MAR DE FONDO – Cristina Velasco Díez

Por Cristina Velasco Díez

A Rosalía, el ser editora le había abierto la puerta a conocer las mentes más brillantes del país y, también le había facilitado la posibilidad de trabajar desde cualquier emplazamiento, por lo que había elegido la isla de Ponfe. La isla, de apenas treinta kilómetros de diámetro, era un enclave paradisíaco. Su costa estaba plagada de múltiples calas llenas de encanto.

En una de esas calas, había podido comprar una casa de los años setenta a pie de playa que había reformado con gusto y sencillez. Gozaba de una vida plácida, leyendo sus libros en el mirador con vistas a las Cíes.

La isla de Ponfe la formaba una diminuta comunidad de pescadores y pequeños negocios locales, donde todo el mundo se conocía y donde la vida pasaba de forma tranquila y rutinaria.

Dos casas al sur de la suya, hacia el club náutico, vive Rui con su mujer Petra, y su hijo Guille de 8 años. Su casa, de diseño moderno en madera y piedra, sobre la cala de los Arroaces, sería digna de cualquier libro de arquitectura moderna.

Petra y Rosalía eran amigas, daban largos paseos por la costa, disfrutando del mar en sus distintas emociones: calma, rabia y locura. Compartían recetas y libros, se entendían.

Rui, sin embargo, no era santo de la devoción de la editora, era un renombrado arquitecto que había hecho mucho dinero, a la vez un hombre arrogante, dedicado al culto al cuerpo y empalagoso como el licor café cuando se tomaba unas copas.

Aquella mañana, Rosalía había amanecido con una terrible migraña, la cabeza le iba a explotar, tras dos ibuprofenos pensó que el aire de la playa le sentaría bien por lo que abrió el portón principal con un herrumbroso quejido.

Sus pies descalzos rozaron la arena, estaba fría, aquel mes de febrero hacía más frío de lo habitual, los temporales se habían sucedido como capítulos de una novela sin dar tregua a los habitantes de Ponfe.

El viento frío le empezaba a hacer efecto, una claridad se abría entre las telarañas opacas de la migraña. La playa estaba sucia, el mal tiempo había arrastrado nasas y botellas de plástico.

Al fondo, junto a las rocas, un bulto extraño llamó su atención. ¨ ¿Qué puede ser eso?, ¿un delfín? ¨ pensó Rosalía.

Se acercó arrastrando los pies bajo la arena helada en un ritmo asonante y sordo. El corazón se le paró.

Sobre la arena mojada descansaba retorcido el cadáver de Josechu, o lo que quedaba de su amigo. El vientre hinchado le transfería una forma de castillo hinchable de un azul hielo, los ojos habían desaparecido de sus cuencas y sus manos mostraban ronchones granas.

Algo se rompió en el cuerpo de Rosalía. Un escalofrío le recorrió de arriba abajo, como si de una descarga eléctrica de millones de miliamperios se tratase. Y vomitó.

La garganta se le abrió. Un caudal de bilis y jugos gástricos se desparramó sobre la arena. No quedaba nada. Un sabor ácido inundó su boca y le sacó de la parálisis.

-¡Ayuda!- gritó. Nadie le oía, la playa estaba desierta. -¡Que alguien me ayude!- pidió en un último intento. No obtuvo respuesta. Sacó el móvil del bolsillo trasero de su vaquero y llamó a la policía.

Rosalía, con una taza de café con gotas, más bien chorrito, trataba de recuperarse en la casa de su vecina.

-¡No lo puedo creer! ¡qué desgracia Rosalía! Qué tristeza– exclamó Petra bañada en lágrimas.

La policía local les interrogó, pero no tenían experiencia con cadáveres y habían llamado a la unidad especial de homicidios de Pontevedra. Dos agentes estaban en camino con la científica.

Un furgón negro aparcó tras la casa de la editora y de ella salieron varias mujeres con trajes blancos y maletines.

Un segundo vehículo aparcó delante de la casa de Petra, un hombre alto y atractivo bajó del asiento del copiloto, mientras la mujer rubia se recogía el pelo en una coleta alta antes de bajar del Range Rover.

El hombre fue el primero en llegar al cadáver.

-¿Cuánto tiempo lleva muerto?- preguntó a una compañera de la científica.

