EL PASTOR DE SANTO DOMINGO-2ª VERSION
Por Cristina Serra Colón
08/10/2021
Coronar la cima del monte de Santo Domingo en fecha diez de agosto, todos los años, pasó de ser una obligación familiar a un deseo para el joven Miguel Santamaria. Su padre, Don Rafael, gran caminante por las tierras de su juventud y amante de las costumbres, le propuso a su hijo con solo cuatro años, celebrar su cumpleaños en la cresta de la montaña en donde habían construido cientos de años atrás, un pequeño refugio de piedra en donde los pastores, especialmente Don Arturo, se refugiaba del áspero clima de la zona tanto en los meses de verano como en los de invierno.Miguel, niño extrovertido y curioso como el que más, no tardó en hacerse amigo del pastor que rondaba por las montañas de las “Cinco Villas”. La vida del ganadero era tan diferente a la suya que ansiaba por saber todos los detalles de su día a día y solamente lo podía hacer el día de su cumpleaños por lo que no desaprovechaba el momento. Cuando llegaban padre e hijo a la cresta de la montaña, Don Rafael agradecía al Señor que el pastor siguiera en el mismo lugar de todos los años, mirando al horizonte y contando las cabras. Don Arturo era el protagonista de muchas de las conversaciones familiares a lo largo del año y sabía que era un hombre que se había ganado parte del corazón de su hijo. Miguel le echaba de menos a lo largo del año y por la expresión de ternura que mostraba Don Arturo, sabía que él también lo hacía.-¿Pero no se aburre a lo largo del día, Don Arturo?- preguntó el niño al pastor curioso por saber qué es lo que hacía el cabrero durante toda la jornada. Eran demasiadas horas en soledad y a pesar de que cada año, el ganadero le daba la misma respuesta, Miguel no terminaba de convencerse. Era imposible que a Don Arturo, la jornada no se le hiciera eterna sin ni siquiera, tener un teléfono para comunicarse con nadie.-Todo lo contrario, muchacho.- contestó Don Arturo acariciando con sus enormes manos la extensa caballera del niño.- Cada año me preguntas lo mismo.-Y usted, cada año me contesta lo mismo. – respondió el muchacho resignado. Miguel, nunca se atrevió a tutear al hombre que cuidaba a las cabras del pueblo. Era mucho más mayor que él y sus padres siempre le habían dicho que jamás tuteara a un hombre que superara los cuarenta años. Y estaba convencido que esa franja de edad, por su aspecto molido y desgastado, el pastor ya la había superado. Eso sí, a su entender con una vida muy aburrida. Por mucho que lo pensara, no
encontraba ni una pizca de diversión en esa profesión. Responsabilizarse de unos animales que ni siquiera necesitan ser alimentados era una pérdida de tiempo. ¡Ni siquiera le recompensan con el amor que puede ofrecer un animal de compañía!-¿Y a tí, qué tal te ha ido este año, jovencito?.- El pastor cogió con cuidado la cara del muchacho con una mano y comprobó que todavía no había ni un solo pelo en el rostro. Mantenía intacta la suave piel que solamente tienen los niños – Sigues siendo un chiquillo. Feliz cumpleaños, amigo.- dijo Don Arturo agradeciéndole con la mirada que hubiera vuelto a subir al monte. Sabía que los tres primeros años, el joven hacía la excursión por obligación paterna pero ahora, creía de buen agrado, que ya no era así. Los dos disfrutaban de la conversación que mantenían y compartían un almuerzo, cada año más generoso. El padre de Miguel, Don Rafael, se mantenía al margen de la conversación que su hijo y el pastor mantenían pero era el responsable de subir un buen trozo de jamón serrano, cortado justo antes de subir al monte, una amplia cuña de queso de cabra sabiendo que era el preferido de Don Arturo y media barra de pan. La bota de vino, cosida en piel de gamuza, por el mismo pastor, era cosa de Don Arturo que este año, a diferencia de los demás, se había propuesto enseñar a su joven amigo a beber de la misma sin derramar ni una sola gota de vino. Un trago de alcohol a los trece años sería toda una experiencia que contar. Su joven amigo, que ese año abría la puerta de la adolescencia, como todos en esa franja de edad se sentían más formados y experimentados que el propio adulto, por lo que con el permiso previo de Don Rafael, le daría orgulloso su primer trago de vino.-Este año comenzaré a estudiar en un instituto.- le anunció Miguel orgulloso. -Ya no soy tan niño, Don Arturo. El mes que viene, mis padres me han prometido que me van a regalar un teléfono móvil. Si usted también tuviera uno, podríamos hablar más de una vez al año. No tendríamos que esperar tantos meses para saber el uno del otro.Don Arturo, no dijo ni una sola palabra pero no era necesario porque su expresión lo dijo todo. La mueca que formaban sus labios y el fruncido de sus cejas eran suficientes para que Miguel supiera, sin necesidad de expresarlo con palabras, que su amigo estaba en desacuerdo con ese regalo. El joven sabía a la perfección que el pastor estaba en contra de las tecnologías y menos que un niño tuviera un teléfono móvil. Y menos en edades tan tempranas. Les hacía perder demasiado tiempo de vida, unos años maravillosos para pensar, leer y correr. Jugar en las calles, reír e incluso comer.- Miguel, ya lo hemos hablado en varias ocasiones. Y sabes lo que opino de los teléfonos y de todas esas plataformas que usáis para relacionaros telemáticamente. Además, si yo tuviera uno de esos aparatos, dejarías de subir a Santo Domingo y en consecuencia, dejaría de verte y lo sentiría tremendamente.
