ELOGIO A UNA MAESTRA – Isabel Pacheco Serrano

Por Isabel Pacheco Serrano

Aquella última decisión hizo que Nilda tuviera la oportunidad de entrar en la II Promoción de estudios superiores. Pensó dar un paso atrás. Sin embargo, con la respiración contenida, decidió cruzar aquella puerta con la esperanza de llevar a cabo su proyecto de vida. Habían transcurrido varios años hasta que el acceso a la prestigiosa Facultad de Harvard se hiciese efectivo. Un giro de 360 grados cambió el rumbo de su vida. Tras los numerosos vaivenes en su vida laboral, Nilda estaba dispuesta a invertir la mayor parte del tiempo a su gran pasión. A pesar de sus escasos ahorros y varios trabajos estables, su tenacidad y afán de superación le permitieron ingresar en dicha Universidad en 1975. Desconocía la andadura de este anhelado viaje pero sabía que tenía que afrontarlo y superar este nuevo reto.

 

Tan pronto como desfilaba hacia las aulas, se hizo patente el desarrollo de todos los sentidos para filtrarse y pasar desapercibida. No obstante, su pelo rojizo la delataba. Todavía acumulaba juventud, timidez y, a su vez guardaba encanto para atraer a alguna persona de su entorno. La espera en aquel prolongado pasillo le evocaba hermosos recuerdos de su niñez. Las monumentales paredes de ladrillo cara vista proporcionaban calidez al interior del edificio. El canturreo de los jilgueros resonaba en todo el campus universitario a través de los enormes ventanales. Rápidamente, Nilda se dio cuenta de que ese idílico lugar le producía sensaciones agradables. Pudo sentir cómo aquella sala le inspiraba confianza y seguridad. Eso sí, la entrada a las clases debía hacerse con absoluta puntualidad.

 

Allí se encontraba Silka, de pie entre la multitud. Su porte y saber estar era muy llamativo. La forma de aleccionar y persuadir complacía a los asistentes. Parecía una persona con bastante carácter, rebosante de positivismo y enérgica voz, que se asemejaba a una actriz de cine en plena actuación. Su mirada inteligente, vislumbraba la importancia de observar y prestar atención a las personas como seres únicos y con gran potencial. Era la típica Maestra que imponía máximo respeto. En su primer día de clase y tras una elegante presentación, dejó entrever que la puntualidad y el silencio, como signo de respeto, estaban protegidos. ¿Cómo conseguiría hacerlo efectivo?

 

Nunca en la vida, ni Nilda ni sus compañeros habían escuchado un discurso inaugural tan impactante. La espontaneidad de sus palabras provocaba algunas risas entre los asistentes y, a su vez, despertaba gran admiración. En menos que canta un gallo, se dio cuenta de que esta distinguida Maestra poseía una gran sabiduría y también, supo comprender, la enorme preocupación que sentía por sus estudiantes. La formación reglada que impartía hacía que las personas fuesen autónomas, libres, capaces de pensar, con criterio propio y actitud crítica en la toma de decisiones. Unas veces sí y otras también, lograba sus objetivos propuestos.

 

Entre tanto ningún miembro del alumnado se percató que pudiera resultar tan difícil superar su asignatura. El grupo de jóvenes, en general, eran unos estudiantes de élite. Habían pasado por un examen de alto nivel para el acceso a esta prestigiosa Universidad. Sin duda, sus padres tuvieron que trabajar y con mucho esfuerzo arrimar el hombro para proporcionar estudios a sus hijos. No se podía romper ese compromiso ni tampoco vagar a los cuatro vientos. Había que remar en la misma dirección y avanzar con mucho brío. Así es la vida y así había que conocerla.

