LAS DOS CARAS DE LA MISMA MONEDA – Encarna Santín Feijo

Por Encarna Santín Feijo

El año 2000 fue uno de esos años que permanecen en la memoria a lo largo del tiempo, supuso una época de muerte y resurrección.
De enero a julio, todos los meses entre los días veinte al treinta, como si se tratara de una maldición bíblica, moría alguien muy cercano a mí,instantáneamente, sin avisar, sin preparación, sin dejarme respirar.
Así, cada mes tiene asignado en mi memoria el nombre de un familiar, marzo le corresponde a mi padre.
El mes de julio es íntegro de mi primo José Luis. Era el mayor de siete hermanos, muere en un accidente de tráfico a los 32 años, era un chico apacible, cariñoso y alegre, al que la vida no le había tratado demasiado bien.
Recuerdo como si fuera hoy, mi llegada al tanatorio. El dolor de una madre valiente que había criado ella sola a siete hijos, ese dolor profundo, muy próximo a la locura, por incomprendido. A sus hijos, que apenas habían transitado la adolescencia agarrados a ella intentando parar ese golpe del destino, intentando en vano sostenerla, que no se derrumbara, recuerdo su abrazo, su mirada.
Mi vida se va con ese hijo- me dijo.
De esa larga noche, como si de un mantra sagrado se tratará, solo retumban en mí sus palabras: – Vive, aprovecha la vida -.
A la semana siguiente, me fui a una agencia de viajes y puse rumbo con mi marido a Israel, mi sueño de adolescente siempre postergado.

Tormenta de verano

Mes de agosto, Vilela (mi refugio en las montañas) mi familia y una plácida tarde. Decidimos hacer una ruta de senderismo a un bosque de castaños centenarios y pasar por una iglesia románica rodeada de un camposanto donde están enterradas las mujeres de mi clan. Mas o menos la ruta sería de tres o cuatro kilómetros, que con niños pequeños es más que suficiente. El paseo era alegre y distendido. De repente empiezan a sonar los primeros truenos que nos avisan que la tormenta está cerca, demasiado cerca, nosotros en el medio del bosque ¡¡¡abrazando árboles!!!
-El bosque es un sitio peligroso, cuando hay tormenta – dice mi hijo.

Empezamos a correr. Corrimos como si no hubiera un mañana, como si nos fuera la vida en ello. Corrimos cuesta abajo, gritando todo lo que nos daban los pulmones, el olor a tierra mojada, la lluvia furiosa golpeándonos la cara, los árboles que llenaban las montañas con una paleta increíble de verdes, el ruido de los truenos. La sensación de que el mundo estaba cambiando, se destruía a sí mismo y se volvía a crear.
Todo era salvaje, primitivo, nosotros también.
Llegamos a casa empapados, pletóricos y llenos de energía, sintiéndonos bendecidos.

RELATO DEL TALLER DE:
Taller de Autobiografía

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Esta entrada tiene un comentario

  1. Katya Aguilera Gómez

    Felicidades Encarna, me encató tu relato, qué manera de expresar sentimientos y viencias, me transporté directamente al lugar de la tormenta, una excelente descripción sensorial ! Sigue escribiendo, lo haces muy bien !

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