MILLY, BOBBY Y LA MALDICIÓN

Por Rebeca Fernández

Estamos encerrados en casa desde hace tanto tiempo que estoy empezando a olvidar las caras de mis amigos. Por suerte no estoy solo, mi madre y mi padre intentan con todas sus ganas que no me aburra. A veces jugamos con muñecos, hacemos galletas y pasteles, manualidades, ejercicio y todas esas cosas que se pueden hacer para entretenerse en una casa. Cuando están ocupados con el trabajo o cuando tienen esas conversaciones de mayores que yo no entiendo, tengo a Milly y a Bobby, mis mejores amigos.

Los dos son gatos, el mejor amigo del hombre, ¿o eso era el perro? No importa. Bobby es el gato más presumido que he conocido nunca, siempre se está lavando y tengo que darle mis verduras porque si solo comiera su pienso de gato sería el animal más triste del mundo. Además tiene el pelo de color rosa, una vez salió de casa y volvió así, rosa. Nunca supimos qué le pasó, pero yo creo que fue a la peluquería para teñirse, y desde ese día lo veo mucho más feliz. Milly, por otra parte, parece una gata por fuera pero por dentro es un murciélago. Estoy segurísimo. Es como el Batman de los gatos. Se pasa durmiendo los días enteros colgada boca abajo en cualquier rincón de la casa, no le gusta mucho la luz del sol y su pelo es tan negro que de no ser por sus ojos que brillan más que una linterna, sería imposible de ver a oscuras.

Una noche estábamos los tres estirados en el sofá viendo la tele, cuando oí a mi madre hablar por teléfono.

-Sí, tranquila. Están a salvo en el cajón de mi mesita de noche. No les pasará nada.

Y después de colgar le dijo a mi padre:

-No debí quedármelos, si hubiera llegado a saber que nos iban a encerrar durante tanto tiempo, no me habría ofrecido a guardárselos. Está siendo mi maldición…

¡No sabía cómo ni porqué, pero mi madre estaba maldita! Tenía que ayudarla, fuese lo que fuese estaba en el cajón de su mesita, tenía que destruirlo, ¿porque así es como se rompen las maldiciones, no? Apagué la tele rápidamente, les di un beso de buenas noches a mis padres y me fui corriendo a mi cama con Bobby y Milly siguiéndome de cerca. Una vez allí cerré los ojos y deseé poder hablar con mis gatos, ¡porque la vida de mi madre estaba en juego! Necesitaba toda la ayuda que pudiera conseguir. Cerré los ojos muy muy fuerte y lo deseé con todo mi corazón, al volver a abrirlos Milly y Bobby seguían exactamente en la misma posición que antes. Pensé que no había funcionado…pero entonces ocurrió.

-¡Oh, cielo santo, no puedo creerlo! Pobre Loli, tenemos que ayudarla como sea, querida.-Le dijo Bobby a Milly.

-Tú tranquilo, Bobby, seguro que a Tomás se le ocurre un gran plan para romper la maldición. Y con mis superpoderes gatunos y tu gran estilo ¡lo conseguiremos! ¿Verdad, Tomás?-Me dijo Milly.

-Podéis hablar…

Los ojos fosforitos de Milly me miraban fijamente.

-¡Claro! ¿No era lo que querías?

-¡Sí! ¡Podéis hablar!-Dije muy feliz.-Vale, esto es lo que haremos…

Les conté el gran plan que se me acababa de ocurrir y nos dormimos los tres. Por una vez, Milly hizo el esfuerzo de dormir por la noche para poder ayudarnos al día siguiente. Esa fue una de las noches más largas de mi vida, ¡no podía dormir tranquilo sabiendo que mi madre estaba maldita!

Cuando sentí la luz del sol en mi cara a través de la ventana salté de la cama y les pedí a Milly y a Bobby que me siguieran sin hacer ruido. Atravesamos el pasillo de puntillas y nos dividimos para ver dónde estaban mis padres. Todavía estaban durmiendo…iba a ser muy difícil llegar hasta la mesita de noche sin despertarlos.

-Estamos perdidos… ¿Cómo vamos a llegar a la mesita sin despertarlos? Aunque vaya de puntillas no lo conseguiré, la madera del suelo cruje demasiado.-Les dije a Milly y Bobby.

-Yo soy demasiado glamuroso para pasar desapercibido.-Dijo Bobby.

-¡Esto es un trabajo para mí! ¡He nacido para esto!-Dijo Milly.

