SESIÓN CONTINUA – Olga Palombi Sesma
Por Olga Palombi Sesma
—¿Por qué vienen a preguntarme a mí sobre esto?
La pitonisa lo dice muy seriamente y las dos hermanas se quedan sin saber qué responder.
—Tu hija te lo podrá decir. Esa niña tiene una intuición superdotada.
Juana y Consuelo se miran estupefactas.
—¿Mi hija? —pregunta Juana sorprendida.
—La mayor, la que habéis traído aquí algunos días. Ella os puede decir más que yo. Y que conste que con esto pierdo clientes.
—Pero…
—Vamos a ver a la niña —la interrumpe Consuelo— y comprobemos si nos dice algo que tenga sentido. Si no, pues volvemos.
—No hará falta.
La pitonisa se levanta y les da la espalda. Juana no entiende nada pero guarda silencio al ver el entusiasmo con el que su hermana baja las escaleras. Parece convencida de que su sobrina le resolverá las dudas que ahora mismo la tienen en un sinvivir, así que toma la mano de su hermana para que acelere el paso. Caminan rápido por los innumerables pasillos de aquella casa corrala llena de hileras de puertas. Sus tacones resuenan en el suelo de losa y todos los patios interiores parecen ser testigos de su inquietud. Se oyen los sonidos de los hogares que hay tras esas puertas. Algunas vecinas cuelgan la ropa en los tendederos que cruzan de una parte a otra el patio y las miran pasar. Se conocen casi todos en este peculiar edificio. Llegan a la puerta que está al final de uno de esos pasillos. Abren y encuentran a la señora Sebastiana, la huésped que ahora vive con ellas, cosiendo sentada en la entrada, que también forma parte del salón. La casa dispone de dos cuartos pequeños, una cocina y un baño sin bañera ni ducha. Las dos niñas están sentadas en el suelo y miran a las dos mujeres que acaban de llegar. Consuelo no pierde el tiempo, decidida a resolver sus dudas, y no le importa tener de testigo a aquella mujer gris que les acompaña. Confía en su discreción.
—Joaquinita, te tenemos que preguntar algo.
La pequeña lleva en brazos un gatito blanco y negro que acaricia despacio.
—Deja el gato y siéntate aquí con nosotras —le indica su madre.
Ella, obediente, deja a su gatito en el suelo y se sienta en una de las tres sillas que componen la modestísima estancia.
—A ver, necesitamos que te concentres. Ahora eres nuestra pitonisa. Adela nos ha encargado que te preguntemos a ti. Verás, Alfredo está con una mujer y me gustaría saber dónde puedo encontrarla.
La niña se queda mirándolas y se pone a pensar. Ya había oído antes que su tía tenía celos. Es muy observadora y cuando mira a las personas parece traspasarlas y descubrir sus secretos más ocultos. Se hizo un silencio y todas las mujeres miran a la cría con atención.
—Pues yo veo una mujer.
—¿Dónde? — le increpa su tía.
—Veo algo parecido a un monte, sí, un monte…
—¿Un monte?
—Veo un monte y un animal…
—¿Qué animal?
—No sé… creo que un león.
—¡La calle Monteleón! Lo sabía.
Consuelo está nerviosa por lo que acaba de averiguar, pero Juana se queda pensativa y no dice nada mientras mira sorprendida a su hija. En ese momento la otra pequeña empieza a hablar.
—Menudo lío, mamá. A Joaquina le ha dado por decir que tenemos una casa llena de sofás y de cuadros. Y se lo ha dicho a Rosita, que ella sí tiene una casa muy bonita y con muebles. ¡A ella! ¡Y le ha dicho que venga mañana a jugar aquí!
Juana vuelve a mirar a su hija y no dice nada. La niña reacciona.
—Yo arreglaré la casa mañana —afirma desafiante y con rabia en sus palabras.
Después se va al cuarto que comparte con su hermana y con su madre. Consuelo sale a toda prisa. Juana se queda en casa, ya ha tenido suficiente aventura por hoy y mañana madruga para ir a trabajar al hotel. Aún tiene que preparar algo de cena en aquella cocina de carbón para la señora Sebastiana y las niñas. Gracias a lo que paga por la habitación, pueden vivir algo mejor. Mientras cocina no puede evitar pensar si este mes por fin pasará la pensión su marido.
Al día siguiente, las dos pequeñas, que apenas se llevan dos años de diferencia, se quedan solas en casa mientras Juana trabaja. Les gusta salir a la calle a esperar a su madre pero como hace frío deciden acercarse a la boca del metro. Allí está Paquita la taquillera, que le da pena ver a estas criaturas en el frío esperando en la calle. Conoce a Juana y a las niñas porque las ha visto pasar alguna vez, así que decide llamarlas.
—¡Niñas! Venid dentro que tendréis frío.
—¡Gracias! —responde Matilde con una sonrisa.
Joaquina mientras tanto lo observa todo. Siente curiosidad por el puesto de trabajo de Paquita pero no ve nada interesante.
—¿Os gusta el cine?
Esa pregunta llama la atención de la niña.
—¡Mucho!
—Pues tengo una amiga que se llama Lola y que está en la taquilla del cine de esta misma calle. Si le lleváis este paquete de mi parte, seguro que os deja pasar.
Joaquina apenas puede creer la suerte que tiene. Cogen el paquete y las dos caminan excitadas calle abajo hasta llegar al cine. Allí, Lola, una mujer entrada en años, les da las gracias y les deja pasar a una de las salas de sesión continua.
—Portaos bien o no podré dejaros entrar nunca más.