-Tendría usted que abrirse una cuenta en “instagram”.- insistió Miguel, haciendo oídos sordos a sus palabras y ante la negativa de Don Arturo a abrir su mente a otros mundos diferentes.-Podría explicar su experiencia con las cabras a las que tanto adora. ¡Se haría famoso! ¡Y publicaría fotos de sus rumiantes, de sus botas de vino, de lo que come en estas montañas apartadas del mundo! Estoy convencido que su vida llamaría la atención allí abajo, en el mundo real. – Miguel, cada vez se sentía más entusiasmado con la idea. – Y, lo más importante, podría hablar con usted más que un día al año. ¿No sería fantástico?-Quien quiera saber mi opinión, que venga a peguntármela a mí directamente. ¿Y qué demonios es “instagram”?.- preguntó Don Arturo horrorizado.- No siento la necesidad de mostrar qué es lo que hago o que es lo que como. ¿A quién le interesa mi vida?, ¿no pueden disfrutar de la suya con sus propias experiencias que lo han de hacer con la mía? – Don Arturo suspiró profundamente antes de aspirar una buena bocanada de oxígeno y continuar con su reflexión.-Siento que tus padres te regalen un teléfono móvil, Miguel. No es un buen regalo. Comenzarás a perder la libertad que te proporciona el no tener uno. ¡Incluso me han dicho que puedes volverte adicto! – Don Rafael, que seguía sin intervenir en la conversación, comenzó a preparar el almuerzo cortando el queso y el jamón a láminas, tal y como le gustaba a su hijo. Estaba de acuerdo con el ganadero respecto a los inconvenientes de que su hijo tuviera un teléfono pero era imposible retrasar más lo inevitable.-No sea exagerado, Don Arturo. Además, eso ya no se hace.- dijo su joven amigo.-¿Qué es lo que no se hace?. – preguntó Don Arturo desconcertado.-Hablar con las personas tal y como hacemos usted y yo. -¿No hablas con tus amigos?. ¿Tampoco juegas con ellos?- Eso sí que no me lo creo.-Sí que jugamos, pero cada uno en su casa… y también hablamos, por supuesto, pero a través del ordenador… ¡deje de mirarme de esa forma, por favor! – rogó Miguel con un tono de súplica. -Ya le he explicado que todo el mundo hace lo mismo. Si usted dejara por un momento sus cabras y bajara a la ciudad comprendería mejor lo que le digo y no se aburriría tanto.-Jovencito, ni por un carro repleto de oro dejaría yo mis cabras. Cada año te explico que soy muy feliz con la vida que elegí. – Don Arturo cogió dos trozos de queso de cabra y le ofreció al joven el más grande. Miguel lo aceptó encantado. La subida al monte de Santo Domingo había sido dura y escuchaba desde hacía un buen rato los rugidos de su estómago.-Y cada año, lo entiendo menos. ¿Cómo puede ser feliz sin tener nada que hacer?.- El niño aceptó, de buen agrado, el trozo de queso y se dispuso a disfrutarlo justo al lado de Don Arturo, que ya se había sentado al lado de su padre. Miguel se dio
cuenta en ese instante que su amigo siempre llevaba el mismo uniforme de trabajo. Una camisa azul marino, desgastada en el cuello y en los puños por el roce de la piel, un chaleco rojizo y unos pantalones verdes de cazador con varios bolsillos en cada pierna. Siempre llevaba en el bolsillo derecho una pequeña navaja y el izquierdo un silbato que utilizaba para llamar a la atención de las perras que, a su entender estaban más aburridas que su propio amo.-Miguel, tengo tantas cosas que hacer que no me da la vida para ello. He de contar cada día las cabras ya que muchas de ellas se desorientan y se pierden por el camino, después he de dar de comer a Lua, Mosquita y Leona ( las tres perras pastores que cada año estaban más delgadas), además tengo una montaña de libros que leer en el refugio y pensar en qué comer y cenar. ¡Y eso todos los días! ¿Crees que tengo tiempo para aburrirme?-¿Algo más?- preguntó Miguel convencido que la vida del pastor era una pérdida de tiempo absoluta. ¿Cómo es posible ser feliz todos los días contando cabras?