UN MUNDO QUE SE VA

Por Pilar Minelvida Pérez Castro

“Me he pasado media vida acumulando creencias, cosas
y… creo que voy a pasar el resto de la misma deshaciéndome de
ellas”. Estas palabras se las oíamos decir a mi abuela con
frecuencia, quedándose absorta unos minutos para luego seguir
rápida y diligente gestionando su vida.  Nos mirábamos y
seguíamos con nuestros juegos sin entender lo que aquella
mujer tranquila y sabia quería decir. Hoy después de mucho
tiempo es cuando esa frase comienza a cobrar significado en mí y
creo que en algunos miembros de nuestra familia.
Mis primos Raquel, Álvaro, yo y mis hermanos hemos
llegado a la conclusión de que debemos poner un punto en la
vida de nuestra familia. Los abuelos ya no están y hoy le dimos el
último adiós a tío Álvaro, el padre de Álvaro, así que los primos
somos los que estamos ahora en primera fila.
Nos encontramos en el momento en que es necesario
tomar decisiones para que la situación familiar no se postergue
más, pensamos que para nuestros hijos sería difícil poner en
orden tanto aplazamiento indolente, sin saber la causa.
El resto de primos están esparcidos por varios lugares. Para
comenzar con el proceso resolutivo de la herencia, es necesario
facilitar la información y la toma de decisiones de todos los
miembros de la familia. PUn mundo que se va
“Me he pasado media vida acumulando creencias, cosas
y… creo que voy a pasar el resto de la misma deshaciéndome de
ellas”. Estas palabras se las oíamos decir a mi abuela con
frecuencia, quedándose absorta unos minutos para luego seguir
rápida y diligente gestionando su vida.  Nos mirábamos y
seguíamos con nuestros juegos sin entender lo que aquella
mujer tranquila y sabia quería decir. Hoy después de mucho
tiempo es cuando esa frase comienza a cobrar significado en mí y
creo que en algunos miembros de nuestra familia.

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Mis primos Raquel, Álvaro, yo y mis hermanos hemos
llegado a la conclusión de que debemos poner un punto en la
vida de nuestra familia. Los abuelos ya no están y hoy le dimos el
último adiós a tío Álvaro, el padre de Álvaro, así que los primos
somos los que estamos ahora en primera fila.
Nos encontramos en el momento en que es necesario
tomar decisiones para que la situación familiar no se postergue
más, pensamos que para nuestros hijos sería difícil poner en
orden tanto aplazamiento indolente, sin saber la causa.
El resto de primos están esparcidos por varios lugares. Para
comenzar con el proceso resolutivo de la herencia, es necesario
facilitar la información y la toma de decisiones de todos los
miembros de la familia. Por ese motivo hemos formado un grupo
de WhatsApp. Tendremos que hondear el pasado para organizar
el presente.
Afortunadamente tengo tiempo, me acabo de jubilar, mis
hijos ya son independientes y hace tiempo soy una mujer
divorciada; aunque mi hijo Pablo sí me necesita. Así que podré
dedicar tiempo y ganas a regularizar lo aparentemente complejo;
pues en este momento la situación se encuentra un tanto
enmarañada y complicada.
Acceder a los organismos institucionales, después de COVID 19
es una aventura, al   menos de la forma que acostumbrábamos.
Pedir citas para solucionar los asuntos legales de la herencia
resulta una tarea interminable. Pero nuestro anhelo de no
perder lo que tanto bien nos ha proporcionado hace que
superemos el desánimo que en determinados momentos nos
sobreviene; ahí estamos los tres apoyándonos Raquel, Álvaro y
yo qué somos los que hemos tomado la iniciativa de activar y
ordenar la situación. Ante las dificultades nos reanimamos con
nuestro lema: “seguiremos adelante.”

