LUCES Y SOMBRAS
Por M. Cristina Isares Bazan
19/04/2021
Elita era la mujer más dulce y frágil que he conocido. Así lo creía.
Llegar a la urgencia del hospital ante su llamado, verla desvalida en el frio pasillo, su rostro pálido, mojado por las lágrimas, desencajado por el asombro y el miedo.
Momentos que aún están en mi retina y en mi memoria.
Elita era compañera de clases en el instituto, su familia muy tradicional y conservadora, un poco opuesta a la mía que era algo diferente, mi madre bailarina y mi padre jugador empedernido, asistente perfecto a cualquier lugar donde se expendieran aguas alegres.
Sus padres, hermanas y abuelos, sumadas las tías, estaban siempre atentas a lo que debía hacer, decir o hasta pensar. Elita estaba criada con buen gusto, estilo y demasiado control.
Por mi parte, la libertad de hacer lo que deseara, con algunos límites, por ejemplo, de horarios y lugares donde ir, tal vez por lo que diría la gente en lo primero o por encontrarme con mi padre en lo segundo.
Aún con nuestras grandes diferencias sociales y personales pudimos y supimos armar una amistad que se perpetuó a lo largo de los años.
Elita tuvo un único novio y marido, ella defendía la monogamia del matrimonio, por ley y por derecho, yo por mi parte ejercitaba la poligamia, la bigamia y las malas costumbres. Incluso estas diferencias de criterios y de actitudes jamás separaron nuestra amistad.
Mi lujuria era la sombra de su castidad.
Al finalizar la etapa del bachillerato, una tarde me sorprendió su comentario.
-Sarah, tengo que darte mi gran noticia ¡¡¡¡ En seis meses me casaré con Barzón!!!!
No podía creer lo que escuchaba, que mi amiga decidiera casarse tan joven, si no había conocido a nadie más que a ese Barzón.
Quise explicarle que había otros hombres, otros momentos, otras posibles historias, pero su respuesta fue tajante.
-Ya está decidido, dijo.
¿Decidido? ¿Por quién? ¿Por qué?
Barzón era un tipo serio, tosco, a veces huraño y de humor bastante rancio. A su vez era trabajador, ahorrativo, casi convertido en avaro. Daba la impresión de siempre cumplir su palabra.
Pensé que guardaba la carcajada para no gastar aliento, siempre la media sonrisa, que me molestaba terriblemente, cuando coincidíamos.
Para la ceremonia del civil fui testigo de la boda, me lleno de orgullo la elección, pues había hermanas y cuñadas que tendrían más derecho. Por lo que en un primer momento intente rehusar ese privilegio.
-Ya está decidido, dijo Elita.
Así fue como mi firma de testigo quedo estampada en el juzgado. Sarah López Álvarez con garabatos, y un círculo envolviendo la rúbrica.
Para la iglesia fui su dama de honor, ahora sí, con hermanas y cuñadas. Vestidas todas con faldas largas de color añil, con unas coronas de flores al tono de la ropa, que conjugaban perfectamente con el maquillaje que era igual al que tenía la novia, que ese día lució radiante, con su imagen de niña débil a la que hay que cuidar mucho.
Por su parte, Barzón llevaba un chaqué, puesto que la ceremonia fue al mediodía, no se atrevió a los guantes ni a la chistera. Se decantó por ese traje pues afinaba la silueta y era mucha la diferencia de altura y anchura con Elita. Para estar a tono con ella.
En el almuerzo conocí a muchos familiares, en realidad era ponerles cara a los nombres, pues por boca de mi amiga tenía presentado a todo el árbol genealógico, con lo mostrado y escondido, según de quien se tratará. Algunos mostraban lo que no eran y otros muy acertadamente escondían lo que de verdad eran.
La tía Victoria era la oveja gris, le pararon los pies y las andanzas antes de convertirse en negra.
El tío Vicente nació antes de tiempo, por eso las palabras demoraban en salir de sus labios y siempre parecía rueda en un pantano, haciendo fuerzas por salir y siempre en el mismo lugar, empujando para silabear o en el mejor de los casos para tartamudear.
