SIEMPRE ADELANTE Y SIN MIEDO – Mª Teresa Santan Blanco

Por Mª Teresa Santana Blanco

En el Infierno del Maltrato disfrazado de Amor:
“Siempre Adelante y sin Miedo”
NUNCA TE RINDAS.
Caminaba descalza por la casa y atravesaba su habitación en medio de la oscuridad de la noche mientras se guiaba con sus manos tocando las paredes y los muebles para evitar chocarse. Así, lentamente y despacio, conseguía llegar hasta el salón, donde encendería la luz para sentarse en el sillón mientras se miraba a través de la cristalera del mueble que ocupaba la pared principal del mismo. En ese momento exacto, rompió a llorar.
La imagen de la mujer que podía contemplar a través de aquel cristal no parecía la de ella. Ahora era la de una mujer rota y destruida que había perdido la estabilidad y la seguridad, la mujer que una vez más se veía atrapada en el infierno de una relación, que equivocadamente había confundido con alguna posible forma de amar.
Se había vuelto a transformar. Aquello que un día había parecido bonito y alguien que la admiraba, quería cuidar, querer, ayudar y sus sueños hacer realidad, ahora era un monstruo que la despreciaba y le hacía creer que era insignificante, vulgar, incapaz, que no merecía ninguna clase de respeto y mucho menos piedad. Lejos quedaba aquella experiencia que le hizo abandonar su casa junto a su hija para volver a empezar una nueva vida, cuando sin saberlo sería arrastrada a sentir que habitaba el cuerpo de una persona desconocida que no terminaba de descubrir o volver hacer resurgir a la mujer que había creado tras más de veintisiete años de invisibilidad.
Aún así, mantenía viva y escondida detrás de las paredes, en los cajones de los armarios, en los pequeños bolsillos de sus bolsos, la única pasión que le mantenía viva, la gran esperanza que le ataba a los sueños, que aún quería hacer realidad. Murieron muchas cosas en ella, pero hubo una que nunca nada ni nadie había conseguido matar: su amor voraz por la lectura y el deseo insaciable de conocimiento, que le llevaban a buscar a través de ellos recursos, herramientas y formas para construir una nueva, firme, gran e impactante edificación impregnada de valores, emociones y pensamientos positivos, con lo que poder sujetarse, levantarse y volver a empezar, para de las ruinas, cenizas y pequeños trozos, volver a pegar y continuar, pues ese y de esa manera no podía ser su final.
Se acercó entonces a la ventana, para abrirla y contemplar a través de ella el lugar al que su cuerpo hubiera llegado. Aquella ocasión, hacía ya algo más de un año, que por la misma estuvo a punto de su vida tirar para poner fin a su sufrimiento y poder descansar.
Empezaron a caer unas débiles gotas de lluvia mientras ella no podía dejar de llorar, de la misma manera que la lluvia empezaba a cobrar cada vez más fuerza e intensidad hasta poder ver el agua corriendo a través de las calles, arrastrando hojas, basuras y restos abandonados en el suelo de las aceras y calzadas —y hasta recuerdos que también eran necesarios borrar—, en franco naufragio. El ruido de la lluvia y su atención perdida en pensamientos del exterior no le permitieron escuchar dentro de la casa, los pasos de alguien que se acercaba.
—¿Qué horas son estás para que tu estés mirando por la ventana? ¿Estás loca o qué? ¿Qué haces que no estás durmiendo como cualquier otra persona normal? —le gritaba mientras sus ojos de desprecio la miraban.
—Nada, no hacía nada que te pueda explicar —respondió sabiendo que no la iba a escuchar.
—Acuéstate ya y deja de gastar luz, que está muy cara. Además, mañana hay que levantarse temprano. Queda todavía mucho por recoger para poder mudarnos. No hay tiempo que perder, y con lo lenta, torpe y distraída que eres, tardaremos mucho más. Anda, duérmete.
—Buenas noches. Sí, me iba a dormir ya —le contestó en el silencio de sus pensamientos.
A la mañana siguiente, antes de despertar a su pequeña para desayunar, terminó de recoger todas las cosas que quedaban pendientes para bajarlas al coche y en el portabultos del mismo, poderlas ocultar, la documentación y objetos más importantes que necesitaba conservar y guardar.
Cuando volvía a la casa, la pequeña lloraba porque el monstruo que vivía con ellas la despertaba a gritos exigiéndole que ayudara y que dejara de dormir como una vaga, que la mudanza había que terminar, antes de la hora prevista, para las llaves poder entregar.
