UNA HORA EN EL CIELO

Por Salud Borrego López

Nací en el seno de una familia humilde, trabajadora que trataban de darme a mí y a mis tres hermanos lo mejor que podían. Desde pequeña tenía mucha fe en Dios que Él había

puesto en mí. Tuve la suerte de tener una madre que también le amaba mucho y la oía decir<<Dios está es su trono y desde allí lo ve todo>>Me hacía pensar en Él y preguntarme: ¿Por qué estamos aquí? ¿Quién nos ha creado?

Fui educada en un colegio de monjas y en la religión católica. En esa época escolar nos

obligaban a ir a misa todos los domingos y días de fiesta; sí no asistían tus padres tenían que enviar a la madre superiora una nota firmada o ir presencial y explicarlo para que no te pusieran falta. Al crecer sentía cada vez más fuerte una opresión dentro de mí al hablar sobre todo con los curas, sentía un rechazo grande en mi interior. Tomé la decisión en mi corazón de que no creía en la Iglesia Católica ni en los curas; tampoco asistiría nunca más a misa. La palabra de Dios en sus bocas eran mentiras, no me transmitían nada, sólo confusión. No amaban al Señor. Le dije a mi madre todo lo que sentía y que no iba a ir a misa ni hablaría con ningún cura. Me miró seriamente y no volvió a obligarme. Las historias bíblicas me ayudaban a comprender la vida diaria, sus personajes tan reales, tan humanos, fieles y obedientes a lo que el profeta les transmitía de parte de Dios, aunque no ocurriera así con todos. Las palabras de Jesús tienen luz, vida, amor, paz.

Es muy importante para  mí poder compartir con todos vosotros esta experiencia única, real y verdadera que os voy a contar. Vi el cielo y el infierno. No practico ninguna religión ni creo en la Iglesia. Soy cristiana como los discípulos de Jesús. Mi maestro es Él, mi Salvador, mi tesoro.

Era el 18 de Septiembre de 1987.Yo vivía en la isla de Ibiza. Me costaba respirar con la prueba tan dura que me llenaba de tristeza, la familia que formábamos un grupo de amigas y nuestros hijos e hijas, nos separábamos después  de vivir muchos años juntas. Lucía partía con sus hijos, esto nos rompía el corazón.

Desde que eran bebés vivíamos con ellos y ahora con casi seis años ya no nos pertenecían. Inés se fue de la casa por lo que esto no lo vio ni lo vivió, aunque llevaba lo suyo por dentro.

Paula y yo le pedimos a Lucía que nos dejara unos días a los niños para prepararlos para el viaje, ya que la separación era inminente. Después de comer me fui a descansar «una hora «,de aquí el nombre de este relato. Literalmente estuve una hora de reloj de la tierra en el cielo. Pedí a mis amigas que, si no me había despertado, transcurrido ese tiempo, que me avisaran.

Nada más tumbarme sentí una tristeza tan grande que hasta entonces no conocía, ni tampoco ese sufrimiento…Dolía, dolía mucho. Cerré los ojos, dirigí mí corazón y todo mi ser al Señor en quién confío y amo, sabía que no me fallaría. Oré. Le pedí por favor que me consolara:<<¡Necesito verte, Padre! aunque sea un ratito >> inmediatamente sentí un pequeño mareo, todo empezó a darme vueltas, me recordó a la película de Alicia en el País de las Maravillas. Vi cómo mí espíritu salía de mi cuerpo, la identidad era la misma. ¡Era yo !

