LA OSCURIDAD – Mª Teresa Castillo Sánchez

Por Mª Teresa Castillo Sánchez

“Sé paciente mientras te encuentras en la oscuridad.
El amanecer está llegando”.
-Rumi.

El actor, inmerso en su papel, escribe sin parar sobre una mesa escolar, de esas de color verde. Tan sólo está iluminado por la tenue luz de un foco que incide verticalmente sobre él, dejando ver sus ágiles manos sobre una anacrónica máquina de escribir.
El silencio del escenario tan sólo es interrumpido por el incesante bailoteo de las teclas y el retorno del carro con un nuevo comienzo.
El foco se va desplazando a medida que cambia su inclinación, dejando a nuestro actor en penumbra hasta que se queda sin luz. A oscuras, arrastra su mesa y su silla buscando la claridad. Entonces, las teclas vuelven a sonar. Y así va transcurriendo la obra.
Mario entra a trabajar a las ocho de la mañana. La puntualidad es su más devota cualidad. Su despertador suena a las seis de la mañana. Le gusta levantarse con tiempo y elegir la ropa adecuada tras probar varias combinaciones antes; es amante de los pequeños detalles.
Mientras prepara el café, aprovecha para arreglarse y hacer la cama. Deposita bajo la almohada su pijama correctamente doblado. Observa la pecera que en su día dio cobijo a tres generaciones de pez betta, también conocidos como el luchador de Siam; peces que, como él, no están hechos para compartir espacio. Ahora alberga sólo a una vieja planta que sobrevivió a sus hospedadores. Mario hizo varios intentos de tirarla a la basura, pero al final acababa por rescatarla y devolverla a la pecera. De vez en cuando le cambia el agua, la contempla y se pregunta – ¿cómo es posible que aún siga viva?
Se encamina hacia la cocina tras oír el silbido de la cafetera.
Le gusta disfrutar del desayuno, sin prisas, es su momento del día. Repasa, reflexiona y organiza todos y cada uno de sus objetivos.
Unta la mantequilla con delicadeza y extiende la mermelada con sumo rigor. Como si fuera un ritual. La mermelada de frambuesa es su preferida; le trae recuerdos de su infancia.
Se ajusta las gafas y lee los últimos artículos del periódico digital, mientras degusta el fuerte amargor de su café, que contrasta con el delicado dulzor de su tostada. Saborea hasta el último sorbo. Después barre las escasas migas que hayan podido caer al suelo.
Se lava los dientes con pulcritud y se despide de su reflejo con mirada de aprobación, dándose los últimos retoques a su pelo ondulado. Antes de salir se pone el abrigo y coge las llaves que están en el recibidor. Abre la puerta de su casa sin poder imaginar que este día no llegará a su trabajo.
Vive en un segundo piso sin ascensor. Es temprano. El pasillo está más oscuro que de costumbre y no logra ver las escaleras. No logra ver absolutamente nada y eso le sorprende y, en cierto modo, le aturde. No es normal. Es una negrura espesa y sobrecogedora, por primera vez piensa si salir de su casa o no.
Busca a tientas el interruptor de la luz situado en la pared contigua a su piso. Temeroso, da un par de pasos y extiende su mano, pero no consigue tocarla. Es como si se hubiese desplazado. Avanza más rápido y nervioso para volver a intentarlo, pero la pared no está. ¿Cómo es posible? ¡No ha podido desaparecer!
Mario no da crédito. Está totalmente desconcertado. La oscuridad es tan densa que no puede ver ni sus propias manos. Empieza a sentir un miedo irracional y busca con nerviosismo el móvil en el bolsillo de su pantalón. Desbloquea la pantalla y presiona el icono de la linterna para enfocar hacia la pared donde debía estar el interruptor, pero la luz no va más allá de unos pocos centímetros, quedando absorbida en la inmensa oscuridad.
Se asusta. No comprende lo que pasa. ¿Dónde está la pared? Se gira para volverse hacia su casa, pero ya no la ve; la oscuridad la ha engullido. Siente pánico, un pánico atroz. Se lleva la mano a la boca para contener su grito. Está totalmente desorientado. No puede tomar ningún punto de referencia. La oscuridad es absoluta.
Siente su cuerpo estremecerse y se da cuenta de que, inconscientemente, ha llamado a su madre. Piensa si no estará muerto. Los moribundos es lo que suelen hacer, o al menos eso fue lo que le dijo un día un amigo suyo que es celador: “Los moribundos, antes de morir, siempre llaman a sus madres”.
-¿Será esto la muerte?¿Estaré muerto?
Su amigo también le había comentado que la gente que había tenido una ECM hablaba siempre de una luz al final de un túnel y de una placentera sensación de paz.
Pero aquí no hay nada más que una infinita y tenebrosa oscuridad.
-No, no puede ser.
Intenta pensar con claridad, pero se da cuenta de que el miedo ya se ha instalado en él y miles de pensamientos incoherentes atormentan su mente. ¿Será esto el comienzo de la locura? ¿Se puede presentar así la locura? ¿De golpe y sin avisar?
