EL HORIZONTE MÁS OSCURO – Alejandra Anahí Assum

Por Alejandra Anahí Assum

Esa delgada línea que dibuja los más perfectos contornos entre el cielo y la tierra y traza las más imperfectas figuras sobre las altas montañas, siempre ha llamado la atención de María.
María era una hermosa y vital joven, que llevaba una vida sin emociones, aventuras, ni grandes historias que relatar. Nació en un pequeño pueblo llamado Montoro en la provincia de Nápoles, en una fría tarde otoño del año 1924.
Con el paso de los años, María se convirtió en la hija mediana de la familia Farraiolli. Su hermano Miguel era mayor que ella por tan solo dos años, y su hermana pequeña, Corina, era cuatro años más pequeña.
El pueblo de María se distinguía por sus grandes campos, altas montañas y hermosos prados. La mayoría de los habitantes se dedicaba al cultivo y a la ganadería, ya que este pueblo alimentaba a gran parte del sudoeste de Italia. Era un lugar muy tranquilo y apacible, de pocos habitantes.
Su padre, con ayuda de su hermano mayor y de su madre, se dedicaban exclusivamente a sembrar los campos de la familia y María era la encargada de vender esos productos en la feria del pueblo, como así también de cuidar de su pequeña hermana y asear la casa.
Sus días transcurrían de forma rutinaria, realizando sus tareas con el mayor de los cuidados y la atención posibles. Por momentos, sentía que su vida era dura y algo agobiante, por lo que luego de trabajar, siempre se desviaba treinta minutos del camino para apreciar el hermoso horizonte que se dibujaba entre el cielo y las montañas, y poder soñar despierta frente a las hermosas imágenes que se formaban a sus pies. En el fondo de su corazón, se preguntaba si podría ir en busca de otros lugares y personas que la colmaran de emoción y aventura, pero era consciente de que esos pensamientos eran únicamente ilusiones que difícilmente pudieran hacerse realidad.
María siempre se sintió agraciada con su físico y belleza, pero no era una muchacha presumida ni que le gustase arreglarse en exceso. Siempre iba natural y aseada. Tenía el cabello castaño oscuro y unos perfectos rizos le enmarcaban su fino rostro. Se pasaba siempre por su cabello un pañuelo de flores en forma de bandana, para poder trabajar más cómodamente. No era muy alta, pero tenía una hermosa forma en su cuerpo, con unas caderas pronunciadas y una cintura fina y delgada.
A pesar de su belleza, nunca tuvo ningún romance ni se enamoró de ningún muchacho del pueblo. Para sus dieciséis años era la futura esposa ideal para cualquier hombre de bien, pero para ella el matrimonio no era algo importante. Su mayor miedo era que sus padres le concertaran un matrimonio con algún hombre del pueblo, tal y como se acostumbraba, ya que no quería tener que pasar toda una vida al lado de alguien a quien su corazón no hubiera elegido. Es así que cuando algún buen joven del pueblo se acercaba, María siempre lo eludía o lo evitaba. En especial a Lorenzo Espossito, el hijo del dueño de una enorme fábrica envasadora y productora de tomates, que iba todas las semanas al pueblo a controlar la recogida de sus plantaciones en los cultivos de su padre. Lorenzo era veinte años mayor que ella, pero desde que la vio en el mercado del pueblo, estaba obsesionado con la dulzura y belleza de la joven. Lorenzo era alto y muy delgado, no tenía un solo músculo en los brazos, algo que seguramente no necesitara, ya que siempre iba acompañado de dos hombres que lo protegían, puesto que este era el único heredero de un gran imperio. Tenía un fino bigote y siempre vestía de traje y usaba sombrero. La familia de Lorenzo era muy poderosa, rica y temida por todos, por ser bien conocido los lazos que esta tenían con la mafia napolitana de la zona. Sus padres querían que el joven se casase y tuviese hijos, pero él quería elegir a su futura esposa y sabía perfectamente que tenía que ser María. Cada vez que el muchacho se acercaba, ella intentaba por todos los medios evitarlo, la mayoría de las veces sin éxito.
Pero un día, sin previo aviso, los dioses confabularon para que el horizonte de María se tornara oscuro y lúgubre.