Parecía que dormía, no tenía ningún temor. Todo estaba controlado por mi Padre celestial y Jesús. Mi felicidad era plena. Dejando la isla atrás, miraba los campos, los árboles, las casas, las gentes. Partiendo por el norte el pueblo de San Miguel casi no se veía. Con una fuerza divina se elevó mi espíritu, que cruzaba los cielos a la velocidad de la luz. El primer cielo, el que vemos desde la tierra; el segundo, cuando volamos en avión; el tercero, que nunca antes había divisado. Todos son azul celeste. Mi espíritu llegó al cuarto cielo. ¡Allí estaba la luna! Blanca, redonda muy grande, llena de luz. Nos miramos y pude sentir su amor. En el quinto nada ví. En el sexto estaba el sol con todo su esplendor calor y fuerza, con una luz de un amarillo vivo. No dañaba al mirarlo ni te quemaba como en la tierra, sentí que me amaba. Crucé un séptimo cielo y, queridos lectores, ví una luz dorada que bañaba toda la ciudad a la cual me dirigía llena de alegría. Me sentía como una niña pequeña llegando a la casa de su Padre celestial. La emoción era tan fuerte y experimenté el mayor sentimiento de amor, gozo y gratitud, pues pronto estaría con mí Señor, junto a mí Dios. Veía los muros de la ciudad hechos con piedras preciosas, gemas labradas brillaban lanzando destellos de luz de muchos colores; amatista, lapislázuli, esmeraldas, topacios, aguamarina, ámbar, granates, formaban el muro, tal y como está escrito en la Palabra de Dios. El apóstol Juan, en el libro de Apocalipsis, en sus capítulos 21 y 22, recibió estas revelaciones de la ciudad y yo por la gracia de Dios las estaba viendo en persona. Como un arroyo de luz sus promesas regaban mi mente. Lo dice Jesús en el capítulo 12,versículo 32,en el Evangelio de Lucas:» No temáis, manada pequeña, porque a vuestro Padre le ha placido daros el reino «.

De pronto me vi en las puertas de la entrada de la ciudad. Jesús estaba esperándome. La comunicación fue telepática. Me dirigió hacía un lado del muro, a las afueras ,donde hay un atrio. Observé una planta muy grande en el suelo que se abría cómo la tapa de un ordenador. Jesús la levantó y apareció una construcción hacia abajo que formaba un hoyo bajo tierra. ¡Era el infierno!

Había mucha gente dentro. Vivían allí por millones de años, escuchaba sus gemidos y lamentos. Sentía sus sufrimientos, su desesperación por estar en ese lugar horrible, lleno de terror, desamor crueldad y llamas de fuego. Sufría yo al verlos y miraba al Señor y Él me decía:»¡ Míralo y cuéntalo !diles ¡Que el infierno es real!» Yo me incliné para verlo mejor obedeciéndolo y vi llamas de fuego pequeñas y grandes. La gente siempre hacía lo mismo y no se movían de ese lugar y nada de lo que hacían servía para nada, eran muy infelices, todos sufrían mucho, le pedían a Jesús que los sacaran de allí. «Ten misericordia Señor » gritaban algunos. Una joven de unos veinte años no paraba de correr, quería salir de ese lugar tan feo y malo, lamentablemente no podía ni salir ni escapar, tenía que esperar que se cumplieran las profecías venideras. Ya queda poco tiempo gracias al Todopoderoso que nunca falla y siempre cumple su palabra. Otros tenían unas herramientas con las que trataban de apretar una tuerca; no les servía de nada, todo era inútil, todo era muerte, burlas.  Unos diablos horribles se encargaban de mortificarlos y se reían cruelmente de todos ellos. En una planta inferior había un campo pequeño y unas personas desnudas se creían libres, eran zombis caminando de un lugar a otro, ellos eran esclavos de la mentira, aunque seguían creyendo que eran libres, pobres espíritus engañados. Ya no pude más, miré a Jesús y le pedí que me llevara lejos de ese lugar. El me miró lleno de amor y cerró la tapa y todo quedó encerrado a la altura de nuestros pies. Me acompañó a una de las puertas de la entrada a la ciudad amada, cuyo arquitecto y constructor es Dios. Él se fue. Un ángel muy alto, de unos dos metros y veinte centímetros me miraba y buscaba mi nombre inscrito en el libro de la vida del Cordero (Apocalipsis 21,27b)

Las letras son de oro y la encuadernación blanca.

