THE AWAKENED LADY

Por Elvira Patón Marcos

Hospital Bloomfield; Hospital Mental de Orange

Forest Road, Ciudad de Orange, Nueva Gales del Sur, Australia

26, marzo, 2015

 

Tal vez las noches sin dormir comenzaban a pasarme factura, o tal vez solo era el agotamiento emocional que llevaba meses acarreando el que me tenía así de destruida.

Me sentía tan devastada, tan hundida, sin rumbo ni esperanza… No quedaba ya ningún lugar que pudiera llegar a considerar mi hogar o donde sentirme protegida y a salvo…

Cada rincón que mi alma conllevaba se sentía perdido, a la deriva de un mar infinito lleno de mis propios llantos.

Estaba en un punto donde me abrumaba mi propia existencia… ¿En serio podía habitar este mundo algún ser que se odiara a sí mismo tanto? ¿Cómo es que yo había llegado a ese punto? ¿Qué es lo que me había pasado para acabar así?

¿Dónde había quedado la niña alegre que jugaba con sus hermanos? ¿La que amaba ir a clase a aprender y jugar con sus amigos? ¿Dónde había quedado la adolescente llena de ambición que quería comerse el mundo y lograr tantas cosas? ¿Dónde había quedado la chica que no se dejaba amedrentar por los límites?

¿Dónde andará aquella que una vez creyó saber lo que era la felicidad? ¿La que creía haber alcanzado el éxtasis de la vida?

Cientos de preguntas pero ninguna respuesta.

Las luces se encendieron de golpe y el bloqueo de la puerta se retiró de manera automática como cada mañana, indicando que debíamos levantarnos e ir a desayunar.

Bostezando, me levanté de la incómoda cama y salí a paso perezoso de aquella andrajosa habitación.

En el pasillo esperaban los celadores, muy pocos nos saludaban, mientras otros se limitaban a mirar con recelo en absoluto silencio.

Yo solía quitar la mirada de los celadores, en parte por un mal hábito-como había insistido en decir la psicóloga del lugar-y en parte, porque sentía que debajo de toda esa indiferencia, ellos nos juzgaban y despreciaban.

¿Quiénes iban a querer a unos desdichados como nosotros? Ellos eran amables simplemente porque ese era su trabajo.

—Buenos días, Charlotte. ¿Vas a peinarte?

Emily, la única mujer entre todos aquellos celadores de este infierno en vida, se dirigió directamente a mi persona en cuanto puse un pie fuera de la habitación.

No obtuvo respuesta alguna de mi parte, como siempre.

Frunció el ceño después de haberme dado un rápido vistazo de arriba abajo.

—Te dije que no salieras sin zapatillas, cielo—usó un tono dulce, pero para mí era notorio que estaba cansada de decirlo—. No quisiera que enfermaras.

Eso sí que podíamos considerarlo una verdad. A ningún empleado de aquel lugar le interesaba que algún paciente enfermara, ya que eso implicaría más cuidados y medicamentos. ¿Y cómo iba a ser posible que les importáramos lo más mínimo para que gastaran un poco más de dinero en nosotros?

—Emily, quédate aquí con ella—Oliver, otro de los celadores, se colocó a nuestro lado—. Yo entraré a por sus zapatillas.

Sin esperar una respuesta, Oliver entró en la habitación que se me había asignado al llegar aquí. Ni siquiera podía considerar eso invasión de la intimidad, porque en aquel lugar, no existía tal cosa.

Una vez entrabas en este lugar, la privacidad era un privilegio al que debías renunciar obligatoriamente.

Tenía ya para entonces localizadas a la mayoría de las cámaras del edificio, sobre todo las de mi habitación.

Todo había empezado por la cada vez más creciente sensación de ser observada, la cual se había convertido en una insana obsesión de buscar aquellos artilugios.

—Aquí están—Oliver salió con mis zapatillas en mano—. Venga, te ayudo a ponértelas.

—Ya puedo yo.

Le quité las zapatillas de las manos, me agaché para ponérmelas.

—Vaya, si sabe hablar la mudita—comentó otro de los celadores que pasaba por allí.