Una tarde, cuando María se encontraba recogiendo los últimos enseres de su puesto de trabajo, ya dispuesta a partir rumbo a su casa, doña Giselle, la dueña del pequeño bar del pueblo, anunció a viva voz y con lágrimas en los ojos que Benito Mussolini se había unido en alianza con la Alemania Nazi y que comenzaba la guerra. El corazón de María se encogió de repente y su alma de pronto lo supo, tiempos de hambre y dolor se avecinaban; aquella tarde María no desvió su camino para ver su amado horizonte.
Desde aquel día, el tiempo parecía avanzar muy lentamente. Las noticias que llegaban al pueblo eran muy escasas y la mayoría eran trágicas y fúnebres. Llegó el invierno y con él, las Navidades más frías de los últimos veinte años. Las plantaciones de la familia se habían helado y toda la cosecha se había perdido. El hambre se convirtió en un huésped inesperado.
Su padre y su hermano intentaron buscar otros trabajos, pero fue en vano, la guerra estaba asediando totalmente al país. La mayoría de las empresas, en las grandes ciudades, estaban en banca rota, lo que provocaba que los campos vecinos ya no tuviesen ventas. El ejército comenzó una campaña para reclutar jóvenes para compensar las grandes pérdidas, lo que provocó que cientos de familias decidieran dejar el país en busca de un futuro mejor. El sueño de la América había comenzado.
Aquellos que ya habían vivido la Primera Guerra Mundial conocían a la perfección sus consecuencias, por lo que muchos habían huido y los que quedaron se encerraron en sus casas por miedo a los robos que cada día eran más frecuentes. Fue así como el pueblo entero se cubrió con un manto fúnebre.
Al llegar el verano, María se despertó por el sollozo de su madre en su habitación. Se acercó lentamente y vio a esta sentada en los pies de su cama vestida con su camisón blanco llorando desconsoladamente. Se encontraba sola y tenía en las manos una caja de madera en donde María sabía que guardaban todos sus ahorros. Su madre no era mucho más alta que ella, pero si estaba mucho más delgada, porque más de una vez había decidido no comer para que lo hicieran sus hijos. María lentamente se colocó de rodillas frente a ella y tomándola de un brazo le pregunto:
– Madre, ¿qué te ocurre?
Su madre, ahogada en llanto, no era capaz de emitir un solo sonido. Luego de unos minutos soltó la caja en la cama y, luego de limpiar sus ojos, tomó a María por sus hombros, y le dijo:
-Hija, tu padre se ha ido y se ha llevado hasta el último centavo que teníamos.
Al escuchar estas palabras, el corazón de María dio un vuelco y su alma se paralizó. Nada tenía sentido.
– ¿Cómo que se ha ido? ¿Qué ha sucedido? –le pregunto a su madre intentando comprender.
Su madre, llorando y en silencio, le entregó una nota totalmente arrugada. Era sin duda la letra de su padre y en ella explicaba que se tomaría un barco rumbo a América, en donde se rumoreaba que existían grandes posibilidades de crecimiento, y que una vez allí mandaría por su familia.
Durante un año y medio se aferraron a esa promesa, pero las noticias nunca llegaron. Su padre había desaparecido.
Sin ahorros, ni trabajo, ni esperanza, la familia de María se sentaba todas las noches a la hora de la cena, para tener la única comida “digna” que tenían en el día. Siempre se trataba de lo mismo, una insípida sopa de raíces que su madre, desesperadamente, intentaba cocinar. Estaban completamente hundidos en la desesperanza y el hambre.
Una noche, sentados en la mesa familiar, su madre dejó a un lado su plato y mirando fijamente a María y le dijo:
– Hija mía, esta mañana he visto a Lorenzo Espossito y me ha dicho que puede ayudarnos. Que puede darnos el dinero y la protección que tanto necesitamos, si le doy tu mano en matrimonio y le he dicho que sí.
El dolor que sentía su madre al decir aquellas palabras, le causo tal estrago que nunca más pudo sostenerle la mirada a su hija. Su madre sabía que la estaba apuñalando por la espalda y no toleraba mirar sus tristes ojos. Aun así, continuo: -Mañana vendrá a visitarte y quiero que estés arreglada.
Todo lo malo que podría sucederle a María acabó sucediendo. Se tendría que casar con un hombre, al cual detestaba, para que su madre y sus hermanos pudieran comer y salir de la miseria en la que estaban metidos. Ella tenía que condenarse para salvar a su familia. Al principio se enfureció, pero su hambre calló sus quejas.