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Decidimos comenzar, sabíamos que si no lo hacíamos   en
este momento, después sería imposible y no queríamos que
nuestro patrimonio se perdiera por negligencia.
La casa de mis abuelos siempre significó mucho para mí y
pienso que, para todos, por lo menos mientras acudíamos a ella
en nuestras vacaciones, allí pasamos momentos inolvidables.
Ya de adulta iba a recuperar fuerzas cuando sentía que en
determinados momentos las circunstancias me superaban
Los abuelos nos fueron mostrando con sus ejemplos una
ruta que nuestros padres no podían. Estaban tan inmersos en sus
profesiones, en que tuviéramos los mejores colegios, ropa y
comida, que no tenían tiempo para enseñarnos lo que nos
fueron revelando ellos.
Decidí visitar el almacén, depósito donde se fue
acumulando todo lo que la familia desechaba. Cuando mis
padres y tíos decidían cambiar de casas o la decoración de las
mismas; cuando no sabían qué hacer con lo que le sobraba, todo
iba a parar al almacén.
Abrí la puerta y me encontré un lugar abarrotado de
muebles, cuadros, lámparas de cristal, cuberterías, vajillas,
adornos, relojes, libros, ropa… una capa de polvo cubría todo,
pero la mano organizadora de Manuel, el encargado, se
apreciaba todavía. En ese momento comprendí perfectamente
las palabras de la abuela. Pensé: ¡Dios mío, cuánta acumulación!
¿era necesario tanto?
Me senté en una silla del comedor de la abuela, la joya más
preciada de su mobiliario, presumía de él siempre que tenía
ocasión con sus amigas, muchas veces creo que las invitaba a
merendar para poder mostrárselo.
Me   levanté y fui al aparador; recodaba la parte donde
guardaba los chocolates ingleses y golosinas que nos traía
nuestra tía Brigitte y abuela repartía siempre que pensaba que
necesitábamos un extra de dulzura. Seguí absorta repasando

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aquellos muebles que tanto recuerdo me traían. Abrí una gaveta
y encontré un portarretrato virado hacia abajo, lo tomé en mis
manos, por el tamaño y peso supe que se trataba de una de sus
piezas de valor, le di la vuelta y la vi a ella serena y segura de sí
misma junto a su nieto favorito, Jaime, el día de su graduación
como médico. Experimenté una necesidad fisiológica de sentirla
de nuevo a mi lado, su suave perfume se hizo presente y
queriéndola abrazar me llevé el portarretrato al corazón.
Percibí su infinita paciencia y me tranquilicé. Los recuerdos
fluían dándome tiempo de revivirlos con gozo; hoy me di cuenta
de lo importante que ha sido para nuestras existencias. No sé lo
que hubiéramos sido sin su interés para escucharnos cuando
algo se torcía en nuestras vidas, dejándonos que nos
expresáramos hasta el vómito hasta que nos topáramos con
alguna solución. Descubrí con ella que ser paciente es mejor que
ser vehemente, algo que siempre olvido. La escucho
preguntándome, ¿crees que con preocuparte se solucionará
algo? Y proseguía, mirándome a la cara, ¿qué vas hacer?
Tranquila, todo saldrá como tiene que ser, sacúdete y pon la
mirada en lo que quieres…eran sus frases recurrentes. Es eso lo
que echo de menos, sentirme acompañada, validada, fortalecida,
en los momentos difíciles. Creo que todavía me insufla ánimo y
fuerza.
Su buen gusto, la forma de vestir, su peculiar manera de
recogerse el cabello hacía que me pareciera la mujer más bella
del mundo, aunque cambió desde la fuga, huida o marcha, no lo
sé, de tío Jorge, su hijo mayor. Una expresión de tristeza se
adueñó de su mirada hasta su muerte.
Recuerdo ver a mi tío de pequeña, vivía en el ala derecha
de la casa grande de mis abuelos con su esposa, Brigitte, una
inglesa que conoció en un viaje de negocios a Londres, según me
enteré después.
En nuestra infancia, cuando acudíamos a casa de los
abuelos, tío Jorge era parte de nuestras vidas. Él no tenía hijos y
disfrutaba con nosotros; nos sacaba del mundo de las reglas y las

