EL COLIBRÍ – Emma Gene Baleyto

Por Emma Gene Baleyto

Desde lo alto de la montaña miró abajo, abrió los brazos en cruz y saltó, entonces le vio de nuevo: el colibrí. Su vida parecía desvanecerse en el aire. Notaba el pálpito del viento en sus dedos y por primera vez en su vida sintió la libertad. A un palmo del suelo, su mente la trajo de vuelta a la cama y de un salto abrió los ojos. Con el corazón a mil, repitió ritualmente: ha sido un sueño, solo un sueño y nada más. Los primeros rayos de sol entraban tímidamente en su habitación. Nina se recogió el lacio pelo negro y posó su mirada color azabache en la ventana. La respiración se le cortó… Un pequeño colibrí la observaba fijamente. El animal movía su cabecita de un lado a otro, pareciera que trataba de comunicarle algo. A los pocos segundos, su aleteo casi imperceptible le condujo hasta el verde y tintineante follaje del árbol de enfrente.

Nina quiso ignorar que hoy cumplía 25 años. Fue al trabajo como de costumbre, con paso lento, los hombros caídos y la mirada puesta en el suelo. La silueta de su cuerpo alto y delgado se dibujaba curvada entre las calles de aquel pueblecito de montaña al sur de Francia. Mientras abría la puerta del colegio suspiró y, fingiendo una sonrisa, saludó los buenos días a sus compañeros. Ser maestra no era lo que creía años atrás. Mientras el alumnado realizaba un ejercicio de Listening and Speaking, una vez más su mirada se perdió en el tintineo de los árboles tras la ventana. El murmullo de las voces de clase se difuminaba, y su mente fantaseaba con un “y si…” cuando una niñita la tiró de la bata llamando su atención. Teacher, ¿te gusta el dibujo que he hecho? Nina esbozó una sonrisa mientras tomaba el dibujo en sus manos. Al verlo, los ojos se le abrieron como platos y en un intento de disimular el susto, dijo: What a beautiful hummingbird, Sara!

Aquella noche fue a cenar con la familia para celebrar su cumpleaños. Empezaba a oscurecer cuando salieron del restaurante, y Nina se despidió de ellos para volver a casa. Absorta en sus pensamientos, no se dio cuenta hasta ese momento de que alguien parecía seguirla desde hacía un buen rato. Aceleró el paso más y más, hasta que corría desesperada en un intento fallido de despistar aquella presencia. Cuando se dio cuenta de que se había metido en un callejón solitario y sin salida, paró en seco. Inmóvil, su piel palideció aún más que de costumbre, sus huesudos y helados dedos le temblaban, y un sudor frío le caía por su espalda. En silencio, la sombra se detuvo detrás de ella. Fue entonces cuando Nina supo que tendría que girarse y mirarle cara a cara. Ahí empezó todo.

Al voltearse, vio una mujer vestida de azul. Llevaba una sudadera con la cremallera atada hasta el cuello, las manos en los bolsillos y la capucha puesta, ocultándole parte del rostro. Entonces levantó la cabeza lentamente hasta fijarle la mirada. Nina quiso gritar, pero no encontró su voz. No podía creer lo que veía… Era ella, un poco más mayor, pero ella misma… El silencio se hizo con la noche. La mujer empezó a caminar hacia Nina, quien parecía que no podía mover ni un músculo. Quiso tomarla de las manos, cuando al fin reaccionó con voz temblorosa: No me haga daño, por favor… La mujer la miró y le dijo: Soy tú, ya lo ves. Hay algo que tengo que mostrarte. Le agarró las manos cerrando los ojos. Ambas desaparecieron de este mundo en un destello de luz.

