Cirmio el Oscuro

Por Hector Chapela

– ¿Alguna vez has escuchado la historia de Cirmio el Oscuro? – Pregunté.

– ¿Cirmio el Oscuro? ¿Aquel loco que intentó destruir una ciudad entera con su magia de no haber sido detenido por Vestal el Puro? – Asentí a su respuesta. – Nunca la he oído entera.

– Genial, así tendremos algo con lo que entretenernos esta noche.

Esta historia ocurrió hace treinta años, en Daern, la Ciudad de las Nieves, durante la Guerra de los Antiguos Señores, una guerra que asoló al continente entero salvo a los norteños, quienes siempre se mantenían al margen de los conflictos del mundo. Cirmio el Oscuro, quien por aquel entonces era Cirmio el Grande, uno de los generales del Señor del Sur, lo perdió todo en aquella guerra. Perdió a sus amigos, perdió su hogar y perdió a su familia.

Tal fue su dolor que decidió alejarse de las batallas y lo que se le despertaba en ellas para tratar de recomponer su vida, de forma que desertó y escapó al norte, donde encontró la pequeña ciudad de Daern y decidió asentarse para vivir en paz y armonía los años de vida que le quedasen.

Tardó poco tiempo en ganarse el respeto y la admiración de los habitantes del lugar, ya que realizaba una inmensa cantidad de acciones caritativas y altruistas, y siempre buscaba el bienestar de los demás.

Reencontró el amor al conocer a una mujer, Maira, con la que se casó y tuvieron varios hijos a lo largo de los años. Maira tenía un hermano mayor, Jerah, cuya mujer falleció al dar a luz a su hijo Sian. Cirmio pasó más de una década en aquel lugar, construyendo un hogar y pudiendo finalmente vivir la vida tranquila que siempre había buscado.

Sin embargo, no todos llegaron a desarrollar aprecio por Cirmio.

Daern era una democracia cuyo mando estaba ostentado por el Gobernante. La popularidad de Cirmio amenazaba la posición del Gobernante, y este sabía que podía perder su posición a manos de Cirmio si este se lo proponía. A pesar de ello, Cirmio nunca había hecho amago de actuar en esa dirección, por lo que el Gobernante nunca lo había considerado como un problema a lidiar con urgencia.

O, al menos así fue hasta que una horda de misteriosas criaturas comenzó a acercarse a Daern.

El gobierno de la ciudad decidió enviar un grupo de cazadores para acabar con ellas, pero ninguno volvió de la incursión.

Cirmio conocía la procedencia de aquellas bestias y poseía la magia y el poder suficientes para vencerlas sin problema. Sin embargo, si actuaba, corría el riesgo de que lo descubriesen y delatase su presencia al Señor del Sur, y eso habría puesto en un peligro aún mayor a Daern, así que silenció su posición y decidió esperar a que los Daernienses lo solucionasen, aunque eso implicase que otros más morirían. Era mejor eso a que entrasen en la Guerra de los Antiguos Señores por su culpa.

Preocupados, enviaron una segunda oleada de cazadores, esta vez el doble en número que la anterior, para asegurarse de que paraban el avance de aquellos monstruos. Entre aquellos cazadores estaba Sian, el sobrino de Maira e hijo de Jerah. Rezaron durante días para que volviesen sanos y salvos, y lo único que volvió fue un caballo con un hombre moribundo para relatarles la historia de lo ocurrido y confirmar los temores de Daern.

Cirmio, al ver el sufrimiento que trajo a su familia por no haber actuado antes, decidió hacer uso de sus poderes y acabar con aquellos monstruos de una vez por el remordimiento que le corroía en su interior. Por mucho riesgo que supusiese tomar partido, no podía permitir que más familias perdiesen a sus padres y a sus hijos. Y sin dudarlo, abandonó Daern en solitario por la noche, y volvió a la mañana siguiente portando pruebas más que suficientes para demostrar que el peligro había pasado.

Cuando las gentes de Daern vieron lo que hizo, lo proclamaron el héroe de Daern. Sin embargo, aquellos que perdieron a seres queridos a manos de las criaturas le culparon por no haber actuado antes, y lo repudiaron por su tardía intervención, incluido Jerah, el hermano de Maira.

Jerah conocía su verdadera identidad, ya que Cirmio se la reveló a su familia algún tiempo atrás, y sabía que el Gobernante lo consideraba una amenaza aún mayor a su posición de Gobernante tras lo de las bestias. Así que, en un momento de rabia ciega, decidió vengarse de Cirmio desvelando su identidad al Gobernante, quien de seguro utilizaría esa información para acabar con Cirmio.

Y no se equivocaba. El Gobernante fue a hablar con el Señor del Este, enemigo del Señor del Sur en la Guerra de los Antiguos Señores, para informarle de que uno de los generales rivales estaba oculto en su ciudad y que estaba dispuesto a entregárselo. Conversaron sobre el tema, y el Señor del Este aceptó su ofrecimiento. Sin embargo, al volver a Daern, el Gobernante sintió que aquello no era suficiente, no. Necesitaba asegurarse de que Cirmio jamás volviese a ser un problema ocurriese lo que ocurriese. Así que mantuvo una amenazante discusión con Cirmio en la que le advirtió que tendría problemas si volvía a hacerse el héroe ante los ciudadanos de Daern.

Cirmio, quien no quería poner en riesgo la vida que había conseguido, agachó la cabeza y cedió a las demandas del Gobernante, asegurando que él solo quería vivir tranquilamente hasta el final de sus días y no quería ningún conflicto, tan solo el bienestar de quienes le rodeaban.

