LA IMPORTANCIA DEL CONFITADO ( PACIENCIA Y TIEMPO )

Por Miguel Angel Rodrigo Moreno

Los secretos siempre ahogan. Se apoderan del pecho poco a poco y bajan hasta el estómago haciendo que todo funcione mal. Al menos es lo que pensaba y sentía Juan cada vez que recordaba el suyo.

La cocina siempre era lugar de encuentro de la familia, de charla tranquila y no tan relajada a veces, de enfrentamientos, de celebraciones. La de la “casa familiar” era amplia, con una parte coloreada y la otra con alicatado blanco en horizontal y con un Silestone oscuro de encimera. Era el cumpleaños de la madre, esposa de Juan, y ahí estaba con su hijo mayor preparando la comida de celebración.

  • No entiendo lo de celebrar el cumpleaños de mamá. Ya no está.
  • Es el primero que celebramos tras su muerte. ¿Por qué no lo vamos a celebrar? Cierto que no cumple los 67, pero le hubiese gustado que lo hiciéramos.
  • Mamá iba a lo suyo. No tengo claro que nos quisiera.
  • Qué tontería, os quería a los dos, a su manera. Vigila el confitado de la cebolla, dale vuelta.
  • ¿Y a ti? ¿Te sentías querido? – preguntó Pedro bajándose de la mesa y cogiendo la cuchara de palo para dar vuelta con delicadeza a la cazuela de cebolla que iba cogiendo color y aromatizando todo.
  • Por supuesto. A su manera, era feliz trabajando y yo, la quería feliz. – Daba la vuelta sobre una sartén a un solomillo de ternera rojo para dejarlo sellado mientras ladeaba la cabeza y encogía los hombros para su contestación.

Tenían a un lado una lámina de hojaldre preparada, pinchada, con un poco de harina por encima para que no se humedeciera. Ese sería el abrigo del solomillo con la cebolla como chaleco, antes de meterlo al horno que ya se estaba calentando. Juan era previsor. El silencio no le molestaba, a Pedro sí.

  • ¿Y de Carmen? No me preguntas nada.
  • Qué te voy a preguntar. Te ha dejado. ¿Te sentías querido?
  • ¡Joder, yo pensaba que sí! Y de un día para otro…creo que tiene un amante.

Otro silencio. En un tercer fuego estaba salteando unas setas, boletus normalitos.

  • El sentirse querido, Pedro, es importante. Muchas veces creo que no sé si os quiero ni a ti, ni a tu hermana. – Pedro dio un respingo y se volvió a apoyar en la mesa. – No me entiendas mal. ¿Qué es el amor? Cada uno a su modo lo hace lo mejor que puede. Cuando uno es pequeño le preguntan a quién quieres más a papá o a mamá. A mí me provocaba ansiedad, yo qué sabía con siete años. Luego creces y a veces te dicen que tu madre te quiere más que tu mujer o tu marido. Y yo pensaba: siempre se quiere más a la pareja, al final abandonas a tus padres por vivir con otra persona, no te quedas. Sí, los cuidas, los llamas, pero no te ocupas realmente de ellos. Lo mismo has hecho tú y tu hermana, habéis elegido.

Sonrió levemente al volverse y ver la cara de su hijo.

  • Tu hermana algo peor que tú, ese es tonto. Y que no me oiga porque debe estar a punto de llegar.
  • Ya, pero a mí me ha dejado.
  • Fede no tiene agallas para dejar a tu hermana. Supongo que la aguanta…y ella a él, aunque esto lo entiendo menos.
  • ¿Tú crees que tiene un amante? – Insistía sobre Carmen como una obsesión. Se había incorporado de nuevo e iba a quitar las cebollas.
  • Déjalas, el confitado, como los problemas, necesitan tiempo, un poco más. Supongo que sí. Es una mujer con mucho estilo y lista. – Observó de reojo a su hijo.
  • No me cuidaba. Era egoísta, como mamá.
  • Deja a tu madre en paz. Todos somos egoístas. ¿Acaso la cuidabas tú?
  • Por supuesto. La llamaba de vez en cuando desde el trabajo, le hacía el café…
  • Pero ¿la escuchabas? ¿Sabías lo que quería? ¿Perdonabas sus pequeñas cosas?
  • Eres un cursi. Yo también necesito eso. Debe ser a medias todo, hoy por ti mañana por mí. No siempre para ella.
  • Ese es el fallo. Parece que es a medias, pero siempre pierde uno. Y cada uno pierde como puede y lo toma como una afrenta o con amor, sonriendo y disfrutando o de otro modo te amargas. Perder es un arte.

