OXÍGENO

Por Teresa Casas Arruti

OXÍGENO

Quiero hablar, aunque sólo sea una vez. Soy un animal sin cerebro. Sólo soy capaz de agarrarme con las pequeñas ventosas de mis brazos, a las superficies marinas. Sólo poseo un sistema nervioso rudimentario, es mi tacto. Con él desarrollo mi vida.

Mi visión rudimentaria se encuentra en los extremos de mis brazos. Sólo puedo sentir el cambio de intensidad lumínica del día a la noche, suficiente para alimentarme y esconderme.

 

Soy una estrella de mar.

Poseo cinco brazos, aunque podrían ser más. Quizás dependa de la temperatura y profundidad marinas ¿quién sabe?

Me gustan especialmente esas paredes verticales del color de la arena mojada, su superficie rugosa facilita mi lento desplazamiento.

Son los muelles, construidos en piedra granítica con sus tonos siena, perfectos para mi camuflaje. Solemos agarrarnos a sus paredes rugosas formando grupos esperando inmóviles.

Parece que exhibiéramos vanidosas, nuestra magnética belleza.

Cuando llegan los barcos de pesca, y amarran los pescadores los cabos, de las cornamusas a un noray del malecón, echada el ancla, los marineros van descargando las cajas de madera llenas de pescado, que irán a la subasta de la lonja.

Algún trozo de pescado cae con frecuencia al mar. Otras veces, son los mismos tripulantes los que trocean alguna pieza y la arrojan por la borda, agradeciendo al azul siempre en movimiento, que da y que quita siempre a su capricho.

Los restos troceados llegarán al mar, alimentarán a sus seres y a las gaviotas, cogiendo trozos al vuelo. Ellas señalan cuando vuelan bajo, nerviosas y desordenadas dónde se mueve un cardumen, pueden ver los bancos plateados de peces. De esta manera, los marineros saben dónde echar las redes.

A veces resbala algún resto de pescado. Procuro deslizarme hacia la zona donde se entierra la pared de piedra en la arena y así poder engullir su carne con mi boca circular y dentada, con la que aprisiono también crías de crustáceos, huevas de peces, restos de animales

Estoy preparada para sobrevivir en este mundo sin apenas oxígeno, pendiente de las mareas, y ciclos lunares.

Podría parecer aburrida mi vida. Sin poder escoger otra me sirvo de mis brazos para sentir el ritmo de las mareas, ocultarme bajo un manto de algas verdes, rojizas, o como un racimo de uvas marrones de formas globosas, cuando se acerca algún depredador.

Hoy es luna llena. Sentí que esta luna, encontraría por fin otra estrella, decidir otra reproducción distinta a la escisión asexual.

Una comunicación a través de huevos y esperma liberados al mar, o algo más íntimo; la cópula.

Soy hermafrodita, todo un mundo en la vida del mar; bivalvos erizos de mar, las estrellas…

Nunca he querido aparearme. En breve comenzaré a sintetizar enzimas para lograr dividirme, al menos en tres fragmentos.

Es un proceso largo y peligroso. El mejor momento para ser devorada. Puedo tardar varias horas.

Es la tercera vez que lo voy a realizar. Será la última.

Los humanos no saben, creo, que la pulsión de muerte no es inherente a ellos. Ese misterio difícil de desvelar, quizás el filósofo Wittgenstein, que se acercó a su estudio por el suicidio de dos de sus hermanos, o Karl Marx, Albert Camus, Freud, Lacan… entre tantos otros.

La tendencia humana innata a desear vivir o el impulso de morir son posiciones complejas

Algunos la describen como el grado cero del existir.

Pero yo sólo soy una estrella de mar. Quiero respirar oxígeno, quiero tener dos piernas y correr, dos brazos y abrazar. Una boca con labios para besar, no sólo para atrapar y devorar.

No veo. Quiero dos ojos para ver los colores, cerrarlos para soñar. Quiero leer una biblioteca entera, que me enseñe todo lo que está allá arriba, donde en verano hay niños corriendo en la orilla y todo el año, el viento roza el mar.

Debería decidir inevitablemente si enfrentarme a mi división. De cada fragmento, se formará otra vez esta forma tan bella.

Me rebelo contra mi destino. Sólo tendría que morir otra vez, escindirme en varios pedazos. Incluso con un brazo y un segmento de boca es suficiente para crecer otra vez.

Cerca de la zona de la playa, donde vivo y cazo, donde me agarro a la arena, cuando sube o baja la marea, o para desplazarme. Cerca, baja hacia la orilla, un pequeño riachuelo de agua dulce tan mortal su agua, como exponerme al aire.

Esta vez está todo planeado. Sé, que mi forma de aster de cinco puntas, rosada en el mar, se transformará en un pálido color amarillo de sol o de luna, cuando ya seque inerte.

Si, quiero morir. Ser una estrella que adorne el hogar de una persona romántica que me contemple y se haga preguntas que ya no pueden ser contestadas.

