EL TIEMPO NO LO CURA TODO – Alejandro Marine Mahr

Por Alejandro Marine Mahr

Estaba asustado y a la vez emocionado. Después de muchos años de arduo trabajo se disponía a iniciar el primero de los muchos viajes que tenía pensados. Al Doctor Omar Pi siempre le había gustado ver mundos nuevos, en especial le fascinaba Asia. Sus olores a especias, en la comida pero también en las calles, sus gentes con mentalidad tan diferente a los convencionalismos a los que él estaba acostumbrado, y la arquitectura que muchas veces rompía con todos los cánones, tanto la moderna con esos rascacielos sin fin de Shanghái, como la de los pueblos construidos con cañas de Tailandia.

El viaje que tenía por delante no lo había hecho nunca nadie y se descubrió preocupado por algo tan nimio como la ropa que debería llevarse. Era un diciembre inusualmente cálido en Barcelona, principios de diciembre de 2022. ¿Haría calor en su destino? ¿Tendrían el clima frío que se esperaría por las fechas? De este pensamiento pasó al que realmente le preocupaba, ¿la estupidez humana habría llevado la actual situación al desastre? Porque el Doctor Pi se disponía a viajar en el tiempo.

Omar siempre había pensado en cómo sus conocimientos en matemáticas podrían ayudar a hacer este mundo un poco mejor. Casi tres años le costó formular y resolver todo el esqueleto teórico que haría posible este tipo de saltos en el espacio-tiempo. Retorció al máximo los trabajos de Einstein, Schrödinger y Stephen Hawking.

Durante unas vacaciones por la montaña en junio de 2017, con su mujer y compañera de toda la vida, habían hablado de ir a los Pirineos de Huesca, comprar una vieja casa y convertirla en alojamiento de turismo rural. Con el paso de los meses, su objetivo de salvar al mundo le absorbía más horas y, sin darse cuenta, sus planes de futuro se fueron distanciando. Tanto, que acabaron por separarse con gran pena para los dos. Fue una separación dolorosa, ya que se querían, pero las ansias de Omar por hacer de este planeta un lugar mejor para vivir trastocaron los cimientos de esta relación. Ella se quedó con la bonita casa con vistas al mar que tenían en el Maresme y él se fue a vivir al velero con el que habían hecho tantos viajes por el Mediterráneo.

Su austera vida en la universidad le permitió llevar a cabo estas investigaciones, pero el salto de la teoría a la práctica tenía un alto coste. En un país en el que no se dedican recursos a la investigación, salvo que pertenezcas a un grupo auspiciado por alguna potente farmacéutica o, simplemente, seas familia de algún político de tres al cuarto, lo hacían prácticamente imposible. Así que pidió un préstamo personal para disponer de la financiación necesaria. Nada le pararía en su afán por intentar mejorar las condiciones de vida en este planeta.

Mientras trabajaba en cómo conseguir transformar la gran cantidad de energía que necesitaba en un impulso cuántico que le permitiera moverse en el espacio-tiempo, le comenzaron a asaltar dudas filosóficas. ¿Qué pasaría si, por poner un ejemplo, viajaba al pasado para evitar que se diesen las circunstancias que llevaron a la Segunda Guerra Mundial? ¿Y si estos cambios trastocaban los hechos que le llevaron a nacer? Que él no naciera sería un precio muy bajo que pagar por salvar todas las vidas que se perdieron en ese momento histórico, pero eso anularía la capacidad que él podría tener para evitar otros que, seguro, provocaría el egoísmo humano.

Un domingo de enero de 2020, de los pocos que se permitía de descanso, se mecía con placidez en la cubierta de su velero, descansando al sol, repasando y poniendo orden a un montón de ideas, pero también revisando mundanos papeles y facturas. Los gastos habían subido mucho y las facturas del banco lo estaban ahogando, por lo que decidió vender el velero y trasladarse a su despacho en la universidad. Montaría un catre en el laboratorio, utilizaría los aseos del campus y comería en la cafetería. Eso le permitiría tener más dinero y tiempo para dedicarlo a su proyecto. Esperaba que fuese el último sacrificio que debiera realizar para poder ayudar a sus congéneres. Si salía bien, no pararía mucho tiempo en este espacio temporal y menos en su despacho. Si salía mal, nada tendría sentido ya.

Casi un año le llevó construir un prototipo. Estaba preocupado por los costes, pero convencido de que funcionaría. Con esta idea en su espíritu decidió que ese prototipo iba, también, a ser el sistema definitivo. Pequeño, pero suficiente para él.

Mientras afinaba los mecanismos finales que le permitieran “aterrizar” en el momento temporal seleccionado, tomó dos grandes decisiones. Una, filosóficamente pura, que sólo viajaría al futuro para que lo que pudiese modificar no cambiase nada de lo que ya había sucedido y lo que tenía que suceder, es lo que intentaría mejorar; la otra, más práctica, su primer viaje lo realizaría al 22 de diciembre de 2022, ver el resultado del sorteo de la Lotería, así poder cancelar todas sus deudas y situarse en una posición económicamente cómoda para afrontar su Noble Tarea.

Sería un viaje que duraría a lo sumo un par de días y el salto temporal sería sólo de unas semanas. Se descubrió, con una sonrisa, pensando en lo que alguien, en una situación similar, dijo hace un tiempo: “Un pequeño paso para un hombre, un gran salto para la humanidad”.

