional, el responsable de FUNAI y el traductor. Los demás se repartieron en diferentes lanchas. Incluso curiaras para los indígenas que nos acompañaban. Íbamos en dirección norte pegados a una de las orillas, a mucha velocidad. Nos planteamos tener una primera parada al medio día para tomar un fugaz almuerzo. Llevábamos suficiente liquido para soportar aquel calor por encima de 35º durante todo el viaje, sobre todo por el día.

El ambiente en las lanchas era muy tranquilo al igual que en el río. No tuvimos ningún incidente. Solo utilizamos las lanchas por el día. Por las noches, parábamos al amparo de tribus amigas que encontrábamos en el camino. Todavía nos quedaban dos días de marchas en el río y otros dos, por tierra y selva. Por las noches acampamos en tribus conocidas. Nos recibían con cierta incredulidad y sorpresa. Nunca había ido el FUNAI de visita con la Guardia Nacional y los jesuitas de visita. La acogida era muy receptiva, pero se preguntaban que es lo que estaba pasando para tener una visita de tal alto rango con tantas personas. Jorge, que conocía a casi todas las tribus por las que pasamos, se dirigía siempre al jefe de la tribu, y trataba de hablar con él, a pesar de que no siempre era fácil por el idioma, y les explicaba lo sucedido y la misión que llevábamos. La repuesta obtenida siempre era de compresión y de apoyo a lo sucedido.

Los jefes de las tribus nos ofrecían toda clase de frutas tropicales, incluso las que tenían para vender en el Mercado de Manaos, de excelente calidad.

Al cabo de un par de días, yo estaba preocupado pensando todo el tiempo en Margarita. Habían pasado varios días y no había recibido ningún mensaje a través de la radio portátil que llevábamos. Decidí hablar con Jorge para ver si podía hablar con la radio portátil que llevamos.

Juan, — Oye Jorge podría hablar con Margarita. Han pasado varios días y no me ha llamado. ¿Le habrá ocurrido algo?

Jorge, — Ningún problema, llama y me cuentas.

Juan tomó la radio y llamó. Tardaron un poco en contestar. No se escuchaba bien, pero se entendía.

Radio Misión-Manaos, — ¿hola, hola, con quien hablo?

Juan, — Habla con Juan, el médico que acompaña la expedición hacia el norte.

Radio Misión-Manaos, –¿que tal como les va? ¿Algún problema?

Juan, — Me gustaría hablar con Margarita, mi esposa. Podría llamarla. Es una extranjera, de España, que no se nada de ella.

Radio Misión, — A Margarita la han llevado al hospital porque empezó a sangrar un poco, y está en reposo. ¿Le digo algo?

Juan, — ¿Pero que ha pasado?

Radio Misión, — No se nada todavía. La llevaron ayer al hospital, pero le puedo enviar un mensaje suyo, si usted quiere. Nos queda cerca.

Juan, — Si, por favor. Dígale que estamos bien y que me gustaría saber que ha pasado. Por favor, es urgente y estoy muy preocupado.

Radio Misión, — Si todo va bien, en media hora tendrá una respuesta

La media hora me pareció eterna. Le comenté a Jorge lo que había pasado.

Radio Misión, — Juan, ya tengo información. A su esposa la han ingresado por un sangramiento vaginal y parece que la intervinieron anoche y se encuentra bien. No se preocupe.

Juan, — ¿Está bien de verdad?

Radio Misión, — Si, si está bien, según me informan. Ya salió del quirófano, y está en su cama, recuperándose.

Se lo comento a Jorge,

Jorge, – ¿Como estás, Juan? ¿Que quieres hacer? ¿Quieres volver?

Juan, — Dada la situación creo que debería volver, no te parece Jorge

Jorge, — Bueno organizaremos un traslado mañana temprano, con una curiara de la tribu con motor y un indígena que la conduce, y en pocas horas, estarás allí, no te preocupes. Nosotros seguiremos hacia arriba. Según me ha informado el jefe de la tribu, llegaremos mañana a la zona donde se produjo el atentado y asesinato.

Aquella noche no pude dormir. Tuve sentimientos de culpa por haber abandonado a mi mujer en aquellas circunstancias y en aquel lugar¡¡

Al día siguiente, muy temprano, salimos hacia Manaos con la curiara rápida. Iba tan nervioso que no tome nada de alimento y la expedición tomo ruta hacia el norte. Ya faltaba poco para llegar a la situación donde se encontraban los AWÀ (comunidad indígena aislada) que sufría frecuentemente ataques por mineros, rancheros y leñadores furtivos. Cuando llegaron se encontraron una comunidad destrozada con muchas chozas quemadas, con dos o tres indígenas, heridos, hambrientos y sin cuidados. Inmediatamente fueron atendidos por funcionarios del FUNAI y los misioneros. La Guardia Nacional por su parte, siguieron la ruta con el análisis de las huellas, huellas de botas con barro que dejaron los leñadores furtivos y, que, según los indígenas denunciantes, fueron los atacantes días anteriores.