Con el paso de los días, después del evento, seguimos con nuestras charlas, agotando todos los comentarios del convite, de la boda, aunque, por supuesto, se fueron mermando algunas salidas de compras o tardes de cafelitos.
Lo normal a la nueva vida de casada de ella, nuevos quehaceres, algunas obligaciones que antes no existían. Recetas de cocina, pues ella tocaba muy bien el piano y muy mal los cucharones.
Tampoco mi vida había tenido grandes cambios de estado, pero sí de personas que llegaban y se iban de mi mundo emocional. Algunas desilusiones, otras frustraciones y la mayoría un gran alivio cuando se iban.
Una tarde al reunirnos, tal cual habíamos quedado días antes, me sorprende nuevamente.
-Sarah, tengo que darte mi gran noticia ¡¡¡ En seis meses nacerá mi primer hijo!!!
Todo mi ser se convulsiono, ese detalle era esperado, pero no en ese momento.
Pensaba entablar con ella conversaciones más íntimas y profundas, más de mujeres y de hombres. No se dio la oportunidad pensada por mi parte y mi reacción seguida a la noticia fue casi tragicómica.
¡Me quedare sola cuidando gatos y perros! Y ahora un sobrino de corazón. Comentario que provoco la risa de ambas y mi gesto de cariño buscó su vientre.
-Tú serás la madrina de mi bendición, dijo.
Ante tal ofrecimiento no pude negarme, sin pensar que no me correspondía tanto honor.
Luego pensé en mi impulso ¿No sería mi envidia la sombra de su caridad?
-Ya está decidido, dijo Elita.
Una calurosa tarde de julio Mirko llegó al mundo, un hermoso niño, clon genético de Barzón. La acompañe hasta donde se permitía a las visitas y quede con sus hermanas y cuñadas a la espera de novedades en la sala de parientes, hasta que la matrona trajo la novedad de que era un niño, que todo estaba bien y que ella solo necesitaría un poco más de reposo y cuidados.
Barzón colaboró con el cuidado del niño, nada faltaba en la casa, pero nada sobraba, todo muy básico, muy justo y medido, él era un buen padre, con decisiones precisas y cuidando todo al mínimo detalle, especialmente gastos, ingresos y todo lo que fuese relacionado con el dinero.
Para el bautizo del pequeño, no quiso fiestas, ni alborotos, aduciendo que aún Elita no estaba totalmente recuperada del post parto.
Todos aceptamos y dimos la razón a Barzón. Se sabe que una fiesta lleva su tiempo de preparación, idas y venidas, un esfuerzo que Elita aún no podría hacer.
Por mi parte compre para mi ahijado un lote importado de Escocia con prendas finas y juguetes para el niño. Ante el asombro de la madre y el esquivo gesto del padre. Ese fue mi regalo de bautizo.
_ No deberías haber gastado tanto, no hacía falta, los niños crecen muy rápido. Dijo Elita.
-No te preocupes, para cuando venga el próximo tendremos menos gastos, si es que sabes cuidar y guardar lo recibido, dijo Barzón a su mujer.
El comentario de este hombre no me molesto, al contrario, sentí poder ante lo dicho, me sentí altanera desde mi situación.
Ya con calma y con sus palabras retumbando en mi mente, pensé en ella.
¿No será mi soberbia la sombra de su humildad?
¿O tal vez mi generosidad la sombra de la avaricia de su esposo?
El niño crecía rápidamente, era un encanto de personita, que, a decir verdad, sacó las partes más puras de mi existir, me rodeaba con sus bracitos, jugaba con mis collares y pulseras mientras balbuceaba sus primeros gorjeos.
Mirko acrecentó nuestra amistad.
Una tarde mientras tomábamos el té en su casa, veía algo de nerviosismo en ella, que no era frecuente. Mientras cortaba los pasteles caseros casi a media voz, dijo:
-Sarah, tengo que darte mi gran noticia. Nos mudaremos a México.
– ¿Cómo que a México? ¿Por qué dejar Madrid? Pregunte alarmada, mientras saboreaba los pasteles preparados por mi amiga. Ella solo se limitó a tomar una porción que luego de comer un bocado dejo sobre su plato, al terminar los míos, termine devorando lo que dejó ella.