Ahora sí estaba quitando las cebollas y las extendía sobre la masa de hojaldre con un poco de mostaza antigua. El solomillo, con mimo, encima y antes de cerrar un poco de setas. Y al horno una media hora.

  • Papá, ¿realmente no me quieres? Ya sé que es una forma de hablar, no voy a decir que si darías la vida por mí y eso. Pero un poco sí que me quieres.
  • Por supuesto que no doy la vida por ti. Ya te la dimos. Tú sabrás lo que haces con ella. Cuando pienso en si os quiero, y lo hago a menudo, me imagino qué ocurriría si no estuvierais, si vivieseis en el extranjero. Si durante mucho tiempo no nos viéramos. Habríamos cambiado, cada uno con sus vivencias. La esencia seguiría allí, la educación que os dimos afloraría y el reencuentro sería especial. Eso es querer. ¿Echaros de menos? Cada uno tenemos nuestra vida. Falta tu madre y ¿qué ha ocurrido? Nada. Más tristes unos días pero esto sigue. Por eso es difícil demostrar el amor. Cada uno se debe sentir querido y el que más necesita a los demás peor para él.
  • Voy a hacer la ensalada. Esta conversación no nos conduce a nada. Me recuerdas a Carmen cuando se cierra en banda. Sois demasiado listos para mí.
  • ¡Eso parece! – apostilló Juan sonriendo levemente.

Pedro salió al pequeño huerto de la casa que su padre tenía o cuidaba desde que falleció su mujer. Si ella lo viera aquellas mañanas recortando aquí y allí las matas, limpiando los tomates, las pequeñas berenjenas y los pimientos que siempre les daba demasiado sol. Él que había sido defensor del asfalto toda su vida y de los grandes supermercados. Qué curioso es el paso del tiempo. Todo lo cura y todo lo remueve, a su antojo, hasta que se estabiliza de nuevo. El tiempo.

Juan estaba recogiendo lo ensuciado y seguía pensando en cómo abordar el secreto. Tampoco le importaba mucho cómo se lo iban a tomar, pero debía hacerlo.

Sonó el timbre y mientras se secaba en el mandil de cocina salió a abrir.

  • No digas que le llamé tonto. Seguro que trae el mismo vino amargo de hace un mes.

Abrió la puerta y allí estaba Fede con su hija María, radiante con un embarazo de 5 meses que le daba luz a la cara y kilos en las caderas (esto no se lo iba a decir, por su bien).

