RELATO DE MI NIÑEZ

Por Manuel Saavedra López

¡Cuando a los cinco años me enamoré de mi profesora!

 

Por aquellos tiempos en los que yo aún no había cumplido los cinco años de edad, mis padres me matricularon en un colegio de primera enseñanza: Academia de San Isidro de Granada, junto con mi hermano Antonio, que al ser dos años mayor que yo, destinaron a un aula diferente, con niños de su edad y lógicamente con profesores distintos.

 

Cuando entré por primera vez en mi clase, me encontré totalmente desorientado con el barullo y desorden de todos los compañeros al no saber que teníamos que hacer. Pronto oímos el sonido de unas palmas que daba un señor mayor; nos callamos mientras él se presentaba como Don Miguel, que era el director de la escuela, y después de darnos la bienvenida y ordenarnos que nos sentáramos en los pupitres que nosotros mismos eligiéramos, nos presentó a la que sería nuestra profesora, la Señorita Rosarito, que en ese mismo momento inició su primera clase diciéndonos que si habíamos elegido bien el pupitre, así como al compañero con el que ya estaríamos juntos todo el curso. Yo me di prisa en sentarme en la primera fila, pensando que así vería mejor la pizarra, y me enteraría mejor de las lecciones, a pesar de que un amigo mío, vecino de los pabellones, al que llamábamos Molina (no me acuerdo del nombre), me dijo que nos fuéramos a la última fila, porque su madre le había dicho que a los se ponían adelante la profe le hacía más preguntas, y tenían que estar más atentos.  

Empezaba la primera clase después del trabajo que le costó a la Seño poner orden entre los 15 niños que alborotábamos desde nuestros recién estrenados pupitres inclinados, que notaba que me quedaba el mío un poco alto, pero al tiempo sentía como que me daba categoría de mayor…

Por fin ya callados, apenas tuve tiempo de saber quién era mi nuevo compañero de pupitre, pero al pasar lista la Señorita Rosarito supe que se llamaba Pablo, al que y ya en el recreo tuve oportunidad de conocerlo mejor.

 

  A continuación, la Seño escribió en la pizarra el nombre de nuestra escuela, la fecha, y también su nombre, para seguir a continuación llevándonos la atención a un gran mapa de España, para que viéramos dónde estaban las provincias, y marcar donde estaba Granada.

 

Me encantaba todo lo que decía la profesora, pero más, me gustaba de cómo lo decía, y cómo se movía de un sitio a otro, con unos movimientos muy delicados, a los que unía su cara tan bonita y su pelo rubio. ¡Cuánto me costaba poner atención a sus explicaciones, porque solo podía mirarla, sin valorar el tiempo que pasaba y que llegaría la hora de tener que volver a nuestra casa! pero Por otra parte deseaba decirle primero a mi hermano cómo era mi Seño, mientras íbamos cogidos de la mano como nuestra madre le había pedido a mi hermano mayor.

 

  Por fin, al llegar a casa, lo primero que le dije a mi madre fue: Mamá, estoy enamorado de mi Seño, mamá, es muy guapa, yo me quiero casar con ella. Mis hermanos se reían de mí y me decían que estaba tonto. Y sí, estaba tonto y loco porque pasara la noche para poder volver al cole para ver a mi Señorita Rosarito.

 

En pocos días y esperando en la puerta del cole para verla salir, le pedía a mi hermano que la siguiéramos, para comprobar si ella pasaba por la calle delante de la casa donde nosotros vivíamos, y efectivamente así lo hacía, lo que me llevó a pensar que también por las mañanas pasaría por el mismo sitio para ir al colegio, y una vez comprobado que así era, le pedí a mi madre que la esperásemos para ir con ella. Se sorprendió muy gratamente de vernos en la puerta y claro que se ofreció  a acompañarnos.  Desde ese día me sentía el niño más grande del mundo por tener esa oportunidad de poder vivir otros momentos diferentes junto a ella fuera de la escuela, y poder contarle mis cosas, mis sueños, mis fantasías, mientras ella me respondía con tanta dulzura que no quería que estos momentos durasen tan poco tiempo, como el que transcurría de mi casa a la escuela, que era un lapso muy corto.  

 

Fueron pasando los días y uno de ellos, mi Seño se fijó que en una de las ventanas de mi casa, que entre las macetas había una de ellas que tenía claveles muy bonitos y me comentó que era su flor preferida. Buena cosa me había dicho, para que yo a partir de ese día le llevara siempre que podía un clavel de esa maceta que desde ese día yo cuidaba como lo más importante de mi casa, y muy a pesar de las risas de mis hermanos.

 

Pasaban los días y la demostración de cariño que yo profesaba a mi profesora iba creciendo, y ella lo asumía como algo natural de un niño muy extrovertido y simpático, al que se le podía seguir el juego del niño que se enamora de su profesora, pero ni ella ni mis padres repararon en que en este niño se iba creando un sentimiento muy importante y fuera de los límites de su  edad, y peor, dejaron que yo me hiciera ilusiones de que este amor sería para toda la vida, llegando a tener tanta confianza con ella como para decirle que yo me quería casar con ella, y Esta mujer tan bonita, siguiéndome el rollo, no quería decirme que no, máxime viendo como yo cada día me esforzaba más y más en estudiar, para hacer ver a todos los que me rodeaban, que yo era el más inteligente, el “más mayor”, pues ya había llegado el momento en que todos en el cole, incluyendo a los profesores, se hicieron eco de aquel fenómeno psicológico, de que un niño de cinco años se había enamorado de la Señorita Rosarito, y de que cuando fuera mayor, se casaría con ella.