Corriendo hacia ella, la abrazó fuerte y en el oído le empezó a murmurar, en voz muy baja:
—Resiste, pequeña, sólo un poco más. Por fin se acerca el final de este infierno. En unos instantes, una nueva vida vamos a volver a empezar. Sécate las lágrimas, mi pequeña valiente, y vamos a la cocina a desayunar. Luego al monstruo vamos a agradar, para después atravesar la puerta y no volver nunca más.
Al llegar a la cocina, les esperaba el café sobre la mesa y la leche, que ambas solían desayunar. Su mirada de furia y frustración no podía silenciar las palabras que un día más les iba a gritar:
—Vamos, ahí tienen el desayuno. ¡Pretenden además de hacerlo que también se los tenga que dar! ¡Menudas flojas e inútiles! Venga ya, terminen que nos tenemos que ir antes que lleguen los nuevos vecinos. No me los quisiera encontrar.
En aparente silencio, ambas empezaron a desayunar mientras sus cerebros no dejaban de pensar y hablar consigo mismas, repitiendo mensajes de consuelo, fortaleza y esperanza de poner fin a la tortura que habían vivido, para crear una nueva oportunidad para empezar y encontrar la felicidad.
—Ve y llama el ascensor —le dijo la mujer a la niña un rato después para ganar tiempo—. Yo cogeré algunas cosas más. Espérame allí y no vuelvas atrás.
Dándose prisa, llegó a la habitación donde él terminaba de preparar la única maleta que ella no vio preparar. Cuando él se dio cuenta de su presencia, rápidamente la terminó de cerrar, empujándole contra la pared, sin imaginar que, justo en ese momento, los nuevos vecinos acababan de llegar, presenciando lo ocurrido y escuchando los gritos de desprecio e insultos que a la mujer le escupía a la cara.
La mujer, aprovechando la sorpresa, se levantó del suelo sollozando, sangrando tras aquel golpe brutal, con los ojos llenos de lágrimas. Entonces les miró a los ojos, dándoles las gracias, y atravesó la puerta sin mirar hacia atrás. Mientras tanto, el hombre explicaba a los recién llegados lo que acababa de pasar y se disculpaba e intentaba hacer comprender que su mujer le acaba de provocar y molestar en vez de terminar de recoger todas sus cosas.
Así, ella aprovechó para bajar en el ascensor con su hija y coger el coche del garaje y huir sin mirar atrás. Ya tenía todo cuanto necesitaba. Tenía que aprovechar lo ocurrido para ganar tiempo hasta llegar al aeropuerto y tomar el avión rumbo a un lugar desconocido donde iniciar una nueva vida.
Un poco de música fue la compañía de ambas durante el largo recorrido que parecía no acabar, pues llevaban en los asientos vacíos, los gritos, insultos y el miedo del monstruo que les había arrebatado lo más preciado del ser humano: las ganas de vivir y la dignidad.
A mitad del trayecto por la carretera vieja, necesitaron parar a repostar combustible y realizar una visiEta al cuarto de baño. Fue así como saliendo del vehículo, se encontraron al mejor amigo de su pareja, que observó, extrañado, el coche y la presencia allí de las dos mujeres. Se dirigieron rápidas al aseo mientras el chico de la gasolinera empezaba a repostar su vía de escape.
Desde lejos, ambas observaban los pasos del amigo para aprovechar un momento de descuido y sumirse. Pero en ese momento vieron que empezó a preguntar a otras personas por ellas, por lo que decidieron dar la vuelta a la estación de servicios y regresar al coche de manera inesperada.
Cuando vieron la primera oportunidad de volver al coche, el sonido del móvil las inmovilizó, silenciándolo tan pronto como le fue posible. Entonces, viendo distraído al amigo de su pareja, corrieron hasta el coche, se metieron dentro y arrancaron, lanzando por la ventanilla los billetes del pago del combustible al trabajador de la gasolinera, que presenciaba extrañado lo que acababa de suceder en sus narices. Las dos mujeres, a toda velocidad, pusieron rumbo a su destino.
Una vez llegaron a una pedanía cercana al aeropuerto, era necesario abandonar el vehículo, coger sus objetos personales y buscar otro medio de transporte hacia el aeropuerto para despistar al amigo del monstruo. Pensó que era la única manera de poder coger el avión con destino a esa anhelada libertad.
Así fue como tomaron un autobús directo al aeropuerto con todas sus pertenencias. Sabían bien cómo hacerlo, porque esta vez nada ni nadie les iba a volver a impedir volar hacia el único destino que les podía rescatar y devolver las ganas de vivir: CIUDAD LIBERTAD.

 

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