EL SUEÑO DE ADELA
Por Amelia Montero
16/06/2015
Cuentan los ancianos del lugar que cada cien años, en la noche más fría víspera a la Navidad, aparece el hada Helada para conceder un sueño a un niño o niña digno de recibirlo.
Mi nombre es Adela, fui recogida, cuando era un bebé, en la Casa de la Ilusión.
Poco sé de mi pasado y poco me han contado. Llegué una mañana calurosa de verano, algo inusual para esas fechas, ya que no suelen dejar bebés, pero llegué. Me acompañaba tan solo una gasa de algodón a la que me aferraba con afán, como si ese pequeño trozo de tela fuera lo único que me quedase de alguien querido. Actualmente lo guardo como mi pequeño tesoro.
Siempre me han dicho que mi llegada fue especial y diferente a la de los demás niños de la casa, que vendría una adorable familia y me elegiría, pues ya tengo diez años y aún sigo aquí.
Cada año que pasa es más difícil que me elijan, no nos quieren mayores sino pequeños. Mis oportunidades de lograr lo que tanto ansío desde que tengo uso de razón se reducen, es mi contrarreloj.
No es que me disguste estar en la Casa de la Ilusión, aquí he crecido y aquí tengo mis recuerdos, pero levantarme cada mañana con la esperanza de que hoy será mi día, que por fin tendré mi propia familia, y cada noche sentir cómo se desvanecen mis ilusiones de un hachazo… es muy duro.
La partida de los demás niños con sus nuevas familias me genera sentimientos contrapuestos: alegría porque han encontrado su propio hogar, pero tristeza porque una vez más me toca quedarme aquí.
-Mi preciosa Adela, recuerda que eres una niña muy especial y así debe ser tu familia… especial -me dice nany Luna tratando de animarme para que no pierda las esperanzas, pero su sonrisa temblorosa y sus ojos cristalinos en los que empiezan a asomar las primeras lágrimas, delatan su gran aflicción.
-Y para celebrar que te vuelves a quedar otro día más con nosotras, preparé para cenar tu postre preferido -añade nany Dulce para romper esta situación de emociones.
-Gracias, muchas gracias -y con mi mejor interpretación teatral les sonrío con un fuerte abrazo fraternal -. Voy a leer un rato antes de cenar.
Con pequeños brincos, para ocultar mi verdadero estado de ánimo, salgo de la sala de los encuentros y me voy a mi rincón secreto, el desván.
Está en la parte más alta de la casa, es mi escondite personal, es solo mío. Aquí subo cuando quiero estar sola, cuando quiero llorar, cuando quiero soñar… pero hoy solo quiero llorar, ahora quiero llorar y lloro…
Me despierto desorientada, está oscuro, no sé qué hora es, no sé cuánto tiempo he estado llorando, pero adivino que mucho, mis párpados están entreabiertos, los siento hinchados.
El olor a aceite caliente y el ruido de sartenes y cacerolas me sitúan en la hora de cenar. Bajo a mi habitación, que está en la segunda planta. Me miro en el espejo, se me nota que he llorado mucho.
Me lavo la cara y espero un rato sentada en mi cama para que se me pase un poco la inflamación de los ojos, no quiero que me pregunten, no quiero que sepan que he llorado, soy una niña fuerte… quiero que crean que soy fuerte.
Miro por la ventana y no hay nadie por la calle ¡qué imagen más triste!, pienso; ¿o es que yo lo veo así porque así me encuentro? Sacudo levemente mi cabeza para borrar mis pensamientos, sigo mirando y pensando que tiene que hacer mucho frío. Un deseo caprichoso de respirar aire fresco me impulsa a abrir la ventana.
Inhalo profundamente el aire frío, me hace sentir bien, sigo observando pero esta vez no pienso, solo miro. Miro hacia el cielo estrellado, es precioso y me fijo en una estrella que parece que se mueve. Le presto mayor atención y confirmo que sí, que se mueve. Veo cómo poco a poco se va acercando, sin aumentar de tamaño, pero sí la intensidad de su brillo azulado, cada vez es más brillante.
Parece un copo de nieve y, al tocarme en la frente, siento su frialdad y cierro los ojos para sentir aún más su cosquilleo. Pero los abro rápidamente, unas imágenes fugaces invaden mi mente, son agradables pero borrosas, no las veo con claridad. Vuelvo a cerrar los ojos, pero nada. Me asomo por la ventana tratando de buscar otro copo de nieve, pero nada, ha empezado nevar y hace frío.
No entiendo qué ha pasado, es como si ese helado copo brillante me quisiera decir algo. Enfrascada en mis pensamientos escucho gritar desde la planta baja: -¡Adelaaa, Adelaaa, a cenar!, ¿dónde se ha metido esta niña?, siempre absorbida por sus libros.
Escucho el crujir de los escalones acompañado por una ahogada respiración. Es nany Dulce. Río, ya viene a por mí, salgo a su encuentro.