Y antes de que le preguntara cómo lo iba a hacer, ya había entrado en el cuarto de mis padres con una voltereta y se arrastraba como un gusano por el suelo. Reptó hasta la cortina y trepó por ella hasta la parte de arriba. Desde allí fue avanzando como un cangrejo hasta la altura de la mesita. Era realmente increíble, como las cortinas también eran negras era como si no estuviera allí, una maestra del camuflaje. Cuando llegó a la mesita se deslizó por la cortina y abrió el cajón con una de sus zarpas.

-¿Cómo es lo que estamos buscando?-Preguntó en un susurro.

-¡No lo sé! Busca algo que no debería estar ahí.-Le respondí.

-Algo que tenga pinta de estar maldito.-Dijo Bobby.

Milly miró un rato más en el cajón y rebuscó con la pata otro rato más. Yo estaba de los nervios, ¡mis padres se podían despertar en cualquier momento! Por fin sacó una cajita roja del cajón y se la llevó a la boca para poder usar las dos patas y volver hacia la puerta por la cortina. Después cerró el cajón de nuevo y trepó por la cortina, mi padre se despertó.

-¿Quién anda ahí?-Preguntó mi padre con los ojos medio abiertos.

Bobby y yo nos escondimos detrás de la puerta y Milly se enganchó lo más que pudo a la cortina, haciéndose totalmente invisible. Mi padre miró en todas direcciones y después volvió a acostarse. Estábamos salvados. Cuando mi padre volvió a dormirse, Milly consiguió salir de la habitación. Los tres nos fuimos de puntillas hacia mi habitación y cerré la puerta.

-Ha sido impresionante.-Le dije a Milly.

-Lo más de lo más.-Le dijo Bobby.

-Gracias, gracias.-Respondió Milly muy teatralmente.

Después me dio la cajita y los tres juntamos las cabezas para ver muy de cerca lo que había dentro de ella. La abrí con muchísimo cuidado. No podía creer lo que estaba viendo. ¡Eran diamantes! Diamantes del tamaño de mis ojos. Mi madre debía de haber conocido a algún pirata que había robado este tesoro y como ella es tan buena, habría decidido guardárselo sin saber que la maldición del tesoro también iba a caer sobre ella.

-Después de que la liberes de la maldición deberías tener una seria charla con tu madre.-Me dijo Bobby.

Asentí.

-¿Y ahora qué?-Preguntó Milly.

-Tenemos que destruirlos.-Respondí.

-¿Y cómo vamos a hacer eso?-Preguntó Bobby.

-Nos separaremos y buscaremos todo lo que creamos que puede servir para romper los diamantes. Nos vemos aquí en cinco minutos.-Respondí.

Intentamos romperlos con un destornillador, con un martillo, metiéndolos en agua caliente, tirándolos al suelo con todas nuestras fuerzas… De tantas maneras que no puedo recordarlas todas. Y nada. Era imposible. Los diamantes seguían estando tan perfectos como al principio.

-Es inútil.-Dijo Bobby, pasándose la pata por la frente.

-Tu madre seguirá maldita para siempre.-Dijo Milly.

-¡No lo permitiré! Si no podemos destruirlos, podemos enviarlos muy lejos.-Acababa de tener la mejor idea del mundo.

-¿Cómo?-Preguntó Milly.

-Le pediré a los reyes magos que este año en vez de traerme regalos se lleven los diamantes lo más lejos que puedan, a otro país.-Respondí.

-Pero todavía faltan muchos meses para eso.-Dijo Bobby.

-Tienes razón…y no quiero que mi madre esté maldita tanto tiempo.-Respondí.

Pensé y pensé hasta que me acordé de lo que hicimos cuando murió Brown, mi pececito de colores.

-Los tiraremos por el váter como hicimos con Brown. Mis padres me dijeron que de esa manera llegaría al mar. Creo que es un sitio lo bastante alejado de casa como para que mamá deje de estar maldita. ¿No creéis?

-¡Sí!-Respondieron los dos al mismo tiempo.

Fuimos al lavabo y tiré los diamantes al váter. Estaba a punto de darle al botón de la cisterna cuando entró mi madre toda despeinada y bostezando.

-¿Qué estás haciendo, Tomás?-Me preguntó

-Liberarte de la maldición.-Contesté

-¿Qué maldición?-Preguntó extrañada.

Se acercó a mí y vio los pendientes dentro del váter. Su cara se transformó en un momento, pasó de estar dormida a tener los ojos muy muy abiertos.

-¡Tomás Martín López! ¿Se puede saber qué has hecho?-Dijo, mientras cogía los diamantes de dentro del retrete.

