LA RELIQUIA – Ana Asencio Soto

Por Ana Asencio Soto

Día 1. Siete de la mañana. Estación de metro. Interior/día. Lo deseo tanto como él me desea a mí. Lo tengo claro por como creo que me mira, resplandeciente como siempre. Estamos en el metro, a la vista de todos, a la vista de él. Pero, aun así, no puedo dejar de mirarlo.

El metro va lleno. Es hora punta. Hay tanta gente que veo los detalles del tatuaje de la persona que está pegada a mí. Un dragón bicéfalo con la leyenda La fortuna favorece a los valientes. Todas las mañanas, junto con mi hermano y sus amigos, tomamos la línea 2. Un duro golpe provoca una sacudida, que causa el pánico de todos. Mi hermano se asusta, llevándose la mano a su otra muñeca.

El miedo se desata en él. Busca su reloj por todos los rincones posibles, mientras yo, en una esquina, analizo la escena con la paciencia de un viejo forense. Puedo ver cómo el nerviosismo se instala en sus ojos. Parece que intuye mis pensamientos, pero no es así. Se mueve con soltura como si lo ocurrido de cara a la galería no fuese con él, pero a mí no me engaña.

Llevamos horas buscándolo. Está en cólera por haberlo perdido. No puedo dejar de pensar en él.

Llegan nuestros padres que deciden no pasar más tiempo en esa sucia estación sin ningún ápice de seguridad. Discuten entre ellos, echándose en cara por qué tiene que usar el transporte público. Mi hermano no debe juntarse con gente tan vulgar como yo. El metro está hecho para mí, pero no para él. Decido ponerme los cascos. Bad Bunny me relaja. Subo el volumen a tope. Suena Me Porto Bonito. Veo cómo mueven los labios, pero no percibo lo que dicen. Me imagino a mi padre diciéndole tú ere´una bellaca, yo soy un bellaco. Eso e´lo que no´une. Prefiero esto a volver a escuchar lo que piensan de mí.

Sinceramente me da igual. Solo me importa verlo una vez más, pero está vez más de cerca. Volvemos a casa. Siguen discutiendo al compás de Bad Bunny. Mami, tú ere´ élite. No te me limite´. Mis padres se quedan en el salón con mi hermano. Por los gestos intuyo que lo consuelan. Esto significa que mañana, o tal vez esta misma tarde, caerá algo muy gordo. Quizás un coche. Me encierro en mi cuarto. Por fin estamos solos.

Once de la mañana. Casa de los Usera-Velasco. Interior/día. Han pasado algunas horas. Todo parece más tranquilo. Ahora es Madame Butterfly quien compite con Bad Bunny. Un Bel di Vedremo resuena por toda la casa. Suena el timbre. Son los amigos de mi hermano que han venido a consolarlo. Mientras abro la puerta, mantengo la mano en el bolsillo. Mis dedos calibran su peso. Noto una fuerte atracción por él que me empuja hacia su centro de gravedad. Me siento como Golum. Mi tesoro. Me escondo en la alacena. Mi tesoro. Todo esto se ha convertido en un juego macabro. Víctima y delincuente compartimos el mismo espacio. Estamos todo el tiempo evitándonos como el ratón al gato sin que nadie haya sido capaz de pillarme. El crimen se ha cocinado a fuego lento durante semanas. Seguir los movimientos, calcular tiempos, estudiar el espacio. Todo para buscar el mejor momento. Haberlo hecho a la vista de todos me llena de satisfacción. ¿Debería tener remordimientos? Todavía recuerdo la primera vez que lo vi. Estábamos en el jardín. Estiró el brazo para dejar la taza de té y allí estaba. Sentía cómo me miraba, pidiéndome que lo liberase de esa perfecta y aburrida vida. Ahí fue cuando supe cuánto nos necesitábamos. Pero por fin lo he conseguido. Es completamente mío.

