HI FI (ALTA FIDELIDAD) – Gonzalo Domínguez Alarcón

Por Gonzalo Domínguez Alarcón

Acabamos de aterrizar en el Aeropuerto de Madrid Barajas y ya estoy pendiente del móvil. Llevo un mes fuera de casa y espero con ansiedad el mensaje de Andrea que me confirme, como siempre que vuelvo de un largo viaje, la cita de hoy. El mensaje llega al instante, como todo lo que hacemos juntos, es breve y conciso.

Odio la espera en el avión hasta poder bajar de él y, sobre todo, la multitud que se levanta del asiento antes de que el avión se encuentre estacionado, no logro llegar a entenderlo.

Cojo un taxi con dirección a Larrauri, el bar en el que nos gusta tomar algo siempre que estamos una temporada sin vernos. Nos abrazamos y besamos, pedimos lo de siempre, un tinto de verano con limón para ella y un doble de cerveza para mí. Nos ponemos al día, hablamos de nosotros, de nuestros hijos, del trabajo, de lo que nos cuesta estar sin vernos durante tanto tiempo.

Justo hoy, celebramos nuestro sexto aniversario.

Tenemos la reserva en Luxtal un poco más tarde, es un Love Hotel muy discreto en el área financiera de Madrid que nos gusta, sobre todo, por su privacidad y comodidad.

Caminamos agarrados de la mano hasta el Hotel, es una especie de fortificación en tonos grises y negros que pasa completamente inadvertido para todo aquel que no lo conozca. Dentro, una mujer uniformada de unos 60 años nos guía hasta nuestra habitación. Por el camino pienso en el genio de la empresa que puso los nombres de las habitaciones según lo que te puedes encontrar dentro de ellas, hoy nos toca la habitación media luna, espero que sea por la forma que tenga la cama.

Una vez dentro, me ducho mientras Andrea ojea todo lo que hay en la habitación. Unas toallas limpias y dobladas, un bote de gel barato, lubricante, una carta con juguetes eróticos y un par de preservativos. Me encanta salir de la ducha con la toalla enrollada a la cintura y que sea ella la que me la quite. Empiezo a besarla con entusiasmo hasta que me aparta para ir directa a la ducha. Me gusta verla andar desnuda por la habitación y observar sus hoyuelos de Venus cuando me da la espalda. Mantiene el mismo cuerpo que cuando la conocí. Al salir, olvida enrollarse la toalla sobre su cuerpo, lo que nos facilita seguir amándonos.

Yacemos en la cama un buen rato haciendo balance del tiempo que llevamos juntos. Recordamos nuestros viajes relámpago, las cenas a escondidas, las primeras citas, los regalos, los mensajes a todas horas. Reímos sin parar, no podemos imaginarnos la vida el uno sin el otro. Todo lo que hemos creado a nuestro alrededor y lo que queremos seguir creando.

Una llamada al teléfono de la habitación a modo de alarma nos recuerda que debemos ir saliendo. Comenzamos con el ritual de despedida. Vuelta a la ducha para salir lo más aseados posible y espera en silencio hasta que estamos los dos preparados.

Un mensaje al móvil de Andrea rompe la paz del momento.

-¿Quién es?- pregunto.

-Mi marido- Responde.

Salimos por separado, casi sin despedirnos, hasta la vuelta de mi próximo viaje.

 

 

 

 

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