«CAMINO AL ANDAR»- Por Carmen Posadas

El otro día, Montserrat Caballé confesó en televisión: «Soy una mujer afortunada por muchas razones pero, si tengo que elegir, me quedo solo con una. Soy una persona de fe, y en ella me he apoyado toda mi vida”. Me sorprendió mucho su declaración. Tal vez porque en el mundo actual vivimos encasillando o etiquetando personas y no me pegaba que ella fuera una persona religiosa.

Menos aún que no le importara declararlo abiertamente y me pareció muy valiente por su parte. Si ustedes se fijan, existe un gran pudor en decir que uno es creyente. Tanto es así que para que no la tachen de carca, la gente recurre a todo tipo de eufemismos. Por ejemplo, cuando alguien muere, sus amigos dicen que se ha ido “más allá de las estrellas” y si uno desea fervientemente conseguir algo declara que espera que “los dioses le sean propicios”.

También es curioso resaltar cómo personas que se confiesan agnósticas e incluso ateas se pasan el día consultando el horóscopo, como si creer en los astros y en la conjunción de Venus con Marte fuera mejor o más científico que creer en san Antonio o enla Purísima Concepción.Nada que objetar, por supuesto, a que alguien adore hasta al Pato Donald si le da la gana, allá cada uno, lo que me parece pintoresco es que hacerlo “merezca un respeto” mientras que creer en Dios se tome a chufla o produzca, como mínimo, una sonrisita condescendiente.

En lo que a mí respecta, también soy una persona de fe. No es algo de lo que hable por lo general, de hecho rara vez lo digo, pues temo que se malinterprete. Y es que, por el afán etiquetador del que antes hablaba, se tiende a pensar que si uno cree es un meapilas o, cómo mínimo, alguien un poco rarito. También se nos suele asimilar a determinadas corrientes políticas cuando no suponer que pertenecemos a alguna facción ultraconservadora dentro de la iglesia católica.

En mi caso, ninguna de esas cosas es cierta. Es más, vengo de un país tan poco religioso quela Navidadno se llama Navidad yla Semana Santase conoce como la semana de turismo. Tal vez por eso nunca he tenido, como el resto de personas de mi generación, de esa relación amor-odio conla Iglesia. Tampocofui a colegio de monjas, ni me he educado con principios religiosos. Lo mío ha sido una larga búsqueda y una inquietud espiritual que no tiene, por cierto, el resto de las personas de mi entorno.

Si escribo ahora este artículo, y me lo he pensado mucho antes de hacerlo, no es para hablar de mi fe, pues pienso que es algo personal y cada uno debe buscar su camino, que no es necesariamente el mío. Lo único que me gustaría señalar es que tener una cierta inquietud espiritual es algo que me ha dado mucha felicidad. Por supuesto no es mi intención adoctrinar a nadie ni convencerlo de nada.

Tampoco creo en una religión excluyente o desdeñosa con las demás. Lo que sí pienso, en cambio, es que vale la pena emprender la búsqueda. No, curiosamente, como cree la gran mayoría, para encontrar explicación a los misterios que nos rodean, tampoco para tener la seguridad de que existe algo después de esta vida y ni siquiera para encontrar ayuda en los momentos de tribulación. Sino porque la simple búsqueda ya da sentido a todo lo demás y se ven las cosas de otro modo. En realidad siempre he pensado que la religión sirve más para ser feliz en esta vida que para entrar en otra.

De lo que no puedo hablarles es de qué ruta tomar. Si cada religión es un camino y todos conducen a un mismo destino, importa poco cuál se elija. Algunos, después de haberse criado en una religión que no les llenaba en absoluto buscan una fe muy ajena a la suya. Otros, en cambio, como yo, después de rebuscar por todos lados vuelven a la de su infancia porque tiene más referentes culturales con su vida y con su sensibilidad.

Por favor, disculpen esta confesión tan privada. Lo único que pretendía con ella era decir que se hace camino al andar y que tan solo iniciar la marcha ya hace que uno vea las cosas de otro modo y disfrute más del paisaje.