 

Ana pasea tranquila observando los restos que deja la bajamar cuando se retira.

Desde niña le fascinan los erizos de mar sin púas, con la perfecta simetría radial, en esos tonos lilas, que parecen pintados a la acuarela. También encuentra caracolas diminutas, algas con fuerte olor a mar, y las conchas que tiene que recoger para clasificar este verano.

Ella estudia ciencias del mar, y una de las asignaturas del curso próximo son los bivalvos del atlántico, en los fondos de arena.

Camina, ataviada con un vestido corto y un sombrero de paja. Por la mañana, todavía hace frío para tomar el sol. Recoge su melena oscura en un moño bajo, para que le resulte más cómodo mirar dónde están las conchas. De vez en cuando, levanta sus ojos claros de los restos de la pleamar. Piensa , que en media hora ya podrá tumbarse al sol .Sigue paseando su menuda figura por la playa, aún no han vuelto los barcos de faenar.

De repente encuentra cerca del arroyo, el resto intacto de una estrella de mar, balanceándose por la suave corriente descendente, apoyada en una piedra. Extrañada se pregunta, cómo ha podido acabar en el agua dulce, totalmente mortal para ella.

Piensa, en algún niño que jugó con ella y la arrojó al regato, inconsciente del resultado.

La joven la recoge con delicadeza, abre su cesto donde recoge las conchas y erizos sin púas; la guarda.

Al llegar a la habitación del hostal, la posa sobre el alféizar de la ventana. Repetirá la misma operación un par de días, hasta que esté seca.

Recuerda haber escrito hace unos años, un poema. Había pasado unos momentos difíciles y se había refugiado en poemas y diarios.

Hojeando entre su libreta de poemas favorita, lo encuentra y relee.

 

LA ESTRELLA

Como una estrella de mar
Arrancados cuatro de sus cinco bracitos
Así me siento yo.
Reconstruyéndome de nuevo
Pedazo a pedazo
Bañada en un caos que no entiendo.
Dando a mis pobres células
La energía para renacer de nuevo.

Ana, pasados unos días, suficientes para que la estrella secase, la coloca en su mesita de estudio. En unas horas llegará al hostal Horacio, su pareja y estudiante también de ciencias del mar. La típica historia de noviazgo en las aulas universitarias.

Hablarán, se bañarán, harán juntos la clasificación de conchas. Alguna noche se acercarán al pueblo cercano, para escuchar música y cenar algún marisco. Las noches son suyas, en un precioso escenario, celebrarán haberse encontrado.

Ana piensa, mientras espera a su novio y contempla la estrella con su color ya pálido, que empieza a encontrar sentido a su poema. Se siente afortunada de haberla encontrado, por recogerla, no por haberla arrancado viva de su hábitat.

Esa tarde llega Horacio. Pasarán un mes de junio precioso, antes de la llegada masiva de veraneantes. Un mes de mar, de calor, de estudio y amor.

Horacio llega, suben juntos a la habitación que ocupa Ana desde hace dos semanas, apoya su maleta en una pared y se fija en el escritorio de ella.

-Ana ¿porqué tienes esta estrella al lado de tus apuntes? es realmente bonita. Imagino que la encontraste ya seca. Horacio pregunta, observador y curioso, como su forma de ser. La coge con sus manos, para estudiarla. Se coloca las gafas con un gesto muy característico.Su pelo castaño, sujeto en una coleta, completa su aire bohemio.

 

-No, la encontré al lado de una roca, mañana verás el riachuelo. Fué una pena encontrarla sin vida. Nunca te comenté cuánto me atraen.

Hace unos años, sin saber por qué me sentía muy identificada con su vida.

Ana piensa unos instantes y le cuenta que tiene algunos poemas que enseñarle.

Horacio la contempla desde sus ojos color miel y afables. A veces cree que no la conoce.

-Esta noche me lees alguno de tus poemas. Seguro que son preciosos.

Ana le mira y le sonríe. Horacio es más técnico escribiendo. De hecho, están dando forma al libro, y su manejo científico, su estilo y forma es impecable. Pero hay un soñador en él. Eso es lo que hace que tejan su historia sin fisuras.

Al día siguiente temprano, bajaron a la playa antes del desayuno. Chapotearon en la orilla, estudiando ya las mareas planificando por dónde empezar.

Horacio, le quería sorprender con unos trajes de neopreno, aletas, gafas, tubos, dos tablas de bodyboard, para aprender juntos mucho más de lo que ponen los apuntes. Bucear entre las algas y ¿por qué no? Pescar alguna dorada, o calamar al atardecer. Había incluido en su sorpresa, una tienda de campaña y un hornillo con cacerolas. Una acampada salvaje para ver las estrellas celestes.

En un paralelismo poético ,Horacio le nombrará  las estrellas celestes, de las que sólo queda su brillo cósmico, Ana le contará su pasión por las estrellas del mar.

Estrellas

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