ANHELOS – Mª Teresa Arenillas García

Por Mª Teresa Arenillas García

Tiene ante sí el escenario de su eterno sueño. Tan sólo unas cuantas interrogantes quedan flotando en la cabeza de esta mujer y un estremecimiento en el cuerpo. Ya pasa. Se serena.

Elisa Bornas, aunque todos le llamen Eli, morena de ojos grandes y necesitados, se sienta entre temerosa y complacida en el mejor sillón de su casa. Desde esa atalaya va observando cada rincón, cada detalle de la estancia. Lo revisa todo detenidamente: los muebles, la alfombra, la fotografía de boda. Se detiene en un retrato enmarcado sobre una mesa de esquina, la familia al completo sonríe, eran otros tiempos y esboza una mueca indefinida.

No puede evitar una extraña sensación, algo brota de un lugar profundo de ella misma, se parece a la ilusión y como una niña olvida la realidad ante unas bolitas colgadas de un árbol donde se encienden luces de colores de tanto en tanto; le parece lo más bonito y acogedor.

Desea que su aspiración se cumpla, podría vivir una noche especial. “Hoy sí, tiene que salir bien”.

La mesa está puesta con esmero, no falta de nada y ha elegido una música apropiada para crear el ambiente navideño que tanto anhela.

De pequeña nunca lo tuvo, la austeridad y el complicado carácter de su padre junto a la enfermedad de la madre no lo permitieron. Después, su vida plagada de sinsabores no le ofreció muchas oportunidades. Cuando sus hijos eran pequeños había escasez, cansancio y preocupación; más tarde, ya mayores, mucha indiferencia.

Ahora, ha tenido la ocasión de reunirlos, hace tiempo que no se ven entre ellos, pero estarán en casa y es Navidad.

“Es mi última oportunidad, no voy a contarles nada de mi situación porque arruinaría el momento, ya veremos cómo se resuelve. Espero que su padre esté a la altura, lleva muchos enfados contenidos y eso es peligroso, se pueden disparar con facilidad”.

Eli se levanta, no sin esfuerzo y una cierta fatiga, para comprobar que en la cocina el asado se va haciendo y las bebidas tienen la temperatura adecuada.

“Fede no tardará en venir con los dulces. Acabaremos de arreglarnos. Espero haber acertado con los regalos, estos chicos son difíciles”.

Al contemplar tanta opulencia, se ve en el pasado, en su modesto hogar con unos sencillos juguetes que la madrina se ocupaba de llevar en estas fiestas y que eran recibidos por la niña con inusitada alegría.

Sin nostalgias, siempre me ocurre lo mismo, no se que tienen estas fechas que encogen mi corazón. Tranquila, sabré controlarme – se dice.

Por fin llega Fede, su marido. Hombre de mediana estatura, sólido. Espalda ancha y manos grandes que sus hijos reconocen bien. Es su compañero de siempre en esa azarosa vida que han compartido. No les ha resultado fácil, aunque han sabido mantenerse. Eli se pregunta a veces- ¿por qué? – No se da respuestas, están aquí que es lo importante, si bien sabe que su paciencia y mano izquierda han sido fundamentales. Su temperamento apacible contrastaba con el genio, en ocasiones desmedido de este hombre que ella reconoce de buen fondo.

— Vamos, que van a llegar y no estamos listos aún.

— Te admiro, nunca pierdes la esperanza. ¿Cómo te encuentras?

— Bien ¿no me ves? Con mucha ilusión.

— No quiero ser aguafiestas pero, no te subas mucho, caer es más doloroso.

— Calma, seguro que todos hacemos un esfuerzo para que la noche fluya.

No tarda mucho en empezar a sonar el timbre.

Eli se dirige hacia la puerta llena de confianza. Su corazón late muy deprisa, como un caballo desbocado. Respira despacio. Se tranquiliza.

El primero en llegar es el hijo mayor, su debilidad desde siempre. Tiene buen porte, huele a perfume caro y sabe fingir sonrisas. El niño protegido que fue transformándose en joven arrogante para acabar como ejecutivo soberbio. Viene solo -explica- a su pareja no le apetecía reunión familiar y ha preferido ir a esquiar con sus amigas.

— Alex cariño. Estás guapísimo. ¡Qué alegría tenerte aquí!

— Estoy agotado mamá. He venido por ti, después de la semana que he tenido el cuerpo me pide relax.

— Hijo, ¿te apetece tomar algo? Se le acerca su padre con un cava después de haberle abrazado.

Sin dar tiempo a respuestas, el sonido de la puerta se hace presente e intenso.

— ¿Cómo estáis? Qué alegría me da veros. Jesús cariño, qué elegante y tú Cuca vas espectacular.

Es el hijo mediano al que desplazaron inconscientemente cuando nació el pequeño al que nadie esperaba. Cuca lo sabe y no puede evitar el fastidio que le produce.

— Hemos venido de puro milagro – contesta su nuera – porque ha insistido él, se imaginaba que para ti era importante.

Pasan todos al salón, alaban la mesa y el arbolito les hace gracia. Mientras sujeta su bebida, Cuca se impacienta, por ella ya estarían cenando.

— Si acabamos pronto – dice – después nos vamos a tomar algo con mis primos, son geniales, me lo paso bomba con ellos; además, a sus fiestas siempre acuden gente muy interesante.

