TODA ELLA – Martina Gual Llorens

Por Martina Gual Llorens

Isabella llegaba en medio de la lluviosa noche a la escena del crimen. Odiaba los nuevos coches patrulla que les habían asignado, los asientos eran tan pequeños que era imposible que una persona que usara más de la talla 36 estuviera cómoda allí. Al final de la calle de la lujosa urbanización madrileña, La Moraleja, podía ver una espectacular casa cúbica de estilo modernísimo, con más cristales que paredes encima de una pequeña colina, con focos en el césped y una luz tenue que provenía del interior, y allí era a donde se dirigía. Al bajarse pudo notar cómo se le mojaban hasta los huesos, el temporal era horroroso, y los charcos reflejaban las luces de la ambulancia. Subiendo la cuesta de camino a la puerta , se iba encontrando compañeros uniformados y tapados con enormes chubasqueros negros, que les daban aspecto de secuaces de algún archienemigo de Batman, y a pesar de que eso a menudo le había hecho gracia, esta vez no. Ella iba de paisano, la habían sacado de la cama a llamadas hasta fundirle el teléfono, y eso no era bueno, algo muy malo debía haber pasado para que no pudieran esperar. Se había puesto vaqueros, camiseta blanca, deportivas, una blazer y había abandonado su apartamento en menos de 5 minutos. Enfilada hacia la puerta principal, se estaba mentalizando como hacía siempre antes de ver cualquier masacre, repitiendo su mantra.

-“Es solo trabajo. Ya no es una persona lo que me voy a encontrar, es un cuerpo sin vida. No lo conocías y no te afecta. Eres la mejor. Tienes un don y mil ojos. Hazlo por tí. Hazlo por la víctima. Hazlo por la gente que la quería. Todo aséptico y profesional.”

No eran siempre esas palabras, pero sí muy similares. Ella necesitaba deshumanizar a la víctima, de otra forma, hubiese sido imposible realizar ese trabajo y llegar a ser la mejor policía forense de su promoción. Tal vez ese fuese su secreto mejor guardado, comportarse como una carnicera, que no da valor ninguno al trozo de carne que tiene delante y maniobra con él como si de un artista alfarero se tratase, con arcilla entre sus manos que puede manejar con sutilidad y decisión.

La delicadeza con la que estaba amueblada la casa era… increíble. Aquello era obra de algún decorador o de alguien nacido para el interiorismo. Nada más entrar había un hall con un estante, y encima de este, que debería medir apenas 1 metro, unas 30 velas encendidas amontonadas una encima de la otra, formando un enorme bulto de cera, el cual iba chorreando y cayendo al suelo de madera. Ya se intuía un aire “chic neoyorkino” al tener paredes altas y de color blanco, estilo loft.

-Menos mal que has llegado, necesito ayuda. Y necesito tu ayuda -dijo la comisaria.
-Con la de veces que me has llamado, creo que habrás despertado hasta los vecinos. ¿Cuál es la situación?
-La situación es … que tienes que ver esto. Solo se me ocurre una palabra, y es “enigma”. No hay huellas, no hay sangre, no hay arma y no sabemos quién es la víctima.
-Pero, ¿cómo ha empezado todo esto? Ponme en contexto.
-Un compañero que se iba a casa se ha encontrado un sobre en las escaleras de acceso a la comisaría envuelto en plástico. Solo ponía esta dirección, y un número 4 con sangre. Hemos llamado al juez para que nos autorizara una entrada y registro del domicilio, y al llegar nos hemos encontrado todo este circo. Estamos revisando las cámaras de seguridad de la calle para ver si podemos captar la matrícula del coche desde el cual se ha lanzado la carta. Hasta entonces … no tenemos nada.
-Meu Deus – exclama Isabella, dejando salir su origen brasileño que lleva dentro. Esto es muy raro. Y por cierto, huele bien. Aquí han limpiado o alguien usa mucho perfume. Pero no huele a muert…
-Ven conmigo – le interrumpe la comisaria Clara.

Avanzan un par de metros por un pasillo austero sin muebles, de suelo oscuro de madera de wengue, y dejando el enorme salón a la izquierda, entran en una habitación en el lado derecho sin ventana. Allí dentro, en esa sala de unos 10metros cuadrados, Isabella se encuentra algo nunca visto por sus ojos. Una enorme estatua de un toro, de tono rojizo metalizado y brillante, situada de lado. La estatua está siendo analizada con polvos reveladores de huellas por agentes de la brigada científica, así que los rodean para ver qué les depara al otro lado. En el suelo, en medio de la habitación, envasado al vacío, se encuentra toda la pelvis de un hombre. Serrado por debajo del tronco y finalizando en la parte inferior de los glúteos. En la pared de enfrente, “El jardín de las delicias”, de El Bosco. El trozo humano tiene moretones y rojeces por todos lados, signos de tortura o apaleamiento reiterado.

