LA CONTRADICCIÓN – Pedro Edgar Betoret Jiménez

Por Pedro Edgar Betoret Jiménez

Era un encuentro habitual. Cada fin de semana por costumbre y necesidad pasaban un día juntos.

-¿Recuerdas el curso de escritura que te comenté?

-No -respondió su madre.

-¿Cómo que no? No me atiendes cuando te cuento las cosas.

-La verdad es que no lo recuerdo, pero cuéntame.

Edmond sabía que debía ser paciente. No eran buenos tiempos para la salud de Fuen. Seguía siendo brillante, pragmática y coherente, pero el párkinson la desmotivaba y atemorizaba, sobre todo por las consecuencias de su avance. Para una persona orgullosa como ella, imaginarse impedida y mermada era una pesadilla. Siempre había sido despistada para los asuntos que no consideraba importantes. Reconocía en el acto y sin error gestos de tristeza o malestar en sus hijos, detectaba un problema en el negocio con un vistazo e incluso identificaba en segundos una blusa en su extenso vestidor, y sin embargo podía bloquear el pin del móvil infinitas veces seguidas.

-Es un curso de escritura impartido por escritores consagrados, en mi caso, mi tutora es editora y especialista en corrección y edición de textos. No hay ejercicio que no detecte algún error gramatical, y mira que lo reviso -describió Edmond mientras zarandeaba su bolígrafo borrable en su boca.

-Si quieres realmente aprender, mejor que sea exigente –sentenció la madre-. De todos modos, siempre has escrito bien.

-Bueno, muy bien no debo de hacerlo porque me ha confundido con otro alumno dos veces, por lo que intuyo que mis textos no le están dejando huella –apuntó Edmond sonriendo.

-Pide una cita con ella que le reprocharé su falta de empatía, como hacía con tus profesores del colegio. Ya verás si te recuerda.

-Suegra, ¡cómo eres! -espetó Chris-. Y soltó una fuerte carcajada al ver que Edmond se ruborizaba recordando la vergüenza que pasó de niño ante los episodios de defensa a ultranza por parte de su madre. Hecho, por otro lado, que motivó la confianza que destilaba en sí mismo.

-Bueno -cortó Edmond-, sabes que cada año me auto exijo un reto personal, y el COVID paralizó esta rutina, y dado que siempre me gustó escribir pensé que este era una buena opción para seguir retándome.

-Pues a mí hace tiempo que no me escribes nada -reprochó Fuen mientras se acomodaba en los elegantes e incómodos sofás de mimbre de la terraza.

-¡Pero si te escribió en tu cumpleaños! A mí sí que no me ha escrito nada desde tiempos inmemorables -reprobó Chris-. Cuando me conquistó no paraba de escribirme poesías. Las guardo todas. Ahora no me sorprende nunca con una.

-Así son ellos, hija, dan lo mejor cuando quieren algo, y una vez conseguido desatienden su buena conservación.

-La que faltaba. Otra vez con eso, veinte años con la misma cantinela -afeó Edmond. En cualquier caso, ¿queréis ayudarme o no?

¿Por qué no escribes sobre la familia? -apuntó Fuen-. La historia de superación del abuelo y ciertas anécdotas de sus viajes son dignas de mención -era evidente que Fuen sentía una lealtad y admiración enorme por su padre, no solo por la cantidad de relatos que contaba sino por lo mucho que le echaba de menos.

-Lo he pensado, pero sabes, en alguna clase grupal, he observado que algunos compañeros se inspiran en sus familias exaltando sus vivencias o logros como inéditas. Yo lo hacía también. Pero pensando fríamente, esas historias no son tan interesantes como para ser contadas, al menos los hechos, que se muestran similares en algunas familias.

-No te sigo.

-La historia de los abuelos, los episodios concretos que tanto repetimos en nuestras reuniones familiares, son mucho más habituales de lo que creemos. Para nosotros son únicos y originales. Publicarlos fuera de nuestro entorno no aportarían nada al lector, salvo un educado e ínfimo interés -Edmond percibió dudas en su madre-. Lo que quiero decir es que los sentimientos de los protagonistas al vivir estos acontecimientos, las circunstancias que los provocaron y sus efectos, sí me parecen interesantes. En mi caso, como no tengo los detalles, porque los abuelos nunca hablaron de sus sentimientos, al menos conmigo, ni dejaron rastro de ellos en un diario, no veo cómo generar un texto interesante.

