EMBRUJO AL ATARDECER
Por Mª Luisa López Amarante
10/12/2021
Los protagonistas de esta historia proceden de una zona rural en el centro geográfico de Galicia,
entorno privilegiado por su paisaje, de los últimos lugares donde llegó la electrificación. Las vías
de comunicación eran caminos y veredas, a veces intransitables, hasta llegar a la carretera donde
había transporte público que permitía viajar a otros pueblos y ciudades de la comarca.
La población está diseminada en pequeñas aldeas que forman la parroquia, al frente de la cual
está el cura párroco, quien tenía como superior inmediato al abad, figura ya desaparecida. La
división administrativa coincide en parte con la eclesiástica: aldea, parroquia, municipio o
ayuntamiento (Concello en gallego)
Mi madre, Elena, había nacido en una familia numerosa, era la séptima de 11 hermanos. Los
padres, al cumplir los 14 años, le compraron una máquina de coser y la enviaron a aprender el
oficio de modista.
La familia tenía una buena propiedad y se dedicaban a la agricultura y ganadería, labores
realizadas por el núcleo familiar. A pesar de no ser personas con estudios y vivir con sencillez, el
ambiente familiar era muy abierto, se respiraba libertad, tolerancia y respeto, nadie que llegase
a esa casa era considerado forastero. Mi abuelo materno murió joven por lo que no llegué a
conocerle. Todos los recuerdos han sido ocupados por mi abuela, María, una gran mujer muy
tranquila, paciente y cariñosa, con un carácter muy similar al de mi madre”.
Yo cuando pienso en ella la imagen que tengo es la de una mujer no muy alta, morena, con ojos
claros, siempre vestida de negro con pañuelo y mandil, que nos dejaba participar en todas las
labores que hacía. Era una maestra y nos contaba cuentos. Cuando nos marchábamos de su casa,
metía la mano en el bolsillo y nos daba un caramelo o una moneda con un abrazo.
Recuerdo aquella casa como un oasis de felicidad. Allí nos reuníamos los primos y nos sentíamos
queridos e importantes. Era un hogar animado, vivo, siempre lleno de gente. En ese entorno y en
esa atmósfera creció y se formó Elena, la actriz principal de esta historia, soñadora, romántica,
alegre, cantarina, que llega a vivir 93 años, enamorada hasta el final de sus días.
Mi padre, Gerardo, es el otro actor de la historia. Procedía de una aldea cercana de la misma
parroquia. Su familia tenía un estatus social elevado, tanto a nivel sociocultural como económico.
Las tierras y animales que tenían eran cuidados por una familia a la que se le denominaba “casero”
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y tenía derecho a vivienda y al cincuenta por ciento de la cosecha y los beneficios de toda la
producción; el otro 50% por ciento obviamente era para el dueño de la propiedad.
La historia familiar del padre de Gerardo, el abuelo José, estuvo durante dos siglos ligada a la
iglesia con varios familiares sacerdotes, incluso un abad. La mayoría de las edificaciones de la
aldea eran de su propiedad. La casa principal tenía un gran jardín amurallado por donde se
entraba al interior de la residencia familiar. En ésta había todo tipo de comodidades: agua
corriente, caliente y fría, luz eléctrica, que era producida por una dinamo instalada en el molino.
Cercana a la casa había otra edificación amurallada con varias dependencias propias de una casa
de labranza. A sesenta kilómetros de su residencia también poseía otra finca con viñedo, trabajada
por un casero donde hacían vino.
La mujer de José, mi abuela Manuela, era sobrina del cura párroco. Procedía de una buena familia
y había sido educada en un convento en Santiago. Era experta en labores de bordados y encajes,
parte de su ajuar lo conservan hoy sus nietas. Tal como era costumbre en las familias pudientes
de la época aportó una importante dote al matrimonio, que fue concertado siendo ella muy joven,
con el terrateniente de la zona y propietario de una de las haciendas más importantes del
ayuntamiento.
Nada debió de ser fácil para Manuela, la joven esposa. Tuvieron tres hijos: Jesús, Gerardo y José.
