UN DÍA CUALQUIERA – Patricia Colin Penades

Por Patricia Colin Penades

Alicia se despertó como cada mañana, muy temprano. Tenía por delante un largo día y no le gustaba que el amanecer la encontrase durmiendo. Tampoco quería renunciar al momento más agradable del día. Se dio la vuelta y comenzó a acariciar suavemente la espalda Javier. Él no tardó en reaccionar y le respondió acariciando su pierna. Ese era su momento. Daba igual cómo se presentase el día, las mañanas eran suyas. Besos, caricias, abrazos y todo lo que pudiesen compartir antes del desayuno.

Cuando se levantó de la cama, fue a la cocina para poner la cafetera al fuego y, mientras se hacía el café, se dio una ducha rápida. Hoy iba a ser un día importante en la oficina. Ella y su equipo presentaban la nueva campaña de publicidad para una de las empresas más importantes de ropa deportiva y nada podía salir mal. Así que entre la emoción y el nerviosismo, Alicia se preparó sus tostadas repasando mentalmente cada una de las diapositivas de su presentación. No se había dado cuenta de que la cafetera hacía tiempo que había terminado de filtrar el agua y el café tomó un regusto a quemado que lo hacía imposible de beber. Pese a todo, Alicia no perdió su buen humor y su optimismo. No quería que nada pudiese hacerle perder la concentración. Debía estar al cien por cien para su presentación.

-¿Nos vemos para comer? – preguntó Javier cuando oyó el ruido de llaves.

-Espero que sí. Eso querrá decir que todo ha ido como la seda, que la empresa está contenta con la presentación y que hemos conseguido la cuenta – respondió Alicia, rebuscando entre las llaves que había en la bandeja-. ¿Cariño, has visto mis llaves? Creía haberlas dejado aquí.

– Las llevarás en el otro bolso.

– Seguramente. Ahora no tengo tiempo de mirarlo. Me llevo las de repuesto. Nos vemos luego.

Alicia cerró la puerta tras de sí, sin tiempo de escuchar la respuesta de Javier, y bajó las escaleras con ligereza.

Salió del patio y giró a la derecha. Podía recorrer el camino de casa al trabajo sin pensar. Era como si pusiese el piloto automático y sus pies ya supiesen el camino, sin necesidad de estar pensando si debía girar aquí o allí, sin mirar calles, tiendas u otras referencias. Directa. Mientras, aprovechaba el tiempo para revisar sus correos electrónicos, enviar mensajes y añadir notas en su agenda.

Eso sí, un día como hoy merecía una parada especial. Dos calles antes de llegar a su oficina, se desvió para ir a su cafetería favorita. Solía merendar allí cuando las tardes se hacían más largas de lo esperado en el trabajo y necesitaba parar para poder coger fuerzas. Hacían unos cruasanes de mantequilla deliciosos. Decidió coger unos cuantos para después de la presentación.

-¡Buenos días, Alicia! ¿Cómo hoy por aquí tan temprano? – preguntó la dependienta.

-¡Pues, ya ves! Hoy necesito azúcar desde primeras horas. Tenemos un día intenso en la oficina. ¿Me pones unos cuantos de tus cruasanes para llevar?

-Lo siento mucho, todavía no los hemos horneado. Pásate después, seguro que para el almuerzo ya los tenemos.

-¡Vaya, hoy no es mi día! Bueno, nos vemos luego – y se marchó hacia la oficina sin perder un minuto.

La mañana transcurrió como esperaba. Primero la reunión, con algo de nerviosismo al principio, algo de tensión, pero su trabajo gustó mucho. Consiguieron la cuenta para la campaña publicitaria y ahora había que ponerse en marcha para llevarla adelante. No había tiempo que perder. De nuevo a su despacho a comenzar con el trabajo.

Una llamada telefónica la sacó de su concentración. Era Javier, quería saber qué tal había ido todo con la presentación y recordarle su cita para comer.

-Todo ha ido genial. ¡Lo hemos conseguido! – dijo entusiasmada -. No, no llegaré tarde, te lo aseguro. Un beso. Hasta luego – y colgó para seguir trabajando.

