POSITIVO

Por María Dolores Martínez

Eduardo dio positivo al virus ayer y por su culpa ahora estamos todos aquí haciéndonos pruebas.

-No te dolerá —dice la enfermera—. Es muy rápido. Te llamaremos para darte el resultado.

Regreso a casa. No sé qué hacer. El médico dijo que debo guardar cuarentena catorce días, sea cual sea el resultado, pero no puedo. Si no voy a trabajar, puede que no me vuelvan a llamar más. Repaso en mi mente todos los lazos entre mi trabajo y mi grupo de clase. No hay posibilidad de que se enteren, así que a la mañana siguiente voy a trabajar.

Tiemblo, me sudan las manos, respiro profundo y me calmo. Me pongo el uniforme, mascarilla y guantes, como todos mis compañeros, y a limpiar.

Trabajo por las mañanas en el equipo de limpieza de un supermercado, subcontratado por una empresa que a su vez subcontrata a otras. Me pagan por horas. Voy rotando por distintos supermercados de la ciudad según sus necesidades. Muchas veces doblo turno. Tres días a la semana limpio un colegio y por las noches estudio mecánica automotriz.

Quiero y no quiero que me den los resultados. La espera se me hace eterna. Suena el móvil.

—Buenas tardes, ¿el señor Jaime Rodríguez?

—Sí, soy yo

—El resultado de su prueba es positivo, ¿cómo se siente?

—Bien

— ¿Tiene algún síntoma? ¿Fiebre? ¿Problemas para respirar?

—No, me siento bien.

—Debe permanecer en cuarentena catorce días. Lo volveremos a llamar para saber cómo sigue. Llámenos si tiene algún síntoma.

La noticia  ha sido una puñalada en el estómago. Me siento en el sofá, el corazón se me va a salir del pecho. Siento que me quedo sin aire, me voy a desmayar, pero comienzo a hablarme a mí mismo. Tengo que calmarme. Busco en un cajón las pastillas que me ayudan a dormir. Tomo una inmediatamente, esto me calmará un poco. Me recuesto en la cama, me quedo dormido.

Suena el despertador, son la cinco de la mañana. Me preparo para ir a trabajar como todos los días. Solo me queda pan y un poco de queso. Hago un bocadillo, será mi almuerzo. Hoy vence la fecha para pagar el alquiler. Debo tres meses. Necesito que llegue el viernes para que me paguen y poder abonar algo al señor Román, antes de que se canse de darme oportunidades para pagar.

Cuando llego, el supervisor está esperándonos. Nos indica que no nos cambiemos de ropa. Dos compañeros del turno han dado positivo, por lo que debemos ir a hacernos la prueba.

Ya sé cuál será mi resultado, así que me voy a casa. No tengo contrato, por lo que mientras esté de cuarentena no cobraré.

Hoy es martes. Por la tarde trabajo en el colegio. Lo bueno es que no veo a casi nadie, cuando entro a limpiar ya se han ido todos menos Omar, el vigilante. Con no acercarme, estará todo controlado.

Al martes siguiente, cuando llego al colegio, Omar me detiene en la entrada.

—¿Qué haces aquí? ¿No te has enterado?

—¿De qué?

—El colegio está cerrado. Ha habido un brote del virus. Varios alumnos están infectados y dos de las monjitas han sido ingresadas en el hospital.

—Nadie me avisó —digo, sudando.

—Dame tu número de teléfono y te llamaré cuando puedas regresar a trabajar.

Se lo doy y me dispongo a marcharme.

—Por cierto, Jaime, deberías hacerte una prueba. Tú también has estado por aquí, te podrías haber contagiado. Yo me la hice y he dado negativo.

Me tiemblan las piernas, casi no puedo caminar. Las monjas no me han pagado aún.

—Omar, perdona, ¿sabes con quién puedo hablar para cobrar lo que me deben?

—Están todos en cuarentena, y la monja que lleva la tesorería está en el hospital. No hay con quien hablar. Tendrás que esperar a que esto se solucione.

La cabeza me da vueltas. Me quedan diez euros en el bolsillo. Otra vez empiezo a hiperventilar. Me voy a casa. Tengo que calmarme.

En el portal me encuentro al señor Román.

—Jaime, he venido personalmente porque me debe ya tres meses de alquiler. Creo que he sido muy paciente.

—Señor Román, yo…

—No diga nada. Si este viernes no me ha pagado, enviaré a alguien para desalojar sus cosas del apartamento.

Se da media vuelta y se marcha sin dejarme replicar. La verdad, tampoco sé qué decir. Entro a casa y me meto en la cama. Tiemblo de frio y nervios.  En ese momento me acuerdo de Gabriel, un compañero de clase. Trabaja limpiando concesionarios. Tal vez pueda ayudarme con un trabajo temporal. Esta noche ya podemos volver a clase, ya ha pasado la cuarentena.

Hablo con Gabriel y dice que me va a ayudar. Un compañero está de baja y necesitan sustituto, pero tengo que presentar una prueba al virus con resultado negativo. Me haré la prueba mañana. Ya han pasado quince días y me siento bien. Seré negativo.

Suena el móvil. Es ese número tan largo del hospital.