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normas y nos sumergía en un mundo activo, dinámico, natural,
sin ñoñerías. Nos enseñó a montar a caballo, a ir en el tractor, y a
reconocer, cuándo una rosa estaba lista para ser cortada o
cuándo una piña de plátanos tenía que ir al almacén para ser
exportada. Nos sorprendía disfrazándose y se reía al ver nuestras
caras de susto. Todavía esos recuerdos me emocionan y hacen
que aflore una tierna sonrisa.
En un periodo de mi vida que tuve que permanecer con mis
abuelos porque mis padres viajaban; un día muy temprano oí
llantos en el salón, me asusté porque nunca había visto llorar a
mi abuela. Me levanté y me senté en lo alto de la escalera.
Brigitte, la esposa de mi tío lloraba mientras leía un folio,
mi abuela la escuchaba sentada sollozando y mi abuelo se movía
nervioso de un lado a otro del salón. Por lo que pude intuir mi tío
se fue, dejó a su mujer y a su familia y no sabían dónde se
encontraba. Estaban tan absortos en su problema que no se
percataron de que yo estaba allí.
De cuando en cuando llegaba una carta del extranjero
indicando que se encontraba bien y un día mi abuela recibió una
carta de La Palma y ya no supimos más. Brigitte decidió regresar
a Inglaterra y un silencio profundo se apoderó la situación.
Deslicé el portarretrato en mi bolso y decidí salir. Los
excesos de recuerdos oprimían mi pecho y garganta, necesitaba
otro aire.
Luego pensé qué hacemos con todo eso, recordé el grupo
de WhatsApp, seguro que las cabezas frías darían algunas
soluciones. No tardaron mucho tiempo en enviar algunas
sugerencias: llamar a los anticuarios de la zona, hacer fotografías
y ponerlas en alguna aplicación que se dedicara a esos
menesteres en internet; por fin nos decidimos por los anticuarios
y el resto yo me ocuparía de donarlo.
Al coger el bolso de nuevo sentí que pesaba más de lo
usual, recordé el portarretratos, lo miré de nuevo y me dispuse a
limpiarlo, lo desarmé para poder hacerlo bien y … mi sorpresa

6
fue descubrir detrás una foto de tío Jorge con su nueva familia
en La Palma.
La maraña poco a poco se fue desenredando, el esfuerzo de
Álvaro como abogado, la buena gestión de Raquel y yo
coordinándolo todo dio fruto, aunque costó mucho y aún queda
el último escollo que superar.
Álvaro propuso ir a La Palma a visitar los herederos de
nuestro tío; para concluir los trámites de la herencia era
necesario contar con ellos. Raquel y yo decidimos acompañarlo.
Necesitábamos cerrar un ciclo de la vida de nuestra familia y
comenzar otro.
La mayoría de nuestros primos sólo quieren recibir el
dinero que les corresponde. Un pequeño grupo estamos
entusiasmados con la idea de comenzar de nuevo con la
herencia, realizar algún proyecto en la última etapa de nuestras
vidas. Me siento esperanzada renovando algo que hicieron mis
abuelos; levantar de nuevo los invernaderos de flores es un reto
que me entusiasma, por otro lado, pienso que es una
oportunidad para Pablo, mi hijo.
Queríamos finalizar los tramites, nos encontrábamos
cansados de tanto papeleo y ya empezaba a ser tedioso.
Decidimos viajar a La Palma para encontrarnos con los herederos
de tío Jorge. Cuadramos nuestras agendas y el 18 de septiembre
era una buena fecha para todos. Nos hospedaríamos cerca de
nuestros primos y alquilamos en una casa de vivienda vacacional,
en la zona de Todoque. La luz y el paisaje de ese lugar son
mágicos y la cercanía de la playa era lo que necesitábamos para
relajarnos, la situación lo requería.
Al día siguiente habíamos quedado con Elena y Jorge, los
hijos, para comer en un restaurante cercano la zona donde viven;
nos sentamos en la terraza, bajo unos aguacateros, el aire era
diferente, olía raro y quemaba, pero lo preferíamos porque nos
daba libertad de poder despojarnos de las mascarillas. Fue una
conversación larga, hablamos de todo. Nos sorprendimos que no
nos hubiéramos contactado antes, realmente no sabíamos por