Ella acabó perdiendo la razón después de su último parto. Según la historia familiar fue tratada
por eminentes médicos de Santiago de Compostela sin que se pudiese curar su sinrazón.
Yo recuerdo a la abuela con gran cariño. Siempre me he sentido en comunión con ella. Recuerdo
con nitidez mi estancia en esa casa que, aunque tenían radio y comodidades, era un lugar lúgubre.
La abuela estaba siempre en movimiento, diciendo frases incoherentes a modo de letanía. El
abuelo a veces la reñía y la obligaba a sentarse y permanecer en silencio. Los hijos fueron criados
entre la sirvienta, a la cual adoraban, y la familia materna, que vivía fuera del entorno familiar,
con la que pasaban algunas temporadas.
El hijo mayor Jesús, estudió en el seminario, pero antes de ordenarse sacerdote se fue a la guerra
y se hizo militar. Gerardo solo hizo el bachillerato antes de ir al frente y el pequeño quedó con los
padres.
El abuelo José tenía una pequeña cojera y siempre llevaba un bastón; era muy serio y callado, un
poco huraño con la propia familia y parecía que siempre estaba enfadado. Nadie en su entorno
inmediato se atrevía a llevarle la contraria, era el amo y ejercía como tal. En cambio, con los ajenos
gozaba de buena prensa. Tenía pocos amigos, pero importantes socialmente. Sus amistades eran
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influyentes, sobre todo en el ámbito eclesiástico. En su casa solo se celebraban tres fiestas al año,
dos que coincidían con las patronales, y la más importante, sin lugar a dudas, era la de san José
día de su onomástica. A todas asistía la familia, amigos y un nutrido número de sacerdotes.
Las celebraciones, además de religiosas, iban acompañadas de un banquete en el que se servían
suculentas viandas, las típicas de las casas pudientes de la zona rural. Se empezaba la comida con
entremeses variados y un vermut. A continuación, se servía la sopa y un buen cocido, seguido de
un asado, rematando con un pichón. Por último, postres variados y café. Todo ello regado con
vino propio y abundantes licores, llegando la sobremesa hasta bien entrada la tarde.
Al finalizar la Guerra Civil todos esperaban recibir a los soldados que habían estado luchando en
el frente. Algunos se licenciaron inmediatamente, pero también hubo los que no volvieron, y en
el caso de Gerardo no había noticias de su paradero. Su familia supo a través de un compañero
de guerra que Gerardo había sido herido en el puente de los franceses, poco antes de que se
declarase el fin de la contienda, el 28 de marzo de 1.939. Desde entonces no hubo ningún
comunicado oficial, por lo que esperaban con angustia noticias sobre su paradero.
Por fin, a finales de octubre se presentó en su casa. Había estado ingresado en el Hospital de
Carabanchel, inconsciente y desorientado hasta que pudo regresar licenciado. Su aspecto era
calamitoso.
Su llegada fue un acontecimiento importante y pronto pudo recuperarse para contactar con un
viejo amigo de estudios que era hermano de Elena. Fue ahí, en la casa de ella, donde una tarde,
cerca del ocaso, vio por primera vez a la muchacha de 21 años recién cumplidos, que con el paso
del tiempo se convertiría en su pareja de vida.
Ella estaba con sus hermanas en la casa familiar, esperando contemplar la puesta de sol en el
lejano horizonte. Se saludaron y él preguntó por su amigo Ramiro quien, a requerimiento de una
de ellas, acudió presto para fundirse ambos en un abrazo de reencuentro.
Al principio Gerardo y Elena no fueron conscientes de la atracción que luego sentirían, pero era
mucho el recorrido que les quedaba y muchos los momentos amargos que tendrían que pasar
antes de ver colmados sus deseos. Es posible que al verse por primera vez sintieran que eran
tan semejantes como sus propios reflejos en un espejo, solo que con la imagen invertida”.
Gerardo en su retina grabó a aquella guapa joven más bien bajita de piel morena con ojos verdes,
mientras Elena se quedó prendada de un hombre alto y delgado con piel blanca y ojos azules.