-Eso sí es cierto. Eran otra generación donde los sentimientos se intuían, pero no se comercializaban gratuitamente como ahora -reflexionó Fuen mientras disfrutaba de la suave y fresca brisa con aroma de romero.

-Podría conjeturarlos -se preguntó Edmond-, pero no quiero falsear el recuerdo de alguien tan importante para nosotros.

-Mejor.

-Pues a mí la historia de tu madre me parece digna de mención -reprochó Chris, mientras revisaba la sección de detalles decorativos para el hogar de la revista Hola.

-Y dale con la comparsa. Claro que es interesante, pero solo para nosotros, ya que forma parte de nuestra historia, sin embargo, para un lector ajeno no lo sería. Salvo que la desnude sentimentalmente y eso no lo quiero hacer. Prefiero guardarlo para mí.

Fuen le miró con complicidad y agradecimiento. Eran madre e hijo, pero también los mejores amigos. Una dualidad compleja donde se mantenía el respeto filio maternal, pero con la disposición para revelarse los secretos más íntimos, que solo ellos conocían. Secretos contados con la delicadeza y el pudor mínimo que requiere el buen gusto.

-Mejor me callo -susurró Chris.

-No, mujer, no es eso, pero no voy a escribir de la familia -sentenció Edmond.

-Pues yo pienso como Chris.

-¡La virgen, mamá!, de la familia no pienso escribir. ¿Se os ocurre algún otro tema?

-Escribes muy buenas poesías -Chris recordó con añoranza el atado de escritos que Edmond le fue escribiendo a lo largo de los años y que escondía en su desusada caja de recuerdos.

-No puede ser. Debe ser un relato de mil quinientas palabras. ¿Es que tú tampoco me escuchas?

-Deja espacio en la mesa que llega el té -anunció Chris mirando con complicidad a su suegra.

-¡Por fin! -Fuen era una adicta al té. O más bien a las rutinas. A las diez y media u once necesitaba siempre un té y un bocado dulce. A la una del mediodía comía como antesala a su mejor momento de la jornada, sus noventa minutos de siesta. Tras el reparador sueño con pijama y orinal, merendaba otro té junto a frutos secos y ejercitaba el seso con programas de ejercicios de agilidad mental que su enfermedad exigía, para dar luego cuenta de una cena ligera y, tras alargar el máximo que su cansancio le permitía, no más de una hora normalmente, se acostaba. Despertarse a las seis de la mañana no le permitía trasnochar.

-Yo escribiría sobre algún personaje famoso -sugirió Fuen mientras sumergía las hojas aromáticas en el agua hirviendo.

-¿Estás pensando en alguien? -se interesó Edmond.

-Ya sabes que me pirra Frida -anunció efusivamente Fuen.

-¡A mí me encanta también! -señalo Chris.

-Se ha escrito demasiado sobre ella.

-Pero su imagen como feminista es un buen punto de partida, ¿no? -insistió Fuen.

Siempre se había identificado humildemente con Frida. Ella también había tenido que romper ciertas tradiciones que la diferenciaron del sexo opuesto en su educación y profesión. Lo hizo con naturalidad, sin publicidad ni protagonismo, por y para ella. Cuando niña se aprovecharon, calló y se repuso. Le hurtaron oportunidades, pero las generó. Subestimaron sus capacidades, pero las forjó y desarrolló. Se erigió paterfamilias por méritos propios. Superó los obstáculos sin culpar a nadie. Admiraba a Frida como a sí misma.

-No lo veo.

-¿Qué pasa que no crees en el movimiento feminista? -apuntó Chris cerrando de golpe la revista.

-No das puntada sin hilo, cielo -reprochó Edmond-. Menuda semana me estás dando.

-¿Yo?

-Sí, tú.

-Me encanta veros así, como decían en mi pueblo, los que se pelean se desean -dijo Fuen entre risas y nostalgia, por los tiempos en los que estuvo enamorada.

Chris era lo más importante en la vida de Edmond. La amaba incondicionalmente a pesar de lo opuestos que eran. El amor era recíproco. Se había forjado una dependencia adictiva, donde no concebían estar el uno sin el otro. Eran como las parejas de amantes clásicos, uno guía protector y la otra delicada custodia. De fría apariencia, pero dulce y pasional intimidad.

Chis sonrió sonrojada.

-¿Entonces no vas a escribir sobre Frida y lo que representó para las mujeres? -recalcó de nuevo.