  • ¡Suegrito! Toma este vino que no lo has probado, creo. – Juan miró a su hijo mientras cogía la botella ya conocida.
  • Claro que lo ha probado, si lo trajimos hace poco. ¿Cómo estás papá? – Mientras lo abrazaba miraba a su hermano y lo interrogaba con la mirada “¿cómo lo ves?”. Pedro se encogía de hombros sonriendo levemente.
  • Cuñado…qué sed traigo. Esa copita va a caer antes de comer. Huele de maravilla, qué mano tenéis los Ponce, qué mano. – Se fue hacia la nevera.
  • ¿Por qué celebramos el cumple de mamá? Ya no está.
  • Lo mismo he dicho yo.
  • ¿Volvemos a repetir lo del amor? ¡Qué pesados! A tu madre le gustaba veros reunidos.
  • No es cierto. – Repuso María- A mamá le gustaba trabajar, vender aluminio y ventanas, para eso vivía. Nos tuvo por accidente y por tenerte contento.
  • Qué bestia eres, María. Tu madre os quería y tú te pareces a ella más de lo que imaginas. ¿No la echas de menos?
  • A veces, pero lo mismo que ella a nosotros. Ni con la enfermedad se paró a explicarnos lo que ocurría. A decirnos nada cariñoso. ¿Y Carmen?
  • Me ha dejado por otro. – Se dio la vuelta y fue al salón a hacer compañía a Fede tras coger una cerveza.
  • Papa, ¿es cierto? Mejor, era una lagarta. Con ese cuerpazo no sé cómo le gustaba mi hermano.
  • No está mal tu hermano. No todo es el físico. – Cogió otra cerveza y se lio con la ensalada. Con esos tomates, unas espinacas, unas pasas, unas manzanas y un poco de queso de cabra añejo sería un comienzo fresco antes del modificado solomillo Wellington a lo “Ponce”.
  • ¿Le ha dejado por otro? ¿Cómo lo sabe? ¿Se lo ha dicho ella?
  • Por lo que he entendido no lo sabe. Pero sí, lo ha dejado por otro, seguro. Ve colocando la mesa. – Cambió de tema- Y abre el vino de tu marido. ¿Tú estás bien?
  • El embarazo es incómodo. No sé si estoy preparada, pero quién lo está para traer a este mundo a alguien a sufrir.
  • Pues sí que estamos bien. No te ha ido mal con tu familia, ¿no?
  • A veces creo que no me queréis – sentenció.
  • Lo mismo le he dicho a tu hermano- Sonrió.

María cogió el mantel y los cubiertos y se encaminó al salón a poner la mesa grande. Hoy solo eran los cuatro. Siempre habían comido en la cocina excepto los casos especiales cuando se juntaban los seis o incluso cuando eran pequeños los cuatro en navidad o cumpleaños. El tiempo.

  • Pon un cubierto más. He invitado a alguien. – Soltó Juan antes de que saliese María de la cocina.
  • ¿Y eso?

Pedro al escucharlo entró en la cocina y por supuesto Fede le siguió.

  • Te has echado novia, suegro. Sí señor, hay que disfrutar lo que te queda. Vamos, que hay que disfrutar, no quiero decir yo…ya me entendéis.
  • ¿Qué pasa papá? No me has dicho nada antes.

Continuaba ensimismado en la ensalada, cortaba los tomates, incluso troceaba unas aceitunas negras de Aragón que había comprado en una tienda gourmet que tanto le gustaban.

  • Coge las anchoas del frigo que creo le van a ir bien.
  • ¡Déjate de anchoas! – María estaba exaltada -. No lo puedes decir en serio. Tienes 66 años. Es por tu dinero.
  • ¿Qué pasa, que ahora soy rico y no me he enterado? ¿No puedo interesar a nadie? Curioso el comportamiento. Venís cada 3 semanas, el teléfono de poco en poco, tampoco soy la alegría de la huerta. Pero ahora no vengáis con que os importa que alguien se interese por mí.
  • ¿Dónde la has conocido?
  • La conozco hace tiempo. Además, traerá el postre. Id poniendo la mesa.

Salieron de la cocina, los hermanos se miraban, no sabían si les había reñido por falta de cariño, si era una venganza o solo era un pasatiempo. Fede se había cogido otra cerveza y se iba disfrutando, no pensaba ni se había preguntado cómo le había sentado a su mujer. En resumen: no pensaba.

El aliño de vinagre de Módena y aceite de Jaén lo tenía apunto, unas vueltas y en el momento de servir lo dejaría caer sobre el conjunto dejando que hermanen todos los elementos.

Se estaba quitando el delantal y sonó el timbre.

  • Voy yo. Y tranquilos que ya estoy yo bastante nervioso.

Atravesó muy despacio desde la entrada hasta la puerta del adosado que daba a la calle. Ya no había vuelta atrás. Abrió.

  • Hola Carmen. Ahí están todos. Pedro también. Vamos.

Un beso y entraron juntos. El tiempo comenzaba a hacer un esfuerzo para ir curando todo lo que suponía esta comida.

 

FIN

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