MI AMIGO DE 300 AÑOS – LA GAMBITA TIENE UN MENSAJE

Por Rossini Castro Pineda

 

Otro día gris, y parece ser que habrá tormenta. – ¡Qué aburrimiento! –Se lamentaba Federico aplastando la nariz contra la ventana. Llevaba una semana sin ver a sus amigos, tenía ganas de ir al bosque de Eucaliptos. Por alguna extraña razón se sentía atraído por ese lugar. Nelson, uno de los amigos de Federico que era un friki de los libros, siempre estaba leyendo todo sobre esos árboles gigantes, para luego contárselo a todo el que quisiera oírlo. En cuanto a Fer, era muy tímido, pero cuando estaba allí, podía ser él mismo, no se sentía observado y era sin duda el que organizaba las mejores batallas con el tirachinas. Anita, la pequeña del grupo era la más atrevida, a Tito no le hacía mucha gracia llevarla a todos los sitios, siempre tenía que estar pendiente de la “pesada de su hermana”, como decía él. Y apenas le daba tiempo a sentarse debajo de algún árbol a dibujar, pero ella era muy cabezota y aunque Tito intentaba escaquearse varias veces con excusas, siempre los terminaba encontrando.

Pero para Federico era distinto, él decía que podía oír a los árboles respirar y susurrar, notaba como si los observaran mientras jugaban. O eso creía él. Sus amigos solían gastarle bromas cuando lo escuchaban hablar así del bosque.

Decidido, limpió sus gafas, salió de casa con chubasquero y sus botas de agua, pegó un silbido peculiar que se oyó en toda la calle, y solo fue reconocido por su grupo de amigos, los esperó en la panadería de la esquina y en unos minutos ya estaban todos.

Entre risas y bromas, se adentraron en la profundidad del bosque.

-Mirad, hoy el bosque está más oscuro que nunca y el olor a menta es más fuerte. –dijo Federico a la vez que recogía campanitas de eucalipto, que más tarde serían munición de tirachinas. Tito ya se había apalancado debajo de un árbol con su libreta mientras observaba el entorno. Nelson y Fer fueron a buscar el lugar de batalla donde irían dirigidos sus tiros, mientras que Anita recogía ramas para construir un fuerte.

-Federicooo. –se oyó un susurro.

– ¿Me llamaron? –gritó a sus amigos.

– ¡Noooo! ¡Pero date prisa que vamos a empezar ya! – chilló Nelson unos árboles más allá.

-Hoy no deberían estar aquí. – se volvió a escuchar, con voz profunda y lejana a la vez.

Federico miró alrededor. – ¿Anita eres tú? –preguntó. No sabía si lo estaba escuchando realmente o eran imaginaciones suyas, pero sentía como si alguien respirara muy cerca de él.

De repente, crujieron las ramas y un viento loco alborotó las hojas de los árboles.

– ¡Muchacho! ¡Aquí! ¡Arriba! –habló alguien. El chico, incapaz de moverse o gritar, se quedó allí parado como un espantapájaros.

– ¡Un árbol que habla! –dijo Federico fascinado.

-Todos hablamos aquí. –confirmó el viejo árbol.

– ¿Cómo sabe mi nombre, señor árbol? –preguntó.

-Llevo plantado en este bosque más de trescientos años, conozco a todos y cada uno de los niños que pasan por aquí, pero tú eres especial, lo supe desde la primera vez que te vi jugando con tus amigos. Tú sabes escuchar a la naturaleza, solo tú puedes escucharnos. ¡Ah! Y puedes llamarme Señor Sam. –contestó.

– ¿Y por qué ha dicho que hoy no podemos estar aquí, Señor Sam? – preguntó Federico.

El viejo árbol de Eucalipto se puso serio y contestó. –El tiempo está cambiando, el cielo está oscuro y pronto empezará a granizar. Se avecina un tornado Federico, tú y tus amigos corren peligro, se tienen que marchar de aquí enseguida.

– ¿Se puede saber con quién hablas? Llevamos un rato esperándote. – preguntó Fer mientras se acercaba hacia donde estaba Federico con paso ligero. – Ven, Fer, quiero presentarte a alguien. –contestó. – ¡Él es el señor Sam! –dijo mientras señalaba el árbol con la mano. –Señor Sam, este es Fer uno de mis mejores amigos.

