SOFÍA – Mª Isabel Sánchez Llamas

Por Mª Isabel Sánchez Llamas

Bolivia. Un día soleado de hace 27 años.

Con tan solo nueve años, Sofía se vio por primera vez con un cigarro en la mano. Su madre fumaba sin parar y, sin saber muy bien qué hacía, prendió tres cigarros más, uno para cada una de sus hijas. Las tres niñas, de nueve, diez y once años, iban a presenciar en tan solo cinco minutos cómo fusilaban a su padre.

Nadie sabría cómo rellenar tan terrible espera. Sofía empezó a succionar la boquilla como quien intenta beber con una pajita un refresco interminable. El golpe de tos casi la ahoga, lo que hizo a los militares girarse a mirarlas con desaprobación y solemne seriedad. Al segundo intento, cogió el cigarro buscando el beneplácito de su madre, quien le ayudó a sujetarlo mientras ella misma exhalaba el humo de otra interminable calada.

El padre miró a su mujer con la insoportable expresión del último adiós. Sentir la triste sonrisa de sus hijas, de su esposa e intentar a la vez que sus ojos expresaran sólo amor, le sumergió en una impotencia mortal.

La mujer le devolvió la mirada llena de lágrimas, con el humo de cuatro cigarros a su alrededor y sujetando la mano de sus hijas con tanta fuerza que, de no ser por el estado de shock, se habría dado cuenta de que no les llegaba la sangre a sus pequeños dedos.

Cuando uno vive experiencias tan aterradoras, se graba a flor de piel cada detalle y cada sensación, por extraño que parezca. Las toses de los soldados a punto de obedecer órdenes desalmadas, la carne trémula de la mujer, el sonido del viento, las palabras sin voz que los labios del marido dibujaban desde lejos para ella, un pájaro que se posó en el tejado ajeno a las barbaries humanas, el helado sonido de las niñas inmóviles y su respiración entrecortada. Todo se quedaría grabado para siempre en el cuerpo, la mente, el corazón y el alma de Sofía.

La niña fijó la mirada en su padre y quiso ir corriendo a bailar a su lado, como hacían cada domingo. Se vio mentalmente bailando con él en la pared de fusilamiento y le transmitió serenidad sin saberlo. Sorprendido, él entró también en un estado de calma inexplicable. Si no fuera porque tenía las manos atadas a la espalda, hubiera estirado los brazos para bailar con ella. Pero Sofía ya estaba bailando a su lado, en algún plano mágico y sutil que sólo los pequeños ven, a salvo de disparos y políticas marciales. Sofía cambió el contorno de sus labios y esgrimió una mueca de complicidad. Él la imitó y la besó con la sonrisa. En sus oídos sonó la canción que sólo ellos escuchaban. Y sus almas empezaron a bailar sin cesar, alejados de tan terrible final, pues ni siquiera la muerte podría jamás destruir lo que el alma unió.

La esposa pensó que eran los cinco minutos más cortos y eternos de su vida. Y es que en realidad había pasado ya media hora. Un teléfono tenía que sonar con la noticia de la orden de fusilamiento y todo terminaría en cuanto el jefe de pelotón leyera la sentencia y pronunciara esas cuatro últimas palabras que los reos escuchan antes de los temidos disparos.

Sofía seguía fumando sin cesar. Sólo se leía el miedo y el terror en la manera de llevar el cigarro a su boca. Pero cada mirada que recibía de su padre, ella la exhalaba de amor.

 

Berlín. En la actualidad.