Entonces aparecieron allí: un mar azul se extendía infinito sin olas, una playa de arena blanca acunaba el agua y se fundía en un enorme bosque tropical. En el horizonte, tres soles brillaban con calidez. Nina tuvo un déjà vu. Presenciaba la escena como imágenes ya vividas, pero lo que no recordaba la muchacha es que estuvo allí mucho antes de nacer en la Tierra. Se encontraba en Eroves, un mundo muy lejano a su planeta. Se agachó, sumergió lentamente los dedos en la fina arena, cerró los ojos y se fundió en el cosquilleo que le despertaba. Agarró un puñado y lo fue dejando caer, como la fina cascada atrapada en un reloj de arena. Una voz la sobresaltó. Se levantó con rapidez, precipitándola toda al suelo. La mujer la miraba sonriendo, pero ahora llevaba un pajarito en el hombro. Cuando Nina lo reconoció dio dos pasos atrás y la respiración se le aceleró. Era un colibrí.

Por tu reacción, supongo que has reconocido a Humm. —le dijo la mujer—Sé que no recuerdas con claridad este sitio, pero fue tu hogar hace muchos años.

—No sé qué me está contando… Lo único que quiero ahora es despertar…—Nina susurraba.

—Esto no es un sueño, yo soy un fragmento de ti. No me escuchabas y tuve que aparecer así.

—Yo… Yo no sé qué quiere de mí… —sus ojos empezaban a enturbiarse.

—Solo quiero que me escuches. Sé que últimamente te sientes perdida, que tu mundo parece aprisionarte y no encuentras tu lugar allí. Es cosa de tus miedos. ¿Es así?

Las lágrimas de Nina hablaban por ella en silencio. La mujer la abrazó y la chica, entre llantos, al fin se dejó ayudar.

—Lo que hoy te propongo te acercará a encontrar la paz. Ahora, yo me iré y tú tendrás que buscar el camino de vuelta a casa. Cuando lo hayas logrado, allí estaré.

—¡¿Cómo dices?! ¿Cómo voy a volver sola? Tiene que ser una broma…

—Es verdad, sola no estarás. Humm irá siempre contigo.

 

La mujer desapareció en otro destello de luz. Nina se sentó en la arena agarrándose las rodillas hacia el pecho y bajó la cabeza entre sollozos. Humm se posó en su hombro. Al poco rato, la chica se dio cuenta de que cada lágrima derramada había ido hundiendo la arena bajo sus pies. Entonces, vio algo extraño. Curiosa, empezó a escarbar el agujero más y más, hasta que reconoció unas escaleras de arcilla que se hundían. Paró y las miró una y otra vez, finalmente decidió seguir. La arena se le metía entre las uñas y sus dedos enrojecían cansados. Boquiabierta, observó que bajo la playa había un espacio oscuro al que se podía acceder. Tragó saliva y empezó a descender las estrechas escaleras. Humm silbó y, al instante, miles de luciérnagas alumbraron el ambiente bajo tierra, como si fueran estrellas. Nina observaba la escena con brillo en sus pupilas. Cuando llegó abajo, un extenso y húmedo jardín lleno de vegetación tropical, animales, flores, ríos y montañas apareció. Ella empezó a andar por el único sendero que había, girando la cabeza de lado a lado sin perder de vista detalle alguno. De repente, topó con un árbol verde y frondoso tintineando. Le resultaba extrañamente familiar. Frunciendo el ceño intentaba recordarlo, hasta que dijo: ¡Claro! ¡Es el de enfrente de casa! Al pie del árbol, vio una pequeña puerta de madera de color rojo. Con el corazón descompasado, la abrió.

Un ser muy pequeño la recibió sonriente: ¡Bienvenida! Te estaba esperando Nina. Su cuerpo no medía más de un palmo y era completamente verde.

—Yo soy Din. Si me has encontrado es que has empezado a profundizar en ti. Ahora, necesito que confíes en mí para seguir. ¿Vamos?

—¡¿Cómo voy a confiar en usted si no le conozco de nada?!

—Soy un trocito de tu interior. Es hora de partir.

 

Un destello de luz púrpura iluminó los cuerpos de Nina y Humm, convirtiéndolos al tamaño de Din. Ahora la chica no veía nada: ¡Socorro! ¿Qué me pasa? No puedo ver nada… Se frotaba los ojos en vano. Él le dijo: Para este camino deberás ver desde tu interior. Nina contuvo la respiración unos segundos y, en silencio, procuró relajar su mente. Sintió las patitas de Humm en su hombro, eso le dio cierta confianza. Din insistió: Nos vamos. Sígueme. Ella tragó saliva, estiró los brazos hacia delante y empezó a andar.