El árbol se quedó inmóvil, sin pronunciar palabra. Fer miró al árbol y luego a su amigo. Y levantando una ceja, le dijo. – ¿Me estás vacilando?

– ¡Te lo juro, este árbol sabe hablar y se llama Sam! Y me ha dicho que tenemos que salir de aquí porque se avecina un tornado. ¡Vamos, señor Sam, dígaselo usted! –le rogó Federico. Pero el señor Sam no movió ni una hoja. –Anda, deja de decir tonterías y vamos a jugar, que nos queda poco tiempo antes de que anochezca. –dijo Fer mientras regresaba con el grupo. Federico no entendía por qué el señor Sam se había quedado callado. – ¿Por qué no le has dicho nada a mi amigo Fer?, ¡Me has hecho quedar como un idiota! –le reprochó.

-Ya te lo he dicho muchacho, solo tú nos puedes oír. Y ahora es mejor que te marches, ¡Enseguida! –ordenó el señor Sam.

Federico salió corriendo y chilló a Tito, que estaba inmerso en lo que sea que estuviera dibujando.

– ¡Titooo! Busca a tu hermana que debe estar por ahí recogiendo ramas. ¡Tenemos que irnos, se avecina un tornado y no tenemos tiempo!

Sin entender muy bien lo que pasaba, Tito cerró su cuaderno y corrió entre los árboles llamando a Anita. Entre tanto Federico se reunió con el resto del grupo y les previno del tornado, tenían que salir de allí de prisa. Sus amigos pensaron que se había vuelto loco, primero el árbol que habla, ahora el tornado…

– ¡Muchachos! ¡No encuentro a Anita! –dijo Tito a su regreso con la respiración agitada por haber corrido.

Decidieron separarse para ir a buscarla y acordaron reunirse en el mismo lugar cuando la encontraran. El viento sonaba cada vez más fuerte, señal de que el tornado estaba cerca, las hojas secas del suelo empezaban a girar en pequeños círculos, y el cielo se tiñó de un extraño color oscuro.

– ¡Anita! ¡Anita! ¡Anita! –gritaban los chicos en medio del bosque sin obtener respuesta alguna. Pasados unos minutos decidieron volver al punto de encuentro.

– ¿Se puede saber dónde se habían metido? –refunfuñó Anita sentada encima de unos troncos.

Mientras los chicos le explicaban lo ocurrido, se escuchó como el granizo empezaba a golpear las hojas de los árboles con fuerza.

– ¡Tenemos que refugiarnos! –gritó Federico. Corrieron hacia el fuerte a medio hacer de Anita, se taparon como pudieron con los troncos y se quedaron allí agazapados esperando a salir en cuanto amainara la granizada.

Nelson asomó la cabeza, no pintaba bien la cosa, se oían truenos y los relámpagos iluminaban el bosque de vez en cuando.

Tito estaba preocupado por Anita, aunque ella no se quejaba, no se perdonaría nunca si algo le ocurriera. – ¡Federico es ahora o nunca! ¡Hay que salir de aquí como sea!

Se armaron de valor y a la voz de tres salieron corriendo todos en la misma dirección, pero a medida que avanzaban, apenas podían mantener los pies en el suelo, el viento era demasiado fuerte para sus desgarbados cuerpos.

– ¡Titooo! ¡Ayúdame! –gritó Anita abrazada a un árbol. El viento furioso tiraba de ella.

Los demás trataban de correr en contra del viento, pero era inútil. –Anita se había quedado atrás. –¡Hay que volver a por ella! –gritó su hermano.

Nelson se agarró a un árbol formando una cadena junto a los demás para tirar de Anita. – ¡Ya casi estamos! –chillaba Tito, rozando con la punta de los dedos la mano de su hermana.

– ¡AHHHHHHH! ¡Señor Sam, ayúdame! –gritó Federico desesperado.

Ya casi sin fuerzas, cedieron al viento, y rodaron por el suelo hasta donde se encontraba la muchacha. Federico sujetaba a Nelson por los pantalones y éste a Tito por las piernas. ¡No se suelten! ¡No se suelten! –suplicaba.

