EL BESO – Luis Camuña Salido

Por Luis Camuña Salido

¿Quién es tan miserable, tan sumamente cobarde, como para terminar con casi cuatro años de relación con un email?
¿Quién puede jurar amarte más que a nadie, más que a nada, y prometer mil veces, sin cumplirlo, romper con todo para estar contigo?
¿Quién puede abandonarte a tu suerte y darte la espalda al confesarle que el fruto de vuestro amor ha cristalizado en un embarazo?
¿Quién puede llegar a ser tan cruel y tan despiadado?
Sumida en un inmenso dolor y una soledad absoluta, pese a estar rodeada las veinticuatro horas del día por técnicos, auxiliares y el resto de los integrantes de aquel nutrido grupo, ella le haría pagar por todo.
Llegó el día de la final.
Ella, junto con todas sus compañeras, lo había logrado. Finalmente podría llegar hasta él, ante la mirada de todo el universo y cobrar cara su venganza.
Al acercársele, en lugar de estrechar su mano, como hicieran todas, ella se precipitó sobre el presidente y le besó en los labios…
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Se habían conocido en una de esas fiestas no oficiales que se organizaban tras cada partido, en cada concentración del equipo nacional, cuando éste cruzaba fronteras y tocaba desplazarse lejos de casa. Jugadoras, técnicos, directivos y miembros allegados de la prensa especializada sabían de primera mano de esas celebraciones. Tal era la popularidad que tenían, que los periodistas deportivos llegaban a ofrecer altas sumas de dinero a sus jefes de redacción para que les enviasen a cubrir los desplazamientos de España, desvividos por participar de esas celebraciones clandestinas, en las que se podría decir que todo estaba permitido.
Cualquier hábito pernicioso del que abominaría un deportista profesional tenía cabida y cobijo en aquellas bacanales donde los privilegiados invitados se deleitaban con copiosas y opulentas cenas, ríos de alcohol de solera, drogas sociales y toda suerte de desinhibición carnal. El despiporre finalizaba con un inmenso pacto de silencio sobre el que todos trivializaban sentenciando lacónicamente: “Lo que pasa en el post, se queda en el post”.
Aquellos ambientes truculentos no estaban hechos para Nena Lamothe, para quien el arranque matinal perfecto incluía una hora atizando el saco de boxeo, una ducha, un té matcha y dos galletas de espelta. Con estos frugales ingredientes ella ya podía comerse el mundo.
Debió ser en otoño de dos mil dieciocho, pues el siguiente era año de Mundial. Las nuestras habían logrado su clasificación en la fase de repesca empatando de milagro en casa de las chipriotas y la federación invitó a todo el plantel a una recepción oficial en la sede capitalina.
Por lo general, Nena habría empleado cualquier pretexto plausible para excusar ausencia, saltarse el evento y no tener que asistir a figurar con los jefes; pero en aquella ocasión las compañeras lograron persuadirla con el argumento de que, para muchas de ellas, sería la última ocasión de coincidir en algo así, pues ya se avecinaba el más que cacareado cese de Lalo Badía, controvertido seleccionador, y muchas de ellas dejarían de contar para futuras convocatorias.
Con evidente desgana y ocultándose tras un lenguaje corporal huidizo y de perfil bajo, desaliñada, andróginamente trapeada y con el breve maquillaje que habría llevado cualquier mañana de martes a su otro trabajo, en la facultad de Ciencias de la Actividad Física y el Deporte de su Madrid natal, apareció Nena para regocijo de sus inseparables y de más de un directivo que la tenía encuadrada entre sus favoritas.
Pese a que la edad media de los directivos excedía de largo los sesenta, Urdiales, flamante y recién nombrado presidente, apenas alcanzaba la cincuentena. Con una buena genética de su parte, cierta elegancia informal y un aire de suficiencia que le hacía parecer un redomado prepotente a primera vista, no era alguien que pasara fácilmente desapercibido. Se podía afirmar que los del presidente eran diez lustros muy bien llevados. Así -al menos- pareció a la mayoría de las chicas, que sólo le conocían por los medios y no habían coincidido con él en la distancia corta hasta entonces.
Todas parecían gratamente sorprendidas y hasta cierto punto atraídas por el carisma y la impronta personal del presidente. Casi todas, en realidad. Nena seguía a lo suyo, mirando el reloj a cada minuto, refugiándose en la pantalla de su móvil consultando compulsiva y cíclicamente sus publicaciones de Instagram.
Como con todo lo demás que tuviera que ver con su proyección pública como deportista de élite, ella seguía con resignación y cierta renuencia los consejos y recomendaciones de Roberta Grassi, su representante, quien insistía hasta la náusea en la importancia de saber conjugar la brillantez en el deporte con el interés social en el personaje, dada la brevedad de la carrera de una futbolista profesional.