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A raíz del primer encuentro se inició la película de su vida. Cada vez que se encontraban, sus
miradas coincidían, así que ella disimulaba bajando la vista y su timidez asomaba en sus mejillas,
mientras él, con mayor desparpajo, la seguía mirando y no perdía la ocasión de hablar y
enamorar a esa mujer que le produjo cierto embrujo. Gerardo, gran conversador y con dotes de
convicción, tenía todo el terreno abonado para cumplir su objetivo.
Al principio se veían públicamente en fiestas y saraos sin ningún problema. Además, era
costumbre en las aldeas reunirse con la pareja al atardecer los jueves y domingos. Fue así como
Gerardo y Elena entretejieron su amor hasta que se rompió la tranquilidad y felicidad de su
enamoramiento.
Al enterarse el padre de que su hijo estaba en amoríos con Elena, le prohibió la relación porque
la elegida no era de su agrado; él quería que se casase con una heredera importante, era lo más
conveniente, o que la elegida tuviese posibles para aportar una buena dote a la familia. (Sin
embargo) Todo lo prohibido ejerce una atracción especial hacia el fruto que se desea… En este
caso, cambiaron su estrategia y era raro que los vieran juntos, así evitaban que alguien pudiese
delatar el amor que había surgido entre ambos y que, día a día se acrecentaba.
Según contaba mi madre, Gerardo era un patoso, nunca le gustó el baile, le encantaba la música,
pero sólo para escucharla. En las fiestas del entorno ella bailaba con su hermano José y con algún
amigo de la zona. Estos hacían las veces de emisarios y así establecían sus encuentros secretos.
Gerardo salía a escondidas de la fiesta y la acompañaba a su casa cuando la luz crepuscular ya
empezaba a languidecer. En misa se veían y se comportaban como si fuesen dos desconocidos.
Pasado un tiempo de escarceos furtivos y misa dominical, decidieron que querían contraer
matrimonio. Gerardo no estaba dispuesto a enfrentarse con su progenitor así que buscó apoyo
en el entorno de su amada. Eligieron la fecha en que podrían hacer la celebración sin levantar
sospechas.
La boda sería a finales de agosto, coincidiendo con la fiesta patronal del pueblo del mejor amigo
de su padre, porque éste iba a dicha fiesta y se quedaba allí a dormir, lo cual permitía a Gerardo
tener vía libre para escaparse.
Arreglaron los papeles necesarios y buscaron un sacerdote a 30 kilómetros de su residencia para
evitar ser descubiertos.
Se celebró la boda el 18 de agosto de 1.940 en la iglesia parroquial de San Salvador de Asma,
único vestigio de un antiguo monasterio benedictino, que muestra el esplendor del románico en
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el municipio de Chantada, Lugo. Ofició la ceremonia el cura párroco a la una de la madrugada,
con el único acompañamiento de los padrinos, los padres de la novia y dos hermanos. Es así
como Gerardo y Elena se juraron amor y fidelidad eterna, convirtiéndose en marido y mujer.
Al finalizar el evento cada uno de los contrayentes volvió a sus respectivos hogares sin que nadie
sospechase lo sucedido. Seguían viéndose a escondidas, además mi padre aprovechaba
cualquier ocasión que se le presentaba para ir a casa de su mujer
El tiempo pasaba, hasta que Elena quedó embarazada, y al cuarto mes de embarazo tuvieron
que comunicar el secreto al abuelo José. Nunca mi padre quiso comentar la trapatiesta que
debió de armarse, pero es fácil de imaginar…
El secreto se llamó Rosa, mi hermana mayor, la primera de 8 hermanos, fruto de una convivencia
de pareja que duró 53 años. Yo soy la segunda, espero seguir disfrutando, a través del recuerdo
de la historia de mis padres, que, con su esfuerzo, amor, y disciplina me han enseñado que la
vida es una carrera de fondo que cada uno de nosotros tiene que realizar.
RELATO DEL TALLER DE:
Taller de Escritura CreativaDeja una respuesta
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María Isabel López Ben
07/10/2024
Bonito recuerdo. Y además, y aquí interviene mi herencia, desarrollado en Galicia (soy galáico catalana) y para más inri, Chantada, donde son unos muy grandes amigos.