UN DÍA
Por Adelia Bertomeu Benlloch
10/12/2021
Me llamo Juan, tengo 50 años y he estado en paro cinco años. Desde hace tres meses, trabajo como conserje
en una finca de vecinos, donde no se permiten mascotas de ningún tipo.
El señor Hernández propietario del último piso y presidente de la comunidad me ha contratado.
Estoy muy agradecido porque después de tantos años en paro y a mi edad, no esperaba encontrar, ya, trabajo.
Así que he decidido que estaré, para lo que quieran, bueno, es un decir, pero vamos, que está en mi ánimo
desvivirme para atenderlos, claro está, que dentro de un orden, ya que mi horario es de 9 de la mañana a 8 de
la noche.
La finca es muy bonita, blanca, muy señorial de principios del siglo XX, da gusto ver la escalera de mármol,
el patio es enorme con revestimientos de madera oscura. El espacio destinado a la portería esta ahora
ocupado por trasteros para los propietarios, y un servicio para mí. Yo trabajo delante de un mostrados
amplio, y tengo un sillón giratorio bastante cómodo. Detrás de mí está el panel de los botones con el que
controlo los servicios de la finca. Tengo bajo el mostrador un espacio destinado a la caja fuerte donde guardo
las llaves de casa de todos los propietarios.
Es un lugar agradable para trabajar, los dueños son amables y educados. Estoy muy contento. Aunque claro
está, me gustaría vivir aquí, pero como dueño y no como portero. He de decir que aunque son educados,
tampoco tienen miramientos, sólo hay que ver el espacio que tengo asignado. Ya podrían ponerlo un poco
más agradable, algún sillón, una lámpara, no sé, darle un poco más de calor humano. Pero en fin, no voy a
poner pegas, un trabajo es un trabajo.
Todas las mañanas nada más llegar tengo que limpiar el zaguán y el sótano. Me pongo el mono azul, barro y
paso la fregona. Luego me pongo el uniforme gris, reparto el correo, limpio los ascensores y atiendo a los
propietarios. Al ser pocos vecinos, uno por piso no tengo mucho trabajo. Cuando puedo y sin que me vean,
leo alguna novela, las que más me gustan son las de “Manuel Estefanía”, que ya las leí de joven, pero ahora,
todavía me gustan más.
Esta mañana cuando he bajado a limpiar el sótano, me he encontrado un perrito, es un caniche blanco, muy
pequeño. Mi primera reacción ha sido de echarlo sin contemplaciones a la calle. Pero cuando me ha mirado
con esos ojos grises no he tenido valor, y eso que se había meado y me ha tocado volver a limpiar.
En la acera de enfrente está un negocio chino, de todo a cien. He entrado y he comprado una lata de
albóndigas, unos platos y le he pedido una caja de cartón para acomodar al perrito. Le he puesto los
periódicos que me bajan los propietarios para que recicle y una chaquetilla que guardaba por los días fríos.
Estoy toda la mañana en un sinvivir, pendiente de que no lo vean, ni lo oigan.
He puesto la radio más fuerte y cuando entran o salen los propietarios, levanto adrede la voz.
La señora Emilia que vive en el segundo me ha dicho
-Baje usted la radio, hombre y así nos oirá mejor. Tendrá que ir al médico, al oído ¿Eh?-
Menudo tono de retintín, si supiera por qué…
-No se preocupe, la oigo perfectamente, ahora bajo la radio. Es que me gusta estar al día. ¿No ve usted en la
tele “El cascabel”? yo, cuando llego a casa es lo primero que hago -le digo yo como si fuera verdad.
Estoy deseando que sean las 8 para llevármelo a casa. Aunque no sé cómo darle la noticia a Luis, mi hijo,
que cuando era niño siempre me dio la tabarra con que quería un perro. Nunca se lo compré. Ahora vive
conmigo porque está divorciado de su mujer. No sé qué excusa buscarme, en fin, creo o eso espero, que se
me ocurrirá algo. Llevo todo el día dándole vueltas.
