TEMOR DE DIOS – Ruth Arenas Mata

Por Ruth Arenas Mata

Escuchaba el sonido de sus pasos rítmicos al correr: “paf-paf, paf-paf pero, antes de que pudiese abrir los ojos, se dio cuenta de que el sonido cambiaba a un “clon-clon, clon-clon” que tardó unos segundos en identificar como el goteo de algún grifo cercano. Su vista se acostumbró con dificultad a la oscuridad que le rodeaba. No estaba trotando tranquila por el parque. De algún modo había aparecido en aquella habitación sin ventanas. Una tenue luz roja en el techo apenas daba forma a las sombras. Vio sus piernas, estaba sentada sobre una silla. Aún llevaba los pantalones cortos. A su lado una pequeña cama, más bien un catre. Frente a ella un desconocido la miraba con interés.

Vestía con mocasines y pantalones de pinzas. Una camisa clara, pero no podía distinguir el color real. En la muñeca un reloj que atufaba a imitación y una alianza sencilla en los dedos regordetes. El rostro redondo. No gordo, solamente fofo. Mejillas blandas, cejas poco pobladas, ojos de ratón tras gafas de montura al aire y el pelo escaso peinado con la raya a la derecha en un intento de ocupar los huecos que dejaba la más que incipiente calva. Ni siquiera era una calva digna con entradas, sino de esas que van despoblando la cabeza uniformemente dejando pelitos de bebé.