Justo al pie de la escalera me la encuentro, apoyada al pasamano tratando de regularizar el ritmo de su respiración por el sobreesfuerzo realizado.
-¿Estás bien? -le pregunto acercándole una silla para que se siente.
-Gracis, hija, ya no me acordaba de lo pesadas que se me hacen estas escale… -y boquiabierta y perpleja se me queda mirando.
-¿Qué?, ¿qué pasa?, ¿qué tengo? -me invade el nerviosismo, no me responde y su expresión sigue como congelada, grito-: ¡Nany Lunaaaa!¡Sube, no sé qué le pasa a nany Dulce!
Cuando sube, su mirada también es de asombro al verme, no entiendo qué ven, no comprendo qué pasa, me están poniendo muy nerviosa y antes de poder decir palabra me pregunta nany Luna:
-¿Cuándo has visto la luz azul?
-¿Cómo sabes lo de…?
-¡Has sido la elegida! -me interrumpe nany Dulce cuando por fin consigue salir de su espasmo -, ¿no te das cuenta, Luna?, la niña ha sido elegida.
-¿Elegida?, ¿elegida para qué?, me estáis asustando.
-Mírate en el espejo -me dijo nany Luna.
-¡Mi pelo es azul y brilla!, ¿qué me está pasando?
-No debes tener miedo, mi querida niña, porque hoy por fin tus sueños se harán realidad -me dice nany Luna besándome y dándome un fuerte abrazo-. El hada Helada te ha elegido.
-¿El hada… Helada?, sigo sin entender.
-Cada cien años, en la noche víspera a la Navidad, aparece el hada Helada para conceder un sueño y te ha escogido a ti, mi niña -me dice nany Dulce cogiéndome de una mano y obligándome a hacer un giro de bailarina.
-Sigo sin entender lo del hada, lo del sueño, cada cien años… me estoy mareando.
-Será mejor que cenemos y te lo contamos con más tranquilidad -me dice nany Luna agarrándome de la mano y llevándome hasta la cocina.
No puedo comer, tengo un nudo en el estómago y mi pelo azul no ayuda mucho a tranquilizarme, menos aún el tono azulado que está tomando mi piel, me siento confusa y rara. Las caras de nany Luna y nany Dulce no me ayudan mucho y las miradas que se intercambian entre ellas me aterran.
Mi cuerpo está cambiando, mis orejas, mi piel… ¿cómo llamarlo?, ¿transformación?
-Entonces para que yo lo entienda, cada cien años el hada Helada aparece para conceder un sueño, pero… ¿qué sueño?
-¡El tuyo, mi preciosa niña!, el de tener tu propia familia. Según las viejas lenguas, el Hada Helada sabe cuál es el sueño de cada niño y niña, pero lo extraño es que para conceder un sueño, el niño o niña deba sufrir un cambio de color del pelo, la piel, las alas… ¿alas?, ¡tienes alas! -chilló escandalizada por lo que estaba viendo nany Dulce.
-¿Qué?, ¿qué me está pasando?, ¿por qué a mí?, yo nunca he soñado con tener alas.
-Tranquilízate, Adela, alguna explicación debe haber a lo que te está pasando -me dice nany Luna para tranquilizarme, aunque, la verdad, no me está sirviendo de gran ayuda.
Estamos muy nerviosas, no podemos parar de hablar tratando de justificar mi transformación. En medio de ese caos, escuchamos tres toques en la puerta.
Nos quedamos inmóviles y en silencio mirándonos, ninguna de nosotras se atreve a abrir la puerta.
Apenas puedo respirar, mi corazón va a cien por hora, puedo escuchar mis latidos.
Volvemos a escuchar los toques, esta vez con más claridad, la piel se me eriza ante la expectación, me mantengo inmóvil, es la hora, está aquí y viene a por mí.
Mi piel y pelo comienzan a brillar, siento la presencia mágica del hada, es sorprendente y hermoso a la vez.
La puerta se abre lentamente, chirría dando paso a una suave ráfaga de aire frío. Me hace cosquillas en la cara e inhalo un aroma dulce, me gusta, no tengo miedo pero sí incertidumbre.
Un haz de luz nos deslumbra, no puedo ver nada, me ciega los ojos, pero mi curiosidad puede más y no dejo de mirar.
La luz poco a poco se difumina dejando paso a una niña azulada con alas. Su piel y su pelo también le brillan, más o menos es de mi edad o quizá un poco mayor, deduzco que es el hada Helada.
-Vengo a por mi hermana el hada Adela, vengo a cumplir su sueño y vengo a cumplir el mío.
Cuentan los ancianos del lugar que cada cien años, en la noche más fría víspera a la Navidad, aparecen las hadas Adela y Helada para conceder dos deseos.
RELATO DEL TALLER DE:
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María Isabel López Ben
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