Se oyó un gran estruendo y sintieron como las fuertes ramas de un árbol los atraían. De pronto estaba todo oscuro, y Federico preguntó – ¿Están todos bien? No sabían cuánto tiempo había pasado, pero ya no se oía nada.

– ¡Sí! –respondieron sus amigos. –creo que estamos enteros. –añadió Tito, abrazando a su hermana.

Poco a poco salieron de su escondite, y se dieron cuenta de que habían estado metidos en el hueco de un enorme tronco. Caminaron entre restos de madera, basura y todo lo que había sido arrastrado hasta allí, apenas se tenían unos árboles en pie. Poco quedaba de aquel frondoso bosque en el que pasaban largas tardes jugando.

Federico estaba preocupado. – ¡Tengo que buscar al señor Sam! ¡Tengo que saber si se encuentra bien!

– ¡Señor Sam! ¡Señor Sam! ¡Señor Sam! –gritaba el grupo de muchachos, ahora ya convencidos de que en ese lugar había más vida de lo que ellos creían.

Llegaron hasta un claro que el tornado había formado. Permanecían en pie tres o cuatro árboles maltrechos. Federico se paró junto a uno, que pese a lo que había sufrido se mantenía orgullosamente tieso. – ¿Señor Sam, eres tú? –preguntó.

El árbol se inclinó para ver mejor al chico, – ¡Cuánto me alegro de que estés bien muchacho! No te preocupes por mí, ya he pasado por esto en otras ocasiones, tres siglos de vida dan para mucho. –contestó.

Sus amigos no podían saber de lo que hablaban, solo observaban cómo Federico sonreía y se abrazaba a su nuevo amigo.

A pesar de las magulladuras y sus ropas roídas estaban contentos de volver sanos y salvos a casa.

 

 

LA GAMBITA TIENE UN MENSAJE (relato corto)

 

Érase una vez un Reino de gambas llamado GAMBASPELADAS, era una colonia muy trabajadora, estaban todo el día haciendo cosas. Los adultos, aparte de trabajar, se preocupaban por recolectar alimentos como algas y otras plantas, además de atrapar algún que otro bicho pequeñín. También se encargaban de marcar los límites de su reino, ya que no querían que los pequeños se alejaran mucho de sus casas porque fuera de allí existían muchos peligros.

Los pequeños correteaban y jugaban al escondite entre la arena, ese era uno de los juegos favoritos de Floro, la gambita más traviesa, curiosa, divertida y un poco fanfarrona de entre todos los pequeños. Siempre encontraba un lugar nuevo donde esconderse y al final las demás gambitas se rendían porque nunca conseguían encontrarla.

– ¡JA JA JA JA! ¿Qué? ¿Ya se cansaron de buscarme? –dijo Floro mientras salía de su escondite una vez más, con aire triunfador.

– ¡BAHH! Ya nos hemos cansado, además es hora de ir a merendar. –dijo Ágatha, su mejor amiga.

Ninguno de los dos tenía hermanos así que siempre les gustaba estar rodeados de amigos y estar el mayor tiempo posible fuera de casa, les resultaba muy aburrido jugar solos o hacer cualquier cosa si no tenían a alguien con quien compartir sus muy malas ideas o travesuras.

Mientras Floro y Ágatha merendaban y bromeaban en el patio de su casa, se les ocurrió ir a su escondite secreto donde guardaban todo tipo de objetos que Floro iba encontrando en sus exploraciones mientras jugaba al escondite.

– ¡Tengo que enseñarte lo último que he encontrado! –dijo Floro su amiga.

– ¿Y qué es? – pregunto Ágatha.

-No te lo voy a decir hasta que lo veas, pero es grande, te puedes meter dentro, tiene letras que no consigo saber lo que pone, ¡Y una foto! De entre todos los objetos que tengo escondidos ese es mi favorito, aunque no sé aún para qué puede servirme, pero sé que ha llegado hasta aquí por algo.

Ágatha que siempre ha sido la más sensata de los dos, -preguntó – ¿No nos meteremos en problemas Floro? ¿No será otra de tus bromitas? Lo conocía muy bien, siempre estaba tomándole el pelo. –Además, ese lugar está más allá de los límites de GAMBASPELADAS, como se enteren nuestros padres…

– ¡Venga, no seas cobarde! Además, sé que estás deseando verlo. –contestó Floro.