El señor Hernández, el presidente, acaba de llegar con su cuñada que ha venido a pasar unos días. Traen muy
mala cara. No sé si preguntar qué les pasa. Lo mejor será ver como que no pasa nada, no sea que la cague y
tenga problemas.
-Buenas tardes –le digo mientras abro muy rápido el ascensor.
De repente, se oyen fuertemente los ladridos del perrito, por encima de la radio. ¡Tierra trágame!, pienso, a
qué mala hora decidí quedarme con el perrito, seguro que me despiden y qué le digo yo a mi hijo. ¡Dios mío!
Ayúdame.
La cuñada del señor Hernández parece que se ha vuelto loca, ha comenzado a dar voces
-¡Noma!, es Noma. ¿Dónde está? –dirigiéndose a mí.
-¿Noma….. qué Noma? -digo yo.
-Mi perrito, esta mañana no estaba en casa cuando me desperté y nadie lo había visto desde ayer por la noche
-me explica entre sollozos. Ay, señor, dígame usted qué que ha encontrado a mi perrito, por favor. Lo tiene
usted -se dirige a mí casi llorando.
– No se preocupe -le digo-, creo que he encontrado a su perro, voy a buscarlo.
Bajo al sótano a por el perro entre un suspiro de alivio pero también de pena, me había hecho ya a la idea.
¡Maldito saco de pulgas! Así que él… ¿si puede tener el perro?
De regreso, el perro sigue ladrando cada vez más fuerte, se lanza desde mis brazos hacia su ama, ladrando y
moviendo la cola. La cuñada y el señor Hernández sonríen ampliamente.
-Gracias, gracias, muchas gracias. Es usted un ángel- me dice la cuñada.
-Llevamos todo el día buscándolo -me aclara el señor Hernández-, hemos ido hasta a la policía. Pero dígame,
¿dónde lo ha encontrado?
-Lo encontré hace poco, al sacar las basuras.-miento descaradamente-. He pensado que sería de la barriada.
Iba a colocar carteles y a pedirle a usted permiso.
-¡Mira! Qué bien, ya no hace falta -me dice- Te felicito porque eres muy buen trabajador y aprovecho para
decirte que todos los propietarios estamos muy contentos contigo. Felicidades de nuevo.
-Muchas gracias -les digo mientras cierro la puerta del ascensor. ¡Qué cara!, pienso.
De camino a casa, paro en la protectora de animales y adopto al primer perro que veo, es un labrador blanco
y negro. Me lo llevo a casa, ya no busco excusa para decírselo a mi hijo, sé que le gustará.
Me llamo Juan, tengo 50 años y he estado en paro cinco años. Desde hace tres meses, trabajo como conserje
en una finca de vecinos, donde no se permiten mascotas de ningún tipo.
El señor Hernández propietario del último piso y presidente de la comunidad me ha contratado.
Estoy muy agradecido porque después de tantos años en paro y a mi edad, no esperaba encontrar, ya, trabajo.
Así que he decidido que estaré, para lo que quieran, bueno, es un decir, pero vamos, que está en mi ánimo
desvivirme para atenderlos, claro está, que dentro de un orden, ya que mi horario es de 9 de la mañana a 8 de
la noche.
La finca es muy bonita, blanca, muy señorial de principios del siglo XX, da gusto ver la escalera de mármol,
el patio es enorme con revestimientos de madera oscura. El espacio destinado a la portería esta ahora
ocupado por trasteros para los propietarios, y un servicio para mí. Yo trabajo delante de un mostrados
amplio, y tengo un sillón giratorio bastante cómodo. Detrás de mí está el panel de los botones con el que
controlo los servicios de la finca. Tengo bajo el mostrador un espacio destinado a la caja fuerte donde guardo
las llaves de casa de todos los propietarios.
