El asesino del cordón – Jorge Folch Roncal

Por Jorge Folch Roncal

El mar estaba tranquilo esa mañana de otoño. Juan Fran, salió a pasear como tantos otros días. Le encantaba salir temprano y dar un paseo por la orilla. Ya desde pequeño le maravillaba esos amaneceres en el Mediterráneo, las olas meciéndose y borrando las huellas que él dejaba sobre la arena. El sol ya había salido, pero aún no estaba en su plenitud y las gaviotas revoloteaban de aquí para allá con ese graznido tan característico, se acercaban y picoteaban todo lo que encontraban, cogiendo cangrejos y pececillos que había arrastrado la marea.

Un golpe de mar inesperado arrastró a los pies de Juan Fran un zapato de mujer, uno de esos de fiesta, con tacón. Juan Fran miró el zapato extrañado cuando de repente observó que las olas arrastraban un cuerpo. Efectivamente era una mujer. Metió los pies en el agua y arrastró el cuerpo a la orilla. Se trataba de una mujer joven, con una melena de color rubio y un rostro que, a pesar de mostrarse hinchado, conservaba aún su belleza. Sus ropas aparecían desgarradas y su cuerpo totalmente amoratado. Tenía señales de haber sido amarrada por las muñecas y una gran marca en la garganta que casi le llegaba de oreja a oreja. Juan Fran se quedó paralizado un momento, mientras se recomponía. Cogió su teléfono móvil y llamó al servicio de emergencia. En pocos minutos estaba allí la policía y la ambulancia, aunque claro, nada podían hacer ya por la chica. Debía de llevar muerta unas horas o quien sabe a lo mejor algún que otro día.

La policía acordonó la zona y mientras hacían fotografías del cuerpo y tomaban muestras, esperaban la presencia del juez para el levantamiento del cadáver.

Una agente, parecía que fuera inspectora por el don de mando que tenía, volteó el cuerpo de la chica y lo examinó. En la espalda tenía un dibujo hecho con un cuchillo o un objeto cortante, una especie de símbolo oriental, mal trazado pero que la inspectora conocía perfectamente.  Era la misma que utilizaba hace veinticinco años el llamado asesino del cordón. Ella misma había llevado la investigación. Un hombre había matado a cinco mujeres en la provincia de Castellón y tras varios meses de investigación consiguieron atraparlo y encerrarlo. La condena fue de sesenta y dos años de prisión, por secuestro, violación y muerte de esas mujeres. ¡No podía ser!, dijo la inspectora.

-Martínez, llame ahora mismo a comisaría y averigüe si Carlos Sánchez, el asesino del cordón sigue todavía en prisión o ha tenido algún permiso estos últimos días.

-Si, inspectora, ahora mismo llamo.

-Martínez y llame también a la forense a ver si llega de una maldita vez. Necesito saber cuánto tiempo lleva esta mujer muerta.

La inspectora iba de aquí para allá, dando órdenes, observando y pensando. Necesitaba la presencia de la forense y sobre todo saber si Carlos Sánchez había tenido algún tiempo de permiso o si había salido ya de prisión. Justo ahora se cumplían 25 años desde que lo encerraran.

-Estas malditas leyes. Para qué esas penas de prisión de más de cien años, si después sólo pueden estar encerrados unos cuantos años y por buena conducta salen de vez en cuando con permisos penitenciarios o incluso a veces se les condonan las penas. Esos malditos psicólogos les pasan un test y les hacen un par de entrevistas y ya creen que esos bastardos son aptos para vivir en sociedad. ¡Aún no se han enterado de que un psicópata violador no se rehabilita nunca, por Dios!

-Inspectora, me acaban de confirmar de la comisaría que Carlos Sánchez permanece en prisión. No ha tenido ningún permiso desde que lo encerraron.

-Joder, Martínez, no es lo que esperaba.

La autopsia reveló que la mujer había muerto estrangulada, posiblemente con una cuerda o algo similar. El dibujo en la espalda había sido hecho con un cuchillo o una navaja, posiblemente con la misma que habían amenazado a la víctima.

Demasiadas coincidencias. El mismo modus operandi. Maniatada, violada, estrangulada y con la misma señal en la zona lumbar de la espalda.

La inspectora conocía de sobra lo que simbolizaba dicha marca. Era una especie de “o” sin terminar, abierta por la parte de abajo. Es lo que los japoneses llaman el círculo zen: Enso. Significa vacío y universo. Para comprender el universo las personas han de vaciar sus mentes.

– ¡Mierda! -La inspectora nunca supo por qué aparecía el símbolo Enso en los cuerpos. Cuando en varias ocasiones preguntaron en los interrogatorios a Carlos Sánchez, este nunca contestó. Se limitaba a sonreír sin más. No fueron capaces de descifrar el enigma, por qué grababa con un cuchillo esa maldita marca.

Los próximos días, la brigada de criminología de la comisaria de Castellón, estuvo trabajando en el caso. La chica, era Amanda Fuster, una abogada de Castellón. Venía de una familia de abogados cuya tradición se remontaba a cuatro generaciones. Curiosamente su padre fue quien defendió a Carlos Sánchez ante los juzgados por el caso de los cinco asesinatos, años atrás.