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qué no lo habíamos hecho. Fue fácil y en ellos pude recordar la
sonrisa de mi tío.
El camarero se disponía a verter el vino y cayó la copa con
la que me proponía brindar, nos miramos intuyendo lo que
pasaba. Los clientes comenzaron a inquietarse enmudeciendo
para luego ir amplificándose un murmullo. Los rostros
expresaban inquietud y angustia. Pensé: “se manifestó lo
anunciado”. Una agitación tensa comenzó aparecer en las
miradas y un ininteligible susurro se intensificó en el lugar. De
pronto se oyó de forma clara y precisa ¿El volcán? ¡El volcán!
hasta que alguien grito ¡Dios mío ya explotó, ya explotó el
volcán!
Continuamente los noticieros informan de la situación
catastrófica que están viviendo los palmeros. Mis primos lo han
perdido todo.  Ahora sé que ha valido la pena todo el esfuerzo
por arreglar la situación familiar, pues gracias a esa decisión le
será más fácil a ellos comenzar de nuevo.
No sé realmente por qué la huida de su padre. El mutismo
de todos sobre el tema me hace pensar que algo doloroso tuvo
que ocurrir y ahora pienso -que si los implicados directos no lo
han descubierto por qué hurgar en las decisiones ajenas-. A
medida que ha pasado el tiempo se ha ido disipando mi
curiosidad; realmente ya no me interesa. Ahora sólo quiero
disfrutar de lo bueno que nos queda. Hemos recuperado a Jorge
y Elena.
Por lo que hablamos no creo que su padre le contara la
causa por la que un día lo dejó todo para comenzar de nuevo en
algún lugar, o quizás sí…No sé realmente por qué ni por qué
estando tan cerca no nos contactaron antes.
Lo realmente hermoso es que gracias a esa decisión ellos
han podido nacer.

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or ese motivo hemos formado un grupo de WhatsApp.
Tendremos que hondear el pasado para organizar el presente.
Afortunadamente tengo tiempo, me acabo de jubilar, mis
hijos ya son independientes y hace tiempo soy una mujer
divorciada; aunque mi hijo Pablo sí me necesita. Así que podré
dedicar tiempo y ganas a regularizar lo aparentemente complejo;
pues en este momento la situación se encuentra un tanto
enmarañada y complicada.
Acceder a los organismos institucionales, después de COVID 19
es una aventura, al   menos de la forma que acostumbrábamos.
Pedir citas para solucionar los asuntos legales de la herencia
resulta una tarea interminable. Pero nuestro anhelo de no
perder lo que tanto bien nos ha proporcionado hace que
superemos el desánimo que en determinados momentos nos
sobreviene; ahí estamos los tres apoyándonos Raquel, Álvaro y
yo qué somos los que hemos tomado la iniciativa de activar y
ordenar la situación. Ante las dificultades nos reanimamos con
nuestro lema: “seguiremos adelante.”
Decidimos comenzar, sabíamos que si no lo hacíamos   en
este momento, después sería imposible y no queríamos que
nuestro patrimonio se perdiera por negligencia.
La casa de mis abuelos siempre significó mucho para mí y
pienso que, para todos, por lo menos mientras acudíamos a ella
en nuestras vacaciones, allí pasamos momentos inolvidables.
Ya de adulta iba a recuperar fuerzas cuando sentía que en
determinados momentos las circunstancias me superaban
Los abuelos nos fueron mostrando con sus ejemplos una
ruta que nuestros padres no podían. Estaban tan inmersos en sus
profesiones, en que tuviéramos los mejores colegios, ropa y
comida, que no tenían tiempo para enseñarnos lo que nos
fueron revelando ellos.