Mientras, el Señor del Este no llegó a convencerse de la veracidad de la información que le había suministrado el Gobernante, por lo que envió a uno de sus generales, Vestal el Puro, a confirmar o desmentir aquel testimonio. Vestal estudió y analizó lo ocurrido con aquella horda de criaturas, y vio la posibilidad de que la información fuese verdad, pero solo había una forma de corroborarlo. Usó su magia y creó otra horda de las criaturas que había derrotado Cirmio y esperó paciente a que los acontecimientos le dijesen la verdad.

Semanas más tarde, llegaron noticias a la ciudad de que una nueva manada de aquellos monstruos se acercaba a Daern. Automáticamente todos clavaron sus miradas en Cirmio, esperando que acabase de nuevo con aquellas criaturas. Sin embargo, él sabía que, si actuaba, corría el riesgo de que el Gobernante cumpliese su palabra y le hiciese pagar por ello. Aunque, por otra parte, si no actuaba, los seres arrasarían Daern y también lo perdería todo, aun protegiendo a su familia. Tampoco podía pedir ayuda a la ciudad, ya que tendría que explicar todo lo ocurrido y habría un riesgo de Guerra Civil entre el pueblo y los que apoyaban al Gobernante, expertos guerreros armados, y, en caso de comenzar una guerra, la balanza se inclinaría a favor de ellos.

Hiciese lo que hiciese, todo presagiaba que aquello acabaría en tragedia. Así que decidió arriesgarse en salvar la ciudad, y tener esperanza de que el Gobernante fuese sensato o la gente tuviese el valor suficiente como para enfrentarse a la injusticia si llegase a ocurrir un ataque a su familia.

Cirmio partió, y en cuestión de horas, el Gobernante hizo honor a su palabra enviando a varios de sus guardias a su hogar, unos por obediencia, otros por ansias de venganza por sus caídos por culpa de Cirmio.

Cuando vio lo que estaba a punto de acontecer, Jerah se dio cuenta de cuan grave fue el error que cometió al hablar con el Gobernante. Salió a la calle, suplicando ayuda en nombre de la tragedia que iba a caer sobre su familia. Al principio hubo quienes le escucharon y se alzaron para defender a su familia, aunque decidieron que su vida era más valiosa que la de sus vecinos al ver las armas que blandían los soldados.

Jerah intentó escapar junto con Maira y sus hijos, pero al final los hombres del Gobernante la atraparon a Maira junto a sus dos hijos mayores y los mataron frente a toda la ciudad. Jerah consiguió huir con el bebé de su hermana en sus brazos y juró enmendar su error, no sabía cómo, pero lo haría. Y no permitiría que le pasase nada al niño, ya que era el último recuerdo de su hermana.

Cuando Cirmio volvió a Daern, encontró con su familia colgada en la plaza del pueblo, con sus cuerpos y sus rostros tan desfigurados que apenas pudo reconocerles. Y algo despertó en su interior, algo verdaderamente oscuro y monstruoso que había estado dormido desde que mataron a su antigua familia. Se dirigió a la casa del Gobernante y al no encontrarlo allí, acabó con su mujer y sus hijos, cogió sus cabezas y las tiró frente al ayuntamiento. Entonces dio muerte con su propia mano a todos los soldados y funcionarios antes de dar con el Gobernante. Y cuando finalmente encontró al que buscaba, le sometió rompiéndole uno a uno los huesos del cuerpo, mientras le forzaba a mirar los ojos de las cabezas de sus seres queridos antes de acabar con él arrancándole lentamente el corazón del pecho.

Pero aquello no fue suficiente, los Daernienses fueron igual de culpables que el Gobernante al no hacer nada.

– ¡Lo arriesgué todo por salvaros! – Dijo. – ¡Di mi vida y la de mi familia para salvar vuestras despreciables vidas sin valor! – Señaló a los cadáveres de su familia. – ¡Y así habéis decidido pagármelo!

Clavó su mirada en el horizonte.

– Ya es demasiado tarde para que esas criaturas os abran en canal.

Se llevó la mano al mango de su espada.

– Pero no lo es para que lo haga yo…

Y cuando hizo el amago de arremeter contra Daern, Vestal el Puro le detuvo.

– ¡Tú!…

– ¿De verdad creías que podrías mantenerte en la sombra sin que nadie te encontrase jamás?

Y en ese momento, Cirmio entendió que fue él quien envió a esas criaturas y que todo lo ocurrido había sido un plan conjunto con el Gobernante.

– Yo solo quería vivir tranquilo y dejar atrás el pasado. Pero vuestras ansias de poder son demasiadas como para dejarme vivir en paz. – Le apuntó con el filo de su arma. – Me aseguraré de que no quede nadie que pueda arrebatarme de nuevo esa tranquilidad.

Y entonces comenzó el combate, un combate que dejó graves cicatrices en Daern y que concluyó con Cirmio el Oscuro siendo derrotado por Vestal el Puro y encerrado en las profundidades de la ciudad.

– Y esa es la historia de Cirmio el Oscuro.

– Hay algo que no entiendo. Al principio, me confirmaste que era un loco que intentó destruir Daern, pero lo que me has contado no tiene nada que ver con eso.

– Eso es porque esta no es la historia oficial, sino la real.

– ¿Y no se supone que la historia oficial es la real?

Solté una carcajada.

– La realidad se adapta a los intereses de cada uno, joven Sian. Cuanto antes aprendas eso, antes entenderás como funciona este mundo de verdad.

Y con esa última frase en mente, nos fuimos a dormir, y volví a soñar aquella historia otra vez.

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