VAMOS AL HOSPITAL – Rosa Mª Peraqui Arellano

Por Rosa Mª Peraqui Arellano

La atmósfera estaba completamente viciada. El vaho de la ducha lo cubría todo. Se miró en el espejo pero no se veía. ¿Realmente estaba allí o era un sueño? Alguien llamó a la puerta
—¿Estás bien?-
No era un sueño. Era real.
—Sí, ya salgo.
La miró con dulzura y tristeza. Sonrió y la abrazó. Ella se sintió segura y protegida, le besó y se fue a la habitación a vestirse. Él la miraba con ternura, la observaba con tristeza. ¿Qué escondería dentro de ese caparazón que había creado? ¿Cómo se sentía? Sin embargo, no se atrevía a preguntar. El silencio entre los dos era tan profundo, decía tanto y tan poco.
—Ya estoy. Vayámonos—dijo ella.

Se encaminaron al coche sin apenas articular palabra. Todo era tan irreal, la vida se había vuelto del revés dos días antes. Hicieron todo el camino en silencio. Él la observaba, callado, su entereza le estaba volviendo loco. Necesitaba llorar, pero, si ella no lo hacía, él tampoco. Lo que no sabía es que ella estaba llorando en su interior, en su infancia aprendió a ponerse una coraza hacia el exterior. Con él nunca fue necesaria. Llegaron al hospital. Como siempre, no había sitio. Aparcaron en los aledaños.
—Tomemos un café, tenemos tiempo—dijo él.
—De acuerdo, pero rapidito no vayamos a llegar tarde. —La impaciencia la consumía.

Llegaron a la consulta, estaba llena. Se sentaron a esperar. Los minutos parecían horas. Ahora los dos eran un manojo de nervios. De repente dijeron su nombre y todo se paró a su alrededor. Entraron aterrorizados, surgía un mundo nuevo para ellos. La doctora les invitó amablemente a sentarse y les habló de forma directa y franca: no había duda el diagnóstico se confirmaba. Ahora sí que era todo real, estaban en shock. La doctora les miró, ya acostumbrada a estas situaciones, y su voz se volvió más suave. Continuó hablando, aún siendo grave, había esperanza. Les comentó los diferentes tratamientos que había, uno convencional y otro experimental. Tenían que tomar una decisión en ese momento. Por primera vez en su vida ella no dudó, el convencional. Él, callado, la miró sorprendido. La doctora, sorprendida también por la rapidez de su respuesta, comenzó a solicitar pruebas para comenzar lo antes posible, cuando, de repente, se apagaron las luces.

Se miraron los tres un tanto perplejos, un corte de luz. La doctora descolgó el teléfono, tampoco funcionaba. Normal.
—Esperemos unos minutos.
Los minutos pasan y el nerviosismo se apodera de los tres. La doctora vuelve a coger el teléfono, no hay línea.
—Un momento, voy a ver qué sucede.
El tiempo transcurre muy lentamente, la ansiedad de ambos va en aumento. Entonces, las luces vuelven de nuevo, suspiran y se tranquilizan.
Media hora más tarde la doctora sigue sin llegar. -¿Qué sucederá? -dice ella… Él indica que no sabe con un movimiento de hombros. Esperaban una mañana complicada, pero esto era demasiado. La cabeza da muchas vueltas, esta situación se presenta como un mal augurio. Aislados en aquella pequeña consulta no saben qué está sucediendo fuera. Las gargantas se empiezan a secar, por lo menos están juntos.

Él se levanta inquieto, se acerca a la puerta y oye revuelo. Parece que afuera están enfadados. No se atreve a abrir la puerta. Se sienta y la abraza. Ella está muy nerviosa, tiembla, tiene un mal presentimiento. ¿Dónde se encuentra la doctora? Demasiado tiempo, pero no se atreven a salir. Las voces son cada vez más estridentes.
—Algún paciente que está enfadado, ya es mucha espera. Aquí por lo menos estamos resguardados, aunque yo tengo mucha sed. Si no viene la doctora, ¿sales a por una botellita de agua?… Pero vamos a esperar un poco más-sugiere ella…
De repente se escucha un gran estruendo. Se miran asustados, mejor permanecer allí.
—Buff. Se está liando gorda, aquí quietos-comenta él.