– ¡Tienes que construir un personaje sobre tu nombre, cariño!, la gente quiere verte marcar goles, pero también quieren saber qué marca de perfume te gusta o si duermes con o sin pijama -le reiteraba machaconamente cada vez que Nena descuidaba sus redes sociales.
Además de ejercer con brillantez su recién estrenada presidencia, cumplir religiosamente con la liturgia formal, estrechar la mano de todos los presentes y abrazar a todos los amigos de la federación, aquella noche, Urdiales se empleó a fondo para cruzar dos palabras con Nena y lograr que aceptase una copa de espumoso de su mano. Él solo necesitó unos minutos para reparar en ella, interesarse por quien no hizo esfuerzo alguno para fotografiarse con él y fascinarse con esa actitud esquiva y arisca que ella desplegaba.
En los días sucesivos, el presidente activó toda su maquinaria institucional y ejerció toda su influencia y encanto personal para conseguir el número de móvil de Nena. Los intercambios de mensajes de texto, audios, fotos, memes y todo un riguroso y puntual protocolo de saludo matinal y despedida crepuscular de cada día se convirtieron en una norma.
Con el paso de los días, las semanas, y a través de un incesante torrente de mensajes de ida y vuelta, aquel, a primera vista, estirado prepotente se fue mostrando ante Nena como un tipo inteligente, tierno, delicado, atento, ingenioso y muy divertido, y que además manejaba con gran paciencia y maestría el carácter deslenguado y volcánico de ella. Ningún otro hombre antes que él había sido capaz de entenderla y de sobrellevarla con la habilidad con la que lo hacía Urdiales. Nena se sentía segura, atendida, comprendida, amada.
En los meses posteriores Nena cambió de club y también de ciudad. El distanciamiento geográfico de la capital hacia auspiciar que lo que para entonces ya podía describirse con un affaire en toda regla, tendería a desmoronarse por mor del tiempo y de la distancia. Para su sorpresa, la separación geográfica sirvió al propósito contrario, y la apetencia y la necesidad de verse y encontrarse secretamente crecía dentro de ambos, más allá de unos límites en los que Nena ya empezaba a pisar territorios inexplorados. Hasta ese momento, ella no creía haber experimentado la pasión que ya sentía y que la llevaba al convencimiento de que aquel podía ser, sin duda, el hombre de su vida.
En la primavera de dos mil veintitrés, Nena y Urdiales se mudaron juntos al piso de ella en El Raval. Tras muchas idas y venidas y varias tentativas anteriores de iniciar una vida en común, él había decidido dejar atrás a su familia, mujer e hijos, y emprender una nueva etapa de felicidad plena con Nena. A partir de entonces, la clandestinidad quedó atrás y se les pudo ver paseando de la mano en Montjuic o cenando íntimamente en una terraza de la Barceloneta.
El último viernes de mayo, Urdiales se había vuelto a Madrid ante la inminente publicación de la lista oficial. En el telediario de las tres se oficializó la convocatoria para la cita mundialista, coincidiendo con la protesta de las principales jugadoras seleccionadas que venían reivindicando el cese de Badía, el más que denostado seleccionador. Asqueada por la misoginia desmedida del personaje, y la gran controversia y el profundo malestar que Badía había generado, Nena ya había decidido renunciar a su convocatoria, por propia convicción y también por solidaridad con las compañeras que habían liderado el boicot.
Al siguiente día saltó de la cama como cada mañana y puso agua a calentar mientras sujetaba con los dientes el cierre de velcro de uno de sus guantes de boxeo. En esas, sintió un fuerte mareo. Confundida y temblorosa se deslizó hasta el baño y allí se precipitó sobre el inodoro hundiendo la cabeza en su interior. La descarga fue de tal virulencia y magnitud que sintió que se hubiese vuelto del revés como un calcetín. De vuelta en el dormitorio, abrió el cajón de sus bragas y, revolviendo en el fondo, encontró una caja de cartón alargada que rezaba en letras azules: Clearblue.
La solidaridad con el boicot pesaba y mucho, pero minutos después de pasar por el baño de nuevo, Nena tenía un motivo mucho más poderoso para renunciar a viajar a Nueva Zelanda con su selección.
¡Buenos días, amor! Avísame cuando puedas hablar. Si puede ser en persona, mucho mejor. ¡Te quiero!

Amor, supongo que no has visto mis mensajes. Llámame, es importante. TQ.

No puedo esperar más, no me resisto a decirte que por fin ha sucedido. Sí, cielo, es real, ¡vamos a ser tres!

Amor, ¿ha pasado algo? Me tienes muy preocupada. Llámame, por favor.

¡No entiendo que está pasando! ¿En serio te cuesta tanto escribirme?

Supongo que sigues vivo. No me escribas si no quieres.

Presa del desconcierto y la desolación más extrema, Nena decidió interrumpir su embarazo y comunicar a su representante que volvía a ser seleccionable.
Pasaron dos semanas más y, agotados todos los intentos de contactar con él por todos los medios posibles, de repente y sin previo aviso, recibió un escueto mensaje en su móvil:
Tienes un email.
FIN

 

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