—Buenas tardes, ¿Jaime Rodríguez?

—Sí, soy yo

—-El resultado de su prueba es positivo, ¿cómo se siente?

No puedo hablar.

—¿Jaime?

—Si

—¿Cómo se siente?

—Bien

—Según nuestros registros, usted dio positivo hace quince días y ahora otra vez, así que debe continuar en cuarentena.

—Pero… ¿cómo es posible que siga siendo positivo? Me siento bien.

—Ocurre en algunos pacientes, el virus dura más tiempo del promedio, aunque usted no tenga síntomas. Lo llamaremos para ver como evoluciona. Si tiene cualquier síntoma nos informa.

—Necesito el resultado por escrito.

—Si me dice su dirección de mail se lo enviamos.

Si en algo soy bueno es falsificando documentos. Con dos o tres aplicaciones, cambiaré ese positivo por negativo y tendré mi pasaporte para el nuevo trabajo.

Comienzo a trabajar en el concesionario. El colegio sigue cerrado. Omar me llamó para decirme que una de las monjitas había fallecido. A partir de mañana, podremos volver al supermercado.

He pagado un mes de alquiler, tal vez por eso el señor Román no vino el viernes a cobrar.

Después de una semana trabajando en el concesionario, varias personas han dado positivo. Nos han enviado a todos a casa. Pediré más turnos en los supermercados.

Llevo más de un mes rotando por tres supermercados. Estoy muy cansado. Gracias a Dios la próxima semana solo iré a uno. Los otros dos los han cerrado por brotes masivos del virus. Con mi prueba negativa puedo ir a trabajar sin problemas. Además, mañana ya vuelvo al concesionario. Varios empleados habían caído enfermos y no habían podido abrir.

—Buenos días a todos –dice el Director del concesionario- me alegro de verlos de nuevo, y al igual que vosotros lamento el fallecimiento de Vicente. Está enfermedad se está llevando mucha gente querida.

»Permítanme presentarles a la señora Leticia Gómez. Ella se encargará hoy de hacerles una prueba del virus antes de comenzar a trabajar. Tenemos que garantizar nuestra seguridad en todo momento.

¡No me lo puedo creer! ¡Esto es a traición! Tenían que haber avisado. Pero no tengo por qué estar nervioso, después de casi dos meses ya no tendré el virus. La pesadilla habrá terminado.

—Señor Rodriguez, su resultado es positivo. Debe permanecer en cuarentena.

—No puede ser

—¿Por qué no?

—Quiero decir… ¿puede haber algún error?

—No, señor Rodríguez. El resultado es fiable.

Pues nada, hablaré con el supervisor de los supermercados para que me ponga más turnos. El colegio sigue cerrado, Omar dice que ya han fallecido tres monjas.

Hoy he llegado a casa más temprano. Han vuelto a confinar la clase por varios positivos. Me encontré en el portal a la vecina del quinto y me ha contado que el señor Román ha fallecido por el virus. ¡Vaya con la pandemia! ¡Cuánta gente se está llevando! Su hija ha heredado el edificio, con un poco de suerte me podré poner al día con el alquiler antes de que ella se dé cuenta de mi deuda.

Estoy a punto de sentarme a cenar una lata de sardinas cuando tocan a la puerta.

—¿Jaime Rodriguez? —pregunta el policía.

—Sí, soy yo.

—Queda detenido por no guardar la cuarentena.

—No puede ser, tengo mi prueba con resultado negativo.

—Y también por falsificación de pruebas. Tendrá que quedarse en casa custodiado por nosotros para garantizar que no salga. Además tendrá que pagar una multa por el incumplimiento de la cuarentena.

Nunca pensé que el laboratorio que nos hizo las pruebas en el concesionario pasaría los datos al hospital, quedando en evidencia que he estado trabajando siendo positivo. Los policías se han quedado fuera, haciendo guardia en el pasillo. Por la mañana ambos tenían fiebre. Vinieron otros policías con unos trajes como de astronautas a buscarnos. Nos han trasladado a todos al hospital.

No paran de hacerme pruebas. Me tienen aislado y solo vienen a verme vestidos con esos trajes. Hay varios médicos fuera, llevan rato hablando entre ellos, pero no escucho nada.

La doctora Menendez habla con el equipo a cargo y les explica lo que sucede:

—El virus ha mutado varias veces en su cuerpo. La mutación actual es cien veces más letal y contagiosa que la que conocemos. Cualquier persona que se le acerque será contagiada, aunque el contacto sea mínimo. Es lo que le ha sucedido a los policías.

—Pero, ¿por qué él no tiene síntomas? —pregunta otro médico.

—No lo sabemos, pero el riesgo que corremos en este hospital es incalculable. No hay otra solución.

—Pero deberíamos hacerle más pruebas y entender por qué no tiene síntomas.

—Lo importante son las vidas de todos los que estamos aquí. No sabemos si vamos a poder pararlo. La propagación del virus es exponencial.

Vuelven a entrar. Hasta cuando me harán pruebas. Estoy harto de que me pinchen. Nadie habla conmigo.

Ahora tengo sueño.

Mucho sueño.

 

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