-. Ya te he dicho que no solo cuento cabras. También pienso y contemplo a todas horas. – ¿Y qué contempla, Don Arturo? – Miguel formuló la pregunta de una forma burlona. Seguía sin comprender la felicidad del pastor. -La naturaleza que me rodea. Pequeños detalles que se te escapan si no estás muy atento y en el día a día, muchacho, pasa exactamente lo mismo. En ese mismo momento apareció un grupo de senderistas y les faltó tiempo para sacar el móvil de la mochila y comenzar a hacerse fotos unos a otros. Se mostraban exhaustos por haber logrado llegar a la cima y no dejaban de mirar el móvil después de cada foto. Ninguno de los senderistas, dejó el teléfono, se sentó y se permitió un segundo para contemplar el paisaje y así poder mantenerlo en el recuerdo.Miguel, observó la escena de los caminantes y pudo ver las palabras del pastor reflejadas en sus actos. Ni siquiera los jóvenes viandantes se habían permitido cinco minutos para respirar pero aun así, a pesar de que los senderistas no le habían ayudado en absoluto a convencer al pastor de los beneficios de la era digital, Miguel no tiró la toalla.-¿Entiendes ahora lo afortunado que soy? . Necesito poca cosa para ser feliz. ¿Nunca has oído ese dicho que dice que “no es más feliz el que más tiene, sino el que menos necesita”?-No, no lo había oído nunca.- respondió Miguel, levantando las cejas y frunciendo el ceño.-Pues ya sabes por qué soy un hombre feliz.
-Sigue sin convencerme, Don Arturo.- Miguel se levantó para comenzar a recoger los restos del almuerzo y dejar el refugio tal y como lo habían encontrado.- El año que viene subiré con mi móvil y le enseñaré todo lo que podemos hacer.-El año que viene no subirás a Santo Domingo y lo sentiré profundamente. – dijo el pastor de forma sincera. Parecía como si Don Arturo pudiera además de vivir el presente, ver el futuro.-Claro que subiré, Don Arturo. Ahora he de comenzar a bajar al pueblo. Piense en lo que le he dicho. ¡Abra una cuenta en instagram!- dijo Miguel convencido que mucho antes de un año se volverían a ver a través de la cuenta de la famosa red social.El ganadero, abrazó a Miguel con la misma fuerza que lo hacía todos los años. Miguel pudo inhalar el olor que desprendía la ropa de su amigo. Era una mezcla entre cuero y humo. Inhaló más de una vez. Necesitaba recordar durante todo el año el perfume natural de Don Arturo.-Cuídate, querido amigo y no olvides lo que te he dicho. – dijo Don Arturo con el semblante entristecido. Nunca le habían gustado las despedidas y menos de Miguel. El pastor disfrutaba igual o más de la compañía de su joven amigo. -Contempla los detalles de tu vida, reflexiona todos los días y vive despacio. No quieras correr si no quieres caerte.Al año siguiente, Miguel y su padre volvieron a subir al monte de Santo Domingo. La ilusión que sentía el joven por ver al pastor era más intensa que nunca. Quería demostrarle que sí había subido y con un teléfono en el bolsillo contándole los pasos.-¿Don Arturo?- Miguel corrió hacia el refugio y se encontró a un hombre joven, vestido con el mismo estilo de ropa que el pastor y acompañado de un perro labrador que sufría de sobrepeso y que nada tenía que ver con las tres perras pastoras de su amigo.-Disculpe, ¿sabe dónde se encuentra Don Arturo?. He visto que fuera están sus cabras pero no soy capaz de dar con él.-Don Arturo falleció a principios de año por una neumonía grave causada por un virus entonces desconocido.Miguel, sintió en lo más profundo las palabras del nuevo pastor. Quizás, si este hubiera sabido lo que Don Arturo significaba para él, hubiera tenido más cuidado a la hora de anunciarle la noticia. El joven, con la mente y los sentimientos nublados por el impacto de la triste noticia, asintió con un leve gesto al nuevo pastor de Santo Domingo y comenzó a descender al pueblo.
Durante las cuatro horas que duró el descenso hacia el pueblo, Miguel recordó sobretodo la última conversación con Don Arturo. El pastor era hábil dando consejos pero los últimos habían sido, a su entender, los más acertados. Entendió la importancia de una buena conversación, del momento de un almuerzo en compañía, del valor de la intimidad, de aprender a vivir despacio y de querer pasar el tiempo de la vida con las personas que te aprecian, te escuchan y te aman.
RELATO DEL TALLER DE:
Taller de Escritura CreativaOtros relatos
Ver todosMIS COMPAÑEROS DE VIDA- María Isabel López Ben
María Isabel López Ben
07/10/2024