Carmen Posadas, escritora y Directora del Taller de Escritura online de Yoquieroescribir.com

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Esta entrada tiene 4 comentarios

  1. Elena Sánchez Carretero

    Aunque yo tenga mi idea sobre el tema en cuestión, me parece que tienes mucha razón en lo que dices. Mi caso es el de una persona criada en una familia católica -con padres muy consecuentes- que al salir de casa con 18 años decidió apartarse de todo eso. Mi familia era un ejemplo, pero no el resto de lo que veía y veo a mi alrededor. Estoy de acuerdo con que la religión es el opio del pueblo. A los hechos podemos remitirnos si analizamos distintos tipos de credos.
     Lo que no quita que yo respete la decisión de los demás y la aplauda si es el caso. Y desde luego aborrezco las etiquetas, las clasificaciones, las descalificaciones prejuiciosas por decir que uno es, o no, creyente. Más respeto, más libertad y menos hablar por hablar. Y claro que se hace camino al andar, en eso estamos.
     Buen artículo. Un abrazo,

        Elena Sánchez

  2. Mikel1161

    Admiro a Monserrat Caballé por cuanto la he oído como profesional y he conocido en el  plano personal. Me quedo con ser persona de profunda fe, de creer en Dios. En cuanto a iglesia, sea del credo que sea, todos mis respetos y que sus pecados sigan siendo perdonados. Podríamos volver al famoso y temido «el fin justifica los medios» que tantas ideologías abanderan. El destino del camino, aun siendo el mismo, no puede servir de coartada para promover o amparar la injusticia (humana y divina), la discriminación,  la exclusión social, el asesinato, la barbarie,… Pongamos el dedo en la llaga; «quien conoce a Dios no lo describe, quien describe a Dios no lo conoce» (Aleph – Paulo Coelho). Me gusta el artículo por cuanto que hace aflorar sensibilidades y bondades.

  3. Mariajo

    Comparto tu opinión, Carmen. Entiendo muy bien lo que dices. Yo también soy una mujer de fe. Cada uno que lo entienda como quiera. Es más, creo que es algo que se tiene o no se tiene, sin más y el tenerla es producto de ese camino al andar que mencionas. ¡Gracias!

  4. Carmelo Basabe

    A menudo me pregunto cómo sería nuestro mundo si no nos
    importara tanto lo que los demás puedan pensar de nosotros.  Nuestros actos nos delatan de la misma manera
    que lo haría uno de esos espejos de feria que nos devuelven la imagen
    deformada. Seguramente, si fuéramos capaces de eludir todo el peso del reflejo
    de los pensamientos ajenos, ninguno de nosotros haría, diría o reaccionaría
    como lo hacemos ante los demás.

    Sin embargo, quizá por el hecho de que nada que no podamos
    explicar existe, somos incapaces de ver más allá de los dogmas, de la rutina y,
    por qué no, de la necesidad. A veces, muchas veces, ser conscientes de quienes
    somos también es un acto de fe. También somos eso, aunque no nos guste, como un
    misterio de la naturaleza al que hemos de ponerle un nombre.

    Por todo esto, declarar ante los demás lo que uno siente sin
    que le importe la imagen que mostrará, tiene doble valor, o triple, o más. Pero
    éste debe ser un valor íntimo, aunque con todo el derecho a compartir el júbilo
    y la emoción que uno mismo sienta por ello, por supuesto. Montserrat Caballé es
    una gran mujer que está donde está por méritos propios; porque ha trabajado
    mucho; se ha esforzado y ha dejado por el camino muchas cosas (y quizá
    personas) que le habrían reportado más dinero y esa clase de éxito de
    inmediatez efímera, pero menos edificante. Eso, precisamente su trabajo y esfuerzo,
    es lo que avala lo que declara ante los demás. Y es ella, y solamente las
    personas como ella, quien se ha ganado el derecho a verse ante los demás
    eludiendo la atrofiante imagen de la hipocresía y la mediocridad. Ese es el
    aval de sus palabras. La fe, un derecho íntimo de cada cual.

    Felicidades por su artículo. No sé dónde, pero ya lo había
    leído. Ahora lo acabo de hacer por segunda vez, después de haber llegado hasta
    aquí por casualidad, y no he podido reprimirme el deseo de expresar mi opinión.
    Gracias por permitírmelo.

    Un saludo

    C_B_