A la madrugada siguiente su hermano Miguel la despertó brusca pero silenciosamente.
María se sorprendió al ver a su hermano tan nervioso y abrumado.
-María, me iré ahora mismo, en tres horas sale un barco para América, iré a buscar a papá. No dejaré que hagas este sacrificio por nosotros.
-Pero ¿cómo vas a hacer esto? ¿Tú también nos vas a abandonar? Ni siquiera sabes en dónde está papá.
– Pero debo ir a buscarlo, los militares están cada vez más cerca y están registrando las casas para llevarse a los hombres jóvenes a la guerra, si no me voy ahora, me tomarán y será mi fin. Yo no puedo pelear, me matarán enseguida.
Las lágrimas de María comenzaron a brotar por sus ojos sin cesar. No podía entender, ni encontrar explicación de cómo su vida había cambiado tanto y se había convertido en un cuento de terror.
– No llores – dijo suavemente su hermano abrazándola-, te juro que buscaré a nuestro padre y vendremos por ustedes.
Y fue así como con un dulce beso en su mejilla, Miguel se fue. En ese momento María no lo sabía, pero jamás volvería a ver su hermano mayor.
El siguiente mes llego muy rápidamente; Lorenzo cumplió con su palabra y recogió a las tres mujeres desde su humilde casa y las llevó a una de sus propiedades en Nápoles, en donde las alimentaron y cuidaron dándoles lujos que jamás hubiesen podido pensar. Nunca habían vestido ni comido tan bien. Lorenzo tenía tanto dinero que la guerra no parecía afectarle a ningún miembro de su familia. Incluso se rumoreaba que su padre había hecho grandes negocios a causa de esta.
La mañana de su boda había llegado, María vestía su fino traje de novia, resignada al futuro que le deparaba de la mano de un hombre al cual no amaba y por el cual sentía cierto recelo, por culparlo de aprovecharse de la situación de su familia para pedir su mano.
De pronto, escuchó el murmullo que provenía de afuera. Desde su ventana se alcanzaba a ver perfectamente el puerto de Nápoles. Le preguntó a la persona encarga de peinarla de qué se trataba y esta le comento que un nuevo barco rumbo a América partiría en una hora, exactamente a la hora en que debía estar frente al altar. En ese momento su cabeza daba vueltas. Estaba a pocas cuadras del puerto, donde un barco la alejaría de su cárcel junto a Lorenzo, pero que, a su vez, condenaría a la pobreza y miseria a su madre y a su hermana pequeña. Sabía que, si le decía algo a su madre, esta no la apoyaría y no viajaría con ella. Tenía que tomar una decisión que parecía imposible; abandonar a su suerte y a una pobreza asegurada a su madre y hermana menor, pero ser libre y vivir con la esperanza de que algún día pudiera volver por su familia, o quedarse con ellas asegurando un presente y un futuro cómodo, seguro y abundante, pero condenándose a una vida triste y oscura junto a un hombre que de seguro no la haría feliz.
Su mente de pronto se nublo; sus oídos se taparon y su vista comenzó a ser borrosa. Mirase por donde mirase, María tenía por delante el horizonte más oscuro que jamás pudo imaginar. Cualquiera de los dos caminos la llevarían a destinos en donde la culpa y el arrepentimiento serían los protagonistas. Sus pies comenzaron a moverse, sabía que las personas a su lado le hablaban, pero ella no podía escuchar. Cerro los ojos y respiró profundo tres veces. Punzadas de dolor y angustia acompañaban todos sus movimientos. ¿Era más importante su libertad o su familia? Sus pensamientos entraron en una espiral interminable, su cuerpo se estremecía, María había perdido por completo el control de sus movimientos y no era consciente de ello; simplemente se dejó ir, sin escuchar nada, sin hacer caso a ninguno de los cientos de pensamientos que abrumaban su mente. Por primera vez en su vida, cedió el control a algo superior que ella misma, encaminándose a lo que la haría arrepentirse el resto de su vida. Cuando por fin su mente se aclaró, pudo ver, por primera vez en su vida, cómo su amado horizonte dibujaba una fina y brillante línea sobre la inmensidad del mar, mientras que, a la distancia, el enorme transatlántico dibujaba hermosas estelas en el mar.

 

RELATO DEL TALLER DE:
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Esta entrada tiene un comentario

  1. Micaela

    Me ha gustado mucho tu relato. Gracias.

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