ROMANTICIDIO

Por Ana Belén Moreno Rupérez

El amor es un regalo, hay que mostrarse agradecida cuando lo recibes porque quizás no eres digna de ello.

 

Para Lola siempre había sido así. La imagen que tenía de sí misma era el reflejo que veía en los demás. Desde pequeña anidaba en su interior la firme convicción de no ser lo suficientemente buena para merecer amor, ella debía ganárselo.

 

Cada vez que alguien le mostraba su interés, siempre se sentía igual; sorprendida, agradecida e indigna. No era consciente de todo lo que ella aportaba en sus relaciones ni de hacia dónde se inclinaba siempre la balanza.

 

Cuando conoció a Isaac no fue diferente. “Isaac que es tan guapo pero tiene novia” (así se referían a él todas las mujeres de la empresa en la que acababa de entrar) ni le pareció tan guapo ni tampoco su novia era un “pero”, ella tenía pareja y no estaba buscando un romance.

 

El trabajo les hizo coincidir, cada vez lo pasaban mejor juntos, compartían el mismo sentido del humor y sus gustos y aficiones eran curiosamente afines.

 

A los dos meses de conocerse empezaron una relación a escondidas. Se iba alternando la pasión con la culpa, el romance con el remordimiento y los encuentros apasionados con las dolorosas ausencias.

Ella no era consciente pero, en ese caos emocional en el que vivía, estaban presentes todos los tópicos de las novelas románticas de las que siempre se había burlado; el odio a la novia que hacía infeliz a su amante, la culpa por engañar al marido y la emoción del secreto compartido cuando estaban en público.

Una relación tan apasionada no podía durar eternamente… así que cuando Isaac manifestó su deseo de dejarlo porque “su moral y sus principios no le permitían seguir engañando a su novia” Lola estuvo de acuerdo con él, se tragó el dolor e intentó seguir con su vida.

Cuando Isaac volvió a buscarla dos meses después porque “no podía vivir sin ella”, el cielo se abrió para Lola y la vida comenzó de nuevo.

 

Esta situación volvió a repetirse una y otra vez, un ciclo infernal de amor-remordimientos-abandono-reencuentro que cada vez dejaba a Lola más dolorida y enamorada.

Lola no lo sabía, porque nunca había probado ningún tipo de droga, pero su relación con Isaac era la misma que tiene un adicto con su traficante. Isaac era la fuente de su placer y de su dolor, su cielo y su infierno personal. Era el maestro titiritero que movía los hilos de la vida de Lola.

 

Tras dos años de idas y venidas, la novia de Isaac desapareció de escena y Lola creyó que su sueño de amor se haría realidad… Pero eso no ocurrió.

Isaac pidió tiempo y respeto para su duelo, Lola se lo concedió entendiendo perfectamente su situación. Por algo ella era el amor de su vida y no la bruja celosa que le había roto el corazón.

Isaac aprovechó muy bien el tiempo, empezó una nueva relación a espaldas de Lola, vivió el verano de su vida y en septiembre llamó a Lola para decirle que habían terminado.

Volvieron a verse un par de veces, con excusas estúpidas para acabar en la cama.

Después de un mes Isaac le anunció que se iba a California a vivir su sueño americano. El día de su marcha dejó a Lola en la puerta de su casa, mirando como él subía a un taxi y partía sin mirar atrás.

 

La vida de Lola quedó en suspenso. El trabajo se le hacía cuesta arriba. Cuando llegaba a casa se metía en la ducha para llorar, salía a pasear sola y no se atrevía a mirar a su marido a la cara.

Al ir pasando el tiempo creyó que, con Isaac desaparecido, ella podría salvar su matrimonio y olvidar aquella pesadilla.

Se esforzó en volver a enamorarse. Intentó avivar un fuego que, la falta de interés de su marido, apagaba una y otra vez. Se decía que esa era su vida e intentó sobrevivir.