 

-Entiendo que a esta clase habéis acudido motu proprio. Que nadie se sienta obligado a acudir a ellas. Y, si así lo pensáis, yo no opino lo mismo, ya hablaremos de este tema largo y tendido. ¿Alguien se imagina una casa sin normas? Aquí las normas hay que conocerlas y están hechas para cumplirlas. ¿Alguna pregunta al respecto? –espetó la Maestra con una mirada cómplice.

 

 

Nadie se atrevió a refutar sus palabras. Sin embargo, la respiración de la clase se hacía inaudible por momentos. Ella proseguía con el discurso de bienvenida. Sabía que, tarde o temprano, el sentido de sus palabras cobraría carta de naturaleza. Silka, se quedó mirando a sus discípulos y después de un prolongado silencio, se pronunció:

 

-Nada de lo que os digo es cuestión del azar. Nada. Ahora bien, tampoco penséis que se me ha cruzado el vuelo o que las cosas surgen por ciencia infusa, que no. Algún día os acordareis de mis palabras. Quizás en vuestra madurez. Por tanto, que sea cuanto más tarde, mejor – asintió firmemente la Maestra.

 

Era tal la resonancia de su mensaje que no dejaba indiferente a los presentes. A pesar de su incondicional exigencia, el sentido de pertenencia al grupo hacía que se disiparan los nervios entre los estudiantes. La jornada culminaba con risas y algún chascarrillo de interés.

 

Era evidente que los estudiantes no olvidarían ese primer día y el más importante del curso. La primera semana ya era significativa para decidir quiénes iban a recibir matrícula de Honor. Era el comienzo de la difícil escalada. La carrera duraría cuatro años y sabían que superar con creces las diferentes asignaturas, supondría un esfuerzo inmenso. Tenían a la inimaginable y mejor Maestra de ceremonias con capacidad de atracción y también,  para llevar la contraria. Su capacidad era tal que, en un suspiro, desmontaba y contra argumentaba cualquier idea o punto de vista por bueno que fuese. Algo insólito. Quizás para Nilda el mejor acierto de su vida fue conocer a Silka. Daba más bien la impresión de que aprendía de sus alumnos. No enseñaba como cualquier profesor, ella escuchaba y deliberaba. Está claro que no se habría convertido en una persona tan querida si solo hubiera escuchado. En el transcurso de las clases solía conseguir que los alumnos comprendieran los fallos de su propio razonamiento. El bien más preciado para ella era “saber”, “saber ser” y “saber hacer”. Esto les haría ser personas libres.

 

Por otro lado, Nilda se acordaba de situaciones en las que su padre o los profesores le habían intentado enseñar de pequeña y lo reacia que había sido para aprender. En verdad, jamás se imaginó que podría ser capaz de aclimatarse al difícil carácter que Silka mostraba en sus clases y del trato personalizado que recibía. No por ello, se rasgó las vestiduras. Muy al contrario, permanecía observadora. Había que mantenerse atenta para no perder el hilo conductor. El paso del tiempo y el interés por descubrir el secreto del tipo de enseñanza que impartía crecía a pasos agigantados. Era difícil conseguir Quórum en las otras clases y Nilda se preguntaba cómo llegaba a conseguirlo esta prestigiosa Maestra. ¿Cuál sería el principal secreto?

 

El revuelo se inició en aquel insigne despacho cuando el trasiego de personas cerraba el paso a la escalera principal. Unos permanecían de pie y otros aletargados. Se puede decir que rara vez se veía la puerta del despacho cerrada. Eso sí, ese pasillo emanaba cierta alegría. Se trataba del único lugar de acceso a la cafetería. Ese excelente rincón donde se podía desconectar y liberar las tensiones acumuladas. Sin duda, las frecuentes visitas servían como antídoto para sobrellevar la apretada agenda. Podemos decir que el cúmulo de acontecimientos se depositaba en aquella barra de bar llena de confidentes.