-No lo veo por dos razones, la primera y principal es que no hay día que no se hable del tema del feminismo. Y lo segundo es que mostraría mis convicciones al respecto y seguro que molesta a ciertas sensibilidades, sobre todo si profundizo en el tema. Y no está el patio para bollos.

-En eso tiene razón -apuntó Fuen-. Ya no se puede hablar libremente ni confrontar ideas.

-Pues mi mujer lo hace de maravilla.

-Touché -sonrió Chris. Leí el otro día una entrevista a Sabina, que no creo que se le pueda tachar de conservador, donde decía que ahora se vivía con menos libertades que hace 20 años.

-Ese fue Serrat, ¿no? -apuntó Edmond.

-Qué más da, no tiene libertad el que no quiere tenerla, y más ahora, que apenas hay consecuencias salvo la presión social. En mi época la presión era física, y esa sí coartaba.

-¿Entonces descartamos Frida? -insistió Chris mientras reponía agua caliente en la exclusiva tetera de porcelana que había comprado para la ocasión y que mostraba orgullosa.

-¿Aún estás con eso? Mira que eres persistente.

-El té está buenísimo -agradeció Fuen agradecida por los detalles con los que le agasajaban.

-Es ecológico y purificante -informó satisfecha Chris.

-Caro hasta decir basta -se quejó Edmond-. Cada vez que ponen el falso símbolo ecológico acabas pagando el doble.

-Pues está de miedo -recomendó Fuen dando un satisfactorio sorbo.

-No te digo que no, pero si quieres purificarte, mejor come verduras, fruta y bebe mucha agua, como si se fuera a agotar.

-Pues igual se agota, ¡hay que aprovecharla! -ironizó Chris.

-Me conformo con el té, y si no hay agua lo haré con leche.

Los tres se conchabaron para reír a la vez.

-¿Y sobre la muerte? Es un tema con enjundia -apuntó Fuen.

-Mamá, ¿otra vez estas con eso?

Desde hace un tiempo, la edad y la enfermedad a partes iguales habían generado un temor errático en su ánimo. Es normal tener miedo a morir, pero si lo controlas para bien vivir. Navegaba sobre un mar de temores que contrastaban con sus constantes cuidados alimenticios, deportivos y médicos, que evidenciaban una ilusión por pervivir sana.

-Dejémoslo estar. No me riñas que no soy una niña. Aunque no me desagradaría -satirizó Fuen.

-Sí, pero te quiero feliz todo el tiempo que puedas, sin contradicciones -Edmond se esforzaba para que su madre fuera feliz, pero no solo creando momentos que lo propiciara sino tratando de inculcarle una actitud positiva hacia la vida.

-Pero si está feliz, ¿no lo ves? -dijo Chris.

-Ya está la metomentodo.

-Gracias, Chris -agradeció Fuen. Adoraba a su nuera, no solo porque era una gran confidente sino por lo fácil que se lo hacía todo. Era evidente que la respetaba, y eso le hacía sentir importante. Además, sabía que su hijo era feliz con ella, y juntos le habían dado tres pasiones que endulzaban su vida. Todavía hoy, después de diecinueve años desde que nació Salma, se sorprendía del amor que sentía por sus nietos, tan profundo como el que sentía por sus hijos.

-Bueno, apáñate que seguro que algo se te ocurrirá.

-Pues menuda ayuda me habéis dado -ironizó Edmond.

-De todas formas, no nos ibas a hacer ni caso -se burló Chris.

-Eso es verdad, siempre acaba haciendo lo que quiere, en eso no ha cambiado desde que era niño.

-Vaya tarde me estáis dando las dos.

-Seguro que lo haces bien.

-Seguro.

Durante un rato estuvieron en silencio pensando en secreto. Fuen orgullosa por la familia que había creado y la felicidad que le provocaban esos sencillos momentos. Chris, preocupada para que la visita de su suegra fuera inmejorable, y de paso evitar los reproches de su marido. Y Edmond ajeno al resto, soñando con algún texto inspirador que le permitiera salir indemne del reto. Así eran los ratos en familia.

 

RELATO DEL TALLER DE:
Taller de Escritura Creativa

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Esta entrada tiene un comentario

  1. ANA

    Conocí a Edgar con 24-25 años… recuerdo que me comentó que uno de sus proyecto sería escribir un libro y jubilarse pronto…. de lo segundo no tengo ni idea pero de lo primero, veo que está en ello… GRANDE como siempre!

    He leído el relato y me lo he imaginado a El mismo hablando con su familia…

    Mucha suerte Edgar!!

    Un saludo.

    ANA.

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