-Demasiadas coincidencias, joder. ¿Qué relación tiene la muerte de Amanda Fuster con Carlos Sánchez? ¿Por qué la hija del abogado que llevó su defensa? Si Carlos Sánchez ha estado en la cárcel todo este tiempo, ¿Quién mierdas ha cometido el asesinato? ¿Será un imitador? Cuántas preguntas y ninguna respuesta.

La inspectora, acudió a hablar con la forense.

-Dígame, doctora, ¿tenemos ya los resultados del análisis de ADN que hallaron en el cadáver?

-Por eso le he llamado, inspectora. A pesar de que el cuerpo se encontraba en el agua, no nos ha sido difícil tomar muestras del ADN. ¿Adivina usted con quién coinciden, inspectora? Coinciden a en un cien por cien con los de Carlos Sánchez.

-Joder, qué locura. ¿Cómo es posible? Ese maldito bastardo ha estado encerrado todo este tiempo. ¡No puede ser! Este caso se complica cada vez más.

La inspectora fue a tomar un café. Le gustaba bien cargado, corto y con medio sobre de azúcar. Cogió un cigarro y lo encendió. La cabeza le daba vueltas y no conseguía sacar de su cabeza las palabras de la forense. “Las pruebas de ADN, revelan que este coincide en un cien por cien con las de Carlos Sánchez”.

– Pero ¡cómo es posible! Mierda. Ese cabrón nos la está jugando de alguna manera. He de trasladarme a prisión y hablar con él. Todo esto debe ser obra suya. De alguna manera está implicado en el asesinato. No sé de qué manera, pero tiene que ser así.

Amancio, oficial de policía al mando de la inspectora, desde hacía más de diez años, se había convertido en su mano derecha. Fiel como un perro y listo como una liebre. Ya desde el principio, cuando se conocieron tuvieron una conexión inmediata. Amancio era el tipo de hombre que guardaba las apariencias, discreto y no dado a hablar más de la cuenta. De carácter reservado, era al mismo tiempo, uno de esos tipos que caen bien. Más allá de un par de encuentros sexuales con la inspectora, mantenían una relación que era de complicidad y camaradería, aunque nunca tuvieron, ninguno de los dos, intención de mantener una relación personal más allá del trabajo.

Amancio estaba investigando, aún no le había dicho nada a la inspectora, dónde nació Carlos Sánchez. Nació en la clínica Santa Cecilia, en Castellón. Una clínica privada dedicada sobre todo a ginecología y obstetricia, que desde hace años estaba cerrada. El propietario el doctor Fulgencio Rodríguez falleció hace años y la clínica se cerró al poco tiempo, pues su mujer no encontró a nadie que quisiera comprarla y sus hijos el uno era arquitecto y la otra profesora de matemáticas en la universidad, no tuvieron ganas de continuar con el negocio de su padre.

Amancio estuvo investigando y encontró a la matrona que en esa época trabajaba en la clínica. Concertó una entrevista con ella. Amancio tenía una sospecha. En una época se dijo que en esa clínica fallecían muchos recién nacidos. Muchos más de la media normal. En una ciudad pequeña como Castellón eso fue muy comentado y se decía que la clínica no era de fiar, que era mejor dar a luz en el hospital general. Se creó mucho revuelo con este tema, quizás por eso, fue imposible que la viuda del doctor Fulgencio vendiera la clínica.

– ¿Doña Marta Quiroga?

– Así es. Usted dirá.

– Soy el oficial Amancio Ferrer, de la brigada de homicidios de Castellón. Quisiera hacerle unas preguntas.

– Usted dirá, oficial.

– ¿Trabajaba usted hace cincuenta años en la clínica Santa Cecilia?, ¿verdad?

– Sí. Estuve trabajando en la clínica hasta que la cerraron. Pobre don Fulgencio.

-Se decía por aquel entonces que fallecían muchos bebés en esa clínica. Muchos más de lo normal. Sabe usted decirme algo al respecto, doña Marta.

-Bueno sí, eso se decía entonces. Eso creó muy mala fama en Castellón. Lo cierto es que así era. A mí me extrañó mucho, porque todos los partos los atendía yo y muchos de los bebés que morían, habían nacido bien, sin síntomas aparentes de problemas.

-¿Qué pasaba con dichas muertes? ¿Quién las certificaba?

-Pues el doctor Fulgencio, por supuesto.

-¿Sería posible que dichas muertes, no se hubieran producido? En esa época se hablaba de niños recién nacidos y robados para entregárselos a familias pudientes que no podían tener descendencia.

-Pues, no sé yo, oficial, yo me limitaba a hacer mi trabajo y a recibir órdenes del doctor Fulgencio.

-La voz de Doña Marta se quebró y unas lágrimas se asomaron a sus ojos-.

El teléfono de la inspectora sonó. Era Amancio.

-Dime Amancio.

-Inspectora. He estado investigando. He hablado con Marta Quiroga. Una matrona que trabajaba en la clínica Santa Cecilia y que intervino en el nacimiento de Carlos Sánchez. Por aquella época se hablaba de que muchos bebés morían después de su nacimiento. Hubo habladurías, pero tras investigar el tema, el caso se archivó. Pero aquí pasaron cosas raras, inspectora. La matrona se ha descompuesto en cuanto le he estado haciendo preguntas. Inspectora me temo que Carlos Sánchez tuvo un hermano gemelo.

 

FIN

 

 

 

 

 

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