 

Una noche de agosto se cruzó con Isaac en las fiestas de La Latina. Al verle con una chica rubia al lado, sintió que el suelo se abría bajo sus pies. Agarró del brazo a su amiga y entraron corriendo a un bar para no desmayarse en plena calle.

 

Todavía se pregunta si fue por soberbia o por amor que le escribió aquel mensaje que puso la montaña rusa de nuevo en marcha.

Un primer encuentro “como amigos” para ponerse al día, otra cita para comer al mes siguiente. Las sobremesas se convirtieron en cenas y pronto la amistad se convirtió en una relación de “folla-amigos” que se veían una vez al mes.

 

Lola estableció límites, tenía claro que en esa relación  su corazón debía quedarse fuera. Sus encuentros pasaron a ser cada quince días, después semanales y al poco tiempo, por insistencia de Isaac, cada vez que podían.

 

Cuanta más distancia emocional ponía Lola más enamorado parecía mostrarse Isaac. Hablaba de planes de futuro, de cómo sería su vida en común si Lola dejaba a su marido. De lo difícil que era para Isaac dejar a su novia… porque era tan buena persona que no lo merecía.

 

Lola se ahogaba en un mar de culpa, pasión y remordimientos. Sentía un peso en el estómago que no la dejaba comer. Su marido comentaba que cada vez se veía más delgada y mejor, sin ver que sus ojos estaban apagados y apenas soportaba que él la rozase.

 

La situación era insostenible y Lola sentía que sin Isaac moriría, quería estar con él y decir al mundo que eran pareja. Dio el paso y pidió el divorcio a su marido. Se puso por montera casi veinte años de relación, la sorpresa de sus suegros y los comentarios de sus amigos. Lo que resultó más difícil de tragar fue la cara de alivio de su marido cuando ella se lo dio todo hecho, ninguna pregunta… ningún intento de luchar por ella.

 

Lola alquiló un piso en otra ciudad y empezó a vivir con Isaac en su mundo particular, todo era amor y pasión, detalles maravillosos que la hacían sentirse sexy y deseada. Hacían el amor a diario, veían películas abrazados en un sofá en el que apenas cabían. Isaac cocinaba para Lola y hasta se ocupaba de la lista de la compra, nunca olvidaba incluir algún capricho para ella, aunque siempre dijese: “no me gusta que comas esas mierdas, no son buenas”.

 

A los cuatro meses de estar viviendo juntos, Isaac empezó a hablar de comprar una casa para los dos, estaban tirando el dinero con el alquiler y la zona donde vivían no era de su gusto. Lola se volvió loca de alegría. Había recibido el dinero que le correspondió tras la liquidación de su matrimonio y qué mejor inversión que comprar un hogar con Isaac.

 

El primer día que salieron a mirar pisos encontraron el suyo. Isaac estaba muy emocionado y decidido, pero no quería presionar a Lola. Durante tres días estuvieron sopesando la decisión pues Isaac cambiaba de opinión con frecuencia y buscaba el apoyo de Lola. Eso acabó de decidirla y firmaron la reserva del piso. Después el contrato de compra. Las letras empezaron a llegar a la cuenta de Lola pues habían acordado que Isaac daría una entrada  y Lola se encargaría de las letras hasta el momento de pedir la hipoteca y firmar.

 

Los meses pasaban, Lola era inmensamente feliz a pesar de los cambios de humor de Isaac. La primera noche que Isaac no durmió con ella Lola se asustó, fue al salón y le encontró dormido en el sofá. No quiso despertarle pero por la mañana le preguntó si pasaba algo. Isaac quitó importancia al hecho; el partido de baloncesto terminó tarde y le dio pereza moverse.

 

Un día Isaac volvió del trabajo, se preparó su cena y no dirigió la palabra a Lola hasta el día siguiente. No hubo discusión ni explicación alguna. Cuando Lola preguntó qué le ocurría, Isaac simplemente contestó; “Nada que tenga que ver contigo, no todo gira alrededor tuyo ¿sabes?”. Dos días de gélido silencio le costó a Lola su pregunta.