 

Para todo el mundo, mi enamoramiento ya era parte intrínseca de la vida escolar, asumiéndose como parte cotidiana del sistema, al extremo de que una vez acabado el curso escolar, los alumnos tendrían que pasar de grado y por tanto cambiar de aula. Mi oposición fue tan fuerte que la dirección del colegio, a la vista de que yo me negaba a dejar a mi Seño, a la que pedía llorando quedarme en su clase y repetir el curso, tuvo que hablar con mis padres. El problema llegó a tal nivel, que mis padres intervinieron para sacarme del colegio, y yo, con una madurez fuera de la que me correspondía, hice la propuesta de que me dejaran en la misma clase, pero que la Seño me diera a mí las asignaturas del curso superior, que yo prometía que me iba a portar muy bien para no darle mucho trabajo. El tema lo sopesaron en el claustro de dirección y terminaron por hacer este “experimento” fuera de todo criterio de enseñanza, sin pensar en las consecuencias que me podría suponer a futuro.

 

Comenzó el nuevo curso, y yo lo inicié ocupando un lateral de la misma mesa de mi profesora, que al tiempo que seguía mi enseñanza del grupo superior, también me utilizaba como ayudante de sus clases para resolver temas que lógicamente ya sabía y había superado en el año anterior.

 

Pasaban los días y los meses en este tándem peculiar, en el que yo crecía a un nivel que no me correspondía, sin ser consciente de que tenía un plazo de caducidad. Eran días maravillosos para mí, que los vivía en los momentos de cada día,  cotidianamente y también en los acontecimientos extraordinarios como fiestas, y sobre todo,  los relacionados con la celebración del santo y cumpleaños de mi Seño, en los que yo convencía a mi madre para comprarle los regalos especiales, y la persuadía después de que me tenían que acompañar a su casa para llevarlos cual fiel enamorado, y así nos poníamos de acuerdo para ir al centro de Granada, donde mi madre compraba el regalo, y yo acompañado de mi hermana Pepita subía al tercer piso de la casa donde vivía mi Señorita Rosarito, mientras mi madre se quedaba en la acera de la calle, pidiendo que bajáramos pronto. Pero, ¡Los milagros que tenía que hacer mi hermana, para arrancarme de la silla donde me sentaba para hablar como un viejo con la madre y la hermana de mi Seño, que sabían que yo “era el alumno-novio y que cuando fuera mayor que ella nos casaríamos”!  No tenía noción del tiempo que mi madre, la pobre, esperaba en la calle.

 

Los meses pasaban con la mayor tranquilidad, y ese “numerito del alumno- novio”, se hizo cotidiano y se vivía con la mayor naturalidad, pero me creaba la responsabilidad de estudiar por encima de mis posibilidades y mi edad, cosa que me hacía muy feliz.  Me llevaba deberes a casa al igual que mi hermano, y que mi padre todas las tardes, nos ayudaba obligándonos a realizar una especie de campeonato diario entre los dos, para comprobar quién era más aplicado. Esta pedagogía, si entonces me gustaba, con el paso del tiempo, la valoro como  desacertada…

 

Volver cada día a mi clase, en la que me veía superior a todos los compañeros que estaban en el nivel que les correspondía, pude ver con el paso del tiempo   me estaba creando una situación de superioridad falsa y dañina, a la que se le dio un estatus de normalidad en un programa académico. En mi caso se comprobaba que yo estaba superando el coeficiente de inteligencia que le correspondía a mi edad, circunstancias que a mí me hacía sentir cómodo y orgulloso, alimentando los que hoy llamaríamos el Ego. Este hecho estaba creando un modelo de estudiante que en aquellas circunstancias y también por los planes de enseñanza, no podían prosperar sin causar a futuro un grave desequilibrio al joven que no encontraría posibilidad de sentirse integrado dentro del sistema educativo. El claustro de profesores ya refería que estos niños “Monstruitos” terminaban como los edificios que se construyen sin cimentación…

 

En estos momentos de mi vorágine, en los que a pesar de mi edad yo tenía cada día más asumido que mi Profe me había prometido esperar para casarse conmigo, yo estudiaba sentado con ella en su mesa y que en varias ocasiones circunstancialmente yo le sustituía cuando ella tenía que realizar algún imprevisto.  Sobre su mesa por lo general siempre lucía un clavel rojo, que yo le traía y al que llamábamos “reventón” por su exuberante tamaño y olor, y todo gracias a los cuidados de las macetas de mi madre, que se vio obligada a comprar más macetas, para poder tener la producción de mi exigencia.

