OJALÁ NUNCA SE APAGUE TU FUEGO – Mª José Sánchez Malo

Por Mª José Sánchez Malo

Este poemario es la primera chispa de una lumbre que aún sigue ardiendo. Letras enlazadas que han prendido fuego a sentimientos, y han arrasado con principios, ideales y fundamentos.
Representa la primera vez que abres el alma al cielo, el alumbramiento de la palabra y el nacimiento de un verso. Mirar al frente sabiendo que es el momento de escribir con el instinto, vaciar la pluma y llenar el tintero. Perder el miedo a los ojos que te leen, suturar heridas que seguían abiertas, ganar batallas que quedaron en tablas por el miedo a perder.
Esta hoguera prende con el primer poema, que representa la electricidad de la temprana juventud, el vuelo de la imaginación, la intensidad de exprimir lo nuevo, y el riesgo de echarlo todo a perder en el intento, entre humo y tacones, madrugadas borrosas, lagunas en la mente y rodillas con moratones.
En el segundo poema todo resurge al recordar la ilusión de los comienzos, el nudo en el estómago y el hormigueo en la punta de los dedos. El reencuentro con esos versos que te salvan del abismo, te dan la mano y te ayudan a retomar el vuelo.
Como en todo viaje hay curvas en el trayecto, dudas en la piel e incertidumbre en los huesos. El tercer poema es la agonía que entierra la noche y el agua que hace tambalear los cimientos. El síndrome del impostor, la página en blanco, el quiero y no puedo.
La luz vuelve con el cuarto poema, el aire fresco de marzo y la humedad alegre del verano, el brillo en la piel y en las pupilas, las palabras en llamas y el corazón temblando.
Al final todo se resume en escribir y vivir, en equivocarse y decidir, en no saber nada y en quererlo todo, en no saber nadar y solo fluir. Todo acaba encajando entre estrofas, rimas y versos. Todo arde al sol de julio, y se congela al frío de enero. La llama se extingue en el quinto poema al poner el contador a cero, soplar las cenizas y sofocar el incendio.
Y ahora dejo la cerilla en tus manos, ojalá nunca se apague tu fuego. Y si te calcinan las entrañas, simplemente deja que la chispa vuelva a resurgir, nunca dejes de arder, y así nunca dejarás de escribir.

1.
He visto las mejores mentes de mi generación destruidas por la estupidez humana,
en busca de la hora dorada,
el filtro de juventud eterna
para poder digerir una vida caducada,
que pasaron por las universidades con las pupilas dilatadas
cuando todo era puro, salvaje, eléctrico, intenso,
con un as bajo la manga,
y la incertidumbre siempre en la punta de los dedos,
pasillos de neón y humo en el pelo,
miradas borrosas y carreras contra el viento,
madrugadas de hielo, temblor de piernas
y hormigueos en los dedos,
un pelotón de mentes vibrantes, exultantes,
como la primavera a punto de estallar,
que encendieron cigarrillos para tener una luz propia que seguir,
para luego no ser ave fénix, y no poder resurgir,
que creyeron que todo había sido tan cierto que parecía verdad,
que todo lo vivido era latido, sangre y eternidad,
que rompieron los estandartes más rudos,
mordiendo en la yugular a viejos aristócratas desnudos,
que lucharon por los rostros limpios, sin velos,
que se llenaron de barro hasta el cuello
buceando en la sociedad de plástico, escombro,
codicia y olor a muerto,
amaban acariciar el tiempo,
apagar las alarmas,
parar los relojes y arrancar el instinto,
como quien se sabe efímero pero eterno,
lloraban por exprimir la felicidad
y sacar todo el jugo, y bebérselo a litros,
y saber que nunca serían tan jóvenes, ni tan eclécticos,
y así pasaban del llanto al hipo,
acabaron siendo marionetas aletargadas
con un corsé en los pulmones,
respirando a favor de la corriente,
entre babosas en el metro y culebras en tacones,
y ahora están consumidos entre días de hibernación y noches de letargos,
narcotizados por pesadillas amargas de lunes vago,
cada vez en un pozo más profundo,
con el deseo más amargo,
y después del colapso de la sociedad de la distopía
de bolsillos llenos y alma vacía,
cuando todo resurja de la droga que aún sigue teniendo efecto,
y todo sea para siempre verdad, electricidad, luz y fuego.