Decide preparar una pequeña mochila con algo de ropa, enseres de aseo, un pequeño botiquín y lo más importante para este viaje, una pequeña libreta y un lápiz.

Le asaltan dudas, funcionará el dispositivo o aparecerá con cabeza de mosca al más puro estilo Kafkiano; el momento temporal será correcto o por el contrario se adelantará o atrasará una cantidad indeterminada de tiempo; podrá regresar a este presente. Aleja todos estos pensamientos de su mente, está convencido que funcionará, pero por si acaso, escribe una nota corta en la que explica sus motivaciones y, también, deja la combinación de la caja fuerte dónde guarda toda la documentación de sus investigaciones. Es en este momento que se da cuenta que no le queda nadie cercano al que dirigirla, ha estado tanto tiempo focalizado en mejorar el devenir de la humanidad que ha descuidado su vida personal. Sus padres murieron hace mucho tiempo y él era hijo único. Con su excompañera hace ya mucho tiempo que no habla. No tiene amigos, sólo compañeros de cafetería y aula. Se entristece y encabeza la carta con el socorrido y poco personal: “A quien la encuentre”, firma Pi. Deja la carta en la mesa de su pequeño despacho y sale sin cerrar con llave, se dirige al espacioso laboratorio del sótano en el que ha pasado el último año.

Entra en la austera y fría cápsula cilíndrica que será su pasarela en el tiempo. Se pone todo lo cómodo que le permite el pequeño asiento y acomoda la mochila entre los pies. Cierra la puerta y la bloquea desde el interior. Se hace el silencio, está totalmente aislado del exterior. Le invade un olor que le parece extraño, es la mezcla de coche nuevo con un suave aroma a tostada pasada, las baterías cargadas al cien por cien le dan un suave aroma ácido al ambiente. En la pantalla que tiene delante programa las nueve de la mañana del veintidós de diciembre de 2022, coge aire y pulsa el gran botón verde de la derecha, este se apaga y se ilumina uno rojo. Una ligera vibración, seguida de unas luces, primero de colores, luego blanca. Ningún ruido, ninguna sensación de vértigo o mareo, sólo silencio.

Cuando el piloto rojo se apaga, indicando la llegada a destino, y con cierto miedo, abre la puerta de la cápsula y sale a su despacho, el reloj digital de la pared marca la hora correcta del día correcto, ha funcionado. Exhala el aire que cogió hace dos semanas, coge su pequeña mochila y sale a la calle. Es jueves, extrañamente no ve a nadie por el campus, se dirige a la estación de la Autónoma y la encuentra sucia y pintada con grafitis, casi lo normal. Llega el tren y ve que los vagones tienen los cristales rotos, no entiende nada, pero sube. Pasados los 40 minutos de rigor, que esta vez se le han hecho muy largos, baja en Plaza Cataluña, ha hecho el viaje sólo, y lo que encuentra le aterra. Huele a neumático quemado, ve escaparates rotos y gente corriendo. Escondido detrás de un quiosco hay un hombre mayor y le pregunta que está pasando. El hombre, con los ojos fuera de sus orbitas comienza a contarle: hace una semana Estados Unidos, aprovechando una oferta sin precedentes por parte de Rusia, consigue la explotación de los recursos naturales de la Antártida a cambio de retirar su apoyo a Ucrania, está quedó abandonada a su suerte. Rusia cortó todo suministro energético a Europa como represalia a las sanciones y el viejo continente quedó sumido en el caos. Cuando parecía que las cosas no podían ir a peor, China dio soporte a Ucrania a cambio de las reservas de grano y minerales. Rusia y Estados Unidos se unieron en un boicot a China que paralizó el comercio mundial. Europa se quedó sin reservas de combustible y con un futuro incierto en cuanto a la alimentación. África y Sur América completamente aisladas y sin esperanzas de supervivencia. Revueltas en Francia, Alemania y Reino Unido, en forma de pillaje y robos. Los gobiernos europeos, en lugar de hacer frente a la crisis, comenzaron a tomar medidas para proteger al estatus quo y a ellos mismos en el poder. La policía, y luego el ejército, comenzó a reprimir las revueltas callejeras, pero llegó un momento en el que muchos de ellos creyeron que la población tenía razón y abandonaron su posición para volver con sus familias; otros, haciendo valer su fuerza, se sumaron al pillaje y al crimen organizado que comenzaba a controlar el abastecimiento de productos básicos.

Omar se comenzó a marear y antes de que el abuelo acabase con su aterrador relato decidió volver cuanto antes a su cápsula, tenía miedo de que alguien pudiese dar al traste con su viaje de regreso por vender las baterías. En el trayecto de vuelta a la Universidad Autónoma puso en orden toda la información recibida y comenzó a pensar en los planes que lo habían llevado hasta allí, en todos los esfuerzos personales que le había supuesto su idea de salvar al mundo. Llegó a la conclusión que este no tenía salvación mientras lo habitase la especie humana.

Se sentó delante de la pantalla, cerró la puerta y marcó la fecha de regreso en el monitor. Catorce de junio de 2017 a las 12 del mediodía. Regresaría a casa, retomaría el proyecto de la casa de turismo rural en Huesca y disfrutaría del tiempo que le quedaba a la humanidad montando a caballo.

 

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