Tengo que aprender a disimular. No debería de estar tan nervioso. No paran de preguntarme si me encuentro bien. Me invade el miedo. El hecho de que me pillen viéndolo me sube la adrenalina. Es todo tan perfecto que hasta me gustaría que me vieran con él en la mano. Pero es pronto para entregarse. Lo mejor será observarlo desde la oscuridad de mi habitación donde nadie pueda verlo. Ahora soy yo quien mueve los labios. Chi sarà? Chi sarà? E come sarà giunto. Che dirà? Che dirà?

Dos de tarde. Habitación. Interior/día. No tengo apetito. Seguramente están todos sentados. Esperando. Nadie toca a mi puerta. Me siento invisible. Podría pasearme desnudo con el reloj por la casa y nadie se percataría. Me entristece ser un cero a la izquierda. Pero ahora que lo tengo me siento poderoso. Me gustaría poder pasear con él por la calle. Presumir como lo hacía él. Sacar la mano del bolsillo con gesto firme y apartar con sutileza la manga de la camisa para mirar la hora. Me temo que la situación es tensa. La preocupación abarca las mentes de todos debido al robo. Cualquier joya que ha pasado de padres a hijos es mucho más que una herencia familiar. Mi abuelo se lo regaló a mi padre y este a mi hermano. Me siento una alteración genética que ha roto la cadena natural de la familia. Ese es mi pecado. Ahora que por fin lo tengo, me pertenece. No puedo dejar que nadie nos vea. Esa es mi penitencia.

Ha llegado el momento de poner en práctica lo aprendido en mis clases de teatro. Esas que mi viejo siempre me recriminaba como una pérdida de tiempo. A partir de ahora tengo que vivir en un constante eterno disimulo. Si me descubren, solo aumentaría la cólera de mi familia. Y, aunque me gustaría mostrarlo, tengo que ser de lo más cuidadoso sino quiero añadir más problemas a los que ya tengo.

Día 2. Cinco de la mañana. Habitación. Interior/día. Un fuerte grito me despierta. Seguramente haya tirado de la cama a la metomentodo de mi vecina. Solo imaginarme la escena me provoca una mueca. Salgo corriendo hacia el salón donde están todos. Mi madre no para de dar vueltas en círculo agitando los brazos hacia todos lados. Sus movimientos asíncronos y descompasados podrían hacer aterrizar un avión. Vuelvo a reírme.

Acaba de llegar. Su rastro se puede oler desde la escalera. Mis padres no están preparados para este espectáculo. Conmigo es otra historia. Ha tenido que estar buscando el reloj en el fondo de las copas. El drama llega a su punto álgido cuando vomita en la bata de mi padre. La función ha llegado a su fin. Solo puedo levantarme del sillón y aplaudir.

Me cuesta llevarlo a su habitación, a duras penas consigo dejarlo en su cama. Escucho a mis padres hablar con la vecina. Por lo visto he sido el causante de este sainete. Seguramente todo ha sido para llamar la atención. La reputación de mi hermano mayor no puede quedar en entredicho, por lo que el muerto lo cargo yo. También me gustaría cargar con el reloj, pero no es así. El hueco vacío de mi mano me hace ver quién soy en realidad en esta familia. Como diría Bad Bunny, la verdad duele, pero la mentira mata. Y a mí me corroe desde hace mucho tiempo.

Ocho y treinta y cinco de la noche. Casa de empeños. Interior/día. Un joven con capucha y sudadera negra entra en la casa de empeños unos minutos antes del cierre. Con mano temblorosa deposita en el mostrador un reloj. Parece de oro. Tras un breve examen el dueño le ofrece quinientos euros. Su valor de mercado está muy por encima, pero con eso tiene para más de un pico. El chico sabe muy bien que está siendo estafado, pero necesita hacerse con dinero rápido y fácil.

Uno de los focos recorta un cuadrado de luz en el cuello donde se ve el tatuaje de un dragón bicéfalo con la leyenda La fortuna favorece a los valientes. Un cruce de sonrisas es más que suficiente para cerrar la compraventa. Una página de cómic sirve de envoltorio. Batman tumba al Joker de un puñetazo y salva a la ciudad. El dueño reconoce que lo que hace no está bien, pero después de todo, el mundo está lleno de villanos y hoy no es día de hacerse el héroe.

 

 

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