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Decidí visitar el almacén, depósito donde se fue
acumulando todo lo que la familia desechaba. Cuando mis
padres y tíos decidían cambiar de casas o la decoración de las
mismas; cuando no sabían qué hacer con lo que le sobraba, todo
iba a parar al almacén.
Abrí la puerta y me encontré un lugar abarrotado de
muebles, cuadros, lámparas de cristal, cuberterías, vajillas,
adornos, relojes, libros, ropa… una capa de polvo cubría todo,
pero la mano organizadora de Manuel, el encargado, se
apreciaba todavía. En ese momento comprendí perfectamente
las palabras de la abuela. Pensé: ¡Dios mío, cuánta acumulación!
¿era necesario tanto?
Me senté en una silla del comedor de la abuela, la joya más
preciada de su mobiliario, presumía de él siempre que tenía
ocasión con sus amigas, muchas veces creo que las invitaba a
merendar para poder mostrárselo.
Me   levanté y fui al aparador; recodaba la parte donde
guardaba los chocolates ingleses y golosinas que nos traía
nuestra tía Brigitte y abuela repartía siempre que pensaba que
necesitábamos un extra de dulzura. Seguí absorta repasando
aquellos muebles que tanto recuerdo me traían. Abrí una gaveta
y encontré un portarretrato virado hacia abajo, lo tomé en mis
manos, por el tamaño y peso supe que se trataba de una de sus
piezas de valor, le di la vuelta y la vi a ella serena y segura de sí
misma junto a su nieto favorito, Jaime, el día de su graduación
como médico. Experimenté una necesidad fisiológica de sentirla
de nuevo a mi lado, su suave perfume se hizo presente y
queriéndola abrazar me llevé el portarretrato al corazón.
Percibí su infinita paciencia y me tranquilicé. Los recuerdos
fluían dándome tiempo de revivirlos con gozo; hoy me di cuenta
de lo importante que ha sido para nuestras existencias. No sé lo
que hubiéramos sido sin su interés para escucharnos cuando
algo se torcía en nuestras vidas, dejándonos que nos
expresáramos hasta el vómito hasta que nos topáramos con
alguna solución. Descubrí con ella que ser paciente es mejor que

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ser vehemente, algo que siempre olvido. La escucho
preguntándome, ¿crees que con preocuparte se solucionará
algo? Y proseguía, mirándome a la cara, ¿qué vas hacer?
Tranquila, todo saldrá como tiene que ser, sacúdete y pon la
mirada en lo que quieres…eran sus frases recurrentes. Es eso lo
que echo de menos, sentirme acompañada, validada, fortalecida,
en los momentos difíciles. Creo que todavía me insufla ánimo y
fuerza.
Su buen gusto, la forma de vestir, su peculiar manera de
recogerse el cabello hacía que me pareciera la mujer más bella
del mundo, aunque cambió desde la fuga, huida o marcha, no lo
sé, de tío Jorge, su hijo mayor. Una expresión de tristeza se
adueñó de su mirada hasta su muerte.
Recuerdo ver a mi tío de pequeña, vivía en el ala derecha
de la casa grande de mis abuelos con su esposa, Brigitte, una
inglesa que conoció en un viaje de negocios a Londres, según me
enteré después.
En nuestra infancia, cuando acudíamos a casa de los
abuelos, tío Jorge era parte de nuestras vidas. Él no tenía hijos y
disfrutaba con nosotros; nos sacaba del mundo de las reglas y las
normas y nos sumergía en un mundo activo, dinámico, natural,
sin ñoñerías. Nos enseñó a montar a caballo, a ir en el tractor, y a
reconocer, cuándo una rosa estaba lista para ser cortada o
cuándo una piña de plátanos tenía que ir al almacén para ser
exportada. Nos sorprendía disfrazándose y se reía al ver nuestras
caras de susto. Todavía esos recuerdos me emocionan y hacen
que aflore una tierna sonrisa.
En un periodo de mi vida que tuve que permanecer con mis
abuelos porque mis padres viajaban; un día muy temprano oí
llantos en el salón, me asusté porque nunca había visto llorar a
mi abuela. Me levanté y me senté en lo alto de la escalera.
Brigitte, la esposa de mi tío lloraba mientras leía un folio,
mi abuela la escuchaba sentada sollozando y mi abuelo se movía
nervioso de un lado a otro del salón. Por lo que pude intuir mi tío
se fue, dejó a su mujer y a su familia y no sabían dónde se