Los leñadores furtivos, en su afán de conquistar nuevas tierras para talar ilegalmente y aumentar su perímetro de terreno, arrojan fuera de ese territorio a todos los indígenas que encuentran en su camino, violando así las leyes nacionales e internacionales existentes.

Por otro lado, Juan iba cansado en la curiara río abajo. Llevaba tantas horas, que deseaba llegar ya. El indígena que llevaba la curiara no decía palabra, además no hablaba mi idioma. Yo estaba con mis pensamientos, preocupado por la situación de Margarita. Me jure a mi mismo que no la abandonaría jamás. Después de dos días en la curiara con repostaje algunas horas de sueño, en una tribu amiga, ya estábamos llegando. Se divisaba Manaos a lo lejos. A medida que nos acercábamos aumentaba mi ansiedad. Afortunadamente, la curiara no había dado ningún problema. Llegamos a puerto, al lugar donde desembarcan normalmente las curiaras, un poco a las afueras del dique principal. Salté al pantalán y no me despedí del indígena. Marche corriendo hacia el hospital, ya que no sabía donde estaba físicamente. Tuve que preguntar varias veces por el camino. Al final, sudando lo encontré. Al entrar me dirigí a una auxiliar que se encontraba en el mostrador. Le iba a preguntar cuando ella me señaló unas escaleras y una habitación. Subí las escaleras de tres en tres hasta alcanzar la habitación. Estaba abierta, con varios pacientes ingresados. Al entrar, la identifique inmediatamente. Su cara de alegría me sorprendió. Fui hacia su cama y le di un beso, que la deje sin aire. Nos abrazamos fuertemente.

Margarita, — ¿Pero que te pasa, Juan? Ya paso todo. Estoy bien, muy bien. Me han tratado estupendamente. Antes de la operación, si tuve miedo y te eche mucho de menos, pero ahora estoy tranquila y no tengo dolor alguno.

Juan, –No sabes cuanto lo lamento, Margarita. Siento mucho todo lo que ha pasado, sobre todo por el niño que nos hacía tanta ilusión y luego, por no saber quien y como te iban a atender.

Margarita, — Bueno ahora que ya he pasado lo peor podríamos decidir que es lo que vamos a hacer, ¿de acuerdo?

Juan, — Si. Esperaremos a que te den el alta y decidimos que hacer.

Margarita, — ¿Sabes cuando regresa Jorge y el resto de la expedición?

Juan, — No, no lo sé. Cuando los dejé iban a salir hacia la zona donde había sucedido el incidente a los indígenas.

La expedición había acampado en la zona arrasada, quemada. Aparte de la atención a los heridos, la Guardia Nacional se había introducido en el interior del bosque siguiendo las huellas encontradas. Eso los llevó a la zona fronteriza con Perú. Hallaron restos de cartuchos de escopeta y de animales muertos.

En el camino se encontraron con guardias autónomos, voluntarios de la zona, que cuidan toda esa región de tribus aisladas y evitan algunos ataques.

Ya sabían lo sucedido y habían arrestado y entregado a los fronterizos del Perú, un par de leñadores furtivos, miembros del grupo de leñadores furtivos, organizados, que realizaban esa serie de acciones en la zona. Acciones que perpetraban desde hacía varios años entre ambas fronteras para hacerse con más terreno. La Guardia Nacional decidió llamar por radio y comunicar el hallazgo de las novedades.

Guardia Nacional, — FUNAI, una vez revisado la zona fronteriza de Perú y después de haber contactado con los guardias autónomos de la zona, se confirma el arresto de dos leñadores furtivos, de origen peruano. Damos por finalizado el operativo. Hasta pronto.

La FUNAI organizó de nuevo el campamento en la zona atacada y decidieron proponer una zona de seguridad contando con la Guardia Nacional y los jesuitas, que les daría cobertura religiosa y social.

Se reunieron de nuevo todo el grupo (Guardia Nacional, jesuitas y FUNAI) y decidieron volver a la base de Manaos y dar por finalizada la expedición.

Una vez llegaron a Manaos, Jorge acudió al hospital a ver como seguía Margarita. Al llegar allí, la vio caminando por el pasillo del hospital en vías de recuperación. El encuentro fue muy enternecedor. Se dieron un fuerte abrazo y continúo acompañándola por ese paseo, lleno de emoción y cariño.

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