Después de un largo recorrido entre algas, grietas y corales, llegaron a aquel lugar que parecía un santuario de unos piratas que habían ido acumulando tesoros, desde unas llaves, gafas de sol, monedas, un anillo, una dentadura postiza y allí, en medio de todo aquello estaba volcada de medio lado con una parte hundida en la arena, una gran botella transparente cuyo interior se podía ver un papel con letras y una foto, como había dicho Floro.

– ¡Woooooow! ¿Qué es esto Floro? – dijo Ágatha con ojos de sorpresa, rodeando la botella mientras agitaba las patitas.

-Es una botella, lo he visto en la enciclopedia de papá, la utilizan los humanos para guardar líquidos que luego utilizan para beber.

-Pero aquí no hay ningún líquido, y además tiene un tapón –dijo Ágatha.

– Ya lo sé y esa va a ser nuestra misión secreta, lograr quitar el tapón y leer lo que pone ese papel y averiguar quién es el de la foto. –contestó Floro.

– ¡Te has vuelto loco! ¿Cómo vamos a poder quitar un tapón tú y yo? ¿Has visto nuestras patas? Son pequeñas y débiles. ¡Tardaríamos días, por no decir años en quitarlo! ¡Ni hablar! –contestó mientras se daba la vuelta para volver a casa, aunque en el fondo sabía que cuando a Floro se le metía algo en esa cabeza de gamba, no paraba hasta conseguirlo.

¡Ágatha espérame! –gritó Floro, tratando de alcanzarla. No tenemos por qué hacerlo nosotros. Podemos pedir ayuda… -la miró, esperando su reacción.

– ¿Ayuda? ¿A quién? ¿A nuestros amigos? No creo que estén dispuestos a correr el riesgo de venir hasta aquí por una de tus locuras. Y aunque así fuera ni con un millón como nosotros lograríamos quitar ese tapón. –dijo Ágatha.

-Yo había pensado en Diego… -susurró Floro.

– ¡Diegoooo! –chilló Ágatha ¡Madre mía! ¡Madre mía! ¡Madre mía! ¡Ya no quiero seguir oyendo tonterías Floro! Voy a casa a olvidarme de lo que he visto y oído.

Tal y como había pensado Ágatha, Floro estuvo toda la noche dándole vueltas a la cabeza, buscando la manera de convencer a Diego, ese viejo cangrejo testarudo y con muy malas pulgas.

Muy temprano por la mañana, Floro ya estaba en patas decidido a llevar a cabo su plan. Al abrir la puerta se encontró con su amiga parada a punto de llamar.

-Está bien, voy a ayudarte, pero si mis padres o los tuyos nos pillan les diré que me obligaste. –dijo Ágatha mientras sonreía.

Floro levantó sus patitas y la abrazó tan fuerte, que cayeron al suelo muertos de risa.

¡Pues en marcha! Tenemos que buscar la forma de acercarnos a Diego sin que nos mate antes. –dijo Ágatha.

Floro llevaba un cubo en la mano y se dirigieron hasta el jardín de su madre. –Tenemos que demostrarle que no queremos hacerle daño, vamos a llevarle un regalito. –dijo.

Listos y con un buen cubo de gusanos se fueron a casa de Diego. Cuando llegaron no se veía a nadie, se acercaron poco a poco y asomaron sus cabezas por la ventana.

¿QUIÉNES SON USTEDES Y POR QUÉ ESTÁN ESPIANDO MI CASA? –se oyó gritar a alguien que se acercaba por detrás.

-No… no… nosotros solo queríamos traerle un regalo, Don Diego. –contestó Floro enseñándole el cubo de gusanos. Ágatha se había dado tal susto, que ya estaba escondida detrás de unas macetas de flores con el corazón a mil.

 

-Diego agarró el cubo de manera brusca. – ¿un regalo para mí? ¿Por qué alguien iba a querer traerme un regalo? ¡Largo de aquí!

-Ágatha y yo queremos hacer un trato con usted, Don Diego. –dijo llamando a su amiga para que saliera de su escondite.

