TODO ES POSIBLE

Por Carmen Serrano Soler

Cada mañana antes de que despuntara el día padre e hija se dirigían hacia la barca. Ella, talega en mano, y dentro el sustento para el padre: un trozo de pan del día anterior, bacalao seco, una morcilla blanca, una manzana, y para beber una bota con vino. Del agua no se preocupaba, la tenía por todas partes en el lago. Él sabía dónde estaban los mejores manantiales para cargar el recipiente de porcelana y beber siempre que tuviera sed. De la otra mano le colgaban los artes de pesca que ella misma había tejido para que su padre tuviera suficientes y pudiera pescar cuantas más anguilas mejor.

El silencio entre ambos se rompía siempre con la misma pregunta:

-Papá, ¿por qué no puedo ir contigo?

La respuesta era siempre la misma:

-Ya lo hemos hablado. Porque eres chica, y las chicas no van al lago. No pueden ser pescadoras.

María, en silencio, ayudaba a cargar las redes, las depositaba en la proa y observaba a su padre que poco a poco se iba alejando por la calle de agua. Permanecería en la orilla de la acequia hasta que la figura paterna desapareciera entre cañas. Le gustaba escuchar el ruido que producía la barca colándose por el agua a golpe seco de pértiga.

Una mañana María se hartó de guardar silencio y de la misma respuesta por parte del padre. Cuando su padre le dijo de nuevo que los chicos son los que van al lago, no pudo reprimir la contestación que llevaba tiempo queriendo pronunciar.

-La abuela me dice siempre que yo puedo ser y hacer lo que quiera.- Replicó María.

-La abuela, la abuela, … ¿Qué sabrá la abuela? .-Dijo el padre.

-La abuela lleva más tiempo aquí que usted. Ella sufrió por lo que ya sabe, y no quiere que a mí …- Contestó María, sin pensarlo.

-¿Que a tí qué? .- Replicó el padre con cara de pocos amigos.

Ese día fue diferente. Padre e hija no querían continuar con la tensa relación diaria.

-Ya hablaremos cuando vuelva de pescar. Ahora vuelve a casa.- Dijo el padre antes de poner la pértiga en el agua, con el semblante ya más tranquilo.

María, como siempre, esperó hasta ver a su padre desaparecer por la acequia grande. Deseaba de todo corazón estar en esa barca, que, aunque llevaba nombre de mujer, estaba gobernada por un hombre. Era lo más cerca que se sentía del agua del lago. Su nombre todos los días se paseaba por donde a ella le gustaría estar en persona.

María, el mismo nombre que la abuela, la misma situación, la misma reivindicación de justicia, … Siempre pensaba lo mismo, que no era justo y que algo debería hacerse para cambiar la situación.

Había tomado la decisión de acercarse a la cofradía esa misma mañana mientras su padre estaba pescando. Con la excusa de reclamar una equivocación en la factura de cobro de su padre pidió hablar personalmente con el presidente.

Su padre no quería aumentar la brecha generada entre él y los socios. Conocía las consecuencias de enfrentarse a la opinión de la directiva, y la general. En una ocasión, hecho que desconocía su hija, ya solicitó la palabra ante la asamblea para sugerir la idea de que las mujeres también pudiesen heredar los derechos de pesca. Recibió como respuesta la amenaza de expulsión de la cofradía. No volvió a pedir la palabra en las asambleas. Sufría en silencio el ostracismo a que se veía condenado cada día cuando acudía a vender su pescado. De esto su hija no sabía nada.

Cuando el presidente la vió entrar a su despacho no pudo evitar poner cara de sorpresa. Conocía el carácter de la joven, y sabía que era difícil disuadirla de que abandonase una idea cuando le rondaba por su cabeza. En una ocasión solicitó hacer una exposición en los locales de la cofradía, y consiguió el beneplácito de toda la directiva. La verdad fue un éxito. Ahora, el presidente, intuía cuál era el motivo de su visita. Y no se equivocó.

-Buenos días-dijo María.

-Buenos días-contestó el presidente.

-Venía a solicitarle una reunión con usted y el resto de la directiva.-continuó María.

-¿Es cosa de tu padre?-preguntó el presidente.

-No. El no sabe nada. Pero creo que ha llegado el momento de plantear el cambio y adecuar las normas a los tiempos que vivimos y admitir mujeres como socias.-contestó María.

El presidente se levantó con la intención de invitarla a salir, diciéndole que no era ella quien debía plantear esta cuestión, que debería ser algún socio en la asamblea general.

-Ah, ¿Sí? Y, ¿Por qué no lo plantea usted? Así no quedaría en evidencia ningún pescador.