2.
Vino primero en primavera,
con el aire fresco de la flor adolescente.
Alteró mi sangre,
disparó a bocajarro mariposas en mi mente.
Pero se volvió muda, callada.
Se hartó de atardeceres, de aleteos al sol.
Y como un amor de verano, ya anunciado,
en septiembre abrió la puerta y se marchó.
Cómo la echaba de menos
cuando la vi aquella tarde naranja y fría.
Volvió a rozar mis dedos,
volvió a dilatar mis pupilas,
y yo le sonreía,
y yo solo pedí que no acabara aquel día.
Y deshizo sus maletas,
y calentó mis manos mientras pasaba el invierno,
fue dulce lumbre en diciembre,
estrella fugaz en agosto,
y día de suerte durante un año eterno.
Y hoy duerme conmigo,
convirtiendo en hogar mis miedos,
siendo poesía sincera y pura,
mía para siempre, unidas por el viento,
refugio donde esconderme de la vida,
salida de emergencia en mitad del incendio.

3.
Todas las noches irrumpe en mi mente un pensamiento,
me cierra los ojos con sus dedos envenenados,
agita sus alas, vuela rápido y lento, rápido y lento,
me hace cosquillas, es ángel y diablo, relámpago y trueno.
La duda cae sobre mis hombros a peso muerto,
el techo parece cada vez más vil, más ardiente y más negro,
la incertidumbre me agarra el cuello, me asfixia con garras de acero,
se desborda el cauce de lágrimas, y el agua, veloz, alcanza mi cielo.
Tú duermes al lado, respiras profundo y vuelas muy lejos,
el silencio retumba en mi cabeza, y nado entre ansiedad y dudas,
no sé si es esta mi tierra firme, mi refugio del viento,
ni si estoy caminando el sendero correcto al seguir tu nuca.
El sueño acaricia mis pestañas, mis uñas son plomo,
ahora vuelo contigo, tan cerca y tan lejos,
por fin el eco es lejano, por fin cierro los ojos,
ya no escucho tu aliento, ya no escuecen mis miedos.
Despierta el brillo del día con serpentinas y confetis,
y cae avergonzado el telón de mi tragicomedia,
si cada luna no puedo evitar ser hombre lobo,
y cada sol resurgir como ave fénix.

4.
Ya llegó abril, y con él la chispa, la electricidad, el sol y los colores,
la piel erizada, el prólogo del verano, los latidos por tambores.
Las noches juegan al escondite entre tu camisa y mis botones,
los días pasan más rápido de lo que crecen las flores.
Bendita primavera que traes pupilas dilatadas y eres as de corazones,
siempre juegas a ganar, trampeas mi cordura y mis razones.
Bálsamo que reparas con risas disparadas las heridas del frío en los talones,
después de un invierno entero caminando sobre escarcha, agujas y tacones.
Menos mal que has llegado a tiempo para soltar mi cuerda,
lanzarme el salvavidas en mitad de la tempestad,
romper con tus tallos y flores mis hilos de marioneta,
deshacer con viento fresco este nudo que ya no puedo tragar.

5.
Como la vida que muere,
pero antes de morir,
es fuego, huracán,
anarquía, carnaval.
Como sentirte perdida y empezar a caminar.
Sin saber qué autopista seguir,
sin saber qué peaje pagar.
Es saltar del trampolín y caer al mar,
y nadar entre palabras ahogándose,
entre olas y algas,
entre medusas y sal.
Con los ojos inundados,
escocidos por la arena y cegados por el sol,
borrosas las siluetas,
sudoroso y tembloroso el corazón.
Y de pronto comenzar a vislumbrar,
y aclarar tu mirada en agua dulce,
y aliviar tus latidos al inspirar,
y por fin salir a flote, coger el timón, dejarse llevar.
Es llegar a una fiesta tarde, desnuda,
sin entrada y sin disfraz,
y mirar el mundo desde una esquina,
y ver en blanco y negro, y reír por no llorar.
Y conforme prenden las horas,
y conforme se incendian los minutos,
comprender la canción,
quitarte el antifaz, las esposas, y bailar.
Y brindar con versos,
con euforia, colores, limón y sal,
y sentir la llama dentro,
y aún ardiendo, no dejar de temblar.
Es llegar a la cima sin aliento,
y morir al escribir la última palabra,
la última coma, el último acento,
el último punto y final.
Y entonces terminar el puzzle,
escuchar el sitio de cada letra,
ver la música, oír el cuadro,
descubrir por fin la melodía evidente, pero secreta.
Explotar con la erupción de un volcán,
hacer jaque mate al rey, robar el trono y reinar,
sangrar las palmas en carne viva,
estallar con la traca final.
Y sonreír, dejar de latir, y por fin callar,
perder el miedo y espirar.
Hasta volver a coger aire,
poner el contador a cero, resurgir de las cenizas y volver a empezar.
Así es la poesía.
Como la vida que muere,
pero antes de morir,
es fuego, huracán,
anarquía, carnaval.

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