Empieza a sonar el teléfono de la consulta, ¿ qué hacer? Esperar, están buscando a la doctora y sería de muy mala educación descolgarlo. Ganas no faltan. Se escuchan los interfonos de fuera pero no logran entender lo que dicen. “Vamos a tener que abrir la puerta” piensan los dos y solo con la mirada parecen comunicarse, siguen sin atreverse a salir.

Vuelve a sonar el teléfono.
—Yo lo cojo–corre hacia el teléfono-¿Quién es?
—¿Es el marido de Carol?
—Sí.
—Soy la doctora. ¿Han salido de la consulta?
—No, ¿ qué pasa?
—¡Quietos ahí hasta que se lo indiquemos! El hospital está clausurado y nadie puede salir. El sitio más
seguro en este momento es la consulta. Echen el pestillo para garantizar su seguridad.
—Pero, pero¿ qué sucede? Mi mujer está muy nerviosa y yo también.
—No puedo explicarles nada, están intentando encontrar una solución. No hay comunicaciones, sólo la línea interna del hospital. Ya sé que es una situación insólita, esperen nuestra llamada. Lo siento tengo que colgar, intenten permanecer lo más tranquilos que puedan. He avisado a las autoridades para que no entren.
—Oiga, oiga. Han colgado.
Gonzalo corrió hacia la puerta y aseguró el pestillo. Carol miraba asustada.
—¿Qué haces? ¿Qué te han dicho? ¿Quién era?
—La doctora, ha dicho que nos encerremos. Que no la abramos bajo ningún concepto.
—¿Por, por qué?- comenzaba a hacer pucheros, no podía articular palabras.
—No lo sé, no me ha dicho nada.

Carol no puede controlar los nervios y se echa a llorar desconsoladamente. Él la abraza con una ternura poco habitual, ella se deja querer. Pasa un buen rato hasta que se tranquilizan. El móvil.
No lo habían percibido hasta ese momento. Miran desesperados. No hay cobertura, no hay datos, no funcionan. Lo primero que se les pasa por la cabeza es un atentado, pero no se han oído detonaciones, ni golpes fuertes, sólo revuelo. Ella se levanta, se acerca ala puerta y pega a ella la oreja.
—¿Qué haces?
—Escuchar a ver si oigo algo. Pero no se oye nada.
—Anda, quédate quieta.
En ese momento,¡ pum! Un golpe fuerte en la puerta, ella retrocede y se tropieza con la silla, casi cae. Ahora sí hay golpes y se oye correr.
—¡Aléjate de la puerta!
—¿Y si entran?
—Esperemos que no y sigan de largo. Pero podemos bloquear la puerta con el archivador que hay al lado.

Dicho y hecho. Los dos empiezan a empujar el mueble y tratan de buscar otra salida. La ventana tiene rejas, se asoman. No ven nada, la consulta está en un semisótano, casi a ras del suelo. De repente, un pastor alemán empieza a ladrar. ¡Qué susto! Se esconden tras el biombo. En la ventana aparece un policía armado y comienza a husmear. Ellos apenas respiran, la doctora dijo que la consulta era el lugar más seguro, así que permanecen quietos hasta que el policía deja de observar. Siguen allí escondidos durante un largo rato, abrazados. Qué día más horrible, lo más angustioso resulta la incertidumbre por desconocer qué sucede fuera.

Ella le mira, le besa y le da las gracias. Él sorprendido la mira.
—¿Gracias, por qué?
—Por estar siempre a mi lado, sin pedir nada a cambio. Ni siquiera te he pedido opinión cuando he tomado la decisión con la doctora.
—Es tu cuerpo y tu vida.
—No, es nuestra vida y tú lo vas a sufrir igual que yo. Igual que ahora eres tú quién me está protegiendo.- Necesitaba decírselo.

En ese momento, suena el teléfono. Corren hacia él. Dudan, pero Gonzalo descuelga. Se escucha la voz de la doctora.