No supo qué contestar el presidente. Tenía razón, él era la persona indicada, pero temía provocar enemistades entre sus compañeros. Y lo más temible, perder el cargo. Sabía que María tenía argumentos legales que avalaban su reivindicación.

Respiró hondo, la miró fijamente y al final accedió a la petición de María.

-Venid esta tarde tu padre y tú. Yo aviso a mi junta.-dijo el presidente.

-Aquí estaremos.- contestó María.

María había decidido seguir los pasos de su padre. A pesar de haber realizado estudios universitarios, su vocación era la de ser pescadora.

Hacia el mediodía, al llegar el padre, ya estaba María esperándole. Ayudaba a su padre, en silencio, a descargar las redes que por la mañana había ayudado a cargar. Sólo se miraron, padre e hija, fijamente, sin pronunciar palabra. Ambos conocían el significado de las serenas miradas.

En el corral, bajo la parra, la abuela tejía malla de red, la madre estaba por la cocina, y al grito de: «La comida ya está en la mesa», los cuatro se dirigieron hacia el comedor.

La madre había nacido en el pueblo vecino. La abuela se había quedado huérfana muy joven. Sin hermanos y sin padre ni madre, pidió poder pescar para sobrevivir en la isla. Se lo negaron por ser mujer. No pudo hacer uso de las redes y la barca de su padre. Se casó con un hijo de pescador y éste recibió la herencia del suegro, artes de pesca y una barca con el nombre de «María». Era la misma barca que ahora utilizaba su hijo, padre de María. Cada día surcaba las aguas del lago llevando redes tejidas por mujeres, pero sin mujeres.

María tenía un hermano, que un día heredaría la barca y las redes, pero no quería ir a pescar, no vivía en la isla. No obstante tenía el derecho de herencia que a ella le negaban por ser mujer.

En la mesa, María rompió el silencio, dirigiéndose a su padre.

-Papa, he ido a hablar con el presidente de la Cofradía de pescadores. No me mires así. Sé que he sido muy atrevida, pero alguien tenía que dar el primer paso. Me ha dicho que vayamos esta tarde a hablar con él.

Ante la cara de sorpresa del padre, la abuela miró satisfecha a su nieta y la madre le sonrió.

Esa tarde, cuando las calles olían a azahar y las golondrinas buscaban dónde hacer sus nidos, algo empezó a cambiar en la isla. María iba pensando, que las mujeres podrían, en breve, ser pescadoras.

No fue fácil hacer entender a la directiva, formada sólo por hombres, que el cambio era positivo. Voces más altas que otras manifestaban estar en desacuerdo, no querían incluir mujeres entre los miembros de la Cofradía de pescadores.

Pensaron que padre e hija habían preparado el discurso que María les estaba transmitiendo. Desde la conciencia y razón ambos coincidían, pero fue en ese momento cuando, escuchando y hablando surgieron las palabras que daban a entender sus propósitos.

No fue agradable oír los descréditos e insultos que emitían contra la hija y el padre. Ambos mantuvieron la serenidad, a pesar de no aceptar, sino recusar, todo cuanto sobre ellos se estaba diciendo. María rompió el silencio manifestando su voluntad de acudir a los tribunales, no sólo por negarle derechos constitucionales, sino también por las injurias que se estaban profiriendo, tanto contra ella como contra su padre.

Después de discusiones y malsonantes palabras, decidieron poner en marcha las gestiones pertinentes para que la igualdad entre hijos e hijas fuera real.

Pusieron en antecedentes a su asesor legal. Éste les explicó la legitimidad de la demanda de igualdad, pero les recomendó dilatarla en el tiempo, si ese era el deseo de la general. Les sugirió la posibilidad de recurrir las sentencias judiciales siempre que no les fueran favorables. Se comprometió a buscar la manera de retrasar la incorporación de las mujeres en la cofradía,

Así sucedió. Pasaron varios años antes de que María se diera de alta como socia. La Justicia le dió la razón siempre, pero se encontró con la oposición general de los pescadores.

El padre de María falleció antes de ver realizado el sueño de su hija: ser pescadora. Su padre no le confesó nunca cuánto deseaba ver a su hija pescando en la barca que llevaba su nombre.

Ahora, cada mañana cuando madre e hija, se dirigen hacia el lago, María recuerda las mañanas de antaño. Ella hacía el mismo recorrido con su padre, pero, entonces se quedaba en la orilla, en tierra, ahora surcaba las aguas.

Antes de subir a la barca mira el cielo, y, en silencio, su pensamiento pronuncia las mismas palabras: «Papa, ¿ves como las chicas también podemos ir a pescar?»

En la misma mirada hacia el cielo incluye el agradecimiento a su abuela: «Gracias abuela. La barca sigue llevando tu nombre, María, pero ahora la gobiernan las mujeres. »

Carmen Serrano Soler

 

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