Cuando mi madre dice mi nombre completo, significa que algo no va bien. Estaba en un buen lío. Dejó los pendientes sobre el lavabo y se lavó las manos, cuando se las secó me miró muy fijamente, me cogió de la mano y me llevó hasta el comedor. Mire hacia atrás y vi como Milly y Bobby me miraban preocupados desde el baño.

-¿A qué ha venido eso, Tomás?-Me preguntó mi madre después de sentarme en el sofá.

-Oí que ayer decías que estaba siendo tu maldición tener que guardar eso en casa. Y yo no quiero que estés maldita…

-Cariño, no estoy maldita. Estaba hablando con tu tío, que me pidió que los guardara yo porque no quería que la tita los viera, es una sorpresa. Y como la cuarentena se ha alargado tanto, está preocupado porque les pase algo.-Suspiró.-Está tan preocupado que me llama un montón de veces al día para preguntarme si siguen de una pieza…Por eso dije que estaba siendo mi maldición. Es muy cansino…

-Oh… ¿Me vas a castigar?-Pregunté.

-No, solo querías protegerme. Pero la próxima vez que pase algo así, pregúntame directamente si estoy bien o si tengo algún problema. ¿De acuerdo?

-Vale…-Respondí.

Nos dimos un gran abrazo.

Desde ese momento mi madre y yo lo hablamos todo. Siempre que tengo alguna pregunta se la hago y si no estoy seguro de algo, se lo explico. Aunque mi madre no estaba maldita, viví una gran aventura y aprendí a hablar con mis gatos. Eso no se aprende todos los días.

La arboleda de Silván y el Señor Calabaza

Tenía tanto frío que ni el nórdico de plumón que había sacado desesperada del fondo del armario conseguía hacerme entrar en calor. Di vueltas y vueltas sobre el colchón, intentando dormir con todas mis fuerzas, y cuanto más lo intentaba menos lo conseguía. Tenía la piel de gallina y me castañeaban los dientes. Pensé que estaba enferma, porque no tenía ningún sentido, estábamos a mediados de julio.

-¡Despierta, despierta, despierta!-Dijo con su voz chillona e irritante.

-¿Qué hora es? ¿Qué quieres?-Pregunté abriendo los ojos con dificultad.

Lili saltaba sobre mi colchón, como siempre, con los zapatos puestos, y sus coletas rubias se movían arriba y abajo de una forma tan exagerada que parecía que le saldrían disparadas.

-Quiero ir a la Arboleda de Silván.-Dijo mientras se dejaba caer sobre la cama.

-No me apetece, que te lleve papá.

Escondí la cabeza bajo el edredón pero sabía que la cosa no se iba a quedar ahí.

-No está en casa, ha salido a comprar. Y ha dicho que como vuelva y sigamos aquí te va a castigar-Respondió Lili sin pronunciar ni una r.

Tenía ya cinco años y todavía no había conseguido pronunciar la letra r, nuestros padres la llevaban al logopeda desde los tres años y parecía que no había avanzado nada.

-¿Y por qué estás tan tapada? Hace un calor de morirse.-Dijo tirando del edredón.

-¿Y tú, por qué te subes en mi cama con los zapatos de la calle?-Le respondí, tremendamente irritada.

La Arboleda de Silván era el lugar más bonito del pueblo, parecía un bosque mágico sacado de un cuento de hadas. No importaba que fuera invierno o verano, las plantas siempre eran verdes, los árboles siempre eran frondosos y las flores nunca se marchitaban. Los mayores decían que hacía tiempo habían intentado descubrir por qué sucedía esto, pero nadie lo había conseguido, así que al final decidieron que había sido un regalo de la naturaleza para nuestro pueblo.

Lili saltaba de aquí para allá, unos metros más adelante, mientras hablaba en voz alta sobre lo bonita que era la Arboleda de Silván. Yo caminaba tranquilamente mirando instagram en el móvil. Acababa de cumplir once años y mis padres creían que ya era lo suficientemente mayor y responsable como para tener uno. Yo no podía estar más feliz con esa decisión.

-¡Dalia, mira lo que he encontrado!- Gritó Lili.

-¿Qué pasa ahora?

Y en ese momento, mi vida cambió para siempre. Lo que vi al levantar la vista de la pantalla, hizo que un escalofrío recorriera todo mi cuerpo y de repente el frío invernal que había sentido la noche anterior volvió a mí.

-¡Ven aquí ahora mismo!-Le grité a Lili.

-Pero Dalia, quiero que veas la mariposa que he encontrado.-Respondió.