 

Mientras, al otro lado del pasillo, la fila de alumnos permanecía inmóvil durante horas, como si de las rebajas se tratase. Había transcurrido unas horas cuando le tocó el turno a Nilda. La puerta de los sollozos permanecía cerrada y la atmósfera cargada de pocas alegrías. Una mezcla de miedo se apoderó de ella hasta notar leves taquicardias. Su corazón, latía de forma incontrolada y por momentos se aceleraba.

 

La mirada penetrante de Silka custodiaba un suspenso inamovible. La dureza de sus palabras hizo que Nilda no se atreviese a cuestionar la subjetividad de la nota. Era evidente que su objetivo era intentar aprobar la asignatura y el de la Maestra, que sus alumnos aprendan. Estaba claro que no iba a permitir la mediocridad.

 

De esta manera, Nilda sintió cómo aquella profunda cicatriz pudo evolucionar favorablemente con un cambio de estrategia. Se armó de valor y acudió al máximo de tutorías posibles. Aquel día entendió el valor del sufrimiento en sus propias carnes y, además, como por arte de magia, descubrió que el motor para lograr lo que se proponga, era la perseverancia. Las conversaciones que mantenía con su Maestra resultaban gratas y fructíferas. En suma, una mezcla de motivación, relación de ayuda y cercanía hicieron aflorar en ella su potencial y valía. Tenía que conseguir el triunfo de su carrera. Y, allí estaba Silka como fuente de inspiración. Era la envidia de otros tantos profesores, que no Maestros. Habitualmente solía repetir: “profesores estamos muchos, Maestros pocos”.

 

Como cada día, el trayecto de Nilda a la Universidad lo efectuaba sin contratiempo alguno. Aunque intentaba apretar fuertemente el acelerador de su coche, rara vez, los pequeños atascos le impedían llegar tarde. La imbuida puntualidad le permitía colocarse en segunda fila antes de que cualquier compañero le quitase su privilegiado asiento. Las clases diarias se complicaban con sus turnos de ocho horas y el cuidado de su familia. Nilda pertenecía a la clase humilde. De hecho, por circunstancias de la vida, el tiempo no le fue favorable para continuar con la formación académica. La dedicación y crianza de su hermana pequeña hizo que su interacción social se viese reducida. Por lo que las horas invertidas en el estudio, se extendían hasta media noche cuando los niños ya estaban durmiendo. Parecía encontrarse en un mundo lleno de sorpresas y oportunidades.

 

Con el paso del tiempo fue incrementándose la atención y el interés de Silka por las vivencias de su alumnado. Le gustaba escuchar la voz de los jóvenes inconformistas o las experiencias acumuladas de otros. Era habitual en ella un espíritu de entrega. Tal y como le contó a Nilda, prestaba cuidado a personas con capacidades especiales. Había afinidad en la actitud de servicio, entorno laboral, como amante de los libros, y sobre todo, porque su humildad no necesitaba justificación. Ambas llegaron a buen entendimiento.

 

Todo estaba preparado para la Graduación, los nervios a flor de piel hacían presagiar que los cuatro años de carrera se habían marchado sin despedirse. La idea de desvincularse de sus compañeros le producía bastante desasosiego. Había sido una experiencia inolvidable haber compartido con chicos/as más jóvenes que ella un sinfín de alegrías, risas, llantos, momentos estresantes, un sin vivir de “trabajillos” y considerable número de horas de estudio en salas Vip. Los egresados impacientes vieron como el tiempo se les echaba encima y la celebración  llegaba a su término. La mayoría de ellos habían alcanzado su propósito. Estaba claro que un cambio significativo se produjo en la vida de Nilda. De esta manera descubrió la magia de las clases que impartía Silka, la serenidad y autenticidad que reportaba con su presencia. Fue tal impacto que marcaron sus acciones tanto a nivel personal como profesional. Un recuerdo, con mayúsculas, que permanecerá intacto hasta el final de su vida. A partir de entonces le irrumpe un único pensamiento: ¿Cómo difundirá las sabias lecciones aprendidas de su Maestra?

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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