– ¡Joder! – pensó ella – Me ha venido a secuestrar un vendedor de aspiradoras a domicilio.
– Buenos días, Bella durmiente – su voz era demasiado aguda. Ni en eso acertaba el hombre. Se imaginó las veces que le habían dado calabazas en el instituto a aquel perdedor. La sonrisa estúpida que se dibujó en la cara de él le dio náuseas. El hecho de que le mostrase la cara le decía que no pensaba dejarle ninguna oportunidad de salir de allí con vida.
– ¿Quién eres?
– ¡Tu primera pregunta! Soy tu anfitrión durante unos días. Espero que disfrutes de tu estancia en mi humilde morada.
Las muñecas, atadas a la espalda, le dolían. Trató de recordar. Había salido, como cada tarde, a correr sola tras trabajar. Una furgoneta blanca sin marcas de ningún tipo junto al sendero había llamado su atención durante el entrenamiento. Después, nada más.
– ¿Me has secuestrado?
– ¡Buena segunda pregunta! – los dedos como salchichas temblaban al aire mientras gesticulaba emocionado. Le hizo recordar, no sabía por qué, a aquel duende del cuento, Rumpestinki – Bueno, podríamos decirlo así. Yo, más bien, creo que te he salvado.
Se retorció, intentando soltarse. La sonrisa estúpida se acentuó en la cara del tipo, la expresión, aún en las tinieblas, parecía ansiar algo. “Quiere verte con miedo, eso es lo que disfruta. Natalia, tienes que tener miedo”. Así que lloró y suplicó:
– Por favor, por favor. Tengo miedo. Suéltame al menos las manos, me duelen las muñecas. Y me hago pis.
– ¡Claro, claro! ¡Que no se diga que no soy un caballero! -con un trapo sucio que cogió de encima de la cama le limpió los mocos y las lágrimas antes de soltarla. A ella el trapo le olió a sangre seca- Ya no hay caballeros como los de antes, ¿verdad? Por supuesto, tampoco hay damas como las de antes. El mundo está… desorganizado. Mírate tú: corriendo sola, sin temor de Dios, en paños menores por el campo. Eso antes no pasaba y las cosas iban mejor. Las familias eran más estables, a las mujeres no se les ocurría dejar a sus maridos a las primeras de cambio y los niños crecían más felices ¿No crees? -ella asintió con la cabeza sin dejar de hacer pucheros. Se acarició las manos doloridas, ya libres- Por eso estás aquí, si te soy sincero. Te diré un secreto: algunos hombres especiales, algunos de nosotros, tenemos la misión divina de volver a instaurar el miedo, el temor de Dios. Somos “pastores de almas”. Cuando acabe contigo, ya verás, me agradecerás el haberte salvado.
Dejó la toalla sobre la cama y acarició el pelo de Natalia. Ella se encogió como un cachorrito asustado en la silla.
– Te dejo aquí para que pienses en las cosas que te he dicho. Te he preparado un bocadillo y una botella de agua -señaló a la esquina de la habitación, donde podía ver una bandeja con comida- y un poco de lectura -le entregó un libro grueso, una biblia con encuadernado de cuero y letras en oro- Volveré en un rato, pero no olvides que Dios siempre vigila —señaló al techo, donde una lucecita parpadeante desvelaba la presencia de una cámara.
Cuando se quedó sola Natalia se descalzó. Liberó los pies de sus calcetines técnicos, elásticos, compresivos y más caros de lo imaginable que usaba para correr- y se dirigió a la esquina donde estaba su cena, sollozando de la manera más ruidosa que pudo. Colocó la espalda hacia la cámara mientras comía. Con las plantas de los pies notó el suelo arenoso: ¿Era aquello un sótano? En todo caso, no estaba asfaltado. Pensó en las noticias de los últimos meses: dos mujeres asesinadas en Castellón, una secuestrada cuando volvía del gimnasio, otra cuando fue a correr. Pontevedra, otras dos mujeres cuando volvía una de una reunión de trabajo (era CEO de una Startup) y la otra de la Playa de Loira, donde había pasado la tarde sola tras una ruptura de pareja. Todo el mundo pensó en el ex, pero las características del asesinato -fustigada hasta morir, los ojos enucleados y la lengua cortada- eran ya características del primer asesino en serie en España en muchas décadas. Luego fue Calpe, Alicante, Murcia, Sevilla… Siempre mujeres solitarias. Hasta que empezaron a caer también hombres en un cambio de objetivo sorprendente en un asesino de esas características… Salvo que no era uno. Ya sabía que eran al menos dos.
En sus años en el cuerpo de la policía nacional no era la primera vez que veía su vida en peligro, pero siempre por enfrentamientos buscados con criminales, nunca como víctima. Ni siquiera la habían usado nunca como cebo o topo, aunque no le habría importado. El sujeto no sabía quién era ella, la consideraba una víctima fácil y Natalia sabía que este error por parte del tipo era su mejor baza para sobrevivir. Discretamente comenzó a introducir cada guijarro del suelo medianamente grande que encontraba en su calcetín. Al acabar de comer colocó la bandeja frente a la puerta con el plato apoyado en vertical sobre la hoja, de manera que cuando su secuestrador abriese el ruido necesariamente la despertase. Exploró la habitación y encontró la puerta del baño. Allí un pequeño retrete, un lavabo y un espejo “No puede ser tan estúpido…” Miró a su alrededor: en el techo, en una esquina, una pequeña cámara camuflada “Así que este cerdo quiere verme mear. En todo caso, usar el espejo como arma no va a ser una opción si el vendedor de Tuppers este me ve romperlo”. Se sentó a orinar interpretando su papel de damisela aterrorizada con toda la intensidad y ruido del que fue capaz mientras escondía con su cuerpo el calcetín, ahora lleno de piedrecillas. Después se acostó en la cama y se tapó con la sábana raída. Sus ojos, ya acostumbrados a la tenue luz roja, midieron una vez más la habitación antes de cerrarse. El calcetín, hecho un nudo, entre sus muslos. Mentalmente ensayó los movimientos necesarios para usarlo como arma improvisada
A la mañana siguiente el ruido de la bandeja la despertó. Su secuestrador miró el montaje que había hecho:
