BUENOS MOMENTO Y NO TAN BUENOS – Jorge Lago Rama

Por Jorge Lago Rama

BILL FRITCHMAN
Hace ya muchos años, tenía yo a la venta un piano de cola que había restaurado recientemente y me llamó un señor para preguntar si podía venir a verlo. Concertamos la cita y al día siguiente apareció un individuo ya entrado en edad que por el atuendo parecía más un leñador de los bosques canadienses, que alguien con gustos pianísticos.
Después de querer convencerle de las cualidades tonales del piano, toqué unos arpegios y me preguntó si lo podía teclear. Of course¡ le dije yo pensando que lo había impresionado con mi destreza. Y sí que lo tecleó. Resultó ser un gran pianista graduado de la prestigiosa escuela de música Juilliard de Nueva York, y yo, quise impresionarle.
Nos hicimos muy amigos.
No tenía familia inmediata y le aterraba la idea de tener que pasar sus últimos días en un asilo de ancianos.
Mi mujer, en uno de esos impulsos que suele tener, le prometió que, si de ella dependía, eso no ocurriría. Y así fue, le acompañó hasta el último aliento.
Un par de semanas después de que murió en su propia casa, nos llamó un abogado a su oficina y nos leyó el testamento donde mi esposa era la heredera principal de sus bienes.
Pero, no todo son dichas y ciertos hechos te tocan más profundamente de lo que uno pueda anticipar.

PERLA
Perla fue mi primera mascota en los Estados Unidos. Era una perra con algo de Husky, Pastor Alemán y otros genes indefinidos. Fue compañera, amiga, defensora y leal hasta el punto de la veneración.
La llevamos casi desahuciada para el pueblo que nos habíamos mudado, pero el nuevo veterinario dijo que podía recuperarse si la operaban, o dejarla morir.
Se recuperó y parecía tener que demostrar su agradecimiento en todo. Su papel cuando nos acompañaba en nuestros paseos por la playa era de guardiana, constantemente alerta, y que no se nos ocurriese acercarnos mucho a la orilla, nos empujaba hasta alejarnos dos o tres metros.
Con los años su salud fue se fue deteriorando y por mucho que te resistas llega el momento en que tienes que tomar una decisión por el bien del animal.
Creo que no he pasado tan mal trago en mi vida. Los lloros de mi hija y mi esposa tampoco ayudaban mucho cuando llegó el día de llevarla al veterinario para que la pusiera a dormir, la envolví en su manta y ella sin resistirse se dejó hacer a pesar de que sus cuartos traseros ya no daban para más. El veterinario me preguntó si quería tenerla conmigo mientras le administraba la inyección. La agarré con toda la delicadeza posible y me dio una última mirada que no olvidaré jamás.

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