Los episodios de silencio y caras largas empezaron a ser más frecuentes y a durar más. Se acabaron las salidas de fin de semana, las cenas de los sábados y el ir a ver espectáculos o a tomar una copa.

Isaac trabajaba mucho, salía pronto de casa y volvía por la noche. Decía que ser tu propio jefe tiene un precio. Pero era Lola quien pagaba; justificando cada desplante, quitando importancia a sus comentarios hirientes, soportando su rechazo y aceptando sus razonamientos. Para Isaac, el hecho de vivir juntos compensaba que hubieran dejado de hacer vida en común; la rutina había asesinado al romance.

 

Lola no era celosa. A pesar de haber sido la amante de Isaac, confiaba plenamente en él. Lo suyo fue auténtico amor, no tenía razones para pensar que Isaac iba a hacerle a ella lo que ellos hicieron a sus respectivas parejas…

Hasta que las razones empezaron a saltarle delante de los ojos como conejos en un campo; mensajes a altas horas de la noche, llamadas que siempre eran silenciadas y seguidas de una visita al baño que mantenía a Isaac media hora encerrado, cenas con amigos de los que nunca había oído hablar… Y cuando ella preguntaba sólo recibía silencio, días y semanas en los que Isaac no hablaba con ella ni una sola palabra. De vez en cuando algún comentario sobre sus inseguridades y sus celos patológicos, si acaso.

Cuando Lola estaba a punto de volverse loca, Isaac volvía a la cama, follaban y seguían con sus vidas sin hablar de lo que había ocurrido.

 

Silencios. Cordialidad. Un fin de semana bueno. Dos meses sin que Isaac durmiese con ella ni le hablase, sentir ser un fantasma en una casa embrujada. Cada vez más sola, cada vez más desquiciada al ver cómo Isaac se alejaba de ella. Lola sentía que sin el amor de Isaac no era nada y ese dolor atravesaba su alma como mil cuchillos.

 

Pasados dos años Lola se atrevió a empezar a contarlo en su entorno. Apenas tenía con quién hablar, pues Isaac no había querido relacionarse con su círculo de amigos ni tampoco introducir a Lola en el suyo. El único que fue sincero con Lola, fue el hermano de Isaac. Se habían cogido cariño, tenían aficiones similares y un sentido del humor muy parecido que, no hacía ninguna gracia a Isaac. Le dijo: “Lola, aléjate de mi hermano, no es buena gente. Yo sé que tú le quieres mucho, pero él a ti ya no te quiere. He visto que te trata igual que a sus exnovias cuando iba a dejarlas”.

Para Lola eso fue una puñalada en el corazón. Se negó a creerlo, no podía ser cierto.

 

Las palabras de su cuñado activaron una alarma en el cerebro de Lola. Si su relación era normal, no tenía sentido que ella se sintiese cada vez peor, cada vez más perdida y asustada. Más y más dependiente. Buscó en internet y, al escribir “dependencia emocional”, saltaron ante sus ojos mil y una versiones de su propia vida vividas por otras personas.

Todo encajó y cobró sentido. Isaac no estaba bien, era incapaz de amar. Había envuelto a Lola en una fantasía amorosa y cuando se aburrió la dejó sola allí, adicta a las emociones del principio y perdida en el laberinto de un amor inventado. Y no era la primera mujer a la que se lo había hecho.

 

Estuvo horas sentada en el suelo, aturdida y aterrada. Sin Isaac la vida no tenía sentido, con Isaac ella no tenía vida. Debía tomar una decisión, su cordura y su salud estaban en juego.

Decidió que su vida era más importante que ese “gran romance». Imaginó un puñal y lo clavó en el centro imaginario de su corazón enfermo, acabando con ese sentimiento letal.

Se levantó y salió sin mirar atrás.

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