—¿Seguís allí? ¿Estáis bien?
—Sí, nerviosos pero bien. Hemos oído ruido fuera y hemos visto policía. ¿Qué sucede?
—En un rato, voy para allí y os informo.
—Tenemos la puerta bloqueada.
—Llamo antes de entrar. Tranquilos el peligro ya ha pasado.
—¿Qué ha sucedido?
—Ahora os cuento tranquilamente.
—Ok.

Por fin, parecía que iba a acabar aquel terrorífico día. Llevaban casi ocho horas allí. En ese momento, se dieron cuenta de que no habían comido, ni siquiera habían bebido agua. Ahora se sienten sedientos, miran por la consulta y ven un grifo; beben tranquilos, pronto todo acabará. El estómago comienza a rugir, pero para eso tendrán que esperar. El tiempo se hace interminable, están demasiado cansados. El móvil permanece inactivo. ¿Qué estará ocurriendo fuera?

Llaman a la puerta.
—¿Carol?…
—¿Doctora?…
—Sí.
—Un segundo. Desbloqueamos la puerta. Desatrancan la puerta y abren.
—¿Estáis bien?

—Sí, cansados, nerviosos y hambrientos. ¿Y usted? ¿Qué ha sucedido?
—Perfectamente. Hemos sufrido un posible ataque químico. Nos llamaron que había diez paquetes distribuidos en el ala oeste del hospital con un virus mortal. Se encontró el primer paquete, se aisló y se comprobó que efectivamente era real. Las autoridades decidieron cerrar el hospital y buscar el resto. Se han encontrado todos los paquetes, incluso han detenido a varias personas que estaban manipulando el último bulto.
—¿Por eso las carreras?
—Efectivamente. Se escaparon por las escaleras y corrieron hacia esta parte del hospital que era su plan de escape, ya que aquí no había ningún paquete.
—¿Nos podemos ir?
—En cuanto desbloqueen las puertas y las comunicaciones. Ahora nos avisarán.
—¿Han localizado todos, todos?
—Sí. Menudo día. Ya te enviaré las nuevas citas y las pruebas. Hoy creo que no es el momento.
—¿Alguien ha sido contagiado?
—No, parece ser que la policía estaba avisada y han logrado llegar a tiempo. Suena el teléfono y los móviles comienzan a recibir mensajes. La doctora descuelga y asiente y dice:

—Ya podéis salir, id a la puerta principal. La policía está organizando la evacuación para que no haya avalanchas.
—Gracias—dice Gonzalo.
—Nos mantenemos en contacto. Intentad descansar. Cogen sus bolsos y miran hacia un bulto que hay encima de la mesa.
—Son unas muestras que pedí. No os preocupéis. Adiós.
—Adiós.

Salen deprisa, sin mirar atrás. Van hacia la puerta, los teléfonos empiezan a sonar. No hay tiempo, lo importante es salir. La policía les pide los DNI, los minutos se hacen interminables. Todo correcto están en la lista de las personas citadas ese día. Van hacia la cola de salida. Las sirenas y los focos les deslumbran. Necesitan poner fin a un día tan angustioso. Por fin, llegan a la puerta, aire fresco.
Respiran profundamente. Un mal presentimiento se apodera de ellos.

Empiezan a sonar de nuevo las sirenas, se oyen gritos. Se cogen de la mano, corren llevados por la marea de personas aterrorizadas que les rodean. Vuelven la mirada y ven cómo se cierran

Nuevamente las puertas. Un esfuerzo más y todo acabará. Gonzalo la agarra con más fuerza. Carol está exhausta. En medio del caos, escucha “¡Vamos!”, reacciona y saca fuerzas para continuar. Huyen hacia el coche. La gente se va dispersando. Un poco más. No saben cómo pero llegan al coche. Y ahora ¿qué? Al menos, siguen juntos.
Se miran, algo les ronda por la cabeza. Ese paquete… La doctora parecía muy segura de su contenido…
¿Unas muestras? ¿Cuál era el objetivo de los saboteadores? Es ahora cuando empiezan a ser conscientes de la situación. Carol le agarra la mano y con determinación le dice a Gonzalo:
— Arranca y vayámonos. Ahora empezamos nuestra propia lucha.

Dedicado a mi Gonzalo.

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