PARAULES AL VENT – Mª Dolores Jover Tortosa

Por Mª Dolores Jover Tortosa

Crecí en un pequeño pueblo en los cincuenta. Mi casa familiar, la escuela y la calle fueron los principales escenarios en que se desarrolló mi vida hasta los once años. Apenas había coches y en verano, cuando las noches son eternas, los niños jugábamos, corríamos, reíamos, peleábamos bajo un cielo cuajado de estrellas, hasta que los padres nos reclamaban para ir a dormir. Y entonces, renqueantes, seguíamos  el camino a casa a regañadientes .

Como casi todos, guardo recuerdos muy gratos de aquella época. Uno de ellos, entre otros, tuvo lugar un día en que mi padre me engatusó para acompañarle a ver a alguien. Como siempre, protesté pero al final accedí a ir con él. La cita era en un pequeño taller. Unos peldaños y ya estábamos dentro. El olor a gasoil nos envolvió. Allí se apilaban motos desvencijadas, bicicletas viejas, cacharros varios amontonados en espera de un posible uso y en el centro de todo, el mecánico de manos negras y mono grasiento, ejerciendo de sumo hacedor.

Entre todo ese caos, colgada de unos ganchos del techo, una bicicleta reluciente brillaba con luz propia. Era una bicicleta de mayores, una Orbea verde metalizada con un precioso sillín de cuero marrón. No podía despegar mi mirada de ella. A mi lado, mi padre me preguntó si me gustaba. Asentí sin dejar de mirarla. Es para ti, me dijo. ¡No lo podía creer! !Esa maravilla iba a ser mía!  Le abracé y besé con fuerza, y sentí que mi deseo se había cumplido por fin.

En un tris-tras me vi en la calle montada en ella, y salí sin esperarle. Volé por los caminos, entre pinares, absorbiendo el intenso aroma a resina y libertad. Volé y volé, sin saber que esas eran mis primeras alas.

Más o menos así de bien funcionaban las cosas con mi padre, pero a mis once años todo se torció… nuestra preciosa relación voló por los aires, cuando contra mi voluntad me llevó a un internado. Jamás se lo perdonaría.

Todavía puedo evocar a esa niña que yo era, en la playa del Postiguet en Alicante, un atardecer de septiembre de los años sesenta. Aún puedo ver las enormes estructuras de madera, balnearios, versión pobre de los de Brighton, adentrándose en el mar. Escuchar la rítmica cadencia de las olas, y el intenso olor a sal y algas, así como   una  humedad viscosa, salobre, como mis lágrimas. Al mismo tiempo, unos altavoces lanzaban canciones al aire, una de ellas quedaría en mi memoria para siempre, Quince años tiene mi amor del Dúo Dinámico. Yo solo tenía once.

Ese escenario fue el lugar donde se condensó mi derrota. A partir de ese día, la vida tal como la conocía, dejó de existir. Esa noche dormiría en un internado de monjas. No desconocía la tristeza, en absoluto, pero aquello era mucho peor.

En mi interior, un agujero negro inmenso por el que se colaba mi anterior vida. De un manotazo me arrancaban de todo cuanto quería y me quería. La soledad y la desconfianza sustituyeron el abrazo de los míos. Todo lo que amaba quedó atrás, inaccesible, perdido.

Mi padre lo había decidido contra mi voluntad. Mi madre calló. Solo mi antigua niñera defendió mis sentimientos. Nadie más.

Sin saberlo, me habían condenado a un desarraigo fatal. A una soledad sin nombre, excesiva y desgarradora. Trasplantada como un pequeño árbol a una tierra mezquina, jamás echaría raíces en ese lugar tan clasista, hipócrita y frío.

La relación con mi padre ya nunca volvió a ser la misma. Nada lo sería.

A los pocos meses, yo, la salud personificada, acabé con un soplo en el corazón, simbolizando perfectamente cual era el órgano más dañado en aquel cruel trasplante.

Nos llevó años volver a una aparente normalidad. El siempre estuvo a mi lado. No en vano había sido el sol de mi infancia. Aunque se lo hice pagar de mil maneras, a pesar de dañarme también a mí misma.

Sé que más tarde también él se dio cuenta de lo que su decisión había provocado en mí, en nosotros y que lo sintió, porque era extremadamente sensible y tenía un gran sentido de la justicia, además, un terrible suceso familiar nos acercó, uniéndonos de nuevo. El dolor une o separa, en nuestro caso fue lo primero.

 

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