  • Sofía, ¿recuerdas cuántos cigarros fumaste esa mañana? – preguntó el terapeuta.
  • Creo que media cajetilla. Tardó mucho tiempo en sonar el teléfono…
  • ¿Y llevas 27 años fumando dos cajetillas al día?
  • No perdono ni un solo día. Y si no he terminado la cajetilla, no me acuesto hasta que la acabo.
  • ¿Disciplinada en los vicios?
  • Me pone desobedecer. No soporto que me den órdenes. Dice mi cuñada que deje de fumar, que fumar mata. La pobre no sabe lo que es morir, ni vivir tampoco. Me parece cómico que ella sea adicta al azúcar, a la Coca-Cola, a los psicópatas y a Facebook, y siempre tenga un hachazo desconfiado hacia mí. ¡Como sus vicios no echan humo, creen que no son tóxicos!
  • Pero el veneno está en la dosis, que dijera Paracelso. Lo curioso es que tú fumas muchísimo, pero en tus placas veo que tienes los pulmones de un no fumador, según indica también el informe médico.
  • Pues sí. Hasta que en los análisis añadan marcadores de toxicidad ajena y entonces daré positivo en cuñada.
  • Pero no has venido aquí porque te lo haya dicho tu cuñada.
  • Si un día hago eso, recéteme algo muy fuerte.
  • ¿Y bien?
  • Pues el problema es que no consigo que ninguna relación funcione. No sé si soy muy exigente con los hombres, o ellos conmigo. Pero llevo dos matrimonios y mi marido actual no sabe todavía que se va a divorciar.
  • ¿Tienes hijos?
  • Estoy embarazada.

 

Bolivia. Una hora antes del pelotón de fusilamiento.

Los soldados también estaban nerviosos; todos rezaban para que la bala de fogueo que lava la conciencia de los ejecutores, fuera la suya. Y ellas, ajenas a esa situación, rezaban para despertar de su pesadilla. Era una espera interminable y aterradora que quieres que acabe, y cuando eso ocurre, algo muere en ti para siempre. Hacía ya una hora que habían entrado a la celda a despedirse de él. El último deseo del reo fue quedarse a solas con Sofía todo el tiempo posible.

Y es que a su lado se sentía renacer. Fue la última niña que tuvieron. No lloró al nacer, por más azotes que le dieran los médicos. Fue un parto fácil, como si Sofía estuviera deseando venir al mundo. Hasta las enfermeras recuerdan que ese día la vieron sonreír en seis ocasiones. Decían que era como un ángel, serena y bellísima, cuando todos los niños nacen feos por definición de bebé recién nacido; es imposible tener buen aspecto cuando te arrebatan el paraíso donde flotabas feliz, con alimento y sin preocupación alguna. Que te expulsen e insistan en azotarte, entre los lloros y las sonrisas de los presentes debe ser, cuando menos, desconcertante. No es fácil poner buena cara, salvo para Sofía, que fue abrir los ojos y ver de refilón a su padre sujetando la mano de su madre con una expresión entre miedo y alegría.

La niña siempre defendió que recordaba perfectamente su vida en el vientre materno, el momento de su nacimiento, al médico que la trajo al mundo y la mirada de sus padres. No la creía nadie, aunque dio detalles incluso del enfermero que la llevó a una sala aparte y cometió la torpeza de dejar a la niña sin vigilancia dos segundos, con tan mala suerte que se cayó, aunque él la cogió cuando estaba a punto de estrellarse. Sus padres no supieron nunca nada, hasta que la niña, con siete años, insistía tanto que tuvieron que investigar. Y con asombro comprobaron que Sofía, una vez más, decía la verdad.

La unión con su padre era digna de un cuento mágico. Un halo especial surgía cuando estaban juntos. Si cantaban, si reían, si jugaban. Pero sobre todo cuando bailaban. Todo el mundo se quedaba hipnotizado cuando Sofía sacaba a su padre a bailar. Si no existiera la música, ellos la habrían creado sólo por el roce de sus movimientos con el aire. Nadie sabía explicar qué fantasía les envolvía cuando Sofía aparecía a su lado, pero sin duda otra dimensión se abría siempre para ellos.