-¡He dicho que vengas inmediatamente! ¡No estoy jugando!

Lili entendió que no estaba de broma y vino corriendo hacia mí.

-¿Pero qué te pasa? Estás temblando.

-¿Tú…? ¿Tú no lo ves?

-¿El qué? ¿Es que te has vuelto loca?

Y habría creído que estaba loca, que todo había sido una ilusión y habría seguido con mi vida si no hubiera ocurrido lo que ocurrió a continuación. La Arboleda de Silván perdió su verde característico, dando paso a unos tonos anaranjados, las flores se marchitaron y las hojas de los árboles se cayeron, dejándolos completamente pelados. Después él, o ella, se acercó a nosotras, no sé si se teletransportó o corrió tan deprisa que era imposible de ver para el ojo humano, tocó a Lili en el brazo y la hizo desaparecer. Luego me señaló con el dedo índice y el tiempo pareció detenerse.

Sus manos eran tan blancas como la leche, vestía con un mono blanco y negro hasta los pies cubierto de parches y llevaba una pechera debajo de un cuello de volantes. De no ser por su cabeza parecería que había salido de esas películas antiguas mudas en blanco y negro. Pero su cabeza era completamente naranja porque ¡era una calabaza! En lugar de ojos tenía botones, y a pesar de eso sentí que jamás nadie me había mirado de una forma tan íntima y profunda. Tenía mucho miedo, no sabía dónde estaba Lili ni qué quería de mí el Señor Calabaza. Así es como decidí llamarlo.

-¿Qué has hecho con mi hermana?

El señor Calabaza no dijo una palabra. Se limitaba a mirarme fijamente. Ladeó su cabeza de calabaza hacia un lado, como si estuviera examinándome de arriba a abajo, y luego se acercó un poco más hacia mí. Entonces señaló hacia su frente y fue ahí cuando reparé en la media luna negra que llevaba dibujada sobre los ojos. No podía creerlo.

-¿Por qué tienes esa marca?-Le pregunté asombrada.

Señaló hacia mí.

-¿Si te lo enseño me devolverás a mi hermana?

Asintió.

Estiré el cuello de mi camiseta hacia abajo, dejando ver una media luna exactamente igual a la de él. La tenía desde siempre y por eso siempre había pensado que era una marca de nacimiento. El Señor Calabaza sonrió, me agarró del brazo y todo se volvió negro. Lo siguiente que recuerdo es estar sentada en una silla de madera frente a una mesita muy pequeña llena de tazas de té y cubertería de plata. En un rincón de la estancia había una pila de calabazas y sobre ella, estaba Lili. Tan sonriente como siempre, saltando y jugando como si todo fuera normal.

-¡Lili! Menos mal que estás bien, estaba muy preocupada por ti.-Dije yendo hacia ella.

-No puede oírte ni tampoco verte.-Dijo una voz entrecortada.

Me di la vuelta y allí estaba otra vez.

-Siento mucho haber tenido que hacer todo esto…Necesitaba traerte aquí. Pero no te preocupes por Lili, está bien.-Dijo el Señor Calabaza mirando hacia sus pies.

Estaba justo delante de mí. Su voz era muy dulce y tímida. Parecía realmente vulnerable y quizás por eso dejé de tenerle miedo. Despertaba una ternura en mí que no había sentido nunca.

-¿Quién eres?-Le pregunté.

-El guardián de la arboleda.

-¿El guardián de la arboleda? ¿Qué significa eso?

-Debo ocuparme de proteger la arboleda manteniendo el equilibrio natural de las cosas.

Al ver que no intervenía, continuó.

-Mi deber es encargarme de que todas las estaciones visiten la arboleda año tras año.

-Pues no se te da muy bien…En la arboleda siempre es verano… Hasta que te he visto y ha aparecido el otoño de repente.-Contesté.

-Eso es porque puedes verme y el otoño siempre está conmigo. Antes las cosas no eran así, pero empecé a fijarme en las personas que venían a visitar la arboleda, en los niños y en lo bien que lo pasaban jugando unos con otros.

-¿Es que siempre habías estado solo?

-Sí…hasta que decidí presentarme ante los niños. Fui tan feliz que pasé horas jugando con ellos, días, semanas y meses. Cuando me di cuenta ya era tarde, había dejado mis obligaciones de lado…El verano tenía que terminar y yo no me había dado cuenta.

-¿Y qué pasó entonces?

-Un día mi cabeza había desaparecido y en su lugar tenía esta horrenda calabaza.