 

Tras un buen rato, el ritmo de su corazón se relajó. A cada paso, percibía las piedras del camino acariciarle las plantas de sus pies. Disfrutaba del húmedo abrazo de la cálida brisa tropical y sonreía con el canto de los pájaros. Relajó sus brazos y se detuvo al notar la primera gota del chaparrón que llegaba. Bajo la lluvia cayendo a cántaros, Nina abrió los brazos en cruz con las palmas hacia arriba, levantó la cabeza y se entregó al cielo con un discreto gracias en sus labios. Humm volvió a su tamaño, entonces la agarró por los hombros. Levantó a la muchacha y la llevó en medio del cosmos, disponiéndola en una plataforma como si de un juego de ordenador se tratara. Nina abrió los ojos. Ante ella, un montón de rocas se levantaban. Oyó una risa grave y lejana que se acercaba, entonces vio de quién se trataba: un cuerpo rojo, alado, con cola larga, cuernos puntiagudos en la cabeza y dientes afilados de marfil, sonreía mirándola desde arriba. Nina temblaba y su corazón latía en vano para que echara a correr.

—Tu miedo es mi tesoro. —su voz grave y seseante retumbaba en eco por todo el negro espacio.

Cuando se le abalanzó, la chica desvió instintivamente la mirada. Entonces reaccionó. Parecía que huía, pero lo que no sabía el feroz ser es que Nina estaba a punto de librarse de él. Se dispuso delante de las rocas y esperó a que se acercara, entonces dijo: ¡Humm, ahora! El colibrí golpeó las rocas precipitándolas encima de la bestia, mientras Nina corría hasta el final de la plataforma. Se giró, viendo que había funcionado. Humm volvió a su hombro y otro destello de luz se los llevó de allí.

Al aparecer en el último tramo del camino, Nina chilló sin aire. Se encontraba en la cima de una altísima montaña. Al bajar la mirada, dio un paso atrás tragando saliva, entonces vio precipitarse y romperse en pedazos la roca a sus pies. Humm voló y se puso enfrente de ella. Suspendido en el aire con su aleteo casi transparente, movía su cabecita de un lado a otro. Ahora, ella le entendió: Los miedos de tu mente humana serán calmados por la entrega de tu corazón a la Vida. Confía. En ese momento, Humm se acercó a ella y en una luz blanca volvió al interior de la chica. Esa fusión iluminó el cuerpo de Nina, quien oyó en su cabeza: Ahora somos uno. Entonces, miró abajo, abrió los brazos en cruz y saltó. Sus miedos parecían desvanecerse en el aire, regalándole de nuevo la libertad. Al llegar a un palmo del suelo, esta vez movió los brazos y voló. Voló tan alto que creyó tocar las estrellas. Percibió el polvo estelar que da vida a sus células, y al fin vio la Tierra a sus pies. Supo lo que tenía que hacer. Planeó hasta localizar su hogar. Entonces, puso los brazos al lado del cuerpo y descendió en picado. A punto de alcanzar su destino, bajó la velocidad y se quedó suspendida en el aire. Sus miedos acechaban de nuevo preguntándose si quería volver allí. En ese momento, apareció aquella mujer de nuevo:

—Cuando esa sensación vuelva, gírate y mírala de frente como hiciste conmigo. Regresa a la paz de donde proviene tu alma, siente en tu piel el contacto con la fina arena de la playa tropical donde estuviste. Cierra los ojos y percibe más allá, como hiciste con Din. Utiliza tu mente para resolver situaciones reales (en vez de que ella te utilice a ti) como hiciste con el ser feroz. Pero por encima de todo, siente a Humm en tu interior y déjate guiar por sus consejos.

En un último destello de luz, Nina regresó ante la puerta de su casa. Inspiró profundamente y, con una sonrisa, entró de vuelta a su hogar.

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