-Por el estado del cuerpo diría que una semana, ¿ve esos ronchones rojos?, le ataron las manos y lo arrojaron al mar- dijo la especialista.

-¿Entonces es un homicidio?

-Me temo que sí agente, se lo confirmaremos cuando realicemos la autopsia.

-Ya ha llegado el Juez, levantaremos el cadáver en quince minutos.

-¿Quién encontró el cadáver?

-Una vecina, que además le conocía, está muy impresionada. Le puedes encontrar en aquella casa de diseño, está con unos amigos.

Los agentes se desplazaron hasta el lugar e interrogaron a las mujeres, pero no obtuvieron ninguna información relevante. Josechu era un hombre tranquilo que gestionaba su empresa de software en remoto.

Rosalia no daba crédito a lo sucedido, porqué alguien iba a matar a Josechu. Su amigo, compañero de partidas de dominó y carajillos.

¨No entiendo nada, todo esto es muy extraño. Voy a bajar al puerto a ver si averiguo algo¨, pensó la editora.

El puerto de Ponfe era un lugar pequeño con mucho encanto donde las embarcaciones de colores vivos de pesca se mezclaban con yates y embarcaciones de recreo. En el centro del puerto, en un espigón, había un pequeño surtidor que regentaba Manolo.

Rosalía le conocía bastante y le saludo con una triste sonrisa. -¿Te has enterado Manolo? Qué triste es todo.

-Sí, es un drama, la última vez que le vi fue hace cinco días, repostó y recogió a una persona al final del puerto. Desde entonces no le volví a ver- dijo Manolo.

– ¿A una persona?, ¿pudiste ver de quién se trataba?

– No, lo siento, el mar había estado muy revuelto y la niebla estaba entrando. Avisé a Josechu de las condiciones del mar, pero me dijo que no iba muy lejos. No volvió. Han traído su barco hace un rato, está plagado de agentes de la científica. Parece que han encontrado drogas- respondió.

-¿Drogas? , ¿Josechu estaba metido en temas de drogas?

– Rosalia, eso no lo sé, pero me parece harto improbable, se dedicaba a su trabajo y la pesca.

Rosalía se alejó del puerto inmersa en sus pensamientos, olía a mar, gasolina y a eucalipto, el viento frío le golpeaba la cara, empezó a llover de nuevo, el repiqueteo contra el chubasquero le ayudaba a concentrarse.

Tenía que corregir varios manuscritos, pero no se encontraba de humor, los acontecimientos del día le habían dejado destrozada, se acercó al Pesca, el bar del pueblo. En la barra Miguel secaba algunos vasos de chato con un trapo amarillento.

Rosalía se sentó en un taburete alto en la barra.

Miguel le puso una Estrella en botella, como a Rosalía le gustaba y una tapa de callos. Estaba hambrienta, no había sido consciente de que llevaba muchas horas sin probar bocado hasta aquel momento.

-Qué ricos, Miguel-

– ¿Te gustan rapaziña?-

-Miguel, ¿tú sabes si en Ponfe se trafica con droga?-

-Rapaziña hay droga en todas partes y más en estos sitios de ocio y veraneo. Estos los últimos años se ha puesto de moda el M, la droga del amor, algo parecido lo que antes conocíamos como éxtasis-

– ¿M? –

-Sí, es una droga de diseño, son como unas gelatinas pequeñas de colores con unos dibujos divertidos que las hacen más atractivas. Se elaboran en pequeños laboratorios caseros, son totalmente artificiales. Esa es la droga que han encontrado en el barco de Josechu.

Rui y algunos de por aquí lo consumen desde hace tiempo.

– ¿Cómo sabes que han encontrado M en el barco?

-Sí, niña, tú es que vives en tus libros. La policía anda haciendo preguntas sobre el M por todo el pueblo.

Rosalía decidió pasarse por casa de Petra que salía en ese momento.

– ¿Petra podemos hablar un minuto?-

– Sí, pero tengo que recoger a Guille en el colegio y dejarle en un cumpleaños, tardaré 30 minutos, ¿te puedes quedar sola? He hecho unas filloas, están en la cocina –

– Sin problema, aquí te espero –

Al entrar en la cocina Rosalía, sin querer, golpeó la pelota de Guille que salió rodando hasta la puerta del sótano, la atravesó y cayó rodando escaleras abajo. Bajó las escaleras en semioscuridad, apenas entraba un haz de luz por una ventana tapada con unos cartones, olía a humedad y el silencio lo inundaba todo.