– ¡Chica lista! ¡Te has preparado un despertador! Mira, te traigo el desayuno. ¿Has leído algo? Parece que no -miró con desaprobación la biblia en el suelo-. Debes ser una de esas ateas locas, ¿no es así? Pero hoy, hoy vas a creer de verdad.
Natalia se incorporó en el catre.
– ¿Sabes ya quién soy? Seguro que me has visto en las noticias.
-Creo… creo que sí.
-Sabes entonces lo que te espera. Un camino de redención a través del dolor. Aun así, tienes suerte de que no te haya pillado el otro. Es mucho más duro que yo.
– ¿El otro? ¿Un amigo?
– ¡No! Aunque me gustaría. Un compañero admirado. Empezó poco después que yo, pero con el mismo método de trabajo. Solo que él decidió que los hombres también, algunos, merecían la redención. Eso me abrió mucho los ojos. Un hombre es mucho más difícil, ¿Sabes? Son más fuertes, claro. Además, saben pelear muchos de ellos. Yo llevo 14 salvaciones, él lleva 5. No va mal, es creativo. Me gusta su trabajo. Ha copiado mi técnica en muchas cosas, desde luego. Pero también innova. Y, al igual que yo, va a ser imposible de pillar. Estoy seguro de que la policía está tratando de encontrar dónde vivimos, cuál es nuestro entorno. Tendrán una pizarra con hilos rojos y un mapa de los que salen en televisión. Pero no me van a localizar ¿Sabes por qué? -Se enderezó, orgulloso como un pavo que no sabe que se acerca la navidad- Nunca actúo más de dos veces en una ciudad. Y hace falta conocer muy bien una región para poder secuestrar a alguien en ella. Además de tener, por supuesto, un local adecuado donde llevar a cabo mi obra. ¿Sabes cómo lo hago?
Movió la cabeza, llorando, sin dejar de mirarle a la cara, tratando de parecer un perrito asustado.
– ¡Inversión inmobiliaria, querida! Ni siquiera es mi dinero: trabajo para una plataforma online en la que pequeños inversores, cientos de ellos, colaboran para comprar propiedades y reformar o construir. Ninguno me ha visto nunca la cara. Tenemos propiedades por todo el territorio y, claro, para llegar a esto hay que patearse las ciudades. Ese es mi papel: estudio el terreno, los barrios, colegios cercanos, comercios…, todo. Y siempre tengo un lugar ideal: un sótano, un garaje o incluso un cómodo apartamento en un bloque vacío donde ejercer mi función divina. ¿No es perfecto? ¡Y la policía no tiene ni idea! Ven querida, esto es para ti -sacó unas esposas del bolsillo-. Vamos a empezar a jugar -se acercó a la cama. Cerca, más cerca. Natalia contuvo la respiración hasta que la cabeza de él estuvo a centímetros de su cara. Se echó hacia atrás un poco, simulando miedo, y sacó el calcetín lleno de piedras de entre sus muslos para, con un movimiento rápido y certero, golpear en la nuca a su secuestrador. Una vez, otra, otra.
El “clon, clon, clon, clon” del grifo fue lo que le despertó. Tenía que arreglar cuanto antes ese goteo exasperante. Abrió los ojos. Le habían colocado los brazos en una postura forzada, esposados a su espalda. Frente a él estaba la chica sentada en la silla, a horcajadas con los brazos apoyados sobre el respaldo, pasando de manera distraída las páginas de la biblia.
– ¡Buenos días, bello durmiente!
Intentó incorporarse, pero el fuerte impacto del canto de la biblia en la mandíbula lo detuvo.
– ¡Vamos a portarnos bien! ¿De acuerdo? A fin de cuentas, estoy aquí para cumplir tus fantasías. ¿Te lo imaginas? ¡Voy a cumplir tus deseos!
– ¿De qué hablas, zorra loca?
– ¡Oh!, querido Gabriel —no recordaba haberle dicho su nombre—. ¡Has sido tan predecible! ¿De verdad piensas que la policía es tan tonta? Esos hilitos rojos de los que hablabas cada vez estaban más cerca de ti. Te iban a pillar. Y, si te pillan… bueno, entonces se acaba el juego.
– ¿Qué juego?
-Tranquilo, tranquilo. Todo llega. –Se introduce con parsimonia un mechón rebelde detrás de la oreja- Te he estado observando, Gabriel. Desde hace bastante. Tú pensabas que me observabas a mí durante esta última semana, pero fue… ¿Cómo decirlo? Un cepo.
– ¿Eres poli? ¿Me habéis pillado?
– Sí… y no. Tengo que agradecerte, estimado amigo, ciertos placeres que me has descubierto. Sin embargo, al conocerte he de admitir que has resultado un poco…, no sé, decepcionante. Te imaginé como un tipo alto y varonil que secuestraba a las mujeres con una mano mientras que con la otra se fumaba un Ducado. Pero, en vez de eso, eres un mierdecilla que solamente echa polvos pagando, tu mujer no te mira a la cara, tu hijo no te habla y pasas horas viendo porno online. ¿Ese es el camino de salvación del que hablas? ¿El de las pajas? ¡Eso es pecado! Mira, aquí lo dice: “Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios» (1 Corintios 10:31). Si no podemos dar gloria a Dios por algo, no debemos hacerlo. ¿Das gloria a Dios cuando te la cascas viendo páginas de niñas en pelotas?
– ¿Cómo sabes eso?
– Tengo mis recursos, querido. Tengo mis recursos. Tú y yo tenemos cosas en común, sí. Pero nuestros objetivos son distintos. Ambos queremos limpiar el pecado, pero definimos el pecado de manera distinta. Tú quieres que las mujeres “temamos a Dios”, yo quiero limpiar de basura, en la medida de mis posibilidades, a este mundo. Si, además, disfruto con ello… ¡Eso que me llevo!
– ¿Eres tú? –la incredulidad hizo que la voz desentonase con un gallo agudo
– Ya te dije que venía a satisfacer tus fantasías: querías conocer a tu “compañero admirado”. Pues aquí me tienes. La pena es que no podamos compartir demasiado tiempo. Te explico, Gabrielito. Ahora mismo mis colegas poli buscan a un tipo loco que empezó matando a chicas que consideraba “pecadoras” y siguió con “cabrones pedófilos y abusadores”. Seguramente porque habrá pasado algún trauma de infancia con un papá que le tocaba y una mamá que se iba de fiesta en vez de protegerlo. Pero, como te he dicho, te van a pillar. Y, si te pillan, solo tendrán que sumar dos más dos para llegar a mí. Así que, por desgracia, vas a tener que desaparecer. Vamos amigo. Tengo que enseñarte las técnicas que he innovado en mi proceso de salvación de almas. Quiero que lo veas, así que los ojos serán lo último.

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