Han transcurrido quince minutos, todos tienen una copa en la mano y les resulta más fácil beber que hablar. Las palabras se convierten en vagos cumplidos y parece que respiran aliviados cuando de nuevo oyen un timbrazo.

Aparece la pareja más joven, Marga y Carlos. Llevan juntos menos de un año. Carlos es un chico alto, desgarbado y pecoso. Es el rebelde, el raro. Marga no sabe hacerse un sitio en la familia, ha estado pocas veces en esa casa. Son amables con ella, pero es consciente que proyecta en sus posibles suegros no sabe bien qué y eso le hace alejarse un poco.

La madre pone música suave cuando se sientan a la mesa y el padre trae los entrantes, quiere usar la comida como estrategia de conversación. Sirve vino y solo Alex lo acepta a la vez que dice: – Por favor, mamá, quita ese sonido que me produce dolor de cabeza.

— Supongo que solo trataba de amenizarnos, no seas intransigente y piensa en los demás, aclara Carlos sin dejar de mirar a su compañera como queriendo reafirmarse.

— ¿Qué has querido decir enano? – responde Alex malencarado.

— Tranqui, no es para tanto.

— Venís todos muy cargados con la tensión de los trabajos, relejaros un poco hijos, estáis en casa y es Navidad. Voy a sacar un poquito de marisco que tanto os gusta.

— A mi no me va – afirma Marga muy roja. Prefiero ensalada.

— Pues no lo comas hija, ya vas de melindres.

Este tono de Cuca no ha llegado bien. Marga se estira alerta cuando empezaba a relajarse.

— No seas borde que eres mi cuñada favorita. El paladar es muy subjetivo, mi chica no es de marisco, eso es todo. Por cierto ¿dónde está la tuya Alex?

— No viene.

— Qué raro ¿no? Una noche como ésta. ¿Tenéis problemas?

— Tú si que tienes problemas.

— Oye tío, que voy de buen rollo.

— Tú nunca vas de nada, eres un inconsciente que no das más que disgustos a mamá.

— Pero que dices ¿solo yo? Y vosotros qué… menudos angelitos. Tú de superior por ahí, el mejor de todo, el que todo lo sabe. Y Jesús el invisible, siempre detrás de la barrera manipulando lo que puede.

— Vale ya que me atraganto, levanta Cuca la voz con una cigala en la mano. No os permito que os metáis con mi marido y tú Jesús, diles algo no te quedes ahí callado, luego dices que dicen.

— Paso…

— No hagáis escenas cada uno es como es, vuestra madre no está para disgustos – habla Fede preocupado.

— ¿Qué le pasa a mamá? Dicen los tres a la vez.

Eli y Fede se miran con complicidad, restan importancia.

— Nada, yo estoy bien. Me duele veros enfrentados por cualquier nimiedad. Hagamos una velada tranquila. ¿Os habéis fijado cómo voy?

— Demasiado para casa – afirma Marga – mira yo voy en vaqueros.

— No podía ser de otra forma guapa, para qué esmerarse. Luego dicen que la borde soy yo ¿verdad suegra?

— No me llames así Cuca, no me gusta, me resulta severo.

— Severo tu hijo mayor, míralo como una patata.

— Cuca, tú siempre llevando el hilo y mi hermano ahí paradito ¿no dices nada Jesús?

— Alex habla cada vez más alto y Jesús repite: – paso de todos.

— Callaos de una vez. ¿Os estáis escuchando? No voy a permitir este comportamiento en una cena como ésta. Vuestra madre merece un respeto, todos merecemos un trato de respeto.

A partir de que el padre se pronuncie la cena transcurre entre silencios y vaguedades. Si afinas el oído suena de fondo algún villancico. La mitad de los comensales no quieren asado, los otros no toman dulces. Disimulan. Aceleran. La madre prefería palabras, en ellas hay vida, esto es la nada y la nada le mata.

— ¡Cuántas disculpas para marcharse pronto! Ni siquiera sé si les han gustado los regalos. No he visto ojos de sorpresa ni he oído palabras de agradecimiento. Solo papeles rasgados mecánicamente sin atisbo de ilusión.

–No te disgustes. Siempre es lo mismo.

Ya se han ido. El silencio toma el sitio y de nuevo Eli en el sillón contempla el desorden. Nota el corazón tan ardiente que teme quemarse.

— Fede, ¿qué hemos hecho mal?

Fede mira por el ventanal. Afuera hay bullicio, alguien tira petardos, los jóvenes van de un lado a otro cargados con botellas. No siente nada.

— Ya hemos hablado de eso muchas veces, ahora no es el momento. Además, hicimos lo que creíamos mejor, seguro que cometimos errores, ¿has olvidado de dónde veníamos nosotros? ¿Cómo te encuentras?

— Todo lo mejor que puedo estar para no hundirme. Siento que el abismo se acentúa.

Respira. Vuelve a respirar. Solo un poco de aire renovado le hace notarse más viva.

Su corazón se marca en zancadas, no en latidos. Está agobiada por ese ritmo, ahora no quiere ir al hospital.

— Fede, hoy es Navidad ¿no? Suelta un sollozo contenido toda la noche.

Su marido le acaricia.

— Si. Descansa cariño. Es Navidad.

–Ya no tendré otra oportunidad ¿verdad?

–Quién sabe. Confía. Tú siempre confías. Además, en breve tendrás que hablarles de ti.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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