OMEGA

Por Nuria Arias López

Era curioso y tenía un insaciable deseo de saber, en eso se manifestaba su ascendente géminis. El número Cuatro miraba al cielo en la hora del naranja permanente, sus compañeros también. En el proceso en que el índigo daba paso al azul celeste el silencio invadía toda la colonia. Era el momento sublime en que la noche daba paso al día.

Su pareja le llamaba el centinela. Él estaba alerta cuando los otros todavía estaban adormecidos. En enero de 2007, el punto más álgido del verano en el océano Antártico, la mente del número Cuatro  gestó la semilla de lo que sería el gran viaje.

Él era quien había visto al científico, un mamífero muy alto subido a una roca con un contador, que hacía clic, y de nuevo clic. Cuando llegó al cuarto clic los dos se dieron cuenta de que se estaban mirando y aquel hombre vivió el llamado segundo eterno. Nunca olvidaría ese instante.

En la primavera de ese mismo año, la puesta  de  huevos  había sido menor y varios de los futuros pingüinos no habían conseguido romper el cascarón. La comunidad de barbijos se había dado cuenta de cómo descendía el número de recién llegados e incluso, había parejas que no tenían nada que incubar.

La pingüino número Dos, traviesa e inquieta, se moría de ganas por el número Cuatro desde el primer momento en que lo vio, así que, en aquel presente ella hizo vibrar sus alas, y en lo que fue un movimiento de espejo él hizo lo mismo. Él se acicaló y preparó un nido, ambos graznaron al unísono y se inició el cortejo. Una serie infinita de reverencias confirmaron su vínculo. Entonces uno y otro se sintieron invadidos por el gozo.

Sin embargo aquel 2007 no habían tenido descendencia, su único polluelo no había sobrevivido y el ambiente en la colonia era gris. Al centinela le pareció que el cielo tenía forma de interrogante, quizá porque así se sentía. La comida disminuía de forma alarmante. ¿Por qué?

El número Cuatro se pasó el mes de febrero observando, mirando sin perder detalle de lo que sucedía en la isla de hielo y explorando mañana y tarde. También atendiendo a sus congéneres Manchado, Mojadito, Estirada, Guapita de cara, Piruleta y, por supuesto, a número Dos.

El día que expuso su plan ese fue el único tema de conversación en la colonia y en la isla, hasta fueron a visitarlo miembros de las comunidades vecinas. Todos querían saber los pormenores de su programa.

Durante meses ese fue el tema principal de todas las charlas. ¡Lo conseguiríamos! Descubriríamos el origen del misterio.

Todo estaba decidido, nos iríamos a donde no se sabe un 8 de noviembre de 2008. Éramos mil parejas de pingüinos intrépidos y valientes.

La expedición inició su recorrido en la oscuridad de la noche. Todos los habitantes de la isla Elefante estaban muy emocionados y muchos, se unieron al grupo para acompañarlos las primeras millas; también se sumaron algunos leones marinos. Nunca  había tenido lugar un evento como el que estaba a punto de acontecer. Así se fueron sucediendo las noches y los días.

Los dos mil barbijos estaban muy cansados por el ritmo de la marcha. Era el séptimo día de nado ininterrumpido. De pronto su cansancio se transformó en asombro, ante sus ojos se había presentado una bandada ingente de kril. ¡Qué alegría! Después de tres días sin probar bocado todos se habían lanzado a disfrutar de aquel manjar.

El primero que se dio cuenta de que algo extraño estaba pasando fue el centinela. Había empezado a alertar a sus compañeros cuando vio que la pingüino Piruleta estaba siendo engullida por una gran boca que succionaba  vorazmente todo lo que encontraba a su paso. Pesaba solo tres kilos uno menos que cuando empezó el viaje y tenía una estatura de 40 centímetros. Era una presa fácil. Había también otros pequeños animales marinos que habían sido atraídos por la comida y que, llegados a un punto, no había posibilidad de retorno.

Piruleta había sucumbido. Era la primera baja de la expedición. Las orcas se encargarían de causar nuevas bajas en los días siguientes. Vieron una bandada de gaviotas, todos sabían que era un indicativo de tierra a la vista. Toda la pandilla sentía zozobra y  congoja, y necesitaban con urgencia encontrar un lugar de descanso.

