LO LLAMÉ SIEMPRE ABUELO – Mª Pilar Gil-Roldán Trujillo

Por Mª Pilar Gil-Roldán Trujillo

Lo he llamado siempre Abuelo, nunca por su nombre. Se llama Félix y es mi suegro.
Un día que celebrábamos una reunión familiar en su casa, se acerca y me dice que quiere hablar conmigo.
– ¡Sí claro, dime!
– Me gustaría que escribieras mis memorias, siempre he tenido la ilusión de dejar escrita mi vida.
Me quedé sorprendida cuando me lo dijo y por supuesto le dije que sí, pero antes le pregunté ¿por qué yo? Entonces, me dice
– tú eres la más indicada.
Sentí alegría y responsabilidad, me comprometí con él quedando para vernos y grabarlo, cosa que hicimos en varias ocasiones y en distintos días y años por diferentes motivos.
Llegó el día de su partida y todavía no me había atrevido a empezar, por lo que llevaba esa responsabilidad y remordimiento en mí hasta ahora, nadie es eterno y yo me podía morir sin hacer nada, solo pensarlo, me daba pesadillas. La verdad que nunca me preguntó cómo llevaba su encargo, él me habló de muchas cosas en aquellas tardes de grabaciones y parece que se hubiera quedado tranquilo cuando ya no tenía más nada que decir, estaba a gusto.
Me puse manos a la obra y consultando con sus hijos momentos de su padre y otras búsquedas, empecé con sus memorias.
Solo espero hacerlo bien y les sea amena la vida de un hombre honesto, trabajador, luchador, amigo, emprendedor, marido, padre, abuelo y bisabuelo. En definitiva, una gran persona que dejó su huella en la tierra.
Les doy paso a Félix Gutiérrez Pérez, (ABUELO).
Tenía diecinueve años cuando embarqué para Venezuela, me fui en un barco llamado Conde de Argelejo y pagué entonces seis mil pesetas. Emigré, porque la vida en mi tierra se hacía difícil, estábamos en la posguerra y costaba encontrar trabajo.
Nací en un pueblo de la isla de Tenerife, Islas Canarias, llamado La Matanza de Acentejo. Vivíamos de la agricultura y no se veía mucho futuro. Allí me casé con Zoraida, mi maravillosa mujer ¡qué en paz descanse! y a los dos meses de casarnos, partí hacia Venezuela, ella quedó con sus padres y embarazada de nuestra primera hija Elena, que conocí más tarde.
Me embarqué en el mes de junio, creo recordar; era el año mil novecientos cincuenta y uno y tardé en llegar a La Guaira, Venezuela, una semana. Cuando llegamos, nos llevaron a unos barracones que estaban en Sarría-Caracas, un lugar donde llevaban a todos los emigrantes hasta que arreglaran sus papeles, allí dormíamos y nos daban de comer.
Nicolás, el cuñado de mi hermano Agustín se enteró que yo estaba en Sarría y me fue a ver, siempre te alegra ver gente de tu tierra cuando estás fuera. Me propuso ir a Baruta porque ahí podría conseguir trabajo con unos parientes de Santa Úrsula que tenían una panadería.
– Si, cuando termine de arreglar los papeles voy para allá.
En Sarría estuve una semana más comiendo plátanos y pan porque tenía poco dinero, entonces compraba unos plátanos pequeños, manzanitos los llamaban, te daban muchos y eran más baratos. Pues con los plátanos y el pan aguantaba.
Un día fuimos a ver unas carreras de caballos y escribí mi boleto con los caballos que me parecían iban a ganar; se lo enseño a los chicos que estaban conmigo y me fui a sellarlo. Cuando estaba en la ventanilla, me digo – ah Félix no gastes dinero que tienes poco y no sabes lo que te espera-al mismo tiempo dudaba de ponerlo. Cuando acabó la carrera, me felicitaban por mis resultados y no me lo podía creer, habían salido todos los caballos que había puesto pero yo no había sellado el boleto. Así que cuando las cosas no están pá ti, no están. Si lo hubiera sellado, mi suerte habría sido otra, o no.
En Baruta, estuve en la panadería de estos parientes de dos a tres días quedándome a dormir y enfrente había un abastos de otro canario que se llamaba Domingo y le pregunté si sabía de algún trabajo.
-Yo te aviso, dice Domingo
A los pocos días me llamó y me ofreció trabajo en su negocio por un mes, hasta entonces tuve trabajo, tenía un italiano con él y me fue enseñando como era el negocio, allí dormía y comía. Mas adelante, Domingo, me dice que estaba tratando el negocio con tres portugueses, ellos me dejaban trabajando y les enseñaba cómo era el negocio. En un principio estaba bien pero pasaban los días y cuando los tres dueños ya iban sabiendo el movimiento del abastos y los proveedores, estaba notando que sobraba un poco, pues eran muchos dueños. Hablé con ellos para decirles que estaba buscando otro trabajo, pues ellos ya sabían bastante del negocio.
Sabiendo el menear de la perrita, me adelanté a pedir una solicitud de trabajo para el Hotel Tamanaco, necesitaba una recomendación y se la pedí a don Domingo. Él muy amable me recomendó e incluso hasta los propios proveedores me dijeron que lo que me hiciera falta no dudara en pedirlo.
Se me abrían otros horizontes, estaba inquieto y esperanzado de tener la posibilidad de otro trabajo. Un día me fui a pelar a casa Paulo que era un chico de Buenavista y hablando con él, me dice.
-¡Muchacho, coge el negocio que está enfrente!, que tú ya sabes de abastos, no vende nada y con Gregorio el palmero de los Sauces y tú, lo sacan pá lante seguro.
-Pero no tenemos dinero-
– eso hablas con Dña. Verónica y Miguel, seguro que te dan facilidades.
El consuelo mío del día a día, eran las cartas que me llegaban de Zoraida, las leía a cada rato, me llenaban el alma dándome ánimo y me quedaba pensando siempre cuando podríamos estar juntos. Las cartas tardaban un mes en llegar y siempre estaba pendiente del cartero.
Como siempre le conté en mi última carta de mis intenciones del negocio y cuando me llegó su respuesta, ya habíamos hablado Gregorio y yo con Dña. Verónica y su marido Miguel. Ella nos dejaba el alquiler del abastos en depósito y los proveedores la verdad que se portaron muy bien, ¡claro! ellos me conocían de los otros lugares donde había trabajado y me tenían mucho aprecio. Cuando los llamé para negociar, me proponen dejar la mercancía en depósito y cuando ellos vinieran a reponer, si había mercancía, nos dejaban un tiempo para pagar pero si faltaba mercancía se la teníamos que pagar. Así estuvimos un tiempo hasta que fuimos regularizando los pagos.
Detrás del abastos había como un pequeño apartamentico donde vivíamos los dos.
Siempre me acuerdo cuando firmamos el acuerdo Gregorio y yo para trabajar juntos, fue un martes y trece, ¡no me olvidaré nunca!
Nos fuimos ganando la confianza de la gente y estuvimos dos años trabajando juntos sin partir nada, no se cogió dinero alguno.
Un día Gregorio llegó piripi y se acostó, al poco, siento olor a quemado y me levanté de la cama a mirar que era. Teníamos las bombonas de gas ahí mismo y me estaba dando miedo. Me dispongo a avisar a Gregorio y veo como sale de su almohada humo y fuego.
– ¡muchacho que nos quemamos!
Gracias a Dios, no pasó nada pero nos dimos un buen susto.
Anécdotas que se pueden contar, se había quedado dormido con el cigarro en la mano y de esa aprendimos, estuvimos juntos dos años.
Después de llevar un tiempo trabajando con Gregorio, me di cuenta que estaba viniendo poco, pues tenía una novia venezolana que se echó y lo tenía loquito. Entonces le propuse que uno de los dos se quedara con el negocio, que si él quería, yo me iba para Canarias y si no se iba él porque podía perder a su familia.