– ¿Un trato conmigo? ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! ¡No me hagas reír muchacho! ¿Qué pueden ofrecerme dos renacuajos que a mí me pueda interesar? -preguntó Diego.

-Sabemos que vive solo y está… viejo, necesita ayuda para mantener limpio su jardín, alguien que le traiga sus medicinas y cosas así. – ¿Qué le parece si nosotros lo ayudamos con eso durante un mes, y usted nos ayuda a quitar el tapón de una botella? Tiene unas pinzas muy grandes, para usted no sería un problema. –explicó Floro.

Unos segundos después, Diego preguntó. – ¿Y dónde está esa botella? ¿Y por qué es tan importante?

-No muy lejos de aquí, creemos que dentro hay un mensaje. –interrumpió Ágatha.

– ¿Qué dice Don Diego? ¿Trato hecho? –preguntó Floro.

-Tengo dos condiciones, una, me pueden llamar Diego, y dos, lo haremos mañana que hoy ya estoy muy cansado. –contestó Diego mientras entraba en su casa.

Floro y Ágatha reían y saltaban, no se podían creer que Diego haya aceptado a ayudarlos.

A primera hora de la mañana siguiente, llegaron armando mucho alboroto. ¡Diego! ¡Diego! ¡Ya estamos aquí! – se les oía gritar.

– ¡Vaya, pensé que ya no vendrían! –dijo el cangrejo, sentado en una butaca en la puerta de su casa.

Y juntos se fueron hasta donde se encontraba la botella. – ¿A ver que tenemos aquí? –dijo Diego mientras miraba el tapón de la botella, buscando la mejor manera de sacarlo sin que se rompiera. Se colocó, abrió la pinza, sujetó el tapón con cuidado, giró y tiró bajo la atenta mirada de Floro y Ágatha.

– ¡POC! –sonó al salir el tapón. La botella empezó a llenarse de agua, las gambitas aprovecharon la corriente para entrar y empujar el papel desde adentro. Estaban agotadas, pero lo consiguieron.

Miraron la foto, se veía un grupo de humanos subidos a un barco y en la parte de atrás ponía “FRED Y COMPAÑEROS DE PESCA”.

Abrieron el mensaje y Floro lo leyó. “Soy Fred, y quiero contar mi historia, hace años hubo una tormenta mientras pescábamos, y caí al mar, creí que iba a morir, pero me salvo una ballena. Para mi sorpresa descubrí que ella podía entenderme y nos hicimos buenos amigos, pero esa amistad me trajo mucha tristeza. Me contó que por culpa de los pescadores había perdido a toda su familia y lo mismo les había ocurrido a todas las especies, cuando llegue a tierra conté lo ocurrido a mis compañeros y decidimos que escribiría un mensaje pidiendo perdón en nombre de todos los pescadores, por haber causado tanto daño al mar y a todas las especies marinas”.

De repente y de sorpresa se oyó a la madre de Floro.

– ¡Niños malcriados! ¿Se puede saber que hacen fuera del reino y con este cangrejo loco?

– ¡Mamá te lo puedo explicar! – dijo Floro.

– ¡Floro, estoy muy enfadada, jovencito! ¡Hablaremos en casa! – le riñó su madre.

Ágatha no dijo nada, pero sabía perfectamente que estaría castigada para el resto de sus días.

Diego estaba preocupado. –No sean muy duros con ellos, son solo unos niños y no entienden de peligros.  –dijo al fin.

Durante las semanas que estuvieron castigados Floro y Ágatha contaron a sus padres todo lo que habían descubierto y la deuda que tenían con Diego.

Los padres de las gambitas decidieron hablar con el gobernante del reino y le explicaron que nadie tan mayor debía estar tanto tiempo solo, luego fueron a la casa de Diego y le explicaron que en el reino de GAMPELADAS estarían muy contentos de tener un vecino cangrejo y poder ayudarlo en lo que necesitara.

Diego estaba muy emocionado y no dudó ni un segundo en aceptar la oferta.

En cuanto al mensaje, pronto se corrió la voz por todos los océanos, mares, ríos, lagos y todos se alegraron al saber que los humanos habían entendido que había que proteger a la especie marina.

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