-¿Quieres decir que no siempre has tenido esa calabaza como cabeza?

-Por supuesto que no, antes tenía el aspecto de un niño normal y corriente.

-¿Y qué hiciste cuando…te salió la calabaza?

-Lloré, o por lo menos lo intenté…porque como ya no tenía ojos.- Dijo señalando los botones de su cara.- Tampoco podía llorar.

Su historia me rompió el corazón. Me acerqué a él y le abracé.

-Volví al lugar en el que solía encontrarme a los niños pero ya no podían verme ni oírme.

-¿Y por qué yo sí puedo?-Le pregunté mientras nos abrazábamos.

-Supongo que será por la media luna que compartimos. Desde ayer por la noche supe que algo iba a cambiar.

-¿La tenías antes de tener la calabaza?

-Por supuesto. Es la marca del guardián. Para eso te necesito.

-¿Qué quieres decir?-Le pregunté, apartándome de él.

-Todas las personas que nacemos con la media luna tenemos la capacidad de ser guardianes de la arboleda. Necesito que me reemplaces para poder ser libre.

-¡Ni hablar! Lo siento muchísimo por ti, de verdad que sí. Pero no puedo quedarme aquí, tengo una vida, una hermana, unos padres, amigos…no puedo renunciar a ella por ti.

-Yo también la tenía…

Oí cómo se cerraban los pestillos de las puertas de la casa de madera.

-Lo siento, no me queda otra opción.-Dijo pausadamente.

-¿Cómo te convertiste en el guardián de la arboleda?-Pregunté caminando lentamente hacia atrás.

-Igual que todos los guardianes anteriores… Con la muerte.

Mi corazón se aceleró inmediatamente. Pensé en todas las cosas que ya nunca podría hacer, en todas las personas que no conocería, y en Lili, sobre todo en Lili, en cómo se quedaría sin hermana mayor. Eso la destrozaría.

El Señor Calabaza cogió un cuchillo de plata que había en la mesita y al igual que antes en el bosque, se desplazó hasta mí como por arte de magia. De un segundo a otro estaba con la espalda contra la pared y tenía el cuchillo posado sobre mi garganta. Cerré los ojos con fuerza, pensando que así mi muerte no me dolería tanto. Y entonces dejé de sentir el metal contra mi piel. Abrí los ojos y vi que el Señor Calabaza había tirado el cuchillo al suelo y estaba sentado de rodillas sobre el frío suelo.

-Lo siento, lo siento, lo siento.- Repetía una y otra vez.

-No pasa nada.-Dije, acercándome a él.

-No soy un monstruo, no puedo matarte.-Hizo una pausa y mirando hacia arriba dijo.-Siento mucho lo que hice, siento mucho haberla fastidiado. Solo quiero volver a ser normal, dejar de tener esta calabaza como cabeza…y volver a sentir el cariño de las personas.

-Te prometo que vendré cada día a verte. Te lo juro, nunca más volverás a estar solo.

Nos dimos un fuerte y cálido abrazo y así sellamos el pacto. El Señor Calabaza me devolvió a Lili, que pareció no recordar nada. Desde entonces cada día al despertarme iba a la Arboleda de Silván para hacer compañía al Señor Calabaza. La conexión que establecimos se hizo tan fuerte que todas las noches mi cuerpo se convertía en un témpano de hielo pero acabé acostumbrándome a ello. Deseé con todo mi corazón que algún día pudiera librarse de la maldición del otoño, porque resultó que lo que todo el mundo veía como una bendición, el verano eterno de la Arboleda de Silván, era la consecuencia de la mayor desgracia de mi mejor amigo.

Pasaron dos años hasta que mi deseo se cumplió.

-¡Dalia, Dalia!- Gritó un niño en la arboleda de Silván, con una amplia sonrisa dibujada en su rostro y lágrimas brotando de sus ojos azules.

Gracias a mis visitas, la soledad abandonó por fin al Señor Calabaza, cuyo nombre perdió su sentido al convertirse en un niño de nuevo. Su corazón se llenó de calor y de cariño, y con el calor en su corazón, el otoño dejó de habitar en él y se extendió por la Arboleda de Silván, que recuperó el curso normal de las estaciones, rompiendo el verano eterno.

Como guardián de la arboleda, el Señor Calabaza nunca más volvió a dejar de lado su cometido. Nuestra amistad perduró hasta el último de mis días, momento en el que se activó mi marca de la media luna y me convertí en la nueva guardiana de la Arboleda.

Así fue cómo le regalé al Señor Calabaza lo que siempre había ansiado, su libertad.

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