NO ME ARREPIENTO – Mª Ángela Loren Bosqued

Por Mª Angela Loren Bosqued

—No, no me arrepiento.
Es lo que repite Cristina entre sollozos sentada al volante del coche. Tiene sentimientos encontrados. Se siente mala persona, que se ha vuelto loca. Pero volvería a hacerlo.
Cristina y Alejandro se conocieron en una app de citas. Cristina tenía cuarenta años, era una mujer soltera e independiente. Le gustaba disfrutar de la vida sin compromisos, pero también anhelaba tener a alguien con quien compartir complicidad. Empezaron a hablar y enseguida hubo conexión. Alejandro le contó que estaba separado desde hacía unos meses, que no tenía hijos pero que no le importaría tenerlos. Que desde que se separó vivía solo en un pequeño estudio. Pero que deseaba tener una pareja con quien compartir la vida. Se dieron los teléfonos y comenzaron a escribirse y llamarse con más frecuencia. Hablaban todos los días, se contaban las cosas de la vida diaria, comentaban cuáles eran sus aficiones y hacían planes para compartir las que tenían en común. Se estaban conociendo de manera virtual. Ahora quedaba concertar una cita y conocerse personalmente, pero no encontraban un día en que pudieran coincidir. Cristina trabajaba en un bar y Alejandro era guardia jurado. Vivían en diferentes ciudades, no muy lejanas. Por fin, un día pudieron quedar para tomar el aperitivo; era el domingo quince de marzo. Si digo que corría el año 2020, creo que no hay mucho más que añadir. Una pandemia y un confinamiento hicieron que no se conocieran ese día. La hostelería fue lo primero que cerró, así que Cristina dejó de trabajar inmediatamente. Alejandro trabajaba de vigilante en un polígono industrial, así que él estuvo trabajando todo el periodo de confinamiento. Durante todo este tiempo, siguieron escribiéndose y hablando a diario además de intercambiar fotos, incluso llegaron a hacer alguna videollamada. Bromeaban con que su primera cita había sido a través de la red. Entrado el mes de mayo y en medio de la desescalada, decidieron quedar. Había algunas restricciones que posiblemente se saltaran, era todo muy confuso en ese momento, pero tenían muchas ganas de conocerse.
Llegó el día de su cita y, como si fueran adolescentes, decidieron quedar en un parque a mitad de camino entre las dos ciudades en las que ellos vivían. Cuando Cristina llegó, Alejandro ya estaba esperando sentado en un banco. Se miraron y se sonrieron con los ojos, llevaban mascarillas. Complemento que no les duró mucho en el rostro, porque en el momento en que se aproximaron, no pudieron aguantarse las ganas y se besaron. Llevaban mucho tiempo hablando, compartiendo cotidianeidad, confidencias personales e incluso algo de intimidad. Cristina sentía ese punto de conexión que precede al enamoramiento. Fue una cita maravillosa, pasearon por el parque, tomaron unas cervezas en una terraza y finalizaron yendo a casa de Cristina. Allí se dejaron llevar por el deseo contenido, descubrieron la calidez de sus cuerpos y disfrutaron del placer del sexo entregados el uno al otro. Al atardecer, Alejandro se fue con la promesa de tener próximas citas, siempre y cuando las circunstancias lo permitieran. Siguieron hablando y quedando de tarde en tarde. Siempre que se veían lo hacían en la ciudad de Cristina o iban a algún otro sitio. Hicieron excursiones, estuvieron en exposiciones, vieron obras de teatro y fueron al cine. Nunca quedaban en la ciudad de Alejandro. Sus citas eran por el día, él siempre se iba al atardecer. A veces Cristina le bromeaba diciendo que era un vampiro diurno. Él siempre se excusaba en que trabajaba muchas noches. Y cuando no lo hacía, decía que tenía que estar pendiente de sus padres. Como eran mayores y estaban algo impedidos, pasaba muchas noches con ellos. Le dijo que antes tenían una cuidadora interna, pero que con la pandemia se había ido, y ahora era muy difícil encontrar a alguien.