Joaquina no escucha ya esas palabras porque se ha quedado extasiada mirando la gran pantalla. Aunque la película ha empezado, ellas se sientan en las butacas y el mundo se paraliza a su alrededor, desapareciendo todo lo que le preocupa, le entristece o le da rabia. Ella se ha metido en aquella pantalla y en la historia que le cuenta. Ve la película empezar de nuevo y no le importa nada repetir. Su imaginación vuela muy alto y de repente ya no hay gachas, ni pan negro, ni ganas de tener una muñeca… Descubre que hay otro mundo muy parecido al que ella imagina cuando está sola o cuando se encierra a oscuras en cualquier trastero. Un rato después, la taquillera les avisa de que es tarde. Ellas preguntan la hora y se dan cuenta de que su madre estará a punto de llegar. Corren calle arriba hacia la boca del metro en donde saben que aparecerá. De repente, la ven subir las escaleras, se lanzan y se abrazan a sus piernas. Juana, agotada, les da palmadas en la cabeza y caminan hacia su casa que está situada enfrente del cuartel de artillería. Joaquina pasea esta vez por la corrala de puertas continuas y le parece que toda esa enorme barandilla que rodea los patios es como los negativos del carrete de la película que hoy ha visto varias veces. Quizá ella también pueda algún día inventar una historia de todo aquello que le rodea.
Al día siguiente, por la tarde, la niña Rosita llama a la puerta. Matilde está enfadada con su hermana pero poco puede ya hacer. Joaquina se ha empeñado en adornar la casa poniendo fotos del calendario de papel por las paredes a modo de cuadros, incluso les ha puesto un clavo. Y ha cubierto con trapos de cocina las únicas tres sillas de la sala. Rosita entra y se queda boquiabierta. Lo que ve no cuadra con lo que tan vehementemente y con tanta pasión le había asegurado Joaquina. Sin embargo, no comenta nada. Juega un rato y se va. Matilde le hace ver a su hermana la vergüenza que le ha hecho pasar pero a Joaquina eso ya le da igual. En realidad piensa que se ha salido con la suya demostrando que ellas no son menos que nadie. Tras la discusión, sólo tiene una obsesión: volver al cine, que es donde puede ser lo que quiera ser. Salen a la calle y se dirigen al metro a recoger como de costumbre el paquete para Lola. Todas las tardes hacen lo mismo. Y así es como Joaquina desarrolla ese amor por el cine que le acompañará hasta el fin de sus días. Eso explicará mucho tiempo después que no le importara repetir las películas que le gustan. Su niñez, de alguna manera, había sido una sesión continua en la que se refugiaba de lo que no le gustaba. Aquella sala de cine le ayudó a imaginar las cosas que quería hacer: cantar, bailar, convertirse en periodista o escritora. Allí vería clásicos como Cumbres borrascosas, que le impactará sobremanera y que le ayudará a despertar su interés por la literatura. Pero allí también se fraguará ese carácter melancólico y romántico de su personalidad.
Las dos vuelven a la boca del metro y Joaquina le dice a su madre:
—¿A que hoy te ha ocurrido algo muy divertido en el trabajo?
—¿A qué te refieres?
—A algo que te ha hecho reír mucho.
Juana se queda paralizada al recordar de repente que se le había manchado la ropa y que había ido a limpiarse al baño y casi se mete en el de hombres, y ella y una compañera se habían estado riendo un buen rato del error. De nuevo mira a su hija pensativa y se calla. Al salir del metro le asalta el recuerdo de las veces que tuvieron que refugiarse de las bombas en esa misma estación. Joaquinita era muy pequeña y metía sus deditos en los ojos de la gente y la alegría de aquel bebé parecía hacer olvidar el sonido de las explosiones. Caminan hacia la casa, las niñas contentas de estar con ella y ella satisfecha de que un día más ha conseguido seguir adelante.
Las tres entran en el portal del edificio y les saluda una de las vecinas, que va acompañada de su hijo Emilio, un joven alto y atractivo. Él se va enseguida y las mujeres continúan hablando animadamente. Al rato se oye un estruendo y unos gritos. Viene un hombre corriendo desde el fondo del edificio y grita desesperado. Joaquina no entiende qué ha pasado. Sólo unos días después oye decir que han atropellado a Emilio unos hombres que le estaban esperando en el callejón. La madre, entre sollozos, comenta a Juana en el pasillo:
—Me lo han matado, me lo han matado…
Juana asiente con la cabeza e intenta consolar a la madre. Joaquina recuerda a la perfección la escena del chico despidiéndose de ellas y sufre al ver el contraste de lo que ahora observa: la desesperación y dolor de una madre que se ha quedado sola de una manera tan violenta. Una madre que además no puede reclamar justicia. Y siente rabia, mucha rabia. Y esta vez no puede esconderse. Este episodio se le quedaría grabado por injusto, bárbaro y sinrazón. Y entonces, con la imaginación, vuelve a sus películas y las proyecta en su mente una y otra vez en un intento por aislarse de un mundo que con frecuencia le muestra su lado más cruel.
Matilde le ha contado a su madre lo de la visita de Rosita. Juana le dice a Joaqui:
—¿Cómo se te ocurre? Pareces Antoñita la Fantástica
Joaqui no contesta. La palabra fantástica le parece bien. Mejor que pitonisa. El presente y el futuro que logra ver no le satisfacen. Sí, Antoñita La Fantástica le parece mucho mejor.
RELATO DEL TALLER DE:
Taller de Escritura CreativaDeja una respuesta
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07/10/2024
Me ha gusta mucho. Felicidades