Cuando aquí en la tierra recibimos en nuestros corazones a Jesús, hacemos una oración y clamamos esta promesa (Apocalipsis 3:20) Él entrará en nuestros corazones y seremos salvos.  Inscriben nuestros nombres en ese libro que tiene el ángel y ya podemos entrar al Reino de Dios. Me impresionó una espada muy grande que portaba el ángel de la entrada, su empuñadura tenía engarzadas unas piedras preciosas de granates y lapislázuli, colgaba de un cinturón de oro alrededor de la cintura. Me encontró y señalando mi nombre con su dedo índice me dijo:»¡Puedes pasar!». Radiante de felicidad entraba yo cuando veo que sale a  mi encuentro el Arcángel Gabriel haciéndome una broma. Nos sonreímos durante un largo rato. Lo reconocí porque él es mi ángel de la guarda, os adelanto que lo vi en mi infancia a la edad de siete años y nos hemos visto más veces a lo largo de mi vida porque así lo ha dispuesto Dios. Después me vi de espaldas caminando y charlando con Gabriel. No era un sueño ni clínicamente estaba muerta, fue algo real, un regalo de mi Padre que me ama, me mima y nada podrá detener su verdad. Quienes dejan que Él elija, lo mejor de lo mejor les da .Llegamos a un puente de madera por el que se cruzaba al otro lado del jardín o ciudad, allí salieron a nuestro paso dos mujeres que nos sonreían y con una túnica blanca en un brazo colgada y se dirigían hacia nosotros. Salían de una pequeña casa del jardín y me comunicaron que me iban a cambiar la túnica, me vi con los brazos elevados. La más joven de las mujeres me quitaba la túnica azul y la mayor me ponía la blanca. Las tres sonreímos sintiendo al tiempo el gran acontecimiento que significaba para mí estar allí y para ellas que yo llegara de la tierra para hacerles una visita. Salimos de la casita y Gabriel me esperaba y de nuevo me regaló su sonrisa al verme.

Me acompañó hasta el puente.

-Ahora tienes que seguir y cruzar al otro lado, hasta aquí te acompaño-me señaló

-¿Quién me lo va a enseñar todo?- le pregunté

-¡ El sabio de los sabios te lo va a enseñar todo!

Nos despedimos y empecé a cruzar el puente. Miré hacia abajo y pude ver que corría un río de aguas vivas, transparentes. En una canoa blanca se deleitaban una pareja, un chico y una chica, los dos de larga melena. Ambos llevaban una cinta muy fina de oro puro que rodeaba su frente, me sonrieron y sentíamos que nos amamos como si nos conociéramos de toda la vida. Donde posara mis ojos todo era belleza, alegría, mi alma estaba a flor de piel, todo estaba vivo, la luz dorada que salía del trono de Dios alumbraba toda la ciudad. «Sus puertas nunca serán cerradas de día, pues allí no habrá noche»(Apocalipsis-21-25)

Jesús, el autor de mi dicha. Él ha pagado el precio para reconciliarnos con su Padre.

Me vi andando de espaldas con el anciano hermoso. Aún no le había reconocido, su voz ardía en mis entrañas. Recordamos las profecías del profeta Daniel, él me enseñaba la ciudad. Y sucedió algo maravilloso, reconocí su voz esa que escuchamos en nuestro interior desde pequeños y es silenciada por las cosas de este mundo al crecer.

-¿Tú eres el Anciano de días que dice Daniel en las profecías?- le cuestioné

-¡ Sí ,yo Soy!

Me estremeció y me arrodille ante Él. Todo mi cuerpo temblaba de los pies a la cabeza, cuando mis rodillas estaban a punto de llegar al suelo, el Señor me puso sus manos en los hombros y me dijo con muchísimo amor mirándome a los ojos:<<No hace falta que te arrodilles ante mí >>.

Empezó a levantarme suavemente, entonces le miré por primera vez a los ojos y lloré por todo lo bueno que sentía y veía en su Santa mirada: amor, misericordia, fidelidad, paz, justicia. El Señor me abrazó y me dijo que era una niña muy buena y que me amaba. Su abrazo apaciguó mi temblor, ocasionado por el respeto, y mis lágrimas.

Jesús nos dijo:» En la casa de mi Padre muchas moradas hay, voy pues a preparar un lugar para vosotros»(Jn14)

Me sentía pequeña, feliz, ya estaba con nuestro Padre.

 

 

 

 

 

 

 

 

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