Llegaron exhaustos a Isla Grande de Tierra del Fuego. Número Dos cayó en un sueño profundísimo que le duró tres días.  El grupo permaneció tres semanas en la isla. En su sueño vio una flota de barcos pesqueros, nadaba por el cielo; entonces se acercó a un gigantesco buque factoría de kril, uno que tenía una boca como la que se había tragado a Piruleta. Presenció cómo los preciosos crustáceos se convertían en brillantes cápsulas de omega tres. ¡Eran tan bonitas! Se preguntó sobre el significado y el destino de las pastillitas de colores. Su mente no entendía el luminoso que había bajo el prisma de cubierta, este parpadeaba y ostentaba el siguiente lema: Los suplementos de aceite de pescado están de moda. ¿Aún no sabes lo que pueden hacer por ti?

Cuando despertó se encontró con los ojos interrogantes del resto del equipo. Empezó a explicar cómo el kril se transformaba en perlas rojas y amarillas, e ilustro con todo lujo de detalles su experiencia. Sin embargo el estado que les transmitió fue de perplejidad.

Los días pasaban y llego la hora de partir, en la isla habían sido recibidos por una colonia de pingüinos patagónicos y varias parejas habían decidido agregarse al viaje.

— ¿Qué te preocupa, centinela? —Preguntó número dos—, ¿que nadie conozca nuestra gesta? ¿Que nuestro esfuerzo se pierda en el tiempo?

Ella le sonrió y conectó su corazón con el de su pingüino preferido.

Dejaron las regiones deshabitadas sin hora oficial a mediados de diciembre con el objetivo de proseguir su travesía. Ahora eran 1500 miembros. Mientras que los que se habían quedado en tierra los alentaban con sus graznidos, el equipo de la expedición se fue haciendo pequeño entre la espuma y las olas.

Nadaban un promedio de quince horas diarias, descansando en los momentos de mayor calor. Durante el sexto mes la parálisis se apoderaba del cuerpo de número Dos, sentía una fatiga infinita. Por primera vez desde el inicio del viaje, sentía una profunda desazón y la invasión de la duda. En un estado onírico vio su hogar y le recorrió una sensación de extraña felicidad.  Su superficie se había reducido a una tercera parte, pese a todo, ahora la  Antártida era un santuario también para los humanos.

Los habitantes de Noruega, Rusia y China se habían entregado con vehemencia a la defensa de los océanos.  Los gobiernos que habían vetado la decisión  de la creación de una gran reserva en la Comisión del Océano Antártico en 2018, no tuvieron más remedio que transigir, y llegar a un acuerdo.

La pingüino reemprendía el nado, aunque a su pesar se quedaba retrasada y llegó el día en que no resistió.

–Sí, tú los tienes que dirigir, precioso enamorado. Para mí es dulce morir en el regazo de Lemanjá.

Y aquella noche triste fue la más estrellada.

Ahora si era centinela del cuerpo de su amada que ya se fue, y se dijo a sí mismo “la memoria no morirá”. Se miraron unos a otros con ojos brillantes  sintiendo en el cuerpo el camino recorrido, y sabiendo que todavía no se había acabado.

Nadaban, con ojos alertas, explorando el contorno en busca de alimento. Era raro encontrar alguna presa comestible, así que para distraer el hambre masticaban las algas que encontraban a su paso.

Seis mil novecientos cuarenta y ocho kilómetros,  durmiendo nueve y nadando el resto. Saltaron a tierra después de cincuenta y siete días de rumbo.

En julio de 2008, invierno en el cono sur, el equipo de pingüinos llegó a las costas de Salvador de Bahía en el nordeste de Brasil.  Yo los vi en las playas de Itapoá, y soy testimonio de su historia. Una sincronía mágica tuvo lugar durante ese mes; muchas emisoras de América y algunas de otros continentes emitieron la canción Sentinela de Milton Nascimento, voces profundas que conmueven el corazón.

Un abatimiento íntimo se había instalado en aquellos que habían conseguido llegar, sentían el agotamiento que anuncia el final de esta vida.

Salieron imágenes en los periódicos de aquellos inusuales visitantes que habían llegado al trópico de capricornio. La agencia efe había vendido sus fotografías y durante unos días fueron noticia.

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Banda sonora de este relato:

Tarde em Itapoa · Vinícius de Moraes ·Toquinho

E Doce Morrer No Mar · Cesaria Evora · Marisa Monte

Sentinela · Milton Nascimento · Nana Caymmi

 

 

 

 

 

 

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