UN GRITO EN LA TORMENTA

Por Carolina Fernandez

A los ocho años, Sandra hizo un viaje con sus padres a una isla del Caribe donde había una de esas playas extensas, bordeadas de palmeras, de arena blanca y agua de color turquesa. Era como estar en el paraíso, pero el día en que debían regresar, su vuelo fue suspendido porque había llegado una tormenta tropical.

Estuvieron tres días recluidos en el hotel, sólo oían el ulular del viento y la lluvia tormentosa golpear los cristales de las ventanas. El tiempo parecía detenido y, sin un atisbo de sol, los días y las noches se confundían. Sandra tenía mucho miedo, pensaba que el sonido del viento enfurecido era como el grito de una mujer moribunda. Su madre le contó una historia para tranquilizarla. Le dijo que las tormentas eran mágicas, porque había un mundo que sólo existía durante la tormenta, regido por sus propias reglas y que al final siempre había un arcoíris. Aun así, Sandra seguía pensando que las tormentas eran aterradoras.

Transcurrieron trece años y hacía poco que Sandra se había mudado a un pequeño piso cerca del puerto. Lo compartía con Laura, su mejor amiga desde la universidad. Tenía dos habitaciones y estaba en una tercera planta sin ascensor.

Sandra dormía en la habitación principal, que daba al puerto. Se trataba de la habitación con el armario más grande, por lo que Laura solía dejar parte de su ropa de cama en ese armario. Sandra había puesto un pestillo en la puerta para que Laura no la despertara

Una mañana durante el desayuno, Laura leía el periódico en su tablet. Se acercaba una tormenta. Meteorología la describía como la peor tormenta en los últimos diez años. Se aconsejaba recoger cualquier objeto que pudiera quedar al aire libre y resguardar las ventanas, sobre todo en la zona portuaria.

Las primeras lluvias cayeron la noche del viernes. Sandra tomó una tila para conciliar el sueño. La infusión la adormeció, pero el ruido del viento y los truenos le recordaron la tormenta en el Caribe. A pesar del tiempo transcurrido, seguía sintiéndose nerviosa sólo con ver los relámpagos.

Finalmente, Sandra logró dormir, pero con un sueño ligero, así que se removió incómoda al escuchar el ruido de su puerta al abrirse. Lamentó en el acto no haber echado el pestillo. Escuchó claramente cómo el suelo crujía bajo los pies de su amiga, quien se acercaba al armario y lo abría. Era extraño, Laura, usualmente entraba de puntillas. Había algo más fuera de lo habitual: un extraño olor a vinagre.

Fuera, la tormenta recrudecía. Un fuerte trueno hizo temblar los cristales y justo en ese momento, Sandra escuchó un grito desgarrador a los pies de su cama. Intentó encender la lámpara de la mesilla, pero la habitación seguía en penumbra, seguramente se trataría de un apagón. El grito parecía no tener fin, Sandra se levantó de la cama como un resorte y salió corriendo hacia la puerta. Tiró del pomo con fuerza, pero éste no cedió. El pestillo estaba echado. Sandra descorrió el pestillo y salió corriendo hasta llegar a la habitación de Laura, que tenía la puerta entreabierta y al entrar vio a su amiga en la cama, parecía dormir. Seguía escuchando aquel alarido y no lograba pensar con claridad, supuso que alguien había entrado mientras dormían y aguijoneada por el miedo palpitante que sentía, pensó que debía actuar. No era momento de venirse abajo, tenía que despertar a Laura, salir de allí y pedir ayuda.

Sandra intentó encender la luz de la habitación, pero el interruptor no funcionó. Se acercó a la cama de Laura, estaba sorprendida de que siguiera dormida a pesar de aquel escándalo, intentó gritarle, pero no le salía la voz. Entonces, trató de tocarla, pero, aunque veía sus manos moverse en dirección a Laura, no sentía que la tocaba.

Sandra pensó que no podría despertarla y en ese momento notó que ya no escuchaba aquellos gritos horribles, así que se quedó muy quieta para prestar atención a los ruidos de su propia habitación. Le pareció escuchar algo, ya no sabía si se trataba de la tormenta que no amainaba, o de otra cosa, pero si un grito la había despertado debía de haber alguien más en el piso. No entendía lo que estaba pasando, pero sabía que tenía que hacer algo.

Sin pensárselo, salió corriendo en dirección a la pequeña cocina, quería hacerse con un cuchillo. La recorrió a tientas, tirando a su paso una botella de cristal con algún líquido en su interior que se hizo añicos al caer, vertiendo su contenido en la falda del camisón de Sandra y alrededor de sus pies. Un olor a vinagre se extendió por toda la cocina. Por fin, Sandra dio con su objetivo y consiguió coger uno de los cuchillos, el más grande de todos.

Todo ocurrió tan rápido que ni siquiera sintió el dolor punzante en el pie al pisar un cristal roto, que afortunadamente no le quedó incrustado. Ahora tenía que regresar a su habitación y reducir a la intrusa, porque estaba convencida de que se trataba de una mujer.

Sandra volvió a su habitación, cojeando del pie derecho. La puerta, para su sorpresa, estaba cerrada. La abrió despacio, vacilante, un relámpago alumbró la habitación por un momento y vio que no había nadie, sólo se escuchaba la terrible tormenta de fuera. Entró en la habitación y se acercó al armario, sosteniendo el cuchillo en alto. Abrió una a una las puertas, pero no había nadie, cerró de golpe la última y, al girarse hacia la cama, otro relámpago iluminó la estancia. Sandra se vio a sí misma acostada en cama, profundamente dormida.

Un grito agudo salió de su garganta, esta vez sí salía su voz, no podía controlarlo ni pararlo. Observaba la escena, desde el pie de la cama, como quien se mira en un vídeo y de repente sintió un fuerte mareo, todo a su alrededor empezó a girar.

Sandra abrió los ojos, fuera estaba nublado, pero la luz que se filtraba por la ventana no dejaba lugar a dudas, ya era de día. La tormenta había pasado. Sandra no había descansado nada. Había dormido muy mal. Se levantó y fue hacia la cocina en donde encontró a Laura desayunando.

Laura, al verla, se levantó para servirle café, le dijo que le veía mala cara. Sandra aceptó la taza de buena gana. Laura también había pasado mala noche.

—Menuda tormenta la de anoche, me costó mucho conciliar el sueño ––dijo Laura.

—A mí también, pero un poco de tila hace maravillas, dormí de un tirón a pesar de los truenos, pero aun así me siento cansada. ­––

—Pues yo dormí fatal. Cuando por fin pude conciliar el sueño… no te lo vas a creer, vas a pensar que estoy loca…—Laura bajó la voz, como si fuera a hacer una confidencia vergonzosa— ¡Escuché un grito! Y me desperté, estoy segura de que era el viento, rugía que asustaba, pero parecía el grito de una mujer. Se me pusieron los pelos de punta y luego para colmo oí que un cristal se rompía en la cocina, se había caído la vinagrera y salpicado por todas partes. Lo he limpiado como he podido.

—¿Un grito? —preguntó Sandra sorprendida, sintió una punzada de terror en el pecho. Un recuerdo empezaba a tomar forma y no podía explicarlo.

FIN.

 

RELATO DEL TALLER DE:
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Esta entrada tiene un comentario

  1. Sofia Castellary

    Me ha gustado mucho. Enhorabuena.

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