-No, los locos no se cuestionan. Tengo que salir de aquí. ¡¡Esto es una maldita pesadilla!! Sí, eso es, estoy viviendo una maldita pesadilla. Tomo demasiado café y llevo noches sin dormir. El estrés del trabajo está haciendo que mi mente me esté jugando una mala pasada. Estoy atrapado en una horrible pesadilla. Tengo que despertar de una vez. Mi corazón va a cien. Tengo que salir de aquí antes de que me dé un paro cardíaco.
-Cálmate, Mario, se dice a sí mismo.
En ese momento de desesperación, sólo se acuerda de una persona: Laura, su exmujer. Hace dos años que se separaron. Demasiado iguales para convivir y demasiado iguales para vivir el uno sin el otro. Ninguno de los dos ha rehecho sus vidas y siguen compartiendo los juegos de llaves.
La llama por teléfono. No dispone de mucho tiempo. El móvil le ha avisado que está bajo de batería. Al otro lado, Laura ve la llamada entrante, pero asiste a una reunión importante.
Le extraña que Mario le llame con tanta insistencia. Piensa en devolverle la llamada más tarde, pero le ha dado un pálpito, una extraña sensación de que algo no va bien. Sale de la reunión y contesta.
-¿Mario? – lo escucha con la voz temblorosa, habla muy rápido y se entrecorta. No le entiende-. Mario, ¿qué pasa?
-Laura -Mario rompe a llorar-, por favor, Laura, ayúdame. La oscuridad me rodea.
-Mario, tranquilízate, no entiendo nada. ¿Dónde estás?
-No lo sé. He salido de la casa al pasillo y no puedo regresar. No veo absolutamente nada. Ya no sé dónde estoy.
-Tranquilízate, Mario. Me estás asustando. No te muevas. Voy para allá.
-No me cuelgues, Laura, por favor, no me cuelgues.
-Tranquilo, Mario, no te colgaré.
Nunca había visto a Mario así. – Estaba aterrado y ella empezaba a preocuparse. Conducía a toda prisa. El edificio de Mario no estaba muy lejos.
Mientras le iba hablando para tranquilizarlo, no podía evitar pensar en lo que se encontraría al verlo. ¿Habría perdido la cabeza? Mario siempre había sido una persona muy cabal y racional.
-¿Por qué me habla ahora de esa manera? ¿Una inmensa oscuridad? ¿A qué se refiere?
Le pregunta si ha tomado alguna sustancia química, algún tipo de drogas o alcohol, aunque sabe perfectamente que jamás lo haría. Tal vez haya tomado alguna medicación que esté interactuando con su sistema nervioso, haciéndole ver lo que no es. Mario lo niega.
-No he tomado nada más que mi café y mi tostada. Dios mío, piensa Laura, ¿se habrá quedado ciego repentinamente? Sabía que en su familia había habido un caso de glaucoma precoz y que la rapidez en el tratamiento era de vital importancia para evitar una ceguera permanente.
-Ya estoy en el portal, tranquilo, Mario.
Enciende la luz y sube deprisa las escaleras. Llega a la segunda planta, recorre el pasillo, pero no le ve. Retrocede hasta el 2B, la puerta de la casa de Mario.
El teléfono le vuelve a avisar de que necesita ser recargado.
-Laura, date prisa, me estoy quedando sin batería.
Laura busca nerviosa las llaves en el bolso, que parece no tener fondo. Están echados los dos cerrojos, abre presurosa, lo llama en voz alta pero la voz de Mario sólo parece salir del teléfono. La casa parece vacía.
-¡Mario, no te veo! ¿Dónde estás?
-¡En el pasillo! ¡Te lo he dicho! Espera, te mando la ubicación.
Al segundo le entra un mensaje desde su whatsapp. La ubicación confirma que esta por la zona pero no llega a ser muy precisa.
Laura avanza en silencio, lentamente, por el pasillo. Una extraña sensación de opresión sobre el pecho le impide ir más rápido. Abre la única puerta de la casa que permanece cerrada y lo ve allí, tendido boca arriba sobre la cama. Se acerca y se queda paralizada al observar sus ojos abiertos, sin vida. Entra en shock al escuchar al otro lado del teléfono la voz angustiada de Mario preguntándole qué es lo que pasa.
-¡Laura! ¡Dime algo!
La voz de Mario penetra en ella como una gélida lava que le hiela hasta la médula espinal. No puede articular palabra. Intenta pronunciar su nombre, pero a duras penas su apagada voz se entrecorta entre sus labios. Mario espera ansioso su respuesta al otro lado. Laura respira profundo y consigue, entre sollozos, pronunciar su nombre, pero la línea se ha cortado. La batería se ha agotado y la oscuridad se lo ha llevado. Cae el telón. El foco del escenario se ha apagado.

Maite Castillo.

 

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Esta entrada tiene 3 comentarios

  1. salvador

    el poder de la mente aun despues de la muerte por algo que le faltaba por hacer o decir PERDON

  2. Jerry

    Me gusta especialmente el debate interno de Mario en la oscuridad.
    Igual la analogía con la luz en el escenario, se acabó esta vez.

  3. Lourdes

    Muy interesante, una visión un tanto tormentosa de la transición a otro plano de existencia. Me ha enganchado muchísimo.

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