Por la voz, seguramente era Jack. En los pocos meses que llevaba allí, casi era capaz de diferenciar las voces de todos, incluso de algunos pacientes. ¿Qué otra cosa podía hacer en aquel sitio con tanta vigilancia y sin nada que hacer?

Oliver rió ante la gracia, obviamente, porque la máscara de amables vigilantes no iba a permanecer eternamente.

—Jack, ve a hacer tu trabajo y déjala en paz—le regañó Emily.

Al enderezarme le dediqué una pequeña sonrisa de agradecimiento a Emily, quien miraba con reproche a los otros dos.

Ella se quedó sorprendida por mi gesto.

Si, señora. Sé sonreír y ser agradecida, aunque lo hagas por la única razón de que es tu trabajo, pensé en ese momento.

Dejando a los tres algo desconcertados, caminé por el pasillo hasta los baños, donde Joshua y Lachlan vigilaban a las pacientes que se aseaban.

En mi opinión, en aquella ala del psiquiátrico había demasiados celadores, pero quién era yo para juzgar la gestión de este lugar de poca monta.

—Buenos días, Lotte—me gustaba la forma en la que me llamaba—. ¿Dormiste bien? —preguntó Joshua, el cual quedó confuso ante la mirada de reproche de Lachlan.

Yo dejé escapar una sonrisa. Eran divertidos, para mí eran como un dúo cómico.

Tampoco culpaba a Joshua por sus, a veces, inoportunas preguntas, ya que llevaba apenas tres semanas aquí y no podía conocer bien cada caso. Era normal que no supiera que apenas si duermo unos cuantos minutos sueltos cada noche y que ni siquiera la medicación me ayuda a dormir.

—Char, tú ni caso al neandertal este—me encogí de hombros restándole importancia.

Cogí el pequeño neceser con mi número de habitación y fui a asearme.

—Venga, id acabando. Es hora de desayunar—Darel, que era enfermero exclusivo de esta zona, irrumpió en el baño—. Kate, deja de mirarte en el espejo, hay más personas que quieren asearse y no pueden porque ocupas un espacio.

Darel era un gran profesional, franco, pero que no hacía que sintiéramos que habíamos perdido nuestra humanidad como algunos celadores hacían.

Terminé de asearme rápidamente y salí del baño, donde Oliver, con una sonrisa socarrona, me indico con el brazo que continuara caminando.

A veces imaginaba que le golpeaba, pero no porque fuera yo una persona agresiva, sino porque él era muy prepotente y siempre iba con aires de superioridad. No me gustaba cómo trataba y hablaba a los pacientes. Lo último que necesitamos los pacientes de esta ala, es otro energúmeno que nos haga sentir inferiores.

Reprimí mis ganas de sacarle el dedo y caminé hasta el final del pasillo donde el celador Riley vigilaba la puerta.

Otro celador más esperaba en frente de esta, uno nuevo. En su chapa de identificación estaba grabado el nombre de Ethan.

—Buenos días, por la derecha por favor—me indicó.

Adorable, pensé con sarcasmo.

No creo que pasaran muchos días hasta que se cansara de decir esas mismas indicaciones y solo se limitara a vigilar con aburrimiento.

Observé en la otra dirección que me indicó y sonreí al ver que Lue empujaba la silla de ruedas con Coorain en esta.

Coorain era de las pocas personas con las que hablaba en este lugar. Era un señor mayor que aparte de padecer una depresión atípica, también sufría demencia.

—Buenos días, mi niña. ¿Hubo suerte esta noche?—me limité a darle una negativa con la cabeza—. Vaya, por Dios. Tal vez la terapia de hoy te sea útil.

—Seguro que sí, señor Smith. La señorita Johnson solo necesita algo más de tiempo, ¿verdad?

Coorain asintió enérgico ante las palabras de Lue.

Caminé al lado de ellos hasta el comedor, donde pude sentarme al lado de Coorain y desayuné oyendo sus historias de cuando era joven. Al acabar el desayuno, me tocaba ir con la psicóloga.

James fue el enfermero que se encargó de acompañarme a la consulta ese día. Pero me estaba llevando por un camino algo diferente.

— ¿A dónde me llevas?—le pregunté asustada.

Sentía como la ansiedad se apoderaba de mí.