No supo en qué momento exactamente comenzó a sentirse mareada, pero de repente empezó a sentir cómo su cabeza daba ligeras vueltas y su alrededor se volvía inestable. Pensó que ir a por un poco de agua sería buena idea. Había desayunado bien, así que todo debía ser consecuencia de los nervios y la presión de la mañana. Salió de su despacho y se dirigió hacia la pequeña sala que hacía las veces de comedor en la oficina. Se sirvió un poco de agua de la nevera y se la bebió. El trago no fue tan buena idea como pensaba y, de repente, sintió náuseas y unas tremendas ganas de vomitar. Fue corriendo hasta los servicios y se metió en el primero que encontró libre. Sintió como si fuese a vaciarse por completo. Afortunadamente, una de sus compañeras entró en el baño y la ayudó.

-¿Qué te ocurre, Alicia? No tienes buena cara.

-No te preocupes, se me pasará. Debe de ser el estrés. He tenido mucho trabajo.

-Nada de eso, te vas ahora mismo al médico y que te den un vistazo. ¡Vamos!

En la consulta, Alicia se sintió un poco nerviosa. Ya se encontraba mejor, pero no le gustaban los médicos y el hecho de estar allí, esperando, hacía que se sintiera a disgusto.

-Buenos días, Alicia. ¿Cómo te encuentras? – dijo el médico nada más cruzar la puerta de la consulta.

-Mucho mejor, gracias. En realidad, ya me encuentro bien. Ha sido solo el cansancio y los nervios. He tenido mucho trabajo estos días, ¿sabe?

-Sí, bueno. Puede ser. El estrés nunca es bueno y debes procurar tomarte las cosas con calma. Más aún en tu estado. Tendrás que empezar a controlar tu alimentación…

– Perdón, ¿mi estado? – Alicia interrumpió al médico.

– Sí, tu embarazo. Estás de pocas semanas, pero los análisis son concluyentes.

Alicia no sabía cómo asimilar la noticia. No era algo planeado. Es cierto que habían hablado de ello. Javier y ella querían tener hijos, formar una familia. Pero no era algo que tuviesen en sus planes más inmediatos. De todos modos un sentimiento de alegría comenzó a invadirla. Poco a poco, sin prisa. Salió de la consulta sin poder disimular una sonrisa que se le escapaba de los labios.

El centro médico no estaba muy lejos de donde había quedado a comer con Javier. Aún faltaba casi una hora, así que decidió ir paseando hasta el restaurante. En el trayecto, su mente se puso en marcha. Empezó a imaginar la sorpresa de Javier ante la noticia. Y su alegría. Empezó a pensar en nombres, en si sería niño o niña. Se imaginaba paseando por las tardes con el bebé, decorando su cuarto, eligiendo su ropa…

Iba tan centrada en sus pensamientos que todo lo que la envolvía desapareció.

———————-

Recuerdo el calor del asfalto en mi cara y un dolor muy intenso, de tan solo unos segundos, o quizá fueron minutos, no lo sé. De repente, todo era diferente, me veía a mí, ahí tumbada en el asfalto. Mi cabeza rodeada de una mancha oscura, rojo intenso, que no dejaba de crecer. Mi cuerpo, como un puzle en el que no encajan las piezas, yacía en el suelo, inmóvil. A mi lado, un vehículo grande. ¿Cuándo comencé a cruzar la calle? ¿En qué momento había llegado a ese cruce? No lo sé. La gente empezaba a acercarse y yo no era capaz de articular palabra. Quería gritar, decirme a mí misma que me levantara, que no podía quedarme ahí, en el suelo. Hoy no. Pero mi cuerpo no se movía, la gente pasaba a mi lado y ya no me veían. No veían más que un cuerpo tirado en el suelo, rodeado de sangre. Pero yo permanecía ahí, a mi lado. Me negaba a separarme de mí. Pensaba que ese no podía ser el final, no así. Tenía que llegar al restaurante, hablar con Javier. Salí corriendo. Recorrí las calles que me separaban del local en un tiempo que no fui capaz de medir. Los pensamientos se agolpaban en mi cabeza. Había muchas cosas que debía contarle. Cuando llegué, Javier estaba sentado a una mesa, con el teléfono en las manos. Llorando. Me senté a su lado y quise acariciar su mano, como había hecho tantas veces. Fue imposible. Solo podía escuchar su llanto. Habríamos sido muy felices. Los dos, con nuestro bebé. Sí, lo habríamos sido. Traté de susurrarle al oído una despedida mientras caía una lágrima por mi mejilla. Debía marcharme ya. Me levanté de la silla y me dirigí hacia la salida. Mientras se cerraba la puerta tras de mí me pareció escuchar a Javier susurrarme: “Hasta pronto, Alicia”.

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