 

Insisto en el hecho de haberme enamorado con la pureza que dan los sentimientos que crecen en el corazón limpio de un niño, que fuerza el crecimiento de su cerebro para ponerlo en consonancia con aquella falsa realidad a la que no le ve límites porque no tiene capacidad para planteárselos. Estaba viviendo en un castillo de sueños de cartón, que cada día construía para vivir con mi princesa amada, sin pensar que jamás este castillo se pudiera caer…

 

Llegó ese día cuando menos lo esperaba, y se produjo unos días antes del verano de ese año, cuando uno de los profesores entró por la mañana a nuestra clase, para decirnos que la Señorita Rosarito vendría más tarde para despedirse ya que se iba de vacaciones. Mi primera reacción fue la de decir al profesor, que a mí la Seño, no me lo había dicho, a lo que él me contestó que no tenía por qué decírmelo a mí, para a continuación pedirme que me desplazara de mi sitio en la mesa. Le contesté: vale, pero en cuanto venga la Señorita Rosarito, volveré a mi puesto.

 

Pasaron tres eternas horas más o menos, para mí se hacía insoportable la espera de mi bonita Seño.

 

De repente en medio de la clase que ya estaba dando el profesor sustituto, se abrió la puerta del aula y apareció mi Seño, super cambiada. Tenía un abrigo de piel elegantísimo y un tocado en su cabeza que le resaltaba, y a mí me molestaba porque la veía muy distante de la profesora con la que tenía tanta complicidad. También llevaba puestos unos tacones altos que nunca antes se los había visto. Todos los niños se levantaron para ver lo elegante que estaba, menos yo, que me quedé sentado, pensando que estaba sufriendo una pesadilla. Esta imagen no podía ser real, yo estaba viendo visiones, y lo peor era que no me miraba a mí. A este momento tremendo para mí, le sucedió inmediatamente uno peor cuando ella dijo en voz alta: Javier, ya puedes pasar. ¿Quién era Javier y qué hacía con ella? Le faltó tiempo para presentarlo como su novio y futuro marido, y contar que aprovechaban los días previos a las vacaciones para casarse, que se sentía muy feliz, y por ello lo quería compartir con todos sus alumnos. Yo en ese preciso instante deseaba morirme, salir de aquella tumultuosa clase pero sin que me viera nadie, y cuando tuve un momento de valor  intenté escapar, esperando que no me viera nadie, pero fue la propia Señorita Rosarito que dando un salto consiguió cogerme de un brazo, mientras yo me resistía al tiempo que se me agolpaban miles de posibilidades  para salir de aquel infierno artificial que se había creado en mi cerebro y en todo el espacio que hasta unas horas antes yo dominaba, pero en esa batalla con mis pensamientos y el orgullo que acudió en mi auxilio, me deje presentar ante aquel personaje alto y trajeado y feo que iba a secuestrar a mi novia y seguro que mediante engaños. Todos estos pensamientos atormentados pasaban en fragmentos de minutos, pero el que se imponía sobre los demás era el de mi orgullo que no debería quedar humillado delante de tantos compañeros, y sobre todo ante este fantasma que se había aparecido, que aunque inocente a todas luces, para mí era el mayor enemigo, mientras no podía discernir que la auténtica enemiga era mi Señorita Rosarito, que había prometido que me esperaría a que yo fuera grande para casarse conmigo.

 

Este primer tormento que estaba viviendo tomó una pausa cuando mi Seño Rosarito sin soltarme el brazo me llevó al centro de la tarima donde estaba su prometido, y me presentó como su alumno número uno, al que agradecía tanta ayuda, y que además es este niño del que te hablaba que me traía los claveles de su casa. Yo en ese momento me sentía el ser más humillado e incluso más pequeño de estatura al lado de su prometido, que ya me había cogido por los hombros dándome las gracias. En ese momento, ella aprovechó para recordarle a su novio “oficial”, que yo era ese novio de la escuela que tantas veces le decía, y que cuando de las vacaciones, volvería a ser su novio de la escuela.

 

Nunca pude agradecer tanto una salida así delante de todos mis compañeros, dentro de mi tormentosa humillación. Se despidió de mí pidiéndome que cuidara mucho las macetas de claveles para su vuelta.

 

Esta experiencia que viví en una edad tan infantil me ha servido para poner freno a mi imaginación, investigar y valorar en su medida cualquier circunstancia que me rodee, sin dejarme engañar jamás por las apariencias, y más que nada, por las falsas promesas. Y por encima de todo, no engañar nunca a los niños y hacerles crear falsas expectativas en unas mentes tan sumamente valiosas limpias y sensibles.

 

Alumno:

Manuel Saavedra López

RELATO DEL TALLER DE:
Taller de Autobiografía

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Esta entrada tiene 2 comentarios

  1. Manuel Saavedra López

    Ha sido un placer haber asistido y realizado este curso de «Autobiografia» tambien que que se halla publicado en el Blog del Taller: Yo quiero escribir.
    Un saludo muy afectuoso para la Dirección, profesores y Asesores
    Manuel Saavedra López

  2. Adela

    Gracias a ti Manuel. Has sido ejemplo de esfuerzo y dedicación al curso y al final los resultados son evidentes. Un saludo. Adela

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