—Ey, Charlotte, tranquila—James se paró delante de mí, pero sin invadir mi espacio personal—. Venga, respira hondo. No pasa nada malo, ¿vale? Solo te han cambiado de doctor.

Sé que creía que eso iba a calmarme, pero todo lo contrario, tener que hablar con otro desconocido nuevo de mis problemas no hacía que mi ansiedad disminuyera.

—Charlotte, en serio, no pasará nada. El doctor Turner es un buen profesional. Solo queremos ayudarte.

Observé sus pies tratando de controlar aquella incipiente ansiedad. Traté de poner en orden el descontrol en el que mis sentimientos se habían convertido.

— ¿Qué pasa, James? ¿Necesitas ayuda?—Darel apareció en mi campo de visión en aquel momento—. Charlotte…—en seguida entendió cuál era el problema.

—James, yo me encargo. Ve a buscar a Eerin, paciente 235, para la doctora Davies—James se alejó de mí y en su lugar Darel me tendió una mano—. Vamos, cielo. Todo estará bien, creemos que este cambio te favorecerá.

Mi ansiedad no disminuyó, pero asentí en su dirección, indicándole así que iría con él, pero que no cogería su mano.

Él dejó escapar una sonrisa e hizo un ademán con la mano para que caminara a su lado.

No tardamos más que un par de minutos que se me hicieron eternos.

Darel llamó a la puerta que tenía una placa que citaba ‘Dr. Liam W. Turner’.

—Adelante—una voz grave, pero tranquila, se escuchó al otro lado de la puerta.

Darel abrió esta y me hizo entrar junto a él, me retiró la silla que había delante del escritorio del doctor para que me sentara.

—Buenos días, Doctor Turner. Ella es Charlotte Johnson—comenzó hablando Darel—. Tiene algo de ansiedad provocada por este repentino cambio y no se siente cómoda tumbándose en el diván—le informó—. Si no le es molestia, me quedaré durante esta primera sesión, por su estabilidad.

El doctor Turner asintió y se quedó unos segundos mirándome.

—Buenos días, señorita Johnson. ¿Cómo se encuentra?

—Bien.

Él me miró con cara de póquer, supongo que pretendiendo ignorar el sarcasmo en mi respuesta.

—Necesito que seas honesta, señorita Johnson—me mantuve en silencio—. Señorita Johnson, estamos aquí para hablar. Es necesario que usted se abra a mí para llegar a la raíz del problema y ayudarla. Ni siquiera podemos recetarle ningún medicamento sin un diagnóstico claro.

Seguí manteniéndome en silencio, porque no había nada que decir y mucho menos quería estar medicada y perder mi raciocinio. No quería ser un zombi andante.

Estuvimos un buen rato en silencio, el cual rompió Darel.

—Doctor Turner, creo que debería dejarlo por hoy, tomarlo como una primera muestra de contacto donde ella sepa quien la tratará a partir de ahora.

El doctor Turner se frotó el puente de la nariz mientras dejaba salir un largo suspiro.

—Está bien, acompáñela a donde corresponda y organíceme una cita con la doctora Davies—comenzó a decir mientras tomaba notas en un cuaderno—. Quiero que usted, junto con los enfermeros y celadores que cuiden de ella asistan también. Nos vemos en la próxima sesión, señorita Johnson. Ha sido todo un placer.

Mentiroso, pensé.

—Vamos, Charlotte.

Asentí y me levanté de la silla sin mira al doctor, dando por finalizada la sesión más corta que había tenido. De cierta forma, agradecía que el doctor no me obligara a estar una hora en un silencio incómodo, como la doctora Davies llevaba meses haciendo.

—Tenga un buen día, doctor—Darel se despidió así y salió delante de mí de la consulta.

Caminamos en silencio hasta la sala de manualidades donde estaban todos reunidos pintando en hojas, pero cuando llegamos a la puerta, Darel me retuvo antes de dejarme entrar con los demás.

—Charlotte, algún día vas a tener que hablar con ellos. Hazlo por tu bienestar, por favor.

Y así, sin esperar una respuesta de mi parte, ya que sabía que no la habría, me abrió la puerta de la sala de manualidades y me dejó entrar para luego marcharse.

Y así pasó otro día en aquel angustioso lugar, donde no podías huir de los problemas.

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