Es un lugar agradable para trabajar, los dueños son amables y educados. Estoy muy contento. Aunque claro
está, me gustaría vivir aquí, pero como dueño y no como portero. He de decir que aunque son educados,
tampoco tienen miramientos, sólo hay que ver el espacio que tengo asignado. Ya podrían ponerlo un poco
más agradable, algún sillón, una lámpara, no sé, darle un poco más de calor humano. Pero en fin, no voy a
poner pegas, un trabajo es un trabajo.
Todas las mañanas nada más llegar tengo que limpiar el zaguán y el sótano. Me pongo el mono azul, barro y
paso la fregona. Luego me pongo el uniforme gris, reparto el correo, limpio los ascensores y atiendo a los
propietarios. Al ser pocos vecinos, uno por piso no tengo mucho trabajo. Cuando puedo y sin que me vean,
leo alguna novela, las que más me gustan son las de “Manuel Estefanía”, que ya las leí de joven, pero ahora,
todavía me gustan más.
Esta mañana cuando he bajado a limpiar el sótano, me he encontrado un perrito, es un caniche blanco, muy
pequeño. Mi primera reacción ha sido de echarlo sin contemplaciones a la calle. Pero cuando me ha mirado
con esos ojos grises no he tenido valor, y eso que se había meado y me ha tocado volver a limpiar.
En la acera de enfrente está un negocio chino, de todo a cien. He entrado y he comprado una lata de
albóndigas, unos platos y le he pedido una caja de cartón para acomodar al perrito. Le he puesto los
periódicos que me bajan los propietarios para que recicle y una chaquetilla que guardaba por los días fríos.
Estoy toda la mañana en un sinvivir, pendiente de que no lo vean, ni lo oigan.
He puesto la radio más fuerte y cuando entran o salen los propietarios, levanto adrede la voz.
La señora Emilia que vive en el segundo me ha dicho
-Baje usted la radio, hombre y así nos oirá mejor. Tendrá que ir al médico, al oído ¿Eh?-
Menudo tono de retintín, si supiera por qué…
-No se preocupe, la oigo perfectamente, ahora bajo la radio. Es que me gusta estar al día. ¿No ve usted en la
tele “El cascabel”? yo, cuando llego a casa es lo primero que hago -le digo yo como si fuera verdad.
Estoy deseando que sean las 8 para llevármelo a casa. Aunque no sé cómo darle la noticia a Luis, mi hijo,
que cuando era niño siempre me dio la tabarra con que quería un perro. Nunca se lo compré. Ahora vive
conmigo porque está divorciado de su mujer. No sé qué excusa buscarme, en fin, creo o eso espero, que se
me ocurrirá algo. Llevo todo el día dándole vueltas.
mala cara. No sé si preguntar qué les pasa. Lo mejor será ver como que no pasa nada, no sea que la cague y
tenga problemas.
-Buenas tardes –le digo mientras abro muy rápido el ascensor.
De repente, se oyen fuertemente los ladridos del perrito, por encima de la radio. ¡Tierra trágame!, pienso, a
qué mala hora decidí quedarme con el perrito, seguro que me despiden y qué le digo yo a mi hijo. ¡Dios mío!
Ayúdame.
La cuñada del señor Hernández parece que se ha vuelto loca, ha comenzado a dar voces
-¡Noma!, es Noma. ¿Dónde está? –dirigiéndose a mí.
-¿Noma….. qué Noma? -digo yo.
-Mi perrito, esta mañana no estaba en casa cuando me desperté y nadie lo había visto desde ayer por la noche
-me explica entre sollozos. Ay, señor, dígame usted qué que ha encontrado a mi perrito, por favor. Lo tiene
usted -se dirige a mí casi llorando.
– No se preocupe -le digo-, creo que he encontrado a su perro, voy a buscarlo.
Bajo al sótano a por el perro entre un suspiro de alivio pero también de pena, me había hecho ya a la idea.
¡Maldito saco de pulgas! Así que él… ¿si puede tener el perro?
De regreso, el perro sigue ladrando cada vez más fuerte, se lanza desde mis brazos hacia su ama, ladrando y
moviendo la cola. La cuñada y el señor Hernández sonríen ampliamente.
-Gracias, gracias, muchas gracias. Es usted un ángel- me dice la cuñada.
-Llevamos todo el día buscándolo -me aclara el señor Hernández-, hemos ido hasta a la policía. Pero dígame,
¿dónde lo ha encontrado?
-Lo encontré hace poco, al sacar las basuras.-miento descaradamente-. He pensado que sería de la barriada.
Iba a colocar carteles y a pedirle a usted permiso.
-¡Mira! Qué bien, ya no hace falta -me dice- Te felicito porque eres muy buen trabajador y aprovecho para
decirte que todos los propietarios estamos muy contentos contigo. Felicidades de nuevo.
-Muchas gracias -les digo mientras cierro la puerta del ascensor. ¡Qué cara!, pienso.
De camino a casa, paro en la protectora de animales y adopto al primer perro que veo, es un labrador blanco
y negro. Me lo llevo a casa, ya no busco excusa para decírselo a mi hijo, sé que le gustará.
Me llamo Juan, tengo 50 años y he estado en paro cinco años. Desde hace tres meses, trabajo como conserje
en una finca de vecinos, donde no se permiten mascotas de ningún tipo.
El señor Hernández propietario del último piso y presidente de la comunidad me ha contratado.
Estoy muy agradecido porque después de tantos años en paro y a mi edad, no esperaba encontrar, ya, trabajo.
Así que he decidido que estaré, para lo que quieran, bueno, es un decir, pero vamos, que está en mi ánimo
desvivirme para atenderlos, claro está, que dentro de un orden, ya que mi horario es de 9 de la mañana a 8 de
la noche.
La finca es muy bonita, blanca, muy señorial de principios del siglo XX, da gusto ver la escalera de mármol,
el patio es enorme con revestimientos de madera oscura. El espacio destinado a la portería esta ahora
ocupado por trasteros para los propietarios, y un servicio para mí. Yo trabajo delante de un mostrados
amplio, y tengo un sillón giratorio bastante cómodo. Detrás de mí está el panel de los botones con el que
controlo los servicios de la finca. Tengo bajo el mostrador un espacio destinado a la caja fuerte donde guardo
las llaves de casa de todos los propietarios.
Es un lugar agradable para trabajar, los dueños son amables y educados. Estoy muy contento. Aunque claro
está, me gustaría vivir aquí, pero como dueño y no como portero. He de decir que aunque son educados,
tampoco tienen miramientos, sólo hay que ver el espacio que tengo asignado. Ya podrían ponerlo un poco
más agradable, algún sillón, una lámpara, no sé, darle un poco más de calor humano. Pero en fin, no voy a
poner pegas, un trabajo es un trabajo.
Todas las mañanas nada más llegar tengo que limpiar el zaguán y el sótano. Me pongo el mono azul, barro y
paso la fregona. Luego me pongo el uniforme gris, reparto el correo, limpio los ascensores y atiendo a los
propietarios. Al ser pocos vecinos, uno por piso no tengo mucho trabajo. Cuando puedo y sin que me vean,
leo alguna novela, las que más me gustan son las de “Manuel Estefanía”, que ya las leí de joven, pero ahora,
todavía me gustan más.
Esta mañana cuando he bajado a limpiar el sótano, me he encontrado un perrito, es un caniche blanco, muy
pequeño. Mi primera reacción ha sido de echarlo sin contemplaciones a la calle. Pero cuando me ha mirado
con esos ojos grises no he tenido valor, y eso que se había meado y me ha tocado volver a limpiar.
En la acera de enfrente está un negocio chino, de todo a cien. He entrado y he comprado una lata de
albóndigas, unos platos y le he pedido una caja de cartón para acomodar al perrito. Le he puesto los
periódicos que me bajan los propietarios para que recicle y una chaquetilla que guardaba por los días fríos.
Estoy toda la mañana en un sinvivir, pendiente de que no lo vean, ni lo oigan.
He puesto la radio más fuerte y cuando entran o salen los propietarios, levanto adrede la voz.
La señora Emilia que vive en el segundo me ha dicho
-Baje usted la radio, hombre y así nos oirá mejor. Tendrá que ir al médico, al oído ¿Eh?-
Menudo tono de retintín, si supiera por qué…
-No se preocupe, la oigo perfectamente, ahora bajo la radio. Es que me gusta estar al día. ¿No ve usted en la
tele “El cascabel”? yo, cuando llego a casa es lo primero que hago -le digo yo como si fuera verdad.
Estoy deseando que sean las 8 para llevármelo a casa. Aunque no sé cómo darle la noticia a Luis, mi hijo,
que cuando era niño siempre me dio la tabarra con que quería un perro. Nunca se lo compré. Ahora vive
conmigo porque está divorciado de su mujer. No sé qué excusa buscarme, en fin, creo o eso espero, que se
me ocurrirá algo. Llevo todo el día dándole vueltas.
mala cara. No sé si preguntar qué les pasa. Lo mejor será ver como que no pasa nada, no sea que la cague y
tenga problemas.
-Buenas tardes –le digo mientras abro muy rápido el ascensor.
De repente, se oyen fuertemente los ladridos del perrito, por encima de la radio. ¡Tierra trágame!, pienso, a
qué mala hora decidí quedarme con el perrito, seguro que me despiden y qué le digo yo a mi hijo. ¡Dios mío!
Ayúdame.
La cuñada del señor Hernández parece que se ha vuelto loca, ha comenzado a dar voces
-¡Noma!, es Noma. ¿Dónde está? –dirigiéndose a mí.
-¿Noma….. qué Noma? -digo yo.
-Mi perrito, esta mañana no estaba en casa cuando me desperté y nadie lo había visto desde ayer por la noche
-me explica entre sollozos. Ay, señor, dígame usted qué que ha encontrado a mi perrito, por favor. Lo tiene
usted -se dirige a mí casi llorando.
– No se preocupe -le digo-, creo que he encontrado a su perro, voy a buscarlo.
Bajo al sótano a por el perro entre un suspiro de alivio pero también de pena, me había hecho ya a la idea.
¡Maldito saco de pulgas! Así que él… ¿si puede tener el perro?
De regreso, el perro sigue ladrando cada vez más fuerte, se lanza desde mis brazos hacia su ama, ladrando y
moviendo la cola. La cuñada y el señor Hernández sonríen ampliamente.
-Gracias, gracias, muchas gracias. Es usted un ángel- me dice la cuñada.
-Llevamos todo el día buscándolo -me aclara el señor Hernández-, hemos ido hasta a la policía. Pero dígame,
¿dónde lo ha encontrado?
-Lo encontré hace poco, al sacar las basuras.-miento descaradamente-. He pensado que sería de la barriada.
Iba a colocar carteles y a pedirle a usted permiso.
-¡Mira! Qué bien, ya no hace falta -me dice- Te felicito porque eres muy buen trabajador y aprovecho para
decirte que todos los propietarios estamos muy contentos contigo. Felicidades de nuevo.
-Muchas gracias -les digo mientras cierro la puerta del ascensor. ¡Qué cara!, pienso.
De camino a casa, paro en la protectora de animales y adopto al primer perro que veo, es un labrador blanco
y negro. Me lo llevo a casa, ya no busco excusa para decírselo a mi hijo, sé que le gustará.
RELATO DEL TALLER DE:
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María Isabel López Ben
07/10/2024