Siempre pensé que su alimentación era escasa y ella riendo me decía, que, por el contrario, quien comía mucho era yo.
Atragantada por la noticia de su mudanza y el pastel en mi garganta, solo podía pensar en esa doble indigestión.
¿No sería mi gula, la sombra de su templanza?
Me extraño no escuchar el tajante -Esta decidido, con el que ella daba cerrado sus comunicados.
¿Tal vez no pensaba irse? ¿Tal vez una broma?
Igualmente, la mudanza comenzó a dar rienda suelta a muchos encuentros de amigas, que dejar casa cerrada, que vendrás a ventilar, que harás esto y aquello.
Muchas palabras para la callada Elita, pocas cajas y bultos que hagan realidad la partida a la tierra azteca.
_Elita, estas muy lenta con los preparativos para cruzar el océano, le dije una tarde mientras dormía al niño.
-No te impacientes Sarah, todo llega en su momento, no te preocupes.
Por primera vez sentí que mi sombra de pereza estaba equilibrada con su diligencia permanente. ¿Para que apurarse?
Los recuerdos se hacen presentes mientras conduzco al hospital.
Correr a su encuentro, con las palabras a borbollón queriendo salir, para saber que había sucedido, sintiendo y viendo su fragilidad aún más potenciada.
_Elita, cuéntame, por favor, imploraba yo a los gritos.
Mi voz hacía eco en los largos pasillos.
-Barzón, Barzón, ha sido horrible, un accidente en casa. No se explicar cómo fue. Sentí un golpe fuerte, muy fuerte. Al ir a su lado, estaba sobre un charco de sangre, totalmente morado, ojos desorbitados. No sé qué pasó Sarah, posiblemente ha resbalado, o haciendo algún trabajo para no pagar al electricista. Solo escuche un fuerte ruido.
Suavizando mi tono, impotente ante la situación la pregunta no atina a salir, hasta que por fin pregunto.
– ¿Cómo esta Barzón?
-No sabría decirlo. Fue su lacónica respuesta.
Con el corazón encogido por su sorpresiva contestación, me dirijo a la planta de urgencias para saber de verdad lo que está pasando con Barzón.
– ¿Dr. de guardia? Soy familiar del Señor Barzón Méndez Casas, dije con angustia, aun sabiendo que mentía el parentesco.
-Señora, soy el Dr. Juárez, médico de guardia, siento comunicarle que el Señor Méndez Casas llegó sin vida al hospital, después de sufrir un accidente.
-Accidente? Musite.
-Si señora. Vaya destino. Informaré a su esposa el desenlace.
Ante lo escuchado, necesito ir al lado de Elita para consolarla y ayudar a recibir la noticia de la muerte del único hombre de su vida.
-Elita, pronto vendrá a dar informes el médico.
-Señora de Méndez. Siento tener que dar la noticia del fallecimiento de su esposo. Ingreso sin vida al hospital. Dijo el médico, dejándonos solas para iniciar el protocolo de papeles.
Abrazada a Elita, llorando desconsoladamente las dos, después de recibir la noticia por boca del Dr. Juárez.
Su cara está desprovista de toda expresión, pero su mirada tiene un brillo distinto, un brillo que jamás había visto en ella.
-Debes de tener paciencia Elita.
– ¿Aún más paciencia Sarah? Dijo con rabia innata e inusual en ella. Paciencia es pasar la vida pensando cómo moriría sin que mis manos lo mataran.
Nunca confesó haber planeado lo sucedido. Ambas sabemos que la paciencia ficticia termino devorada por la ira del sometimiento.
Pensé que no es común que el piso del salón se encere con aceite de cocina, ni que dos alambres de dos metros estén enganchados al enchufe, ocultos bajo la alfombra metálica donde había caído el pobre Barzón Méndez Casas.
Ella siempre fue el oro de mi barro, la luz de mis sombras.
Elita se liberó.
Desde entonces, yo, Sarah López Álvarez, cargó la sombreada culpa de mi silencio.
RELATO DEL TALLER DE:
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María Isabel López Ben
07/10/2024