Pasaba el tiempo y Cristina cada vez estaba más a gusto y feliz. Alejandro la trataba muy bien, era muy cariñoso, atento y respetuoso. Hablaban incluso de que él se mudase a la ciudad en la que vivía Cristina y la posibilidad de vivir juntos. Él hacía planes de futuro todo el tiempo. Le decía que quería formar una familia y un hogar con ella. Pero claro, mientras estuviera sin resolver lo del cuidado de sus padres no podía. Le contó que como no encontraba a nadie que los cuidara en casa, se estaba planteando la posibilidad de llevarlos a una residencia. Resultaba complicado encontrar plaza y más con la pandemia todavía coleando.
Pasó el tiempo y todo seguía igual y las promesas se quedaban en eso, en promesas. La relación que empezó con unas grandes posibilidades no avanzaba, estaba exactamente igual que al principio. Salvo por una cosa y es que Cristina se había enamorado. Ella que siempre había dicho que no quería nada serio, que solo deseaba disfrutar de la vida y de los momentos compartidos. De repente un día se descubrió haciendo planes de futuro, pensando en mudarse a la ciudad de Alejandro, viviendo juntos y formando un hogar. Era una sensación extraña que no había tenido nunca, no era la conexión y el deseo que había sentido hasta ahora, era algo más. Tenía ilusión por compartir la vida con él, estar juntos todos los días y crear un camino en común. Así que decidió ponerse manos a la obra y empezó a buscar trabajo en la ciudad de Alejandro.
Cristina era una profesional de la hostelería, llevaba toda su vida trabajando de camarera, no le fue difícil encontrar un empleo. Avisó en su trabajo de que se iba. Les contó la decisión a su madre y a su mejor amiga, Angy, que le comentaron que les parecía algo muy precipitado, que se lo pensara mejor. Pero ella no escuchó sus consejos, tenía muchas ganas de estar con él. Así que se puso a buscar un sitio donde vivir. Decidió no decirle nada a Alejandro, quería que fuera una sorpresa, estaba tan ilusionada…
– ¡Qué contento se va a poner! -se dijo a sí misma.
Concertó cita en una inmobiliaria para buscar una vivienda de alquiler. Visitó varios pisos y hubo uno en el que visualizó una vida en común con Alejandro. Era un bajo con jardín, muy luminoso. Le encajaba el precio, así que cerró el trato. ¡Qué feliz que era! Había llegado el momento de decírselo a Alejandro.
De repente sonó su teléfono, era Angy:
– ¡Hola, tía! ¿Qué tal? -dijo Cristina-. Estoy muy contenta, ya tengo piso. Justo iba a llamar a Alejandro en este momento.
-Por eso precisamente te llamaba -dijo Angy.
– ¿Qué pasa?
-El otro día dejaste a tu madre muy preocupada cuando le contaste tu decisión y me llamó.
– ¡Ya estamos otra vez! Os dije tanto a ella como a ti que era mi vida, que estoy enamorada y que no os preocupéis, que Alejandro es muy buena persona.
-Mira, Cristina, te quiero muchísimo y por supuesto que puedes hacer lo que quieras. Te estoy mandando un enlace de una cuenta de Twitter, échale un vistazo. No me odies y pase lo que pase sabes que puedes contar conmigo. -Angy colgó.
Cristina estaba furiosa. No entendía por qué tenían que meterse en su vida. Miró el enlace. Casi le da un infarto de la impresión al ver las fotos que allí había. Alejandro junto con la que debería de ser su exmujer. ¿Qué estaba pasando? No entendía nada. Miró fechas, comentarios… ¿cómo podía ser que hubiera fotos de ellos dos juntos de hacía dos semanas? Y de tiempo atrás, cuando ella y Alejandro ya estaban juntos. Cristina colapsó, empezó a llorar, le faltaba el aire y se mareaba. Ella que estaba dispuesta a dejarlo todo por él, que se había enamorado como nunca lo había hecho. Se serenó un poco y pasó de la desolación a la cólera. Esto había que aclararlo. Llamó a Alejandro:
– ¡Hola, cariño! -contestó él al teléfono en voz baja-. ¿Cómo me llamas ahora? Ya sabes que a esta hora estoy acostando a mis padres.