-¿Las velas de la entrada son parte del ritual? -le preguntó la carioca a la que parecía estar al mando-. ¿O forma parte de la casa?
La comisaria levantó los hombros y torció el labio, en clara señal de no tener ni idea. A lo que añadió:

-Lo único que tenemos es el nombre de la inmobiliaria que vendió la casa. Nos lo ha facilitado un vecino curioso que se ha acercado al ver las luces de los servicios de emergencia. También alega que desde que se quitó el cartel de venta, jamás ha visto a nadie aquí.
-¿En serio tenemos un crimen de esta magnitud en este barrio y no tenemos nada? – Isabella no daba crédito. Lo palpable en todo esto es que es premeditado, evidentemente. No sé si se puede descartar crimen pasional. Un par de puñaladas sería comprensible, pero… este nivel de sadismo es inaudito.

En ese instante aparece en la escena una joven adquisición del cuerpo que estaba investigando la casa, en búsqueda de pruebas o alguna huella, y respetuosamente , pidiendo permiso y sin esperar respuesta, entra para anunciar :

-Señoras, el cuerpo no fue descuartizado aquí, no hay ni una gota de sangre en toda la casa- dijo con voz decepcionada.

Las dos se miran con ojos muy abiertos, incrédulas. La situación es más complicada por momentos.

-Ni siquiera en el baño? -pregunta la forense, insistiendo en algún margen de error.
-La casa está nueva de origen. Aquí no vive nadie. No hay sabanas en las camas, ni cepillos de dientes o peines. Nada de donde podamos sacar ADN. Ni siquiera en las velas de la entrada. Tienen restos de látex y un poco de talco,han sido colocadas con guantes.
-Perdona, ¿has dicho talco? -Isabella estaba intrigada.
-Sí, bueno -balbuceaba el joven ante las figuras de autoridad – los guantes, al ser puestos o quitados, sueltan el polvo que llevan dentro.
La forense ladea la cabeza mirándolo, y en tono inquisitivo le da una orden:
-Espero que no te suene raro lo que te voy a decir, pero si no hay huellas en la puerta de entrada y hay talco en el recibidor, quien haya estado aquí antes que nosotros, se ha quitado los guantes. Así que por favor, revisad centímetro a centímetro todo bien.
El aprendiz marcha con la buena nueva a informar a los que investigan el hala norte de la casa, para buscar en profundidad. Isabella comparte sus pensamientos con Clara la comisaria :
-Quien ha hecho esto quería ser partícipe, quiere ponernos a prueba y deseaba dejar su propia huella, y nunca mejor dicho. Ojalá el resultado de esto sea positivo.
La comisaria estaba en su propio mundo hundida en sus pensamientos y sin ninguna hipótesis, solo alcanzó a preguntar :
-¿Quién coño tiene una pintura del Bosco en una casa en la que no vive? -dijo con la mirada perdida. Y por cierto, sin seguridad ninguna. Joder Isabella, esto se nos escapa de las manos.
-Bueno querida, tenemos el caso resuelto del robo del cuadro del Museo Del Prado de hace un mes.
-Bien por eso pero, ¿quién? Es imposible que no haya acabado en el mercado negro o en algún anticuario-. La comisaria no dejaba de decir tacos. Se nota cuando alguien ha ido a un colegio religioso y le han prohibido decir insultos durante años, porque luego no para.
La forense miraba el cuadro tríptico, y por más que no supiera de arte, le parecía más que auténtico, a lo que añadió:

-Poneos en contacto con el museo, que manden a alguien a que certifique si esto es de verdad o no, pero que no se mueva de aquí. Evidentemente esto forma parte de algo, y debemos averiguar qué es.
-Afirmativo -dijo Clara. Ahora debemos ver cómo controlamos a la prensa. De momento diremos que hemos encontrado el cuadro y nos sumamos un tanto, no digamos nada del cuerpo hasta que no tengamos más info.
-Correcto. Y avísame cuando venga el especialista en arte, quiero estar aquí y que me ponga al día sobre ese pintor, qué significa todo esto y qué relación puede guardar con el cuerpo.
-Recibido. Y yo misma hablaré con el personal de seguridad de la pinacoteca, que me cuenten todo acerca del robo y qué saben. No sería la primera vez que uno de esos cachas sin cerebro está implicado en algo así. Así lo espero, la verdad. Tendremos un hilo del cual tirar.
Isabella se limitó a asentir mientras la miraba, y levantando la mano en gesto de despedida, sacó su libreta y boli y empezó a anotar todo lo visto. Sumergida en sus pensamientos sobre cómo era posible que todo aquello fuera tan hollywoodiense, y pensando en posibles móviles para entender la personalidad del asesino, la asaltó el nobel agente de los polvos de talco, aireando una bolsa minigrip ante sus ojos.

-¡Tenemos un pelo!

 

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