Me llegaban las cartas de Zoraida y ella me ponía al día de todo, de cómo crecía nuestra hija y esperando el día de estar juntos de nuevo, eso me daba aliento mientras trabajaba y pasaban los días.
Gregorio decidió irse a Canarias con la familia y yo me quedé con el abastos. Le pagué su parte y tuve que pedirle prestado dinero a Dña. Verónica porque no me daba, ella no tuvo inconveniente en dármelo y se lo fui pagando con sus intereses.
Yo tenía dinero, pero no era mío, era de los chicos que trabajan en la pedrera de Baruta, como no había bancos pues me daban el dinero a mi para que se los guardara y ya en muchas ocasiones me habían dicho que si necesitaba lo cogiera, pero lo que no es mío, no lo cojo.
De hecho, Madaleno el gomero, se molestó conmigo porque no le pedí el dinero. La cosa es que cuando se puso el primer banco en Baruta, llamé a los chicos para que se llevaran su dinero y lo pusieran en el banco. Eso fue una responsabilidad que me quitaba de encima.
Ya llevaba un tiempo solo después de que se fue Gregorio y extrañaba mucho a Zoraida. Hablé con Dña. Verónica para decirle que quería mandar a buscar a mi mujer, ella me dijo que era muy buena idea y que tenía ganas de conocerla, me ayudó a adecentar el apartamentico para que cuando llegara estuviera mejor.
Siempre agradeceré lo que nos ayudó D. Miguel y Dña. Verónica, se portaron muy bien con nosotros.
Estaba inquieto por la llegada de Zoraida, habían pasado casi cinco años de nuestra despedida y deseaba con toda mi alma tenerla al lado para siempre.
Cuando llegó el día, me apresuré temprano para ir a Maiquetía a encontrarme con ella, venía en barco y allí estaba yo con mis mejores galas, bien peinadito para recibir a mi amor y a mi hija Elena, iba a conocerla con cinco años recién cumplidos.
Fui el hombre más feliz del mundo, ya tenía mi vida en ese momento completa.
Cuando Zoraida me vio, lo primero que me dijo es que estaba negro y no me parecía a mí y mi hija Elena me dijo que yo no era su padre, que su padre era el abuelo que estaba en Canarias.
Pero bueno, esa es la distancia que distorsiona la realidad hasta que volvemos a encontrarla.
Lo importante es que ya estábamos juntos y no necesitaba las cartas que tanto me acompañaron, ni cocinar para mí solo, ahora, el apartamentico iba a estar con calor familiar y la vida se llevaba mejor.
El resto lo dejamos para otra grabación.

 

 

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