Tanteó la pared a oscuras, el interruptor tenía que estar por ahí. ¿Dónde estaba la maldita pelota?

Por fin encontró el interruptor, unos fluorescentes palpitaron en el techo derramando una luz blanquecina por toda la sala.

Estaba en un laboratorio, pipetas y alambiques aparecían pulcramente colocados sobre mesas de eucalipto. Unas pastillas de colores se almacenaban en bolsas transparentes.

Un crujido sonó en la escalera. Allí, en el primer escalón estaba su amiga Petra.

-Petra, ¿qué es esto? ¿Es M? ¿por qué tienes estas pastillas en tu casa? Son las mismas del barco de Josiño, ¿lo sabías? ¿no tendrás nada que ver con su muerte? ¿ha sido tu marido? – las preguntas salieron disparadas de su boca como una metralleta disparando al enemigo, los pensamientos se aceleraban mientras hilaba ideas, todo empezaba a encajar en su mente.

Petra permanecía inmóvil, con una mirada vacía, cruel, desconocida. Los puños en tensión resaltaban las arterias azules de su mano que sostenía un bate de béisbol rojo. ¿Quién era su amiga? Aquella mujer en la escalera era un triste cómic de la persona que creía conocer.

– Mi querida Rosalía, ¿de dónde crees que sale nuestro dinero?, hace años que Rui no es más que un petimetre seco de ideas y adicto a las drogas. Alguien tiene que pagar las facturas. El M es tremendamente rentable.

Pero ahora te voy a tener que matar, no puedo dejar que arruines mi vida como ese entrometido de Josechu.

– ¿Tú le mataste? ¿quién eres?

– No me conoces, no tienes ni idea del infierno que ha sido mi vida.

-¿Pero Josechu? ¿por qué?

-Fue una triste casualidad, se le enganchó el aparejo en una de las nasas de Rui, donde depositamos la droga para ser distribuida- dijo Petra- vino a preguntarnos, pero Ruí no estaba, le pedí que me enseñara lo que había descubierto, quedamos en el puerto y me llevó hasta las nasas. En el barco fue fácil golpearle, quedó inconsciente, navegué mar a dentro y le arrojé a al mar.

Petra alzó el bate hacia su cabeza. El primer golpe lo evitó, se giró y el bate aterrizó sobre su brazo, pero perdió el equilibrio y cayó al suelo.

El segundo golpe acertó.

Oyó una voz, a lo lejos mientras se desplomaba -¡deténgase!

Eso fue todo. La habitación se desvaneció, como una película de cine derritiéndose en la llama de una vela en la que los personajes se desdibujan. Oscuridad.

-¿Dónde estoy?- dijo Rosalía abriendo los ojos- lo último que recuerdo es…¡ay! dijo tocándose la cabeza.

-Estás en el Hospital rapaziña. Petra te golpeó con un bate y casi te mata. Menos mal que llegó la policía. Fueron a interrogar a Rui, unos chavales les contaron que siempre estaba colocado de M y al llegar se encontraron a Petra golpeándote. Tú estabas inconsciente.

Estaba convencida de que te había matado y no lo pudo soportar, confesó todo. Ella y Rui han sido arrestados.

Llevaban más de un año elaborando y traficando con M. Los últimos proyectos de Rui no se habían llevado a cabo y financieramente estaban arruinados. La tapadera de una familia con un niño de ocho años había sido perfecta, hasta que Josechu les descubrió- explicó Miguel.

-Miguel, llévame a casa.

 

En el cementerio caía un ligero orvallo, la hierba estaba húmeda y el viento soplaba intensamente agitando las melenas de los allí congregados.

El cielo totalmente encapotado restaba luz al día y producía un sentimiento intimista.

Las gaviotas graznaban entre las tumbas como una tétrica melodía.

Josechu tenía un pequeño nicho, humilde, pero con unas vistas privilegiadas al mar y a las bateas. Al fondo se dibujaba el perfil de Cambados.

La pesadilla había terminado.

Miguel se acercó y le dijo: – vente conmigo al Pesca y te pongo un caldiño.

Rosalía se puso la capucha y silenciosamente se subió al coche.

– Vamos – dijo mientras arrancaba.

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