La niña era quien contaba cuentos a su padre cuando se acercaba a darle las buenas noches. Le recordaba que antes de nacer lo veía desde el cielo y pensaba: “Ese chico tan guapo será mi padre”. Y que tenía muchas ganas de venir para conocerlo. Le daba detalles de cómo era él de pequeño, pues lo observaba y planeaba cómo sería su vida juntos. Eran detalles imposibles de conocer por nadie. No quedó más remedio que rendirse a la evidencia de que Sofía no se había inventado nada. Hay algo en el ser humano que va más allá de la razón, de la mente, incluso del corazón. Son certezas imposibles de negar que te hacen sentir que algo es verdad y te rindes sin remedio, aunque estés más cerca de la magia que de la razón. Cometieron en su día la torpeza de contárselo al cura que la bautizó, y fue tan demoníaca la reacción de aquel sacerdote obtuso que tuvieron que convencerle de que había sido sólo una broma. Convencerle e invitarle desde entonces a cenar cada domingo, pues parecía que con el estómago lleno se le pasaba el rencor y la sospecha.

Cuando se quedó a solas con ella en la celda, la miró y le dijo: “Querida hija mía, aunque ahora no lo entiendas, espero que en el fondo de tu corazón sepas que tu papá es inocente”. Sofía lo miró a los ojos, cerró después los suyos y le dijo: “Papá, sé dónde estabas ese día y que no mataste al señor Mejías”.

La impotencia del padre era terrible. Su hija le creía, pero la corrupción en Bolivia era destructiva. Sabiendo que el resultado final era irremediable, quiso al menos protegerla: “Cariño, ten cuidado, no le digas a nadie que tienes ese poder maravilloso de recordar vivencias incluso antes de que nacieras, y que puedes saber lo que pasó ese día, aunque no estuvieras allí, y que puedes ver en la oscuridad. El miedo es cruel y podrían hacerte daño”.

El ser humano tiene aparente sed de conocimiento y quiere obtener todas las respuestas. Pero raramente le gusta el sabor de la verdad cuando está servida.

Tu verdad te pone en peligro. Prométeme que cuidarás de tus hermanas y de tu madre”. Sofía le miró a los ojos y dijo: “Bailaré contigo estés donde estés”. La subió en sus brazos y sin soltarse comenzaron a bailar esa música que sólo ellos podían escuchar. Sofía le susurró al oído: “Pase lo que pase, no te muevas”. Y al momento, alguien gritó: “¡Es la hora!”.

 

Berlín. En la actualidad.

  • ¿Por qué quieres divorciarte si estás además embarazada? ¿No será que sigues buscando a tu padre en todos los hombres?
  • No le busco, a mi padre lo tendré siempre. Pero personas que abran su corazón y su mente a quienes somos capaces de tener recuerdos incluso desde antes de nacer, no es fácil. El mundo no está preparado para los que vemos con los ojos cerrados. Por miedo a lo que veamos y por ese sentimiento de inferioridad que les hace pequeños sólo por sentirlo. Lo que nunca entenderé es por qué mis pulmones están tan sanos, doctor.

 

Bolivia. A cuatro palabras de morir.

  • ¡Pelotón! ¡Preparen! ¡Apunten! ¡FUEGO!

Los quince reos cayeron de inmediato al suelo. Sofía no dejaba de fumar. Su madre rompió a llorar y se llevó a las niñas a casa. Mientras intentaban caminar sin desfallecer, Sofía giró la cabeza y vio el cuerpo de su padre que había caído encima de otro de los presos. Por azares del destino, o por un inesperado sentido divino de la justicia, dos de los reos no murieron y uno le dijo enseguida al otro: “Pase lo que pase, no te muevas”. Ambos escaparon antes de que saliera el sol.

Las tres niñas y sus padres huyeron a Alemania. Y desde entonces, cada día que Sofía enciende un cigarrillo, todo su ser la transporta a aquella tarde en que su padre, milagrosamente, sobrevivió.

 

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Esta entrada tiene 2 comentarios

  1. Begoña

    Me ha encantado este relato. Me hizo llorar, conectó con algo muy especial. Gracias Isabel por despertar mi alma. Gracias por escribir tan bonito ❤️

  2. Isabel

    Begoña, muchísimas gracias por tu reseña. Un abrazo.

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