– ¿De verdad estás acostando a tus padres? Alejandro, tenemos que hablar.
– ¿Pero de qué? –contestó él a la defensiva.
– ¡De que todo es mentira! ¡De que sigues casado!
-Y tú ¿de dónde has sacado eso?
-He visto el Twitter de tu exmujer, bueno de tu mujer. Hay fotos de vosotros dos, publicaciones, comentarios…
-Cristina, cálmate -dijo él con tranquilidad-. Es bastante más complicado de lo que tú imaginas. Yo no quería mentirte, pero…
– ¡Ni complicado, ni hostias! ¿Que no querías mentirme? Mira, Alejandro, o se está casado o no se está. Y si hay una situación complicada se explica. Pero no hay necesidad de mentir. Y mucho menos de prometerme cosas que nunca se iban a cumplir. ¡Que me he enamorado de ti! ¡Que me iba a ir a vivir a tu ciudad para que todo fuera más fácil! ¡Que he dejado mi trabajo para estar contigo! -gritaba desesperada.
– ¿Qué dices de tu trabajo? Cristina, yo te quiero, pero es que se me ha ido la situación de las manos. Déjame que te explique otro día. Ya te he dicho que ahora no puedo hablar -decía Alejandro sin perder la calma.
– ¡Pero cómo tienes los santos cojones de decir que me quieres! Y además estar tan tranquilo. –De repente se dio cuenta de que estaba hablando sola, le había colgado.
Volvió a llamarlo, y le daba como que el teléfono estaba apagado. Fue a mandarle un WhatsApp y vio que ya no aparecía la foto de perfil de él. ¡La había bloqueado!
Cristina estaba cada vez más encolerizada. ¿Cómo podía haberle hecho eso? ¿Por qué? Estaba rabiosa por haber estado haciendo todo lo posible para dejar todo por él.
-Que no piense que esto se va a quedar así. Va a dar la cara. ¡Hombre que si va a dar la cara!
Cristina se montó en el coche. Iba a ir a pedirle explicaciones en persona, y si estaba su mujer delante, pues mejor, así se enteraría de todo. Tenía grabada en la memoria una dirección de una vez que se estuvieron enseñando los carnets de identidad, bromeando con las fotos. Introdujo la dirección en el GPS y en menos de diez minutos estaba apostada enfrente de la que intuía era su casa. Una vez allí, no supo muy bien qué hacer. Se había dejado llevar por el impulso y ahora estaba sentada en el coche, paralizada. Estuvo así mucho rato, cayó la noche y de repente se abrió la puerta del portal y vio a Alejandro con una bolsa de basura. Se acercó a los contenedores y cuando volvía, a mitad de camino, se sacó el teléfono. Empezó a sonar el teléfono de Cristina. Pero ella no lo cogió, estaba paralizada mirando cómo sonaba y a cada tono enfurecía un poquito más. Dejó de sonar y recibió un mensaje, ni lo miró. ¡Ahora quería hablar! Pues ella no. La calle estaba desierta, la noche oscura. Arrancó el motor del coche y sin siquiera dar las luces aceleró a fondo en dirección a Alejandro. El impacto fue brutal, se partió el parachoques, pero no frenó, siguió adelante. Llegó a las afueras de la ciudad y paró. Respiraba fuerte presa de un ataque de ansiedad. Lloraba mientras gritaba y golpeaba el volante.
– ¡Dios mío, ¡qué he hecho! ¡Me he vuelto loca! ¿Qué me ha pasado? ¿En serio era para tanto? -se hablaba a sí misma.
Estuvo un buen rato en ese estado, pero poco a poco se fue calmando. El llanto fuerte pasó a un sollozo más leve. Y empezó a repetir una y otra vez, como un mantra:
– No, no me arrepiento.

 

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