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encontraba. Estaban tan absortos en su problema que no se
percataron de que yo estaba allí.
De cuando en cuando llegaba una carta del extranjero
indicando que se encontraba bien y un día mi abuela recibió una
carta de La Palma y ya no supimos más. Brigitte decidió regresar
a Inglaterra y un silencio profundo se apoderó la situación.
Deslicé el portarretrato en mi bolso y decidí salir. Los
excesos de recuerdos oprimían mi pecho y garganta, necesitaba
otro aire.
Luego pensé qué hacemos con todo eso, recordé el grupo
de WhatsApp, seguro que las cabezas frías darían algunas
soluciones. No tardaron mucho tiempo en enviar algunas
sugerencias: llamar a los anticuarios de la zona, hacer fotografías
y ponerlas en alguna aplicación que se dedicara a esos
menesteres en internet; por fin nos decidimos por los anticuarios
y el resto yo me ocuparía de donarlo.
Al coger el bolso de nuevo sentí que pesaba más de lo
usual, recordé el portarretratos, lo miré de nuevo y me dispuse a
limpiarlo, lo desarmé para poder hacerlo bien y … mi sorpresa
fue descubrir detrás una foto de tío Jorge con su nueva familia
en La Palma.
La maraña poco a poco se fue desenredando, el esfuerzo de
Álvaro como abogado, la buena gestión de Raquel y yo
coordinándolo todo dio fruto, aunque costó mucho y aún queda
el último escollo que superar.
Álvaro propuso ir a La Palma a visitar los herederos de
nuestro tío; para concluir los trámites de la herencia era
necesario contar con ellos. Raquel y yo decidimos acompañarlo.
Necesitábamos cerrar un ciclo de la vida de nuestra familia y
comenzar otro.
La mayoría de nuestros primos sólo quieren recibir el
dinero que les corresponde. Un pequeño grupo estamos
entusiasmados con la idea de comenzar de nuevo con la
herencia, realizar algún proyecto en la última etapa de nuestras

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vidas. Me siento esperanzada renovando algo que hicieron mis
abuelos; levantar de nuevo los invernaderos de flores es un reto
que me entusiasma, por otro lado, pienso que es una
oportunidad para Pablo, mi hijo.
Queríamos finalizar los tramites, nos encontrábamos
cansados de tanto papeleo y ya empezaba a ser tedioso.
Decidimos viajar a La Palma para encontrarnos con los herederos
de tío Jorge. Cuadramos nuestras agendas y el 18 de septiembre
era una buena fecha para todos. Nos hospedaríamos cerca de
nuestros primos y alquilamos en una casa de vivienda vacacional,
en la zona de Todoque. La luz y el paisaje de ese lugar son
mágicos y la cercanía de la playa era lo que necesitábamos para
relajarnos, la situación lo requería.
Al día siguiente habíamos quedado con Elena y Jorge, los
hijos, para comer en un restaurante cercano la zona donde viven;
nos sentamos en la terraza, bajo unos aguacateros, el aire era
diferente, olía raro y quemaba, pero lo preferíamos porque nos
daba libertad de poder despojarnos de las mascarillas. Fue una
conversación larga, hablamos de todo. Nos sorprendimos que no
nos hubiéramos contactado antes, realmente no sabíamos por
qué no lo habíamos hecho. Fue fácil y en ellos pude recordar la
sonrisa de mi tío.
El camarero se disponía a verter el vino y cayó la copa con
la que me proponía brindar, nos miramos intuyendo lo que
pasaba. Los clientes comenzaron a inquietarse enmudeciendo
para luego ir amplificándose un murmullo. Los rostros
expresaban inquietud y angustia. Pensé: “se manifestó lo
anunciado”. Una agitación tensa comenzó aparecer en las
miradas y un ininteligible susurro se intensificó en el lugar. De
pronto se oyó de forma clara y precisa ¿El volcán? ¡El volcán!
hasta que alguien grito ¡Dios mío ya explotó, ya explotó el
volcán!
Continuamente los noticieros informan de la situación
catastrófica que están viviendo los palmeros. Mis primos lo han
perdido todo.  Ahora sé que ha valido la pena todo el esfuerzo

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por arreglar la situación familiar, pues gracias a esa decisión le
será más fácil a ellos comenzar de nuevo.
No sé realmente por qué la huida de su padre. El mutismo
de todos sobre el tema me hace pensar que algo doloroso tuvo
que ocurrir y ahora pienso -que si los implicados directos no lo
han descubierto por qué hurgar en las decisiones ajenas-. A
medida que ha pasado el tiempo se ha ido disipando mi
curiosidad; realmente ya no me interesa. Ahora sólo quiero
disfrutar de lo bueno que nos queda. Hemos recuperado a Jorge
y Elena.
Por lo que hablamos no creo que su padre le contara la
causa por la que un día lo dejó todo para comenzar de nuevo en
algún lugar, o quizás sí…No sé realmente por qué ni por qué
estando tan cerca no nos contactaron antes.
Lo